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Gael

copas

—Parce, ni de coña —dijo Gael, negando con la cabeza.

Se encontraban a la entrada del lujoso Forchettone, uno de los restaurantes/bar de copas del crucero más lujoso. Estaba en una zona más apartada, con menos ruido, y contaba con su propia pista de baile de madrugada, que incluía desde una terraza de dos plantas con vistas al mar a aspersores de agua para las noches de más calor, por no hablar de que a ciertas horas los camareros se quitaban la ropa y hacían striptease. Solo por los comensales que se encontraban allí cenando deliciosos platos de pasta y pizzas caseras, se podía apreciar que su nivel de vida era mayor, aunque eso no quitara que muchos de ellos fueran a ver ese espectáculo tan... caliente.

—Enseguida les encuentro una mesa —comentó la mujer con pajarita y traje que, desde la puerta abierta de par en par, controlaba las reservas y el acceso.

—Es solo para tomar algo —repitió Iker—. A ser posible fuera, en el segundo piso.

—Compruebo en un momento si tenemos disponibilidad.

Cómo no, el restaurante pijo contaba con una zona preciosa a la luz de las velas, lamparillas y decenas de plantas de todos los colores. Era romántico, a decir verdad, y Gael pensó que no estaría mal cenar alguna noche allí con Oasis. Sería bonito tomarse de la mano, con la brisa marina golpeando sus caras y sonrisas, mientras disfrutaban de una buena comida y esos cócteles multicolor que tenían una pinta increíble.

La mujer desapareció durante un momento para comprobar si había sitio fuera.

Ese era el plan de Iker: distraerla.

Gael sentía que se iba a desmayar. ¿Y por qué por una vez parecía ser el único con dos dedos de frente? Tanto Andrés como Mauro se habían apuntado al plan de Iker sin pensarlo, molestos por el feo que les había hecho la organización con el tema del dinero.

—Venga —animó Iker, acercándose un poco más a la entrada. En cuanto dieron unos pasos, el olor a queso fundido atravesó sus fosas nasales.

—Estoy que vomito —se quejó Gael, llevándose las manos al estómago. Aún notaba el puré de patatas en la garganta. ¡Acababan de cenar, maldita sea! Y no le había sentado nada bien ese cóctel cutre que se había tomado hacía tan solo unos minutos.

—Si creen que vamos a pagar un cóctel de mierda con su dinero de mierda... —dijo Iker, apretando los puños, casi vengativo.

Se cree en pura película de Vengadores, machi.

A la izquierda de la puerta, a escasos centímetros, se encontraba la barra del bar donde varios camareros se dedicaban a preparar diferentes bebidas en ese momento. Eran completas: micheladas por los bordes, con espuma e incluso purpurina. Vale, seguían estando en un crucero gay, algo que parecía haber desaparecido en cuanto habían llegado a esa zona del Rainbow Sea.

—Venga, venga —dijo de nuevo Iker.

El primer paso debía darlo Mauro. Entraba dentro de lo que mejor se le daba: ser un maldito torpe. Así que eso hizo. Fingió tropezarse consigo mismo para empujar a Iker y Andrés hacia dentro. Ambos se cayeron casi a cámara lenta, forzando demasiado los pasos y la cara para que no quedara ni rastro de duda de que no era fingido. Andrés cayó sobre sus hombros, en la barra, e Iker un poco más hacia delante, tapándole con su cuerpo enorme.

Sin pensárselo dos veces y mientras Mauro lloriqueaba en el suelo aguantándose la risa —Gael no se movía ni un pelo, atento a su momento—, Andrés escaló como pudo por la barra, alargó un brazo y...

Victoria.

Le lanzó la botella de whisky de un litro a Gael, que la cogió; temía que sus palmas sudorosas le traicionaran y se le escurriera contra el suelo, dejándolo todo perdido, pero no pasó. Sin embargo, en cuanto sus amigos se dieron la vuelta corriendo para comenzar la fase dos del plan, Gael se encontró de frente con la mujer que se encargaba de las reservas. Sus ojos, abiertos como platos, se tornaron acusadores enseguida.

—¡CORRED, CORRED! —gritó Mauro al tiempo que Iker le cogía de la mano; casi salió volando del tirón que le dio.

Gael cogió aire, asió con fuerza la enorme botella entre sus brazos, y salieron pitando por donde habían venido. Subieron y bajaron escaleras, giraron tantas veces que se sintió a punto de vomitar por segunda vez en cuestión de minutos, pero para cuando por fin llegaron a la punta contraria del crucero, en una pequeña terraza con vistas al mar, celebraron el robo con éxito, saltando y abrazándose, eufóricos.

—Que se jodan —dijo Iker, alzando la botella hacia el cielo.

—Ve, yo nunca vi esa marca —comentó Gael, de pronto curioso, cogiéndola de las manos de Iker. La examinó y buscó rápidamente en Google. Tragó saliva al ver los resultados—. Babies, yo creo que nos metemos en buen lío con esta botella...

Iker frunció el ceño.

—¿Qué pasa?

Cuando Gael mostró la pantalla a los amigos, todos abrieron los ojos sorprendidos. No, aquella expresión se quedaba corta. Más que sorprendidos.

—Pero ¿cómo-cómo? N-no entiendo —comenzó a tartamudear Mauro; en su mirada había miedo, temor. Se leía perfectamente que temía entrar en la cárcel por esa tontería, lo que siempre pensaba cuando hacían algo un poquito fuera de la norma.

—Eso tiene que estar mal —dijo tajante Andrés, pero sin dejar de mirar el iPhone de Gael.

—Bueno, pues no importa. ¡Ni siquiera sabíamos que existían botellas de whisky de seiscientos euros! Así que mira, mejor para nosotros. Estará más rico, seguro —celebró Iker, recuperando la botella, de nuevo en sus manos—. Que no decaiga el ánimo. ¡Y que se jodan por habernos toreado!

Las palabras de Iker tardaron unos segundos en hacer efecto, pero los amigos se dejaron llevar por la felicidad, la adrenalina y el saber que habían robado la que quizá era la botella más cara de todo el crucero. Gael guardó el teléfono, hizo una broma sobre que aquella bebida costaba casi lo mismo que un mes de alquiler y volvieron a saltar y celebrar.

Entonces la abrieron y se la pasaron, bebiendo directamente a morro y comentando cómo se habían sentido en una película de espías, con un plan sin fallas, corriendo, distrayendo al enemigo...

Claro que esa diversión se terminó en cuanto dos guardias de seguridad aparecieron detrás de ellos con cara de pocos amigos.