Después de mirar el menú durante un buen rato, se decidieron por pedir varios platos para compartir, incapaces de decidirse por algo único para cada uno. A fin de cuentas, era uno de los lugares más bonitos del crucero, con decoraciones inspiradas en diferentes partes de Latinoamérica, como un batiburrillo mal llevado pero con cierto encanto. Desde calaveras mexicanas del Día de Muertos pasando por cabezas moáis de la Isla de Pascua, velas con formas de pirámides de la civilización inca y algún que otro cuadro de paisajes del Eje Cafetero de Colombia.
Durante los minutos antes de que el camarero les trajera las bebidas, ninguno de los amigos dijo nada. Fue un poco incómodo, para qué mentir, aunque sentían que se habían fallado los unos a los otros. Y luego estaba Andrés, que comenzaba a sentir ciertos remordimientos por tener una excusa extra desconocida por sus amigos para llamarles a esa cena.
Aunque, por supuesto, por encima de todo estaba ponerse al día y recuperar un poquito el tiempo perdido. Como bien había comentado antes Mauro, se les había ido la cabeza.
—Muchas gracias —le dijo Iker con una sonrisa al camarero, el cual se la devolvió sin demasiadas ganas, como si estuviera harto de todo.
Andrés se aguantó las ganas de reír.
—Stop —le dijo—. No todo el mundo es maricón ni te lo tienes que ligar, amore.
Como respuesta, Iker le sacó el dedo corazón y bebió un sorbo de vino. Pero se detuvo en el último instante.
—Ostras. Brindemos.
Alzó la copa unos instantes frente a él, mientras los demás terminaban de servirse y hacían lo propio. Cuando los cristales rechinaron entre ellos, Mauro e Iker cruzaron las miradas durante medio segundo, más que suficiente para ambos, que apartaron la mirada al momento.
Ya con ese primer sorbo de vino blanco en el cuerpo, era el momento de ponerse manos a la obra. Y es que no solo tenían que contarse sus aventuras de las últimas horas, sino sentirse como jubiladas en clase de patchwork para encontrar retazos de su noche y que todo tuviera sentido.
Gael fue el primero en comenzar a narrar su noche. Omitió algunos de los detalles que sentía incomodarían a algunos de los allí presentes, así que admitió haber consumido alguna sustancia: alcohol. Fingiría haber estado demasiado cachondo por las ganas que tenía de estar con Oasis y por haberlo hecho en lugares más o menos públicos delante de gente importante.
Al fin y al cabo, era una verdad a medias.
—Una vez terminamos allá en los lavabos, bajamos a la pista de baile para calmarnos un poco, pero pues con ese calor que hacía allá... Ahí le saludé, ¿recuerda? —le preguntó a Mauro, el cual asintió—. Después de allá, volvimos a ver a las amigas influencers de Oasis y bailamos y bailamos y creo que estuvimos tomando shots.
—Yo os vi en la barra —corroboró Iker, con el ceño fruncido—. Eso o era alguien muy parecido a ti.
—Bueno, entonces seguimos con la fiesta un rato y de pronto, según me contó ahorita Oasis, empecé a ponerme mal y una de sus amigas se había marchado de repente. Él cree que ella me drogó.
Los amigos se quedaron en silencio, expectantes.
Cuando Gael había descubierto que aparte de lo que había tomado al principio de la noche, el alcohol y esa droga nueva que había estado consumiendo con Oasis llamada mefedrona, era probable que alguien le hubiera metido algo más... Se quedó un poco en shock. Oasis le había dicho que era extraño que ambos hubieran terminado dormidos y tan destrozados cuando uno de los principales motivos por los que la mefe se estaba poniendo de moda era justamente aguantar días enteros despierto sin sentir hambre ni sueño y que afectaba al cerebro menos que la cocaína, que era mucho más nociva.
Todo esto pasaba por la mente del colombiano en aquel momento, antes de continuar con su relato. ¿Se estaba arrepintiendo ya de haberse dejado llevar? Trató de disimular la marca que tenía en su brazo, pero Iker fue más rápido.
—¿Qué te ha pasado?
Antes de que Gael pudiera actuar, Iker lo agarró.
—Un pinchazo —dijo. Las palabras quedaron flotando en el aire. Reprobó a Gael con la mirada, como echándole la culpa, y luego su rostro cambió—. No me jodas, ¿aquí también?
Gael asintió con la cabeza.
—Bueno, lo intentaron. Fui rápido. No llegó a inyectar pero sí... Oasis también tiene una marca pero fue porque se tropezó el man. Suelen pinchar algo que llaman chorri o chorra o no sé qué. Y eso como que le deja muerto, sobre todo si toma alcohol.
