–Bien –dijo Mkele–; parece que tenemos otra oportunidad de charlar.
–Un placer, como siempre –respondió Kira.
Habían acampado para pasar la noche en un cruce de autopistas, al abrigo del viento. Luego de comprobar que no vendrían más Parciales a tratar de perseguirlos en lo que quedaba del puente, la Red había vuelto a montar guardia y Kira y sus compañeros habían sido llevados tierra adentro. No estaban encadenados, pero un grupo numeroso de soldados de la Red de Defensa los vigilaba muy de cerca. El Parcial seguía inconsciente, firmemente sujeto a una gruesa barrera al costado de la autopista.
–La última vez que hablamos, Kira Walker, tocamos una serie de temas muy importantes –Mkele había llegado momentos antes a caballo, con un grupo de guardias montados que se dispersaron rápidamente para fortalecer el perímetro. Apartó a Kira de los demás–. Te pido disculpas si, como parece, no fui suficientemente claro con respecto a esos temas. Empecemos por lo más obvio: se considera muy sospechoso y, de hecho, alta traición, ingresar en territorio Parcial, tener trato directo con ellos y traer uno a territorio humano.
–Creo que tú y yo tenemos distintas ideas de lo que es “tener trato”.
–¿Qué hacían en Manhattan?
–Soy paramédica en el hospital Nassau de East Meadow –respondió Kira–. Intento curar el RM y la única manera de lograrlo era consiguiendo un Parcial.
–Entonces simplemente decidiste... ir a buscar uno.
–Primero hice la solicitud por los canales apropiados –dijo Kira–. Usted no tiene idea de lo valiosa que podría ser esa cosa para la medicina.
–Me cuesta creer que tenga que explicarte lo peligroso que es esto –dijo Mkele–. La estupidez que cometieron. El puente que volaron, ¿crees sinceramente que impedirá que vengan? ¿Que algunas de nuestras complejas defensas los pueda disuadir de atacarnos, en caso de que decidan hacerlo? Ellos son un millón, Walker, todos mejor entrenados, mejor armados y físicamente más fuertes que nosotros. Solo estamos vivos porque los Parciales han decidido no matarnos. Y ¿quién sabe?, quizá acaban de cambiar de idea –su voz era un rugido furioso–. Y aunque no ataquen, ¿tienes idea de la amenaza que representa este Parcial solo? Nuestra inteligencia de la Guerra con los Parciales sugiere que fueron ellos quienes liberaron el RM, no tecnológica sino físicamente, usando sus propios cuerpos como incubadoras vivientes. Si eso es verdad, cada Parcial es un arma catastrófica en potencia. ¿Quién sabe qué clase de armas biológicas podrían haber fabricado en los últimos once años? Su sola existencia es una amenaza para nuestra especie.
–Con más razón deberíamos estar estudiándolos –repuso Kira–. Podríamos averiguar miles de cosas con solo una gota de su sangre. Y con el análisis de todos sus órganos y tejidos, ¿quién sabe qué más podríamos averiguar? Si ellos crearon el RM, y especialmente si usted está en lo cierto y lo preservan o sintetizan en sus cuerpos, es muy probable que también contengan el secreto de su cura. Usted tiene que entender eso.
–Tu trabajo es el futuro de la humanidad –dijo Mkele–. Mi trabajo es su presente, y estarás de acuerdo en que sin el presente no hay futuro. Si tu trabajo entra en conflicto con el mío, el mío tiene prioridad.
–Eso es una estupidez.
–Es la verdad. Y como personal médico, ya conoces el juramento hipocrático: primero, no dañar. Primero. En todo el planeta quedan unos treinta y seis mil seres humanos con vida, y nuestra primera responsabilidad es mantenerlos con vida. Una vez que nos hayamos ocupado de eso, y solo después, es nuestro trabajo asegurarnos de producir más seres humanos.
–Suena casi simpático cuando lo dice así –comentó Kira.
–Arriesgaste la vida de cinco soldados, un especialista técnico y un paramédico. Tres de esos soldados no regresaron. Y ahora, de todos modos, voy a destruir a este Parcial.
–No puede hacer eso. Lo necesitamos –dijo rápidamente–. Después de todo lo que pasamos para conseguir esta cosa, no dejaré que la destruya por nada.
–Voy a permitirte extraer una muestra de sangre –dijo Mkele–, con el único propósito de analizarla, en una ubicación controlada y lejos de cualquier centro poblado, si el Senado lo permite.
–Con eso me basta –dijo ella–. Necesitamos los estudios médicos ahora; cada semana muere algún recién nacido...
–Estoy cansado de explicarte por qué eso es imposible.
