Madre mía, Maurito. En esto no cambias.
Iker no pudo evitar que Mauro se cayera a la piscina. Casi al instante en el que el cuerpo de su amigo tocó la superficie, comenzaron las risas a su alrededor. Si fuera cualquier otra persona, él mismo se estaría riendo. Pero no, era su Mauro. La rabia le recorrió todo el cuerpo, debía evitar esa escena a toda costa.
¿Por qué seguía siendo tan impulsivo?
Le dejó la copa a la persona que tenía al lado, que ni siquiera sabía quién era.
—Sujétamela, porfa.
—Uy, si eres el de Instagram. Pues a ti cuando quieras, guapo...
Pero Iker no lo escuchó. Se lanzó a la piscina de cabeza. Poco le importaba su ropa, el teléfono móvil en su bolsillo. En teoría era acuático, un iPhone 13 que se había comprado con sus ingresos de OnlyFans. Aunque ahora, ¿qué más daba?
Ya voy a por ti. Aguanta.
No tardó demasiado en alcanzar a Mauro, que se había desplazado aleteando hasta la zona más profunda. Iker notaba la mirada de todas las personas de la fiesta puesta en ellos, riéndose o preocupados o molestos. Murmullos. La música continuaba, pero la expectación era aún más alta que lo que el DJ pinchaba.
—Hey, cálmate.
Mauro boqueaba asustado, incluso con el brazo de Iker ya rodeándole y haciéndole flotar.
—Tranquilo —volvió a insistir Iker—. Te estoy sujetando, no te vas a hundir.
En aquel punto de la piscina, Iker no hacía pie, así que le tocó realizar más esfuerzo que nunca nadando con un solo brazo. Poco a poco lo consiguió. Ignoró a la gente de la fiesta, ignoró lo mojado que estaba, lo mal que Mauro se sentiría por ser el centro de atención.
Una vez llegaron al borde, ambos apoyaron los codos. La escalera apenas estaba a un metro. Cogieron aire.
—No hacía falta —le dijo Mauro entonces, entre respiración y respiración.
Iker lo miró sin comprender y su amigo le devolvió una mirada de ojos llorosos, vergüenza, odio. Tantas emociones... y ninguna era la que Iker esperaba.
—¿Qué...?
—Te crees que soy un puto crío. Déjame en paz.
Acto seguido, Mauro se impulsó hacia arriba para salir usando la fuerza de sus brazos. Estaba tan lleno de rabia que se raspó parte del brazo y la tripa, pero lo consiguió. Y luego, sin más, desapareció entre la gente de muy malas formas.
Iker se quedó en la piscina sin comprender lo que había pasado. Aún no se había calmado y trataba de recuperar el aliento.
—Hey, ¿vas a querer tu copa? —le preguntó el chico al que se la había dado antes de sumergirse en el agua. Con un gesto de la cara, Iker dejó claro que ya poco le importaba ese cubata, y después salió de la piscina en busca de alguien que le diera un maldito cigarrillo. Los suyos habían quedado empapados.