—Espero que no lo digas en serio.
Mauro estaba enfurruñado. La magnífica idea de Iker de aquella noche para hacer tiempo entre la cena y el inicio de la fiesta (que comenzaba algo más tarde de lo habitual, pasada la medianoche) era ir a un karaoke. ¡Un karaoke!
—Yo canto fatal, ya lo saben —había advertido Gael, pero para Andrés e Iker la idea era la mejor que hubieran tenido en mucho tiempo y no paraban de hablar sobre qué canciones elegirían.
—Ostras —dijo de pronto Iker mirando su teléfono. Puso una mueca que no traía buenas noticias—. Hoy os quedáis sin plan, porque...
Mostró el Google Maps a sus amigos: el karaoke más cercano estaba en la otra punta de la isla.
—Y la fiesta es en Ushuaïa, que está más cerca del puerto que esto... Así que nada. Pero vamos, que no os vais a librar, porque en el crucero hay un pedazo de escenario que os cagáis las patas y alguna noche os tocará escucharnos a Andrés y a mí entonar Shallow.
—Me dormí —se quejó Gael, aunque sonreía por haberse librado del mal trago de cantar delante de borrachos desconocidos.
—Bueno, también podemos cantar... ¿Cómo se llamaba, maricón? —le preguntó Iker a Andrés.
Este, para responder, hizo una pose exagerada y comenzó a cantar:
—Porque desde que estás aquííí, aquí cerca de mííí.
—Esa es de Amaia —saltó Mauro chasqueando los dedos, muy seguro de su conocimiento musical.
Iker y Andrés comenzaron a reírse.
—¡Aitana! —exclamaron al unísono.
Después de eso los amigos se miraron con complicidad. Había momentos mágicos como aquel, en los que seguía habiendo buen rollo, el mismo que siempre habían tenido y disfrutado. Y ahora estaban en una maldita isla a punto de romper la noche, en la primera parada del crucero gay más grande del mundo.
Si alguien le hubiera dicho a Mauro que ese era el futuro que le esperaba cuando había tomado la decisión de mudarse a Madrid, se habría reído en su cara. ¿Quién se lo podría imaginar? Tenía al lado a Iker, el hombre que mejor olía del mundo y en quien no dejaba de pensar; y ya con eso, honestamente, parecía más que suficiente.
—Pues nada, vamos tirando entonces —anunció Iker, de nuevo comprobando el mapa de Ibiza en el teléfono.
—Tengo muchas ganas —dijo Gael.
Y en verdad todos las tenían. Ushuaïa era probablemente la discoteca más distinguida de toda la isla y, como La Veneno, era conocida mundial. No solo iba gente adinerada para gastarse cantidades ingentes en copas, sino celebrities de la talla de Paris Hilton o David Guetta, por lo que las expectativas estaban por las nubes.
—Por otra noche loca más a vuestro lado. —Iker hizo un brindis invisible con la mano vacía.
Todos fingieron beber de su copa y luego estallaron en carcajadas.
Al llegar, los cuatro amigos se dieron cuenta de que aquella discoteca había sido el destino elegido por casi todos los que iban a bordo del crucero, pues reconocían a quienes ya bailaban y pedían copas en la barra.
—Joder —susurró Andrés—. Me va a tocar encontrarme con...
—No le des vueltas —lo detuvo Mauro e incluso le puso la mano en el pecho al rubio—. Tú a tu bola, ¿vale? No quiero que te rayes por cosas que puedan o no pasar.
—Y si nos lo encontramos... —dijo Iker amenazante, apretando los puños y fingiendo golpear una pared invisible.
Andrés soltó un suspiro aliviado, aunque no parecía del todo convencido. Sin embargo, los amigos caminaron entre la gente hasta llegar a la barra y pedirse las primeras bebidas, para luego hacerse un hueco entre varios grupos de personas muy cerquita de la piscina, a la cual ahora Mauro temería más que nunca después de la noche anterior.
