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Rocío

copas

Ya estaba más que decidido: iba a ser una sorpresa.

La cobertura a bordo del Rainbow Sea parecía ser una absoluta y completa mierda, por lo que las videollamadas que habían intentado hacer con sus amigos —especialmente con Mauro— se habían quedado en proyectos de verse la cara. Bueno, si esos píxeles podían considerarse siquiera una cara.

En realidad había sido Blanca quien había propuesto que su visita a Mikonos fuera algo para sorprender a los chicos. ¡Se morirían de ilusión! O no, quién sabe, igual estaban demasiados liados... En sentido literal.

—Pero yo creo que va a estar bien. Eso sí, he estado mirando un poco por encima los planes de la isla y no hay demasiado que hacer...

—¿A qué te refieres?

—Sol, playa, fiesta. Ver maricones pasear. —Se encogió de hombros—. Y sí, hay como unos molinos, pero para eso me voy al pueblo de al lado, ¿sabes? Para algo vengo de la tierra de Sancho Panza.

Rocío se colocó el bolso en una mejor posición para que no le rozara los pechos, aunque no aminoró el paso. Hacía demasiado calor en Madrid e ilusa de ella, se había calzado las Vans altas tipo botas. Si había un premio por ser la persona más ridícula de la ciudad en plena ola de calor la primera semana de agosto..., era ella, sin duda.

En una de las tiendas por las que pasaron caminando retumbaba el nuevo hit del último álbum de Beyoncé, una canción disco que hacía que cualquiera se pusiera a bailar de pronto, a lo flashmob. Rocío se imaginó a sí misma meneando el trasero al ritmo de esa música, pero entre palmeras y cocos, mujeres bellas y el olor a mar, con...

—Oye, nena —la despertó Blanca de su ensoñación—. Que ya casi hemos llegado. No me digas que te va a dar un patatús.

—Con este calor, hija... Lo raro es que no me dé.

Ambas rieron mientras entraban en la agencia de viajes. El presupuesto era limitado, porque sí, aunque la suma total había sido sorprendente, no iban a desperdiciar la oportunidad de que su piso se convirtiera cada vez más en un hogar. Era su proyecto. Había que invertir en comprar muebles nuevos, darle una capa de pintura... Quizá se estaban tomando demasiadas molestias al ser un piso de alquiler, pero ninguna de las dos era capaz de quitarse de la cabeza convertir aquellas paredes en su nidito de amor. Y por precaución, tampoco lo decían en voz alta. No querían gafar esta segunda oportunidad casi divina que el destino les había otorgado para que su relación funcionara.

—Díganme —les dijo un hombre vestido de traje. Rocío cerró un momento los ojos, como asimilando esa vestimenta, aunque a decir verdad la oficina era casi casi el círculo polar ártico.

Blanca y Rocío tomaron asiento, algo nerviosas. Rocío echó un rápido vistazo a las imágenes que había tras la mesa: pósteres enormes con destinos de ensueño y parejas heterosexuales disfrutando con sus hijos pequeños de playas paradisiacas. Ellos correteando en la arena jugando y, seguramente, chillando como energúmenos. Vamos, sonaba como algo superdivertido. Nótese la ironía.

—Nos gustaría visitar a unos amigos en Mikonos y la verdad es que andamos un poco perdidas. Hemos mirado por internet, pero... Debe de haber algún error.

—¡Claro que os podemos ayudar! En Águila Viajes siempre estamos disponibles, ¡incluso en agosto! —El agente, cuyo nombre estaba en una chapita en su pecho y parecía decir «Julián», encendió el ordenador y trasteó mientras continuaba hablando—: Es verdad que a estas alturas la cosa está complicada, chicas. No os voy a mentir. Pero bueno, vamos a intentarlo. ¿Fechas?

Entonces Rocío comentó toda la información de la que disponían gracias a internet sobre el crucero, las posibles rutas que harían... Cuando terminó, la cara de Julián había cambiado. Ahora no estaba feliz y tragó saliva antes de hablar.

