Gael estaba intentando no beber demasiado. Algunas de las copas parecían estar incluidas, las sencillas, nada de cócteles más complicados. Los chupitos también había que pagarlos y cuando había visto el aguardiente de tapa azul, se le había antojado demasiado. Siete euros cada chupito. Era un robo, pero... se había tomado uno.
Todavía no les habían ingresado el dinero prometido en el viaje. De hecho, no tenían ninguna noticia al respecto y Gael se temía que no iba a terminar bien. ¿Alguien se fiaba, acaso? Todo sonaba demasiado bonito como para ser verdad, aunque con los precios de las cosas que no iban incluidas estaba, honestamente, flipando. No se quería ni imaginar Mikonos, porque todo el mundo le había advertido de lo caro que era allí hasta tomarte un agua en cualquier bar. Decidió no pensar en eso demasiado; ya se preocuparía más adelante. Así que decidió pedirse otro chupito para aclarar un poco la mente y permitirse disfrutar.
—Oye, te vas a poner fina —le advirtió Iker, quien le había acompañado en esa segunda ocasión a la barra. La brisa marina le despeinaba un poco el pelo, que ahora lo tenía un poquito más largo de lo habitual—. Invítame a uno, venga. Que hace tiempo no tomamos guaro.
Brindaron, se quejaron del ardor en la garganta cuando el alcohol pasó por ella y volvieron a la pista de baile. Por el camino, Gael vio bastante revuelo en uno de los laterales, en el lado opuesto al que Andrés había ido. Y como si fuera una aparición de estas de la Virgen, con aro de luz y todo, pudo ver a Oasis. Destacaba entre todo el grupo de personas a su alrededor. Había ráfagas de luz, además. Gael pestañeó rápido, por si se trataba de algún tipo de alucinación. Pero no, había un hombre de rodillas con una cámara enorme entre las manos sacándole fotos a Oasis y a sus amigos y amigas influencers.
—¿Sabías que venía?
Era Mauro, que se le había acercado por un lateral, apareciendo de la nada.
—No, no tenía ni idea. Llevamos unos días donde hablamos un poco más intermitente... Es raro.
Venga, ahora no toca drama ni abrirse, bebé. Usted siga con la fiesta.
—Tampoco hace falta hablar a todas horas. —Mauro se encogió de hombros. Tenía las mejillas rojas por culpa del calor casi efervescente de aquella pista de baile y, por supuesto, de las copas. Y la humedad, claro.
—No sé, baby. ¿Cree que vaya a saludarle?
Mauro, como respuesta, le dio una cachetada en el culo como diciéndole: venga, atrévete. Gael no podía estar más contento de ver hacia dónde se dirigía Mauro a nivel personal; si hacía unos meses, en Sitges, su cambio ya había sido notable, ahora... Algo había pasado que le hacía sentirse incluso más valiente.
Gael tenía sus teorías, aunque necesitaba esas vacaciones para confirmarlo. E involucraban una palabra que comenzaba por I y terminaba por ker. Algo se le escapaba, pero lograría averiguarlo.
—¿Vas a ir o no? —le preguntó Mauro con insistencia.
—Deséeme suerte. Sus amis son así como raritas.
Los dos se rieron y Gael comenzó a esquivar a la gente, a caminar entre cuerpos cubiertos de sudor y semidesnudos. No apartaba la mirada de Oasis: destacaba tanto por su altura como por su belleza y por esos tatuajes. Era como si brillara.
Antes de llegar a él, este se dio cuenta, se disculpó rápidamente de sus amigas y se encontraron a medio camino.
Y para sorpresa de Gael..., Oasis se le lanzó.
Fue bastante literal: extendió los brazos, pegó un brinco y le rodeó la cadera con las piernas. Ahora Gael tenía a Oasis aferrado a él como un mono, con la cabeza sobre la suya en un abrazo raro y lleno de felicidad. A los pocos segundos, Oasis se despegó.
