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Iker

copas

Iker había terminado de ponerse guapo para la fiesta pre-Mikonos. Se trataba de algo distinto, pues iba a ser una de las más grandes hasta el momento a bordo del Rainbow Sea. Aquella noche no solo actuarían drag queens increíbles, sino que habría actuaciones de algunos artistas que deseaba ver en vivo desde hacía tiempo. La temática de la fiesta era Hawái-Bombay Es Un Paraíso, por lo que había odiado con toda su alma comprarse una camisa floral en una de las tiendas del barco. ¿Acaso había más opciones?

Era tarde, ya casi de noche, porque Mauro le había pedido pasar el plan para un poco más tarde. Parecía estar ¿borracho? cuando se lo había encontrado después de ir al gimnasio y comer. Por lo visto, había estado con Andrés casi todo el día y se les había ido la mano con las copas. No juzgaría a su amigo por emborracharse a mediodía. Estaban de vacaciones.

—Yo creo que te queda bien —le había dicho Mauro cuando salió del probador.

Ambos habían echado de menos esos momentos juntos, solo para ellos. Iker recordó la primera vez que Mauro fue a un centro comercial, el que tenían al lado de casa, y sonrió como un tonto ante el recuerdo. Tenía la espinita clavada de volver a repetir, más o menos, aquella situación. Había algo bonito en hacer cosas rutinarias con Mauro.

No pienses en lo que significa eso, anda. Céntrate en la ropa. Estamos en punto y aparte.

—No suelo llevar cosas tan llamativas. Y menos tan holgadas —se quejó Iker mientras se daba la vuelta para verse por detrás y levantaba los brazos para comprobar que, en efecto, le sobraba tela por todos lados, algo que era difícil.

—A ver, no es que yo sea un experto en moda, pero siempre he visto a los viejitos de Benidorm por la tele con ese tipo de camisas.

Iker puso los ojos en blanco.

—Gracias, Maurito, ahora me siento un jubilado que madruga para coger sitio en la playa.

Los dos rieron porque el comentario de Mauro —ambos lo sabían— no tenía ningún tipo de maldad. Iker tenía varias opciones más en la silla dentro del probador y, como no había demasiada gente pululando por esa tienda (lo cual era lógico y normal, la ropa era horrible pero barata), decidió que no iba a cerrar la cortina.

Mauro abrió los ojos sorprendido cuando Iker se quedó sin nada que le cubriera el torso. Tragó saliva de manera visible, sin tratar tampoco de ocultarlo. Mientras Iker escogía otra camisa y se la ponía, le dijo con sorna a su amigo:

—Tampoco te hagas el sorprendido, que me lo has visto todo ya.

—Pero-p-pero...

No podía parar de lanzarle ese tipo de frases mordaces para picarle. Igual se estaba pasando, ¿no? Pero sentía que desde que habían aclarado sus sentimientos de alguna forma, y estando en una nueva fase, se habían quitado toneladas de la tensión habitual entre ellos.

En cuanto se cerró la camisa, dejando los dos botones de arriba abiertos para que se le vieran los pectorales, le preguntó que cómo se veía y Mauro votó desfavorablemente ante esa opción. Luego vino la tercera, la cuarta y una quinta.

—Al final, esta —dijo Iker decepcionado—. La primera que me he probado y sigue sin convencerme. Igual si me la meto por la cintura y me pongo algún accesorio, puede dar el pego, no sé. Menuda mierda.

—¿Una interior debajo?

Iker se sorprendió. A decir verdad, estar con Mauro últimamente eran sorpresas continuas, como si fuera una versión mejorada de la misma persona que había conocido hacía meses, sin tantos complejos y más segura de sí misma. Ahora bien, de ahí a convertirse en estilista había un gran paso. Aun así, se visualizó a sí mismo con una interior y...

—Oye, pues es muy buena idea. ¿Me buscas una? De tirantes. Ajustada. —Mauro asintió con la cabeza y desapareció. Iker volvió a mirarse al espejo para determinar si había algo que pudiera salvar esa camisa de alguna forma.

—Toma.

Mauro había tardado poco, y la talla era perfecta. Se la puso con rapidez. Con la camiseta de tirantes blanca debajo y la camisa hawaiana abierta por encima, el look seguía siendo una mierda, pero una mierda un poquito más bonita. Decente. Algo que no se pondría en Madrid, pero el resto de la gente iría un poco en esa línea de flores y estampados cutres, ¿no? Tampoco es que hubiera muchas más opciones. Con cara de pocos amigos, Iker buscó la aprobación de Mauro y...

—Estás increíble —le dijo este con la boca abierta, sin dudarlo un momento, y luego añadió—: Perdona, me llaman.

Rojo como un tomate, Mauro huyó con el teléfono en la oreja, sin desbloquear y al revés. Iker sonrió al mirarse en el espejo.

Estaba equivocado: sí que había algo que pudiera salvar esa camisa de alguna forma. De hecho, ya la había salvado. Si le gustaba a Mauro, no había nada más que decir.

He dicho: caso cerrado.