Mauro asentía como comprendiéndolo, pero era demasiada información de golpe.
—A ver, ¿cómo es eso de que están pinchando o no sé qué? —se atrevió a preguntar finalmente.
Fue Andrés quien, después de darle un buen trago a la copa de vino, lo explicó:
—Hay gente que se está dedicando a ir por las discotecas o sitios de fiesta con jeringuillas.
—No es una tontería —dijo Iker—. Hay que ir a que te revisen, avisar a seguridad, joder. —Se estaba cabreando de verdad.
—Calme —trató de tranquilizarlo Gael—. Ya fui con Oasis a la enfermería y dijeron que a primera vista no parecía que les hubiera dado tiempo, o sea que nada grave, pero pues en cuanto llegue a España toca hacerse revisión. La de siempre, rutina. Iré a Sandoval. No es como que acá estén preparados para hacer análisis completos.
—Podemos ir al médico en Malta, la siguiente parada —se ofreció Andrés. Sabía que le debía aquello, cuando menos, a su amigo—. Te acompaño sin problema.
—Gracias, baby —le respondió Gael, y el agradecimiento era real en su mirada—. Pero dejen la bobada que no me pincharon.
—¿E identificaron quién era? —preguntó Iker, que necesitaba encontrar un culpable. La noticia le había sentado como un jarro de agua fría, pero ante su pregunta, Gael negó con la cabeza—. Joder.
—Iba con la cabeza tapada, mucha oscuridad... Igual puede que sea de la propia isla, ni siquiera del crucero.
—Ya... —terminó por responder Iker, algo abatido.
Después de descubrir lo que podría haber pasado aquella noche con el colombiano, el ambiente se había chafado un poco. Los amigos no tenían tantas ganas de seguir hablando de la fiesta y lo bien que lo habían pasado, así que charlaron de cualquier tontería mientras esperaban a que les sirvieran la comida, la cual sabía espectacular.
Gael había aprovechado para pedirse una bandeja paisa que se comió a duras penas, mientras que Andrés y Mauro habían optado por tacos al pastor acompañados de ensalada. Iker, por su parte, aseguraba ser el más inteligente al haberse pedido un cuarto de libra de carne poco hecha, algo que casi hizo vomitar al resto de sus amigos.
—No sé cómo puedes comerte eso sangrando. —Había sido la primera frase que Mauro le había dicho a Iker desde que se hubiera sentado a la mesa. Si el ambiente era tenso, ahora se había tornado en algo gélido.
Pero Iker se rio, pinchó un trozo de carne y acercó el tenedor a la cara de Mauro.
—Mira qué rojita está —le dijo en tono burlón, haciendo pucheros con la boca.
Los amigos rieron por la tontería y siguieron comiendo, concentrados en recuperar fuerzas y en tratar de averiguar, cada uno por su lado, en cómo habían pasado la noche. Recabando datos, vaya.
—¿Nada más que añadir? —preguntó Andrés al cabo de un rato. Gael miró al techo pensativo y negó con la cabeza—. Entonces... Venga, Iker mismo.
Este cogió aire y empezó a hablar mientras se peleaba con el trozo de carne, que al no estar demasiado cocinado, era difícil de cortar.
—Bueno, yo la última vez que os vi fue en la pista de baile.
—Ibas con alguien —dijo Mauro simplemente, sin mirarlo a la cara.
Iker asintió con la cabeza. ¿Debería de admitir que de verdad no se acordaba de nada?
—Ah, es cierto, usted se fue con el man ese —apuntó Gael. Antes de que él se hubiera marchado con Oasis, había visto cómo Iker cruzaba miradas con un chico muy atractivo y desaparecía entre la multitud.
—Era Diego. Mi excompañero de trabajo, el que me vendió a mi padre —resumió Iker con rapidez. En aquel momento no estaba seguro de haberles contado la historia con detalles a sus amigos... No estaba demasiado orgulloso de nada de lo que había sucedido, a decir verdad, y menos pensar en Leopoldo Gaitán. Solo de hacerlo, se le revolvían las tripas—. Y creo que nos fuimos a beber y a hablar.
—¿Te llevas bien con él? —preguntó Andrés, curioso de verdad.
—No —respondió Iker, tajante—. La verdad es que... Mirad, os voy a ser sincero. —Dejó los cubiertos sobre el plato y se apoyó sobre los codos—. Vi cómo Mauro se piraba con ese hombre y que Andrés se iba con ese chico del cual no nos ha contado nada y del que espero que nos lo cuente todo... Y dije, pues bueno, al menos es alguien que conozco.
—Pero entiendo que le odias. Vamos, yo le odiaría —dijo Andrés.