—Ayyy, pero ¿cómo que estás aquí? Cuando me dijiste que te ibas de vacaciones no tenía ni idea... Nada, nada. Pero ¡qué guapo! Madre mía, si lo llego a saber antes... Tengo una suite, ¿sabes? Vengo a trabajar. Habérmelo dicho y te colaba. ¿Cuánto cuesta el crucero? Debe de ser carísimo, por Dios. No me lo puedo ni quiero imaginar, o sea que no estoy diciendo nada de que no tengas dinero... Madre mía, perdóname, ¿vale? No sé si me estoy explicando. Solo que no tengo ni idea y tiene pinta de costar mazo. Literalmente es una monstruosidad y no entiendo cómo puede mantenerse a flote con todo este peso que debe de llevar encima. ¿Tú lo sabes? Ay, madre mía, que no te estoy dejando hablar para nada.
Gael lo miraba sin saber cómo reaccionar. Cuánta efusividad de pronto para haber perdido el contacto que habían tenido esas últimas semanas. ¿Sería no por interés, sino por estar demasiado ocupado? Quién sabía realmente, pues el trabajo que desempeñaba estaba lleno de idas y venidas, lo podía ver a través de sus historias de Instagram.
—Lo gané en un sorteo, baby —dijo Gael de manera escueta.
—¡Claro, claro, claro, claro! —repitió Oasis con los ojos abiertos.
—¿Está bien?
El colombiano ahora sí se preocupó, porque Oasis no paraba de moverse y hablar rápido, con los ojos abiertos como platos y una expresión de sorpresa perpetua.
—Estoy superfeliz, tío. Nos estábamos sacando unas fotos guapísimas, joder, qué alegría verte, ¿puedo darte un beso? —Gael no estaba seguro de cómo reaccionar y no fue consciente del gesto que hizo, pero apagó un poco a Oasis—. Lo siento, perdón. Es la primera noche y... No sabemos qué va a pasar en los puertos. Tampoco lo vamos a tirar y, total, es gratis. Pero eso luego te lo cuento mejor o no sé, quizá no te digo nada y listo, Calisto. —Terminó su discurso con una palmada al aire, en plan sentencia.
Entonces Gael comprendió a lo que se refería.
—¿Y cómo lo han traído?
—Nos lo han dado. ¿Ves? Al final voy a terminar hablando. ¡No debí decir eso!
—¿Quién? ¿Y el qué? Cálmese, baby. Respire.
Oasis le señaló con la cabeza una parte más alejada para hablar. Se despidió de sus amigas con un gesto, como diciéndoles que volvería enseguida. Fueron a refugiarse a un sitio tapado, detrás de unos arbustos bastante altos. Había gente pululando por ahí, sobre todo dándose el lote, pero era ideal para charlar sin tener que alzar demasiado la voz, que ya empezaba a flojear debido al alto volumen de los altavoces.
—Nada, yo no suelo drogarme, pero... yo qué sé. Estoy dejándome llevar, ¿sabes? Fluyendo en la vida. Ahora estoy en plan #Fluye. No porque me pague una marca, sino rebranding.
Gael asintió con la cabeza como si entendiera algo de lo que decía la versión loca de Oasis.
—Sin mente, baby. Yo también consumo a veces —le dijo Gael. Ahora, al ver que estaban un poco en el mismo bando, no temió admitirlo. Tampoco le hacía daño a nadie y era en momentos puntuales, sin contar, claro, cuando lo hacía con los clientes.
Pero no iba a pensar en eso ahora. No era el momento ni el lugar, con Oasis delante, en pleno reencuentro, en medio del mar.
—Y contestando a tu otra pregunta... Es un poco más turbia. ¿Estás preparado? Aunque bueno, yo he visto ya de todo en esta vida. Y no debería decirlo, pero tú eres de confianza. Eres mi parcerito.
Gael no pudo reprimir una sonrisa que en otras circunstancias habría tratado de ocultar, pero el detalle había sido bonito e inesperado. Quizá no todo estaba perdido con el influencer.
—Cuénteme, pues —le insistió.
Por más que lo intentara, Gael era incapaz de apartar la mirada de sus brazos, cara, cuello, labios... Lo deseaba. No podía negarlo: lo anhelaba. Con todas las letras. Se dio cuenta de que lo había echado más de menos de lo que podría admitir. Verle en persona siempre cambiaba su visión de las cosas y es que la distancia era una mierda. Como una catedral.
