Venga, no me jodas. Y ahora me tocan estos delante de Mauro. No es el momento. Con lo borracho que voy...
—¡Mira quién está por aquí! Unos yéndose a la cama y los otros de fiesta —bromeó Jaume dándole un apretón a Iker en el hombro.
Este no sonrió de primeras, porque no estaba demasiado seguro de querer hablar con la pareja, y menos en un momento como aquel, cuando se encontraba a punto de lanzarse a sacar el tema de lo que había ocurrido en la ducha hacía apenas unas horas. Y, bueno, sobre lo demás...
Sin embargo, al final fue la mirada de incomodidad de Mauro (¿o eran celos?) lo que hizo que siguiera el juego con rapidez para que Jaume y su chico se marcharan cuanto antes.
—Sí, sí, aquí estamos empezando la noche... ¿Y vosotros ya a dormir? Debéis estar agotados —recondujo como pudo Iker, tirándosela de manera indirecta.
—La verdad es que... uff. Tengo familia en Malta. Nos escaparemos un ratito a su casa, que hace mucho que no los veo. Así que queremos estar descansados —le dijo Jaume.
—Claro, claro. Un descanso, porque lleváis un trote... Hay que descansar siempre —bromeó Iker. Ellos se rieron y luego Jaume buscó de forma evidente la risa en la cara de Mauro, que tan solo los observaba como quien miraba al vacío.
—Bueno, os dejo —dijo rápidamente Jaume, al percatarse de la frialdad de este último—. Siento si hemos interrumpido algo.
Se despidieron con un saludo de la mano y al cabo de unos segundos la calma había vuelto a instaurarse entre ellos dos. Solos.
Vale, ahora sí.
—Yo... Mauro, quiero hablarte de algo.
Este alzó la mirada. En su rostro se reflejaba la curiosidad y un poquito de miedo. Cuando Iker decía que con solo mirarle, sabía lo que sentía, no era mentira. Era como si lo conociera al detalle.
—Vas un poco borracho, ¿estás seguro?
Iker asintió con la cabeza.
¿Estás seguro de verdad?
—Lo de esta mañana ha sido... Bueno —casi se arrepintió de haber comenzado así—, a la mierda. No ha sido raro. No ha sido una locura, al menos por mi parte. Quería hacerlo. Espero que no te haya hecho sentir incómodo.
Estaba claro que Mauro no esperaba que Iker hablara de ello de una forma tan directa y se echó hacia atrás en la silla, poniendo distancia entre ellos.
—Para nada, solo que no me lo esperaba —dijo al cabo de un rato, tras sopesar sus palabras.
—Como has desaparecido...
Iker bebió después de decir aquello. Le había rayado durante todo el día que Mauro se hubiera esfumado no solo después de la escena de la ducha, sino durante todo el día, y que hubiera reaparecido como por arte de magia a la hora de la cena.
—Tenía demasiadas cosas en la cabeza. —Mauro estaba visiblemente nervioso. Tanto que fue a beber de su jarra y, aun estando vacía, se la llevó a la boca. Al posarla de nuevo sobre la mesa, suspiró—. Lo entiendes, ¿no? Que... ha sido inesperado.
Eso era lo que Iker se temía. ¿Por qué había actuado de esa forma? Una parte de su cabeza le decía que era por Diego, que le había puesto cachondo y... Pero no, lo había hecho porque de verdad quería mostrarle a Mauro sus intenciones.
—Perdona, en serio. La he cagado al máximo. Es que no sé... Me cuesta expresarme con palabras a veces. Cuando se trata de mí, es difícil.
—No, Iker. No la has cagado. —Mauro habló con serenidad, para su sorpresa. Estaba serio. Le temblaba el labio inferior—. Pero necesito que hablemos de una vez por todas. No quiero seguir tirando de una cuerda que parece que va a romperse en todo momento. Es una tensión que aparece y desaparece todo el rato y me estoy empezando a cansar.
Iker apoyó los codos sobre la mesa, sintiendo que se le escapaba, que todo se le iba a la mierda. Era un estúpido.
—Mauro, yo... Tengo que decirte que no entiendo nada de lo que me está pasando. Pienso en ese beso, en esa noche tumbados después de lo del funeral... —Tuvo que hacer una pausa cuando notó que le picaban los ojos—. De verdad que no hay nadie en el mundo ahora mismo que esté más hecho un lío que yo. Pero tengo una cosa clara, una voz en mi cabeza que quiero ignorar porque en el pasado me han hecho tanto daño que soy un cobarde y no tengo fuerzas para enfrentarme de nuevo a eso.
Mauro tragó saliva.
Iker bebió para animarse.
Ninguno de los dos dijo nada durante unos cuantos minutos; tan solo se miraron a los ojos, respirando, sintiendo la brisa del mar.
Al cabo de un rato, Iker cogió aire. Le temblaba todo el cuerpo, le dolía la cabeza. Las piernas, con un tic nervioso bajo la mesa. Pero dio el paso que tanto temía dar.
—Creo que siento algo por ti, Maurito. Lo sé desde hace tiempo, pero he decidido ignorarlo. Por ti, para no hacerte daño. Por mí, para no hacérmelo. Siento que le haya dado tantas vueltas, siento llegar tan tarde o habértelo mostrado de la única forma que sé esta mañana. Verte con Héctor fue más que suficiente para confirmarme lo que siento, y he estado desde entonces sin saber muy bien hacia dónde mirar, qué hacer o qué sentir. He cometido errores y lo sé, de verdad que lo siento, pero solo quería decírtelo. Para que lo supieras —añadió, viendo que Mauro no respondía. De hecho, parecía que le hubiera dado un paro cardiaco, pues lo miraba con los ojos completamente abiertos, la cara roja y se sujetaba con fuerza a la mesa, los dedos blancos de la presión, el pecho subiendo y bajando con velocidad.
—No sé qué decir —dijo al cabo de un rato, con los ánimos más calmados.
Iker sentía que se iba a desmayar. No eran las cervezas con tequila que llevaba, que eran unas cuantas, era el hecho de haberse abierto de aquella manera y tan de repente con Mauro, su mejor amigo, quien le había acompañado en sus idas y venidas durante tantos meses. ¿Sería recíproco? ¿De verdad había alguna posibilidad de...?
—Tampoco hace falta que digas nada —terminó por decir.
La forma en la que Iker dejó escapar aquellas palabras por sus labios estaba llena de dolor. Vale, había sido un idiota. Si Mauro no sabía qué responder, era por algo, ¿no? Estaba claro. Quizá lo había malinterpretado todo de nuevo, se había vuelto loco, o la había cagado totalmente con la tontería de la ducha. Por qué se había dejado llevar por la ebriedad en aquel momento sabiendo que su relación con Mauro podría ponerse en jaque era todo un misterio, aunque se sentía mucho más liberado, que se había quitado un peso de los hombros. Al menos, se consoló, ganaba en tranquilidad.
—No me lo esperaba —concluyó Mauro al cabo de un par de minutos más durante los que Iker había apurado la cerveza casi entera. Aún la notaba bajar por su garganta.
Dios, estoy muy pedo.
—Igual es mejor que nos vayamos a la cama —comentó Mauro, como quien no quiere la cosa, sin mirarle, de soslayo.
Después de eso, Iker no se acordaba de nada más.