Mauro y Gael escuchaban el intercambio atentamente. El colombiano también había pausado su ingesta, parecía lleno, mientras que Mauro se distraía de más eligiendo qué trozos caídos en el plato se comía.
—Sí. O sea, no sé. Actué un poco sin cabeza... Tengo recuerdos vagos de tomar muchas copas, una tras otra.
Luego, el silencio. Era evidente para todos los allí presentes que Iker estaba buscando la mejor manera de continuar con su relato, tanteando las palabras idóneas para expresarse.
—Hoy me desperté en su cama. Según él, no hicimos nada y tiene sentido, porque lo odio. No sé por qué...
—Yo os vi —interrumpió Mauro. Lo dijo molesto—. Al cabo de unas horas. Él te rodeaba con el brazo y tú estabas llorando.
—¿Qué?
Nadie daba crédito a sus palabras. ¿Iker Gaitán llorando en medio de una fiesta? Parecía poco probable.
—Anda, anda —intervino Andrés.
Pero Mauro sabía que tenía razón; recordaba lo que había visto a la perfección. Sí, él también había bebido, pero no tanto como para dudar de sus propios ojos.
—Os lo juro. Y era como si Diego te estuviera dando ánimos, no parecía... que te odiara. —Iker se sobresaltó ante aquello—. No escuché nada de lo que decíais, ¿eh? Solo os vi.
—Supongo que de ahí me llevó a su habitación a dormir.
—A dormir... —replicó Mauro.
—No hicimos nada —se defendió Iker, encogiendo los hombros. Parecía tener bastante claro que no había mantenido relaciones con Diego.
—Un mal pedo lo tiene cualquiera —dijo Andrés, tratando de zanjar el asunto, porque entre Mauro e Iker estaba surgiendo de nuevo una tensión que no era para nada cómoda.
Todos volvieron al silencio, jugueteando con la comida en sus platos. La respiración de Iker se hizo notoria al cabo de unos segundos. Parecía alterado. Mauro, por su parte, era incapaz de levantar la mirada del plato. Hasta que lo hizo para buscar a Iker con ella.
Se vieron. De verdad.
Mauro tragó saliva e Iker le hizo un gesto con las cejas como diciéndole que, por favor, le creyera. Y que no se preocupara. Mauro no sabía qué hacer, porque no dejaba de darle vueltas a la imagen de Iker despertando en la cama con otro... y desfogándose con él en el baño de su habitación. Había algo que no terminaba de encajar del todo.
—En fin, así que tu noche fue algo movidita —comentó Andrés, intentando eliminar la tensión en el ambiente—. Llorando y todo, nena.
Iker volvió a ser él mismo y se rio, añadió un par de comentarios jocosos y ahora pusieron el foco en Andrés.
—Bueno, usted sí que estuvo entretenido —le dijo Gael, guiñándole un ojo—. ¿Quién era ese man?
El rubio soltó un largo suspiro.
—La primera noche me fui con él. No hicimos nada tampoco —miró a Iker al decir eso—, porque se quedó frito. ¿Os lo podéis creer? Me rayé y todo.
—Son cosas que pasan —trató de calmarle Iker—. Igual iba muy borracho.
Andrés asintió con la cabeza.
—Claro, pero me quedé un poco sin saber qué hacer. Así que nada, anoche me vio y se acercó para pedirme perdón. Sin más. Luego me secuestraron unas cayetanas, como puse por el grupo. Fue terrible, pero al final... Oye, estuve con ellas bastante tiempo. Se dedicaron a perseguir por toda la discoteca al cantante de Taburete. Una de ellas le tiró las bragas.
Los amigos casi escupieron la comida de la boca a causa de las carcajadas.
—¿Cómo, cómo, cómo? No te creo —dijo Iker.
—Real. Me quedé blanco.
—¿Más? —bromeó Gael.
Antes de continuar con su relato, Andrés le sacó la lengua.
—Cuando se calmaron un poco al ver que los seguratas las perseguían ahora a ellas, nos fuimos con otro grupo de cayetanos. Yo te prometo que pensaba que se burlarían de mí o algo, pero todos me llamaban Carlos 2.0. Resulta que soy igual que un amigo suyo... Y yo que pensaba que era única en este planeta —dramatizó Andrés, con una sonrisa—. Me invitaron a todo. La verdad es que fueron majos. Tenían un reservado.
—¿Arriba? —preguntó Gael—. Allá fue donde yo estuve un ratííísimo.
—No, no, en otro sitio. Pero bueno, que no fue nada del otro mundo. Me dejé llevar.
—Parece que fue lo que todos hicimos anoche —comentó Mauro. La verdad es que Andrés se estaba cansando de su actitud molesta y con tantos comentarios con segundas intenciones.