—La organización, o sea, la marca que nos ha traído, mejor dicho. —Oasis se encogió de hombros—. Nos dijeron que harían cualquier cosa por vernos felices y de repente... Pum. Una de mis amigas lo pidió de broma y vino uno del equipo de comunicación a darnos a cada uno. Todo en el máximo secreto, como en una película de narcotraficantes. Uy, no debería decir esa palabra demasiado alto.
—Usted más mentiroso —le dijo Gael con sorna golpeándole el pecho, porque era algo surrealista. ¿No podía inventarse una excusa mejor? Carecía de sentido.
—Que es verdad —respondió Oasis, serio—. Te lo juro y te lo juro.
Gael decidió no darle demasiada importancia y cambiar de tema, aprovechando que por fin lo tenía delante después de semanas.
—Bueno, ¿cómo le fue en este tiempo? ¿Qué es lo que hizo? No para por redes.
Oasis se encogió de hombros. De pronto, pareció abatido, hinchó los carrillos de aire y lo soltó en un largo suspiro.
—Ya sabes, un poco lo de siempre... Perdona por no haber estado tan pendiente, ¿vale? He tenido mil cosas y además me agobié.
—¿De qué?
—De... lo que sea que sea esto —dijo, acompañado de un gesto de la mano.
Gael tragó saliva, inquieto.
Vamos a hablar de ESE tema.
—Bueno, no importa, ¿sabe? Si no le interesa, pues cada cual con su vida. Aunque fue que aún no me dio verga y eso sí que me daría rabia —trató de disimular el colombiano con una broma, que esperó ocultara su nerviosismo.
—Eres tan idiota —se rio Oasis, y luego su semblante se tornó serio. Desconectó su mirada de la de Gael, cogió aire y habló—: Me vinieron muchas cosas de golpe: mi familia, varios trabajos que no me terminaban de gustar, contratos horribles que me explotaban... Muchas responsabilidades y poco disfrute de la vida. Y la verdad es que me agobié mucho, Gael. Yo creo que por todo este estrés fue que empecé a pensar cosas de las que ahora me arrepiento, pero todo es tan distinto contigo... De verdad. Vives lejos y eso para mí hace que todo sea un poquito más complicado, y mira que sabes que viajo mucho y en realidad podemos vernos, pero soy muy cercano, cariñoso. Yo necesito tenerte cerca, tocarte y sentirte.
Gael no supo qué responder. Así que no lo hizo.
—Entonces me dije a mí mismo: ¿y si dejamos de hablar tanto? ¿Y si consigo dejar de pensar en él? Es que, Gael, eres lo único en lo que pienso. —Ahora sí, Oasis alzó la mirada y la clavó en la de Gael—. Necesitaba dejar de rayarme, porque tampoco eres muy claro.
Se quedaron en silencio unos segundos. Había demasiada información que procesar así de golpe. Gael no sabía qué sentir, solo que un torrente de ¿lágrimas? le estaba pugnando por salir de los ojos. Le escocía la garganta; era una sensación horrible, pero humana al fin y al cabo. Se estaba enfrentando a sentimientos que, hacía apenas unos minutos, había comentado con Andrés que no quería afrontar.
Pero a veces en la vida no hay escapatoria.
—Yo tengo miedo —confesó finalmente el colombiano.
—Pues... parece que estamos un poco igual. ¿Qué hacemos?
Gael no tenía respuesta. Estaba totalmente en blanco. Sentía que la situación, con la fiesta a su alrededor, era un poco anticlimática. Se suponía que iban a ser unos días de locura, fiesta... Pero con Oasis ahí, debía enfrentarse a sus miedos y sentimientos encontrados.
Oasis sonrió y miró hacia detrás, donde estaban sus amigas. Ellas seguían posando para las fotografías y los flashes continuaban inundando esa parte de la terraza. Cuando Oasis se volvió, su sonrisa se había ensanchado.
—¿Sabes qué? Me piro contigo, que le den a la marca. Vámonos.
Agarró a Gael de la mano y tiró de él. El colombiano se dejó llevar, porque el contacto le había electrificado. Oasis comenzó a correr y Gael trató de mantener el ritmo. Corrían y corrían entre la gente, la tripulación, las mesas de las terrazas; Oasis huía de sus obligaciones, Gael sentía que todo volvía a encajar.
Y cuando llegaron a un lugar apartado, completamente solos, se besaron como si el fin del mundo los fuera a arrasar en ese mismo instante.