El camarote estaba vacío, al igual que el corazón de Iker. El sol empezaba a inundar la habitación con sus rayos a través de la cortina cutre, pero intentaría dormir lo máximo que pudiera antes de comenzar los días en Mikonos que les quedaban por delante. Estaba agotado, extenuado. Como si al correrse, su cuerpo se hubiera convertido en un recipiente vacío y no tuviera ganas de hacer ni siquiera el esfuerzo de respirar.
Tirado en la cama con nada más que un calzoncillo que no tenía fuerzas ni de quitarse, revisó algunos de los vídeos que había grabado aquella noche. No eran demasiados, podía salvar tres o cuatro, y tanto Jaume como Rubén habían estado encantados de que Iker contara con algunos de sus momentos íntimos para subir contenido a OnlyFans. Eso sí, con la condición de que no se les viera la cara. La ventaja era que ninguno de ellos tenía tatuajes, por lo que identificarlos en la red sería complicado.
Bueno, mañana me pongo con eso.
Se le cerraban los ojos cuando alguien entró en la habitación.
—¿Estás bien?
Mauro cerró la puerta y se apoyó contra ella. ¿Su expresión? De susto, nivel película de terror. Luego miró a Iker y su rostro se llenó de confusión, dolor, angustia, sorpresa. Pasó por tantas expresiones que era incapaz de seguirle el ritmo.
—¿Qué pasa?
Iker ya se había incorporado cuando Mauro fue directo al baño. Desde la cama, vio que se mojaba la cara y trataba de calmarse. Se lo veía muy nervioso. Iker no se había dado cuenta de lo que lo había extrañado en esas horas. Su mente empezó a divagar y fue mejor que su amigo hablara antes de que pensara... cosas que le hicieran un lío la cabeza.
—No te voy a preguntar dónde has estado ni nada... Bueno, es que da igual. Tengo que entender en qué punto estamos. —Iker quería responder (¿cómo no hacerlo?), pero Mauro no le dio la oportunidad—. Acabo de encontrarme a Oasis tonteando con un chico y que estaban los dos como en un chili o algo así.
—¿Chili? ¿Picante? ¿Qué dices, Mauro?
Este se asomó a la habitación. Seguía asustado. Era tan mono.
Stop.
—Un sitio donde todos tienen sexo y toman... drogas. —La última palabra la dijo en voz baja, como si temiera que alguien pudiera escucharle.
Iker estalló en carcajadas.
—No me lo puedo creer, el puto Gael. Pensaba que era broma cuando me lo ha contado. —No podía parar de reír ante la mirada de incomprensión absoluta de Mauro—. ¿Y ya han terminado? Que ya estamos llegando a Mikonos.
—Si ya hemos llegado. El barco ha atracado.
—Bien. Pues a dormir un rato, ¿no?
Iker volvió a tumbarse sobre la cama y cerró los ojos. Escuchó los pasos de Mauro por la habitación, inquieto, y como no paró en un par de minutos, Iker le lanzó una mirada. Le costaba mantenerse despierto después de tanta acción.
—¿Estás bien, Maurito?
La mirada que le echó fue suficiente.
—Vale, si quieres hablamos mañana. O sea, luego —dijo Iker, casi reculando.
Antes de quedarse dormido, escuchó que Mauro le susurraba con cierto retintín:
—Hueles a sexo, Iker Gaitán.