—Mira, si quieres decir algo, habla —terminó por decirle—. Que estás modo pasivo-agresivo. ¿Qué te pasa?
Como respuesta, Mauro respiró profundamente. Luego añadió:
—No es nada.
—Claro que es algo, baby. —Gael alargó el brazo por la mesa para agarrar la mano libre de Mauro, la que no sostenía el tenedor—. Cuente. ¿Pasó algo con ese daddy?
Mauro negó con la cabeza.
—Es que... Me sentí raro yéndome con él. Estaba un poco rayado, pero eso no importa. Y sí me dio un pico, pero después me fui porque me agobié mucho, me sentí sucio. No me apetecía pasar tiempo con alguien con quien no quería estar, ¿sabéis? —Los tres amigos asintieron, pues comprendían perfectamente esa sensación—. Entonces vi a Iker con ese chico, a Andrés corriendo con un grupo de tres chicas por el fondo, a Gael y a Oasis bailando un montón en el medio de la pista de baile... Me sentí bastante solo.
El primero en reaccionar fue Andrés, que estaba a su lado. Le rodeó con el brazo, como dándole un abrazo. Apoyó la cabeza en el hueco del hombro de su amigo.
—Habernos dicho algo.
—No, es que me rayó mucho lo que pusiste en el grupo —terminó por confesar Mauro. Se relajó de pronto, como si todo lo que hubiera estado aguantando se debiera tan solo a eso.
Andrés se quedó de piedra. Rudo, dirigió la mirada hacia Iker, que tenía los ojos abiertos como platos. Todos se miraron entre sí sin hacer ningún gesto, dejando que las palabras de Mauro se asentaran.
—Y-y eso ¿por qué? —Andrés casi se atragantó—. Era una bromaaa.
Pero no colaba. Todos los sabían.
—Da igual —se rindió Mauro, negando con la cabeza. Volvió a concentrarse en sus tacos, ya descompuestos sobre el plato, con los que ahora jugaba con su tenedor—. Si no llega a ser por mí, ni os acordáis de lo que hicisteis anoche.
—Ve —dijo Gael, lo que todos interpretaron como algo afirmativo.
En ese momento, a Mauro le daba vueltas la cabeza. ¿Por qué había sido tan idiota de decir aquello en voz alta? Pero es que no podía más. No solo la noche había sido una locura para los amigos, sino que hacía unas horas Iker se había masturbado delante de él y, además, Andrés había puesto eso en el grupo y como que todo era demasiado evidente, pero él era incapaz de verlo o creerlo. Necesitaba aclararlo con Andrés: ¿pensaba de verdad que podría surgir algo entre ellos?
Su propia fortaleza, esa que él mismo había conseguido crear con el paso del tiempo, se resquebrajaba en momentos como aquel, donde se veía demasiado inferior, demasiado pequeño, demasiado feo. Pasaba de tener esperanza e ilusionarse a aplastarlas él mismo.
Todo era demasiado raro.
—Así que, nena, termina de contarnos —dijo Andrés, con tono cantarín.
Mauro puso todos sus esfuerzos en recordar el resto de la noche, más allá de lo que acababa de contar.
—Pues nada más, la verdad. Luego me dediqué a dar vueltas por el crucero, las terrazas y eso. Tomé el aire... No mucho más.
—Pues vaya. —Andrés parecía decepcionado—. Mira que la historia con el sugar daddy habría sido supermolona, rey. ¿Te marchaste sin decirle nada?
—Creo que sí... Es que no estoy del todo seguro... Me despisté.
Estaba claro con qué se había despistado. Vaya, con lo de Iker, pero nadie lo afirmaría en voz alta. Tampoco pudieron, porque el camarero apareció de pronto preguntando si necesitaban algo más o todo estaba bien.
—Más vino, ¿no? —Fue Iker que, con una sonrisa, parecía querer ahogar las penas en alcohol. Como siempre.
Los amigos asintieron y cuando el camarero volvió con otra botella, parecía que los ánimos se hubieran reanimado milagrosamente. Por un lado, haber recuperado parte de los recuerdos que cada uno había olvidado les había venido más que bien y, por otra, el haberse juntado de nuevo sin tanta fiesta que los pudiera distraer.
Se pusieron al día del resto de temas: el libro de Andrés, la relación de Oasis y Gael —que Iker escuchó en silencio sin aportar nada, apreciando cada matiz en el tono de su amigo para entenderlo mejor—, cómo se sentía Mauro visitando tantos lugares en tan poco tiempo después de una vida en el pueblo o cómo Iker juraba haber visto a un par de famosos caminando por el crucero.
A veces se olvidaban de lo a gusto que se estaba sin tanta tontería de por medio.