Dejar la puerta del baño abierta no había sido un error, quería... probar. Le había surgido una curiosidad que necesitaba explorar de alguna forma. La típica idea loca que te viene basada en razonamientos tanto lógicos como ilógicos, o incluso a causa de la resaca, pero que se ancla tan profundo en tu cabeza que no puedes dejar de pensar en ella. E Iker no entendía por qué.
Ah, sí.
Porque estaba cachondo a reventar.
El casi haberse acostado con Diego (supuso, pues no recordaba nada) parecía no haber sido suficiente. El habérselo encontrado en calzoncillos en la habitación, queriendo más... Lo odiaba tanto... Y más odiaba excitarse al pensar en él.
Pero quien no se iba de su cabeza era Mauro.
Mauro.
Siempre. Era. Mauro.
Así que le alegró saber que se había atrevido a mirar cuando se había dado la vuelta en la ducha, porque era justo lo que andaba buscando. Era una maldita prueba y Mauro parecía haberla superado.
No pensaba apartar la mirada ni un momento de los ojos de su amigo. No lo haría. Quería ver qué pasaba, a dónde les llevaba todo eso. Lo que fuera que hubiera entre ellos, tanta tensión y tantas tonterías...
¿O quizá se estaba equivocando?
Le temblaban los brazos y las piernas. Estaban rompiendo demasiadas barreras de pronto, ¿o no?
Fuera como fuese, no podía evitarlo. Ahora mismo no pensaba con la cabeza sobre sus hombros, sino con la otra. Por eso cuando llevó su mano a su durísima erección, no pudo negarse a sí mismo soltar un gemido de placer.
Hostia. ¿Hace cuánto no estás así de duro?
Mauro lo miraba y se mordía el labio con un gesto distraído, una traición de su propio cuerpo. Parecía sentirse culpable por mirar, pero ¿no comprendía que era casi una invitación? ¿Que se lo había puesto a huevo?
Era como decirle: Sí, pueden pasar cosas, joder. Date cuenta de una vez, da tú el paso porque yo no puedo. No sé por qué, pero pueden pasar cosas, Maurito. No te saco de mi puta cabeza en ningún momento del día.
Iker cogió aire y, sin desviar la mirada de la de Mauro, comenzó a masturbarse.