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Andrés

copas

Si conseguía llegar a la barra sin pisar a nadie, sería todo un logro. Parecía que sus zapatillas fueran barcas, inmensas, anchas y demasiado grandes para su pie de la talla cuarenta y uno. O igual era que estaba mezclando demasiados cócteles multicolor con chupitos.

Eso también.

Al llegar a la barra, tuvo que esperar. No había demasiada gente, pero el amigo de Iker y Gael estaba muy ocupado preparando como veinte copas distintas para uno de los pedidos de la zona VIP, los cuales eran fácilmente identificables porque los ponían sobre bandejas con flecos. Un poco horteras, sí, pero todo el mundo se quedaba mirando.

—Anda, ¿Andrés?

La voz llegó a los oídos del rubio pese a que allí estaba más cerca de los altavoces. Y la reconoció. Después de haberle visto el primer día justo antes de abordar, se había convencido a sí mismo de que había sido una imaginación de su mente enfermiza. Pero no, ahí estaba: Lucas G. Murillo, su jefe. Exjefe, mejor dicho.

Y maricón perdido.

—Estoy... sorprendido —dijo tan solo, después de evaluarlo con la mirada.

Lucas alzó las cejas.

—¿No te esperabas que me gustara la fiesta? —Andrés no podía identificar si la mirada que le lanzaba mostraba también sorpresa o que se había ofendido.

—O que fueras gay. Así en general.

¿Perdona? ¿Qué te pasa hoy, guapa? Cálmate.

Pero... era una muy buena oportunidad. Y tanto que lo era. Las piezas del puzle comenzaron a encajar en su cabeza sin poder evitarlo.

—Pues ya ves. El mundo es un pañuelo y la vida una caja de sorpresas.

—Qué literario para estar tomando esto —le dijo Andrés, señalando la copa con un dedo.

—Es Malibú con piña. Uno tiene una edad.

—Nunca la supe. Pero supongo que rondarás los cincuenta. —A Andrés siempre le gustaba bromear sobre las edades de los chicos que le gustaban. ¿Por qué? Ni idea, pero era una forma sencilla de picarles y (si no les sentaba mal) romper el hielo con unas risas.

—Hombre, es normal que te parezca mayor, si tú rozas la legalidad. ¿Qué tal el colegio? ¿Ya aprendiste a comer sin babero? —contraatacó Lucas entre risas.

La conversación estaba fluyendo demasiado bien. ¿Qué estaba pasando? En la oficina las cosas siempre eran tensas y Lucas era un hijo de la gran puta con todos. Era cierto que aquella llamada para volver a contratarle —y encima en un puesto superior— ya le había dejado dudas, aunque era evidente que veía algo de potencial en él, si no, no tendría sentido ni habría confiado en darle algunas tareas importantes durante el tiempo que estuvo allí.

—Mejor no te la digo —retomó Lucas—. Cuando se llega a ciertas cifras, es mejor guardarlo en secreto.

—Anda, anda. No digas tonterías.

—Tampoco me molesta mucho... —Lucas no dejaba de mirar a Andrés; tenía los ojos clavados en él. Quizá fuera que estaba bebiendo demasiado y alucinaba—. Pero bueno, qué sorpresa tan agradable encontrarte en el crucero, Andrés.

—¿Estás solo?

Lucas negó con la cabeza y se dio la vuelta, como buscando a alguien con la mirada.

—No, qué va, he venido con unos amigos. Estarán por allí. —Señaló a la nada—. Algunos de la oficina, ya sabes... Pero si no los ves, mejor.

—¿Por qué? —Madre mía, otro salseo más. Andrés abrió los ojos en señal de sorpresa—. Ay, que me meo. Algún hetero confundido de estos, ¿a que sí? Bueno, hetero entre comillas.

Lucas asintió con la cabeza y arrugó también la boca en señal de desaprobación.

—Está costando guardarle el secreto a un par de ellos. A ver, que te lo cuento así rápido, porque la verdad es que yo no sé si estoy del todo de acuerdo o no... ¿Quieres que nos vayamos a un sitio apartado?

Vaya. Andrés tardó un poco en encontrar las palabras para responderle. Le había pillado tan de sopetón que no sabía qué decir o hacer.

—Es que estoy con mis amigos —se excusó al final.

—Ah, vaya, qué pena. Entonces...

Eres idiota. ¡Aprovecha!

Puede que tomarse una copa con su exjefe no cambiara demasiado las cosas, pero no perdía nada por hacerlo, ¿verdad? Para agilizar un poco el tema del libro... Simplemente era probar suerte.

—Nada, es broma —dijo entre risas, intentando disimular lo que pudo—. Vamos, pero ¡que sea rápido! Que tampoco quiero dejarlos tirados.