La fiesta Hawái-Bombay Es Un Paraíso prometía ser una de las mejores de todo el crucero, pues marcaba la última noche antes del destino soñado por todos y, aunque Gael estuviera en cuerpo, no tenía tan claro que su mente se encontrara también ahí.
Iker y Mauro llegaron al punto de encuentro. Los amigos se dirigieron, algo nerviosos, hacia el lugar donde se celebraba aquella magnífica fiesta temática. Cómo no, también alrededor de una piscina, aunque en esta ocasión no era donde Mauro se había caído, sino en otra de las enormes terrazas cuya piscina estaría teñida de color verde flúor aquella noche y era por lo menos tres veces más grande. En cuanto llegaron —un poco tarde, pero era la idea, pues según Oasis siempre había que llegar tarde a los sitios—, la gente ya parecía bastante animada. La música que sonaba a través de los altavoces era lo que Gael conocía como guaracha, una música techno pensada para bailar que apenas había aterrizado aún en Europa, aunque llegaba dispuesta a arrasar en las pistas de baile. Él conocía muy bien esa música: llevaba bailándola toda la vida. El subidón, pues, estaba garantizado.
Un escenario enorme coronaba la decoración hawaiana con una pantalla LED gigante que anunciaba las actuaciones que irían sucediéndose durante la noche. Gael deseó no emborracharse tanto para disfrutarlas y continuó viendo los detalles de la fiesta. Había desde palmeras hasta tablas de surf hinchables por todos lados, lleno de flores rojas, verdes o azules. Sobre tarimas de césped artificial a distintas alturas había gogós en bañadores turbo que... debían de tener relleno sí o sí, porque esos bultos eran surrealistas incluso para él, que se consideraba un hombre que había visto mundo. Esta vez, los camareros no llevaban parte de arriba y se habían colocado piedrecitas sobre el pecho que parecían reflejar las luces como si fueran bolas de discoteca andantes. ¿Qué tenía eso que ver con Hawái? Nadie lo sabía, pero añadía valor al espectáculo de colores, luces y ruido que se habían montado en el crucero. Era, sin duda, la fiesta más grande hasta el momento.
Seguía observando el ambiente cuando sus ojos fueron a parar a un cartel enorme, similar al de la fiesta de bienvenida, pero esta vez en otro tono.
CULTURA ES CULTURA, NO DISFRAZ
NO SE PERMITE BLACKFACE NO SE PERMITEN IMITACIONES
¡Disfruta de la fiesta sin ofender! #RainbowSeaLibreDeApropiaciónCultural
Gael alzó las cejas ante aquellas palabras, que le hicieron sentirse un poquito mejor. A veces, en el mundo gay era complicado tratar algunos temas problemáticos, como el racismo. Ya le había quedado bastante claro con algunos de sus clientes, o con Mauro, cuando aquel día en Baranoa tuvo que explicarle quién podía usar qué palabras concretas y por qué. Así que sintiéndose un poquito más seguro por el gesto —y eso que él no tenía nada que ver con la cultura de los nativos hawaianos—, se acercó a la barra para seguir bebiendo. Hacía un buen rato que el aguardiente pedía un compañero en su estómago, como si se aburriera solo allí dentro. Y bueno, que tenía que seguir hidratándose. Lo que había estado consumiendo desde hacía más de veinticuatro horas lo dejaba bastante seco.
Al llegar a la barra, se sorprendió al reconocer a uno de los camareros, así que lo saludó con una sonrisa en la cara.
—Alesso, ¿qué más?
Le hizo un gesto con la mano y, a los pocos segundos, notó a Iker cogerle de los hombros.
—Anda, pero mira quién es, el señor Iker Gaitán —le dijo el camarero a su amigo con una sonrisa. Iker se puso al lado de Gael; era evidente que no sabía muy bien cómo reaccionar.
¿Iker sin palabras? Uy, acá hay chisme.
—No sabía que estabas aquí —dijo, escueto. Su cara era difícil de interpretar.
Alesso se encogió de hombros, aunque su sonrisa no desapareció en ningún momento. Era superenérgico.
—Pues ya ves. Soy imagen y andan cortos de personal. No me cuesta nada, yo antes era camarero. Por echar un par de horas no se acaba el mundo.
Hablaba como si trabajar gratis fuera lo más normal, pero Gael no era nadie para juzgar. Iker, por su parte, soltó el aire contenido.
—Alegra esa cara, hombre —le dijo Alesso, acariciándole en tono juguetón la barbilla—. Venga, que os invito a una ronda de chupitos. ¿Cuántos sois?
—Cuatro —se adelantó Gael con rapidez, pues Iker parecía algo despistado aquella noche. Mientras Alesso se dedicaba a buscar vasos limpios y elegir una bebida que estuviera abierta, Gael le preguntó a su amigo por lo bajo qué le pasaba—: ¿Todo bien?
—Sí, es que no me esperaba encontrarlo aquí.
—Iker, acá está todo el mundo. No es el primer escort que me encuentro. —Ante aquello, Iker abrió mucho los ojos. Aún más, para ser precisos—. Igual, ¿de qué se conocen?
Antes de poder responder, hizo un gesto rápido con la mano antes de que Mauro entrara en escena acompañado de Andrés, que se pusieron a ambos lados de los amigos esperando su chupito correspondiente. Sin saber por qué, Mauro comenzó a golpear la barra con los puños en actitud infantil. Se lo veía vivo, con muchas ganas de fiesta.
—¡Chupitos, chupitos, chupitos! —comenzó a gritar, acompañando cada gesto con un golpe.
Algunas personas se voltearon a mirar, pero... sin más, no le prestaron demasiada atención. Estaban a otras cosas. Gael se rio por la tontería de su amigo y decidió seguirle el rollo. Andrés e Iker no tardaron demasiado en hacer la gracia mientras Alesso seguía el ritmo con un brazo en alto.
—¡Chupitos, chupitos, chupitos!
No pararon hasta que tuvieron cada uno el suyo y los chocaron para brindar.
—El que no apoya no folla —comenzó Iker y todos llevaron de nuevo el vaso hacia la superficie pringosa.
—El que no recorre no se corre —continuó Gael, que había aprendido aquella frase no hacía demasiado tiempo. Todos hicieron un círculo con el vaso sobre la mesa.
—El que no da saltitos no recibe gustito —dijo Mauro, y todos le siguieron cuando dio dos pequeños brincos en el sitio, con cuidado de no derramar ni una gota de la bebida.
—El que no roza no goza —añadió Andrés, llevándose el vaso a la barbilla.
—¡Y por la Virgen de Guadalupe, que si no follo..., que me la chupe! —gritaron todos al unísono, alzando los chupitos al cielo y luego bebiéndolos de un trago.
Gael se sintió pletórico y...
—¿Otra ronda? —Miró a sus amigos con una sonrisa cómplice.
No tardaron en repetir la rutina.