—Es que es una movida.
Andrés estaba de brazos cruzados mientras Gael se apoyaba sobre la jamba de la cristalera de la terraza. Hacía un rato que se habían tomado los cócteles y cambiado de ropa, y ahora esperaban a que Mauro e Iker les dieran el aviso para salir a explorar el crucero.
Por eso, en el tiempo muerto, Gael no había podido evitar corroborar a través de Instagram que Oasis se encontraba ahí de verdad y que no había sido un sueño febril.
—Que no me importa, pero yo pensaba pasarlo con ustedes —le dijo Gael, que estaba preocupado de verdad.
Que el chico que le gustaba estuviera a bordo del mismo crucero significaba verle más tiempo, pasar más momentos con él... Y aunque Gael lo ansiaba, al mismo tiempo implicaba también un compromiso que no sabía si estaba dispuesto a afrontar. O a que fuera recíproco. Quizá Oasis tuviera otros planes, ¿no? Al fin y al cabo, estaban en el mayor crucero gay de la historia: el Rainbow Sea. Aquello podría irse de madre con mucha facilidad.
Quizá ni siquiera le hacía caso.
—A ver, que tampoco tenéis que veros todos los días, hija —dijo Andrés, que había aguantado diez minutos de monólogo de rayadas de Gael.
—Pero pues no sé, baby. Imagine que me gusta un man y...
—Tsss. Te voy a parar aquí —le interrumpió Andrés, con las palmas de las manos extendidas—. ¿Te gusta Oasis o no? Porque si en tu cabeza ahora te vas a liar con no sé quién, pues mal vamos, nena.
Gael negó con la cabeza. Luego asintió. Y volvió a negar.