–¡Ay!
–Quédate quieto, no seas infantil –Kira apartó la aguja de la punta del dedo de Marcus y colocó un pequeño tubo de vidrio bajo la herida. Se llenó rápidamente; lo retiró y llenó otro. Tapó los dos tubos, los puso en una bandeja y presionó el dedo con un trocito de algodón–. Listo.
–No sé cómo lo haces –dijo Marcus–, pero siento el dedo casi tan bien como si lo hubieras pinchado correctamente al primer intento. Me quito el sombrero ante tu habilidad.
–Es innata –respondió ella–. Retírate el algodón –Marcus levantó el algodón y Kira le envolvió el dedo con una venda apretada–. Ahora eres oficialmente la persona de más edad a quien le extraje sangre en la clínica de maternidad. Toma dos de estos y te sentirás mejor en un segundo –se inclinó hacia él y le dio dos besos breves.
–Mmmm –dijo Marcus, tomándola por la muñeca–. ¿Cuántos me dijiste que tomara?
–Solo dos –respondió Kira–, pero supongo que no te haría daño tomar de más.
Volvió a inclinarse hacia él, pasándose la lengua por los labios, pero Marcus la detuvo con la mano.
–No –le dijo con firmeza–. Como paramédico, no me parece bien. No se debe jugar con los medicamentos... ¿Y si tengo una sobredosis? –la apartó suavemente–. ¿Y si me vuelvo adicto?
Ella volvió a acercarse.
–Qué aburrido eres.
–¿Y si desarrollo tolerancia? –preguntó Marcus, poniendo cara de horror–. Dos ahora y dos más tarde, y de pronto dos ya no serán suficientes... ¡necesitaré cuatro, ocho o veinte solo para sentirme mejor! ¿Crees que pueda tolerar tantos besos?
–Creo que podrías ingeniártelas.
Marcus se quedó inmóvil, observando cómo se acercaba seductoramente hasta que sus caras casi se tocaron. En el último momento la detuvo, poniéndole un dedo en los labios.
–¿Sabes? La mejor manera de evitar una sobredosis es variar el ingrediente activo. Esa enfermera rubia de la clínica sur es excelente para extraer sangre; tú podrías darme dos, y ella, otros dos.
Kira gruñó, jugando, y lo sujetó por el cuello de la camisa.
–Ah, no, eso sí que no.
–Desde el punto de vista médico, sería perfectamente inocuo –prosiguió Marcus–. Incluso las dos podrían darme dos al mismo tiempo. Quizá me maree un poco, pero... ¡ay!
–Todavía tengo la lanceta –le advirtió Kira, al tiempo que presionaba en su costado con la punta solo lo suficiente para hacerle saber que estaba allí–. Eres hombre de una sola extraccionista, Marcus Valencio. ¿Entendido?
–Entendido. Y hablando de eso... creo que mi dosis está perdiendo efecto.
–Basta por hoy –le dijo ella, empujándolo de vuelta a su silla y sujetando los tubos con sangre–. Es hora de averiguar qué clase de hombre eres en realidad.
Se acercó a la medicomp, un dispositivo electrónico digital que estaba en un rincón, y la encendió. Mientras el sistema se iniciaba, empezó a preparar la muestra. Marcus la siguió y le fue pasando portaobjetos de vidrio, pipetas de plástico y otros instrumentos cada vez que ella los necesitaba. Le agradaba trabajar con Marcus; le recordaba el ritmo fluido e implícito que tenían mientras clasificaban medicamentos en las incursiones de rescate.
Cuando terminó de preparar la muestra, la puso en el compartimento de la medicomp y deslizó los dedos por la pantalla. La máquina detectó la sangre y ofreció la información básica.
–Tipo 0 positivo –dijo Marcus, leyendo por encima del hombro de ella–, bien el colesterol, bien la glucosa; humm... muy alto nivel de sensualidad, qué interesante.
–Sí –murmuró Kira, con sus dedos volando sobre la pantalla–, pero mira cuántas partículas de arrogancia.
Él empezó a protestar. Kira rio y escribió instrucciones para realizar un estudio más completo. Se le presentó la opción “Análisis de sangre completo” y eligió “Sí”. Nunca había solicitado tanta información y, aparentemente, había una opción que lo incluía todo. Se preguntó qué tan distinta habría sido la vida en el viejo mundo, cuando las computadoras se usaban para todos los aspectos de la vida y no solo en los hospitales, cuando podían generar suficiente electricidad para ello.
