Decidieron volver más pronto que tarde al Rainbow Sea. Al menos, Oasis parecía algo harto de tanto caminar. Llevaba un par de días un poco desconectado de sus amigas influencers, porque según él:
—Estoy hasta el papo de tener que fingir una sonrisa, porque contigo eso no me pasa y lo prefiero así. Me sale solo.
Cuando llegaron al puerto, había bastantes personas haciendo fila esperando para subir. Parecía un gallinero. Además, a primera vista, había más cuerpos que camisetas, porque quien no la tenía quitada por completo había optado por tirantes tan finos que parecían hilos sobre sus hombros. Un tipo de ropa habitual en los gimnasios del centro de Madrid, pero desde luego, nada que Gael se pondría para un día de turismo en una isla mediterránea. Acabaría con los hombros quemados.
—Bueno, ¿esta noche? ¿Plan? —le preguntó Oasis con una sonrisa y señalando su riñonera.
Gael no tuvo tiempo de contestar, porque alguien pasó por su lado y lo golpeó de muy malas formas. Casi se cayó el suelo, pero Oasis estuvo ahí para sujetarlo.
—Ten cuidado, gilipollas —dijo el influencer, visiblemente indignado.
Pero quien había golpeado a Gael dejó claras sus intenciones, porque se volvió con cara de muy mala hostia y miró al colombiano a los ojos.
—Vea, usted la pasa bien rico allá donde vaya, ¿sí? Pues tome, gonorrea.
Felipe acompañó esas últimas palabras con otro empellón en el pecho de Gael. La gente a su alrededor comenzó a darse la vuelta y comentar que estaba sucediendo algo. Antes de que Gael respondiera o atacara, miró a Oasis.
Le dio mucha pena cómo le devolvió la mirada. Parecía... asustado.
—Sabe que le doy una pela que no quiere más, así que márchese y déjeme tranquilo, hijueputa. —Gael trató de mostrar toda su rabia en esas palabras, en la mandíbula tensa, en las babas que habían salido despedidas por cómo había apretado los dientes al hablar.
Pero Felipe apestaba a alcohol. Muchísimo. Antes de que dijera nada, su aliento ya rodeaba a Gael, como un olor salido del mismo infierno. Su expareja se acercó poco a poco y sacó el dedo índice para apoyarlo sobre el pecho de Gael, quien lo apartó de un manotazo casi al instante. Felipe, sin embargo, volvió a repetir el movimiento con más lentitud. Ahora era incluso más amenazador que antes.
—Me va a dejar vivir tranquilo, parce —comenzó Felipe—, hasta que pueda recuperarlo, ¿sí escuchó? —Luego se acercó un poco más para susurrarle—: Y probé verga por todos lados, pero la suya sigue siendo una delicia.
Gael tragó saliva sin saber qué responder, porque se esperaba de todo menos... eso. Sin que se diera cuenta, Felipe desapareció con sus amigos entre la muchedumbre. Todos daban tumbos, así que supuso que su medio día de turismo había consistido en emborracharse en la isla durante horas. Nunca había sido un chico demasiado interesado en nada más que en salir de fiesta y poco más.
—¿Estás bien? Lo siento, no he sabido qué hacer, estas cosas me dan miedo —se disculpó Oasis como pudo. Parecía verdaderamente apurado, como si le hubiera fallado.
—No se preocupe. No hace falta que nadie me defienda —le dijo Gael con una sonrisa. Era verdad, de haber tratado de defenderle, es probable que se hubiera puesto mucho peor la cosa.
—¿Quién era? No he entendido nada. Uf. Me ha dejado mal cuerpo y todo. Le conocías, ¿no?
Antes de contarle la historia, que prometió que lo haría mientras se tomaban algo en la piscina de color rosa de la Zona D en cuanto entraran, Gael debía asimilar que Felipe quisiera volver con él. No tenía sentido pasado tanto tiempo desde que lo hubieran echado del piso y supuso que se trataba más de delirios propios del calor y el alcohol que de un anhelo real, pero de igual forma sintió algo de miedo. Porque conocía a Felipe a la perfección y si le había liado aquella movida tan grande en su propia casa, no quería imaginarse a bordo de un crucero.
Y la última frase que le había dicho... Gael tuvo que tragar saliva al revivir el momento. No, su cuerpo no había reaccionado de ninguna manera. No al menos después de haber probado cómo era el sexo con Oasis, infinitamente mejor que cualquiera que hubiera tenido en el pasado. Y era porque la conexión que sentía con él, esa tensión sexual continua pero también llena de cariño, jamás la había tenido con nadie.
Todo parecía surgir, fluir. Era bastante puro, a decir verdad. Quitando el tema del consumo —en el cual trataba siempre de no pensar por todos los medios y, en cuanto aparecía por su mente, se distraía con cualquier cosa—, todo estaba saliendo a pedir de boca. Era un cariño especial, como si estuvieran construyendo algo sin tener claras las bases, pero no importaba porque eso era parte de lo que estaban experimentando.
Así las cosas, Gael cogió de la mano a Oasis para adentrarse en el crucero. El mero contacto de sus extremidades ya hizo que todo volviera a encajar de nuevo.