—Oye, ¿estás...?
Andrés interceptó a Mauro antes de que abandonara la fiesta. Este estaba de espaldas, se detuvo un segundo y se dio la vuelta.
—No te preocupes, no... No importa. Voy a secarme. Ahora vuelvo.
—¿Seguro?
Mauro asintió, esbozó una sonrisa tranquilizadora y luego desapareció. Andrés se quedó con una sensación extraña, porque la escena parecía sacada de una película. A Mauro siempre le pasaban ese tipo de cosas, así que estaban acostumbrados. Buscó a Iker con la mirada, al que vio en la otra punta con un cigarro en la boca y a un chico que le hablaba sin parar mientras le daba fuego con un mechero. Luego buscó a Gael y no lo encontró. Así que se volvió para regresar con Adonay.
—¿Tu amigo está bien?
Andrés asintió con la cabeza.
—Es normal en él, es muy torpe —dijo entre risas.
Después continuaron bailando unos minutos, pegados, como antes. Andrés estaba sorprendido de sí mismo, pero había un fuego en él que jamás hubiese creído posible, y mucho menos después de todo lo que había sucedido con Efrén.
Sin embargo, debía vivir.
Ya había besado a Adonay un par de veces. Sus labios eran carnosos y aunque la barba era un poco molesta, había pensado en cuando... Uy, mejor no pensar en eso o se iba a poner tonto en medio de la pista de baile.
Los labios de ambos volvieron a buscarse. Los besos estaban cada vez más llenos de deseo, pasión, lujuria. Cada vez quedaba más claro que esa noche no iba a terminar de una manera aburrida. El beso, en esta ocasión, no fue tan corto. Adonay parecía tener más ganas que antes. Jugaron con sus lenguas, que ahora habían pasado a enredarse la una con la otra.
Ado llevó las manos a las caderas de Andrés y lo atrajo hacia sí, y este sintió una dureza muy firme sobre la pelvis, lo que le hizo tragar saliva mientras continuaban besándose. Cuando por fin se separaron, Andrés notó que le ardían las mejillas.
—Me estoy poniendo malo —le dijo Ado e hizo un gesto para tratar de bajar la erección; tiró de la camiseta para cubrirla.
—Uff —fue lo único que pudo decir Andrés.
¿Y si esa noche volvía a hacerle creer en él, en su poder de seducción y por fin disfrutaba de algo sin compromiso? Estaba harto de creer en el amor, le habían roto las ilusiones y ¿para qué?
Andrés sonrió de medio lado y se acercó a Adonay. Apoyó la frente contra la suya, las narices chocando, a punto de besarse de nuevo. De manera disimulada, Andrés llevó su mano al paquete de este. Seguía igual de duro. Adonay aguantó la respiración. Cuando la tensión parecía a punto de estallar, Andrés dijo entre dientes:
—¿Y si le ponemos solución?