No quería abandonar así a sus amigos y se sentía un completo imbécil por repetir las actitudes que siempre le habían molestado tanto de Iker, pero es que Adonay lo había pillado por banda.
Ahora se encontraban charlando al lado de una de las barras de la discoteca. No parecía existir la misma química que la noche anterior, aunque Andrés no se sentía para nada incómodo charlando con él.
—De verdad que lo siento mucho, me di cuenta horas después... Vamos, que casi ni llego a visitar la isla.
—¿Hasta qué hora dormiste, maricón?
—No quieras saberlo —replicó Adonay riéndose.
Andrés esbozó una sonrisa, pero la situación no era tan graciosa. Así que se quedaron mirándose el uno al otro durante unos segundos.
—Y bueno, ¿cuál es el plan de esta noche? —preguntó finalmente Ado—. Veo demasiada droga...
Andrés puso los ojos en blanco. Era verdad. Casi no estaba acostumbrado a ese tipo de ritmo en cuanto a fiestas. Si por él fuera, se quedaría viendo películas —y era lo que casi siempre hacía—, pero había algo en su interior que gritaba querer romper con las convenciones que él mismo se había impuesto. Entonces sí, ahora quería disfrutar un poco más de las noches, pero no, el tema de consumir sustancias no iba para nada con él.
—Es fuerte. Lo que no entiendo es cómo pasan los controles.
—Hay camellos aquí.
—Parece ser que en todos lados, well...
Continuaron charlando durante un rato sobre el ambiente, el lugar y el clima. Era fácil hablar con él, aunque a cada minuto que pasaba, Andrés iba notando que su interés en Adonay disminuía. ¿Qué estaba pasando?
Ah, claro.
El fuego en su mirada se había perdido, era como si ahora fueran los mejores amigos pese a haberse estado enrollando la noche anterior. ¿En serio era esto lo que pasaba si no se terminaba de consumar la situación? Andrés no podía creerlo; era imposible que así fuera. Quizá hubiera algún motivo más para haber perdido el interés.
—Bueno, voy un ratito con mis amigos, ¿vale? Van a estar preguntándose qué narices ando haciendo —le dijo de pronto Ado mientras Andrés estaba inmerso en su torrente de pensamientos.
Se dieron dos besos en las mejillas como despedida y no pasó demasiado tiempo hasta que Andrés puso los ojos como platos al recordar que no tenía ni idea de dónde estaban los suyos. Al marcharse, había dejado a Gael... No, a Iker... ¿O era Mauro...?
Ostras, ninguno de ellos. Estaba solo.
Y como por arte de magia, se le acercaron un grupo de tres chicas corriendo, emocionadas.
—¡Buah, es que eres monísimo!
—Te he dicho que se parecía de lejos a Carlos, ¡son clavados!
—Qué va, tía, este es más guapo y rubio, o sea, mírale los labios. Me muero y me quedo muerta.
—Carlos es guapísimo, ¿eh? No te ofendas —le dijo entonces directamente una de ellas.
—Porque no eres Carlos, ¿a que no? —La pregunta venía de otra amiga, la más alta de todas, que vestía un top de punto y una falda tan corta que parecía anecdótica.
—Soy Andrés —respondió este confundido.
—¡Ay, qué mono!
Andrés no supo quién narices decía qué, porque tenían la misma voz, el mismo peinado, la misma ropa. Eran clones las unas de las otras.
—De verdad que no me puedo creer la de gays que hay aquí.
—Estáis todos buenísimos.
—Qué pena que estoy soltera en un sitio como este...
—Pero ¿desde cuándo en Ibiza no podemos ligar las hetero?
—¡Tía, no digas esa palabra! ¡Está prohibida!
—Pero lo somos, ¿no?
—Esta noche seremos lo que surja. Con el Jäger Red Bull sí que me dan alas.
—Del infierno, será. Con eso poto, tía.
—Bueno, vamos a dejar que nos hable Carlos 2.0. ¡Si es monísimo!
—¿Te gusta Taburete?
Andrés tuvo que tomar aire durante un segundo antes de responder. Era la primera vez que le dejaban una pausa real para decir algo y parecía una pregunta muy importante para ellas, pues tenían los ojos abiertos, expectantes y vidriosos, deseando que se declarara el fan número uno del grupo de cayetanos por excelencia.
No pudo evitar una mueca al responder:
—No sé.
—Has puesto cara de asco, pero no te preocupes, si lo decía porque está por aquí de fiesta mi Willy. Ay, mi Willy, mi Willy...
Se refería al cantante del grupo, el hijo del infame Bárcenas y por el cual babeaban miles de personas, algo que Andrés nunca había podido comprender. Recordó una frase sabía que siempre rondaba su mente: aunque estés en mala racha, no te folles a un facha.
—¿Y cómo os llamáis? —preguntó Andrés, rindiéndose ante la evidencia de que aquellas mariliendres le acompañarían un buen rato quisiera él o no.
—Sara, Luna y Caye.
Me tienes que estar vacilando.
—¿Caye de Cayetana?
La chica en cuestión asintió. Era la más normal del grupo, no destacaba para nada porque era la única sin maquillaje.
—Nunca he conocido a nadie que se llamara Caye —admitió Andrés, sorprendido.
—Ahora te he cambiado la vida, Carlos 2.0. Y nos toca dar una putivuelta, ¿te vienes?
El brazo de la chica más alta se acercó al de Andrés, y este no tuvo reparos en enlazar el codo con el de ella para caminar en formación entre tantísimo hombre guapo, alto y musculoso.
¿Qué podía salir mal? No tenía un plan mejor.
Y se dispusieron a descubrir Ushuaïa.