Era el momento de volver al crucero... de manera opcional. La idea era pasar una noche loca de fiesta en Ibiza. Ahora bien, ese dinero que les habían prometido aún no había llegado, y los ahorros de Andrés se encontraban muy cerca de ponerse de color rojo. Y a nadie con buen gusto le molaba el rojo.
No, definitivamente no estaba en su mejor momento.
—Oye —le dijo a Mauro en cuanto pasó por su lado—. ¿Cenamos en el barco y volvemos? ¿O qué vamos a hacer?
Mauro se encogió de hombros. Se encontraban en el puerto. Gael y Oasis habían desaparecido hacía un buen rato, mientras que ahora Iker estaba charlando animadamente con unos amigos. Bueno, o eso decía él. De hecho, le sonaba la cara de uno de ellos; juraría que era el DJ de la noche anterior.
—No tengo ni idea —confesó Mauro en cuanto se sentó junto a Andrés. Jugó con los pies en el suelo como si fuera un niño pequeño.
—Te molesta, ¿verdad?
Andrés lanzó una mirada a Iker, entre disimulada y demasiado evidente, para que Mauro supiera a lo que se refería.
—¿Por qué debería?
Le debía eso al menos: trataba de disimular, aunque fuera obvio para todo el mundo.
—Claro, nada, nada —trató de recular el rubio y luego cambió de tema—. ¿Cómo ves a Gael?
—Yo bastante bien. Oasis me cae bien —dijo Mauro con una sonrisa—. Es majo.
—La verdad es que me ha sorprendido... No es como que de la noche a la mañana nos vayamos a convertir en inseparables, pero creo que hacen muy buena pareja.
Mauro abrió los ojos sorprendido.
—¿Son novios?
—Nena —soltó Andrés, chasqueando los dedos—. Estás más en tus mundos de fantasía que la Aramís Fuster.
—¿Quién?
—La máxima autoridad mundial en materia de ocultismo. —Al ver que Mauro no captaba la referencia, recondujo la conversación—. Bueno, eso, que yo creo que ya son pareja oficial confirmada cien por cien real no fake.
—Puede ser... —dudó Mauro.
—Es evidente —afirmó Andrés. En su pecho sentía que su amigo había encontrado a alguien con quien era feliz, aunque... Aunque no quería pensar demasiado en la situación de irregularidad de Gael, pues parecía que fuera lo único capaz de estropear esa felicidad.