Las dos y media de la mañana. Al día siguiente, en torno al mediodía, ya podrían disfrutar de Malta. Si no se iba a dormir pronto, se arrepentiría, porque el plan era hacer turismo exprés; lo tenía más claro que el agua: el dolor de piernas, el dolor de espalda... Ya comenzaba a notarlos.
Pero estaba frente a Iker, tomando cerveza.
Su amigo estaba borracho.
Tanto Gael como Andrés se habían marchado hacía un rato. El primero casi había corrido en cuanto Oasis le había escrito para que se vieran, y el segundo pareció ensimismado consigo mismo de la nada, como en un discurso interno, y se disculpó cuando se marchó a, según él, poner en orden sus ideas.
Así que se habían quedado allí, en una de las terrazas. Pasaban la tarjeta con estrellitas cada vez que pedían una ronda. Las cervezas de Mauro eran con limón; las de Iker, con un chorro de tequila.
¿Cómo no iba a estar pedo?
En parte era algo incómodo, porque no hablaban demasiado. Se miraban mucho, eso sí, y si charlaban, era sobre el crucero o las visitas que querían hacer en Malta o Mikonos.
Entonces el DJ, que Mauro reconocía de vista, pasó por su lado de la mano con un hombre del mismo estilo que Iker: alto, rudo, con mucho músculo. A veces, pensó Mauro, se cansaba de que todo fuera tan... perfecto a su alrededor.
Echó la vista abajo para mirarse la barriga y luego se terminó la jarra de cerveza de un trago.