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Gael

copas

Ni siquiera ir de la mano con Oasis hacía que Gael disfrutase de Malta. Por lo poco que había visto, podía decir que era un lugar precioso, aunque cualquier cosa le habría sorprendido porque estaba enamorado del viejo continente. Siempre quedaba fascinado con la historia y la manera en la que en Europa se conservaban estructuras tan antiguas de siglos y siglos de antigüedad en tan buen estado. Lamentablemente, en el suyo eso no existía, y la culpa era de los mismos europeos. A veces pensaba en eso y le daba mucha rabia. Era un tema que no tocaba demasiado porque siempre terminaba discutiendo, pero ver monumentos, estatuas e iglesias como las que había en ciudades centenarias como aquella le hacían sentirse diferente, como si fuera una experiencia religiosa. Y también, a veces, se le pasaba esa rabia contenida.

—Vaya plan, ¿no? —dijo Oasis en un momento dado.

Iker seguía sin aparecer, Mauro no había abierto la boca en toda la ruta y Andrés trataba de mostrarse un poquito sonriente, sacando temas de conversación que no llegaban a ninguna parte, pero se notaba que lo estaba pasando mal y que en verdad se rompería en mil pedazos en cualquier momento. Vamos, que si le dejaban solo cinco minutos se pondría a llorar como un loco.

—Lo siento, baby —se disculpó Gael, aunque no tuviera demasiado de lo que disculparse. Sí se sentía un poco mal por la situación que le había tocado vivir a Oasis. Parecía que aquel viaje solo les estuviera dando buenos momentos de verdad cuando estaban juntos, y no...

—Vamos. —Oasis le hizo un gesto con la mano hacia unos baños públicos a unos metros, interrumpiendo sus pensamientos.

Gael frunció el ceño, pero tampoco se negó.

—No me apetece ni un besito, bebé, ya lo siento —le dijo como aviso, a lo que Oasis respondió con un ademán para indicarle que no se trataba de eso—. Estoy cero arrecho.

Cuando entraron después de hacer cola durante unos minutos, Oasis sacó rápidamente de la riñonera de Dior que llevaba en la cadera una bolsa transparente con un polvo blanco.

—Un pase de mefe, venga. Uno bien fuerte y te pones contento —le dijo con una sonrisa.

Lo primero que pensó Gael es que tan solo era mediodía. Aún no habían comido y la situación no era quizá la mejor para ponerse a consumir. Además de que ni siquiera estaban bebiendo. ¿A qué venía aquello?

Pero...

Pero igual sí que ayudaba. Al menos, consideraba que necesitaba algo que le subiera un poquito los ánimos, porque si se dejaba arrastrar por esos dos... Terminarían por amargarle el día.

—¿Es lo del otro día?

Oasis asintió. Entonces Gael recordó la felicidad que le había embargado, esa fuerza para romper con todo y seguir adelante, no tener sueño ni hambre, solo ganas de vivir la vida con intensidad y sin preocuparse demasiado por los problemas terrenales. Eso antes de que lo mezclaran con a saber qué y terminara dormido y sin ningún recuerdo... Así que oye, ¿por qué no saber qué le causaba aquella cosa sin que interfiriera con nada más?

¿En serio va a hacer eso, parce? Gas.

Con la ayuda de una llave, cada uno de ellos terminó metiéndose una raya bastante cargada. Una por cada orificio nasal. El cuerpo de Gael tembló. Notó cómo entraba por su nariz y siguió mentalmente el camino que hacía ese polvito; a los pocos segundos, lo sintió por la parte trasera de la garganta mientras tragaba, bajando por el resto de su cuerpo.

—Joder —se quejó.

Está fuerte. Le va a quemar el tabique. Usted no aprende.

—Está fuerte. Mejor —sonrió de nuevo Oasis mientras lo volvía a guardar en un bolsillo secreto de la riñonera—. Espera, que tienes un poco aquí.

El gesto fue íntimo: el dedo de Oasis tocándole la nariz a Gael, que dejó de estar manchada.

—Venga, seguro que ahora los ánimos mejoran —le prometió Oasis.

Obvio, tontín. Se está drogando.

Cuando salieron del baño, el sol brillaba con más intensidad, hacía más calor y Andrés y Mauro miraban sus teléfonos sin hablarse entre ellos. Pero algo dentro del colombiano sabía que todo saldría bien, que se querrían hasta la muerte y que la vida era para disfrutarla. Apretó con fuerza la mano de Oasis y le pidió a Dios, a quien rara vez le pedía algo, que aquello no fuera un indicio de que su pasado volvía a llamar a su puerta.

Meneó la cabeza para apartar los pensamientos negativos y sonrió cuando se reencontró con sus amigos, como si no hubiera pasado nada fuera de lo habitual dentro de ese baño.

Y, en realidad, había ocurrido algo más grave de lo que en un primer momento se hubiera imaginado. Pero algunas consecuencias no se ven hasta que es demasiado tarde.