Ir de compras por el centro siempre era una tarea horrible, y más en pleno agosto. Lo bueno era que casi ningún madrileño se quedaba en la capital y la gente que paseaba por las calles eran turistas en su mayoría. Vamos, que las tiendas de ropa no estaban demasiado llenas, y así podía disfrutar del aire acondicionado.
Por eso al llegar a casa, cargando bolsas de papel reciclado con asas endiabladamente incómodas, no tuvieron energía ni para calentar una lasaña del Mercadona en el horno. Pidieron al kebab de abajo lo primero que se les pasó por la cabeza (Rocío, siempre completo y mixto; Blanca, sin lechuga y doble de salsa blanca).
Estaban destrozadas. Sentían las plantas de los pies quemadas por caminar tanto a cuarenta grados. ¡Madrid era un horno! En aquel momento, ya habían terminado de cenar y decidían qué película podrían ver en los servicios de streaming que tenían contratados.
—En serio, a veces me siento idiota.
—¿Por qué, nena?
Blanca puso los ojos en blanco, en actitud molesta. Golpeó el sofá con el mando a distancia.
—O sea, pagamos una pasta cada mes para tener trescientos millones de películas y justo la que quiero ver, no está. —Hablaba mientras gesticulaba mucho—. Es que encima te pone: ¿quizá has querido decir no-sé-qué título? Y vas y le das y te dice que no está disponible. Es que... Aaah.
Rocío miró a su chica sin saber muy bien cómo sentirse. Desde hacía unos días estaba como nerviosa, y se notaba en su actitud. Como por ejemplo, cabrearse porque Netflix no tuviera la película que ella quería ver en ese momento.
—Bueno, pero eso ha pasado siempre —trató de calmarla.
—Si es que al final me voy a comprar un loro, ponerme un parche y tirar por el pirateo.
—Eres más tonta...
—Lo digo en serio —replicó Blanca enfurruñada y lanzó el mando en dirección a Rocío—. Elige tú mejor, lo que sea. Ya estoy harta. Y total, me va a entrar el sueño como siempre a media peli. Así que me la suda. Hala, habéis ganado, plataformas de streaming.
Rocío cogió el mando y buscó en la categoría de comedias románticas. Según avanzaba, leía títulos y veía pósteres, volvió a sentir en el pecho esa sensación tan extraña que se le quedaba cada vez que miraba la cartelera o leía posts sobre las nuevas películas que protagonizarían sus actrices favoritas.
No había nada —o casi nada— donde se sintiera completamente representada. ¿Dónde estaban las comedias románticas de lesbianas? Alguna había por ahí perdida en algún catálogo, pero vamos, ninguna era icónica al nivel de las clásicas para heterosexuales. Ella quería un Pretty Woman, donde una empresaria millonaria le comprara Funkos, o una Chicas Malas en la que Janis fuera lesbiana en realidad y comenzara una relación con Regina George. Además, en cuanto salía algo interesante, terminaba por tener malas críticas o, si era una serie, cancelarse.
—Ay, mira, esta misma —dijo Rocío, dándose por vencida y emitiendo un largo suspiro al tiempo que pulsaba sobre cualquier cosa.
Puso el aire acondicionado a dieciocho grados y se acurrucó junto a Blanca.
Cuando el ambiente comenzó a estar mucho más fresquito, Rocío se dispuso a acariciar el muslo de su novia con la mano. Le encantaban sus piernas y cómo estaban casi al completo fuera del pantalón, que era muy finito, muy corto y dejaban poco a la imaginación. Rocío no pudo evitar que uno de sus dedos jugueteara con esa misma tela y lo introdujo dentro para rozar mejor su piel. Tampoco pudo evitar que no tardara demasiado tiempo en que ese dedo comenzara a subir poco a poco para tocar esas partes más delicadas, de piel más fina, con más terminaciones nerviosas.
Blanca no llevaba nada debajo del pantalón.
Rocío se mordió los labios cuando notó la libertad con la punta del dedo índice.
Para comprobar que era un buen momento para seguir adelante, Rocío ladeó la cabeza para mirar a Blanca, que tenía los ojos cerrados, disfrutando. Parecía tensa, eso sí. Pero de igual modo, Rocío se envalentonó, sabiendo que el deseo las recorría a ambas ahora que el calor no era tan mortal, y continuó jugando con ese dedo travieso debajo del minipantalón.
El primer gemido de Blanca no se hizo esperar. Rocío tan solo estaba tocando de forma delicada, casi masajeando en algunos puntos, ejerciendo un poquito de presión. Después, se llevó los dedos a la boca y los impregnó de saliva para poder continuar sin tanta sequedad. Al volver, se dio cuenta de que Blanca ya estaba algo húmeda.
—Pfff —dijo, sin poder evitarlo.
Rocío dirigió la otra mano a su entrepierna e hizo los mismos movimientos circulares que le estaba realizando a su novia. Todo era lento, para disfrutar de cada milímetro, de cada segundo, de cada...
—Lo siento —dijo de pronto Blanca. Apartó el brazo de Rocío con cuidado de no parecer demasiado brusca y cerró las piernas—. No estoy... —buscó las palabras, pero no las encontró—. Hoy no estoy, perdona.
Rocío suspiró y volvió a tumbarse sobre su pierna, no sin antes darle un pico en los labios a Blanca y decirle:
—No pasa nada.
Al cabo de media hora, las dos se habían quedado dormidas mientras una película mala se reproducía de fondo.