—Esto es la semana que viene —anunció, como si fuera una sentencia de muerte.

Blanca y Rocío asintieron con la cabeza.

—¿Hay algún problema?

Julián dejó de mirar a la pantalla, cruzó los dedos entre sí en una posición muy de Señor Que Tiene Que Explicar Cosas A Una Mujer Joven y respondió:

—Diría que estamos al noventa y nueve por ciento de capacidad. Los vuelos están por las nubes, aunque tampoco sé cuál es vuestro presupuesto... De todas formas, Mikonos es una isla que se puede disfrutar de muchas maneras. No hay por qué hospedarse en buenos lugares...

—Mira —interrumpió Rocío, con la palma de su mano marcando el tempo frente a la cara del agente de viajes—, te voy a parar un momento. Primero, no sabes, como bien has dicho, del presupuesto que disponemos y segundo, solo hemos venido aquí porque esta es una negada para todas estas movidas y yo tengo miedo de cagarla comprando un billete de avión para otra ciudad, que no me incluya maleta por querer pagar tres duros o yo qué sé qué cojones. Simplemente... danos un presupuesto.

El agente pareció recular un poco, así que pidió disculpas y se mantuvo tecleando durante unos minutos, haciendo clic, clic, clic y mandando archivos a imprimir a una fotocopiadora al otro lado de la oficina. Al cabo de un rato se levantó a por todos esos folios, agarró un bolígrafo rojo y comenzó a explicarles todas las opciones disponibles a las chicas. En su mirada había malicia, como si estuviera diciendo: ¿veis, niñas estúpidas, que yo tenía razón?

Pero Rocío aquel día estaba calentita. Y no por los más de cuarenta grados a la sombra que hacía en Madrid.

—Nena —le dijo a Blanca, en cuanto Julián terminó de comentarles todas las opciones—, entonces ¿con cuál nos quedamos? —Señaló dos de los presupuestos intermedios—. ¿Prefieres suite con vistas a la piscina o mejor este hotel sin suite pero con vistas al mar?

Blanca pilló enseguida la burla en el tono de Rocío, recogió el testigo y continuó:

—Ay, cari, no sé, mientras sea exterior para que me dé la brisa cada mañana... ¿Alguno tiene bufet? —le preguntó directamente al agente de viajes, y luego se giró hacia Rocío—. Ya sabes que yo sin mi té matcha con hielo y bebida de soja no soy nadie, espero que tengan opciones veganas para las comidas y las cenas.

—Los dos tienen bufet —respondió Julián escueto, de pronto molesto.

—Mmm, entonces elige tú, Rocío —sonrió Blanca, mostrándose despreocupada de manera visible—. Yo mientras pueda ponerme morenita para darle envidia a nuestras amigas del club de pádel...

Rocío tuvo que aguantarse la risa, no, la carcajada que borboteaba en su garganta. Tragó saliva con fuerza, se mordió los labios por dentro y desvió la atención de Julián haciendo que se le cayera un cacao para los labios del bolso. Cuando volvió a su posición, después de agacharse, estaba algo más relajada.

—Bueno, entonces lo tenemos decidido, creo yo —dijo, seria.

Finalmente, se decidieron por el hotel cuya habitación era estándar pero con vistas al mar. El precio era... Bueno, mejor no pensarlo demasiado. Pero necesitaban vacaciones, querían compensar a sus amigos con su presencia allí durante unos días y por qué no, ¡pasarlo de puta madre!

Se marchaban en cinco días. Rocío ya estaba pensando en las lavadoras que tendría que poner, en que si pedía bikinis en Shein no le llegarían a tiempo... Sin embargo, la imagen que más se repetía en su mente era la de Blanca y ella paseando por la orilla del mar, cogidas de la mano, respirando calma, paz y tranquilidad. Blanca iría con un vestido vaporoso, como si fuera una ninfa reconciliándose con su tierra llena de deidades, y Rocío la miraría sin necesitar nada más, protegiéndose los ojos del sol, pero pasando tiempo sin estrés por primera vez junto a su amada.