Sin darse cuenta, y por estar pensando en ello, le lanzó una mirada a Iker, que le devolvía la mirada. Ambos la apartaron con rapidez, y Mauro se sintió desmayado.
Y luego bailaron. Y rieron y charlaron.
De pronto, cuando Mauro se encontraba intentando perrear con Gael una canción de Bad Bunny sobre un tití que le preguntaba no-sé-qué, alguien le puso la mano sobre el hombro. Así que Mauro se detuvo sorprendido y Gael también; le abrió paso, mirando al hombre que ahora confrontaba el pueblerino con el ceño fruncido.
—Llevo un rato mirándote —le dijo el desconocido, sereno.
Era un hombre mayor. Rondaría los cincuenta aproximadamente, todo el cabello blanco, incluso el de la barba. Le hacía parecer atractivo, como si estuviera completamente teñido. Era alto, más que Mauro, y llevaba una camiseta ceñida que dejaba entrever su no tan escultural cuerpo. Unas cadenas de oro finas le rodeaban el cuello, en su muñeca reposaba un reloj lujoso y llevaba puestas gafas de sol de esas que solo se ven en supermodelos.
—¿Cómo estás? —El hombre sonrió.
Mauro no supo qué contestar. Se volvió hacia sus amigos consultándoles con la mirada, pero ninguno pareció ayudarle demasiado. A Iker estaba claro que la situación no le molaba demasiado, Gael parecía divertido y Andrés en ese momento se encontraba distraído mientras hablaba con un chico moreno.
—Bien, bailando con mis amigos —respondió Mauro algo seco.
La mano de aquel señor no se despegaba del hombro de Mauro, algo que le empezó a incomodar, y este se dio cuenta.
—Disculpa. ¿Quieres tomar algo? —Mauro miró su cubata casi vacío y le pegó un trago para terminar lo que quedaba. Luego se encogió de hombros y asintió con la cabeza—. Pues vamos.
De camino a la barra, el hombre no dijo nada más que su nombre y solo le sonreía. Mauro no sabía por qué actuaba de esa manera. ¿Estaba ligando? ¿CON UN SEÑOR?
No entiendo qué está pasando.
—¿Qué tomas?
—Lo que sea —respondió Mauro, dejándose llevar. Tenía miedo de que el señor no le fuera a invitar por ser demasiado tiquismiquis, así que había optado por arriesgarse.
Mientras Rafael —así se llamaba— pedía las bebidas, Mauro no pudo evitar volverse y buscar a Iker con la mirada. No quería que se enfadara y lo que estaba sintiendo en la boca del estómago era terrible. Tenía demasiadas preguntas en la cabeza: ¿Iker tenía derecho a enfadarse? Si le sentaba mal aquello, ¿a qué se debía? ¿Realmente a Mauro le gustaba ese viejito? ¿Por qué dejaba que le pagara una copa?
De pronto tuvo miedo de que le drogaran como en Barcelona, así que se acercó raudo a la barra para ver cómo vertían el alcohol y la mezcla en su cubata. Vio que todo estaba correcto y Rafael le entregó la bebida.
Le guiñó un ojo.
—Disfrútala. ¿Vamos por allá? —Le señaló un lugar apartado, lleno de gente, claro, como el resto de la discoteca, pero bastante alejado de donde estaba su grupo de amigos.
Volvió a mirar hacia ellos y ahora, de forma misteriosa, ninguno se encontraba ahí. Vio cómo Iker caminaba entre la gente, Andrés marchaba de la mano con un chico y de Gael... no había señales. ¿Cómo habían podido separarse tan rápido?
Joder. Me han dejado solo.
Pero Mauro miró al hombre y no, no lo estaba. Aunque la situación era extraña y jamás había vivido algo similar, no le daba malas vibraciones, así que cogió aire y sacó una sonrisa.
—Claro.
Con eso, Mauro se adentró entre la gente a pasar la noche con un hombre misterioso.
Y había una parte de él que estaba... disfrutando.