Apenas unos segundos después, la pantalla mostró una lista de diversos electrolitos, moléculas de glucosa y otros detalles de la sangre. Demoraría más para ofrecer un análisis completo y calcular, por ejemplo, qué sugería la densidad de la glucosa en relación con la salud del hígado de Marcus, pero la computadora iría agregando esos detalles a medida que los resolviera.
Kira empezó a tomar fotos de la sangre en 3D y a examinar sectores individuales en busca de anomalías, hasta que la máquina emitió una pequeña señal de alerta y apareció un rombo azul brillante en una esquina de la pantalla. Frunció el ceño y echó un vistazo a Marcus, pero él se encogió de hombros y sacudió la cabeza. Volvió a mirar la pantalla y seleccionó la alerta.
Se abrió una nueva sección, una oración breve con un puñado de imágenes adjuntas: 27 instancias de virus RM.
–¿Qué? –murmuró Kira.
El número parpadeó y se actualizó a veintiocho. Seleccionó una de las imágenes y esta se amplió en una esquina; mostraba una representación tridimensional del RM. Era una esfera gorda y rugosa, resaltada en amarillo para que se destacara contra la imagen del fondo. Tenía un aspecto pútrido y amenazante.
El número no paraba de aumentar: 33 instancias. 38. 47. 60.
–Este virus está en todas partes –dijo Kira, pasando las imágenes casi con la misma rapidez con que aparecían. Había visto antes la imagen del virus, por supuesto, en el transcurso de sus estudios médicos, pero nunca así. Nunca en tal cantidad, y nunca en un humano vivo–. Esto tiene que estar mal.
–Obviamente, no estoy enfermo –dijo Marcus.
Kira, asombrada, examinó una de las imágenes con más detenimiento. El virus se cernía como un depredador, vasto e insaciable.
–No está diciéndome que sea anormal –dijo Kira–, solo que está allí. Alguien le enseñó a la computadora a reconocerlo, pero no que fuera motivo de preocupación. ¿Hasta qué punto será común?
Volvió a mirar la señal de alerta y vio un pequeño enlace a la base de datos. Lo seleccionó y apareció una nueva ventana: un rectángulo largo y angosto que ocupaba todo el lado derecho de la pantalla. Al expandirla, descubrió que era una lista de referencias similares. La recorrió con el dedo y fueron apareciendo más enlaces, página tras página. Seleccionó uno y encontró el archivo de otro paciente que tenía la sangre llena de RM. Abrió otro y otro más, y siempre lo mismo. Casi no se atrevía a decirlo en voz alta.
–Todos somos portadores –dijo–. Todos los sobrevivientes lo llevamos dentro, todo el tiempo. Aunque seamos resistentes a él, podemos transmitirlo. Por eso mueren los bebés... por eso se enferman tan rápido. Incluso en una habitación hermética –levantó la vista y miró a Marcus–. No tenemos escapatoria.
Siguió pasando las imágenes del RM, tratando de recordar todo lo que había aprendido acerca de cómo actuaba y se diseminaba. Parte de su peligro era que no se comportaba como un virus normal de transmisión sanguínea: vivía en la sangre, sí, pero también en el resto del cuerpo. Podía transmitirse por la sangre, la saliva, el sexo y hasta por el aire. Kira examinó las imágenes, observando su estructura en busca de algo que le revelara el secreto. Era un virus grande, lo suficiente para contener todas las funciones de un sistema muy complejo, aunque todavía no sabían con exactitud cuál era ese sistema.
Marcus se restregó los ojos y se pasó las manos lentamente por la cara.
–Es lo que te dije antes: los mejores cerebros que quedan han venido estudiando el RM desde hace años. Han analizado todo.
–Pero tiene que haber algo más –dijo ella, revisando la lista con frenesí.
–Estudios activos, estudios cerrados, filtros de sangre, diálisis, máscaras respiratorias. Hasta hay exámenes sobre animales aquí. Kira, han investigado literalmente todo lo que consiguieron.
Ella seguía revisando estudio tras estudio, variable tras variable. Y cuando llegó al final de la lista, se dio cuenta de algo: había un espécimen que no figuraba en ninguna parte de la base de datos. Un sujeto que nadie había visto en once años.
Kira se detuvo, con la mirada fija en la pantalla, sintiéndose sucia e incómoda mientras el virus le devolvía una mirada oscura.
Si querían entender ese virus, ¿por qué no acudir a la fuente? Si querían ver qué aspecto tenía la inmunidad, ¿por qué no estudiar sujetos que fueran realmente inmunes? Si en verdad querían curar el RM, ¿qué mejor manera que estudiar a un Parcial?