–Pues interróguelo –pidió Kira, intentando que se le ocurriera algo que convenciera a Mkele al menos de esperar–. Era parte de una unidad más grande, en un lugar donde los Parciales no deberían estar operando, y con algún contacto entre nuestros propios militares.
–Eso me informaron.
–Necesitamos averiguar por qué –insistió–. Es posible que uno de nuestros exploradores fuera un Parcial...
–O simplemente puede que lo hayan interrogado –repuso Mkele–. Un soldado torturado es una explicación más sencilla y, por ende, más probable que una infiltración extendida en toda nuestra sociedad.
–Se ven exactamente como nosotros –dijo Kira–. Si no hubiera visto a dos de ellos sobrevivir a una explosión, jamás me habría dado cuenta de que no eran humanos. Dado lo fácil que podría ser y el caos que hubo cuando nos retiramos a esta isla por aquel entonces, sería una estupidez no tomar en cuenta al menos la teoría.
–Los Parciales no envejecen –dijo él–. Es imposible que uno de ellos pudiera vivir entre humanos durante once años sin que se notara.
–Quizá no si es adolescente –repuso Kira–, pero ¿y si son adultos? ¿Y usted?
–Te aseguro que todo está bajo control –insistió Mkele, con un tono más peligroso que nunca–. No tengas el descaro de decirme cómo hacer mi trabajo, que gracias a ti ahora es mil veces más difícil.
Kira cerró la boca, observándolo, tratando de evaluar la situación. El hombre tenía razón en parte: aquello había sido una estupidez, y muy peligrosa; pero ella también tenía razón. Era necesario hacerlo. No podía dejar que lo mandara todo al diablo ahora que tenían al Parcial allí mismo. ¿Hasta dónde podría presionar a Mkele? ¿Cómo podría conseguir más que una muestra de sangre antes de que lo destruyeran?
–¡Señor Mkele! –Mkele y Kira se volvieron y vieron a uno de los soldados, que se acercaba corriendo y agitado el brazo–. Señor Mkele, recibimos una llamada del Senado en código.
Mkele se detuvo, con expresión furiosa; luego la miró a ella y señaló sus pies con gesto perentorio.
–No te muevas.
Siguió al soldado hacia la radio. Kira lo observó mientras sostenía una conversación que no alcanzaba a oír. Por fin, devolvió la radio al soldado y se dirigió hacia ella hecho una furia.
–De alguna manera el Senado se enteró de lo que ustedes hicieron –le informó, en tono sombrío–. Quieren ver al Parcial con sus propios ojos.
Kira esbozó una leve sonrisa.
–Isolde al rescate –murmuró.
–No te entusiasmes demasiado –le dijo Mkele–. Tanto tu equipo como esa cosa serán interrogados y sentenciados en una audiencia formal del Senado. No van a disfrutarlo.
De pronto, Kira levantó la vista. Algunos soldados se movían y tomaban sus armas mientras Jayden, Yoon y Haru observaban con recelo desde un costado. Mkele paseó la vista alrededor rápidamente, para ver qué los había puesto en alerta, y luego dio un paso atrás, sobresaltado.
El Parcial estaba moviéndose.
Se inclinaba a un lado, gimiendo suavemente. Mkele permaneció atrás. El Parcial estaba sujeto por cuatro juegos de esposas: dos lo tenían encadenado firmemente a una valla de acero y cemento, pero aun así quedaba un amplio círculo en torno de él donde aparentemente nadie quería entrar.
Aun desde lejos, Kira vio que estaba atontado, que se esforzaba por despertar, pero de alguna manera seguía resultando una amenaza. Buscó a tientas su fusil, recordó que la habían desarmado y maldijo por lo bajo.
El Parcial flexionó las rodillas hacia el pecho y luego se estiró hasta donde se lo permitían las cadenas. Apenas alcanzó ese límite, se puso tieso. Su cabeza se sacudía ligeramente mientras luchaba contra el sedante.
Mkele susurró:
–¿Cuánto hace que lo sedaste?
–Unas horas.
–¿Cuánto le diste?
–Doscientos miligramos.
Mkele se detuvo y se quedó mirándola.
–¿Quieres matarlo? Se va a asfixiar.
–No todo es morfina –respondió ella–. Es Nalox: en parte morfina, en parte naloxona en nanopartículas. Si el cuerpo pierde demasiado oxígeno, sintetiza más naloxona para reactivar los pulmones.
–En ese caso, podrías administrarle un poco más. Es obvio que su cuerpo lo tolera –se volvió hacia su equipo–. Preparen armas y apártense de los costados; esto no es un linchamiento.
–No es una ejecución –agregó Kira–. Hay que llevarlo ante el Senado. Ellos lo ordenaron.
El rostro de Mkele se veía duro.
–A menos que resulte muerto en un intento de fuga.
–No puede hacer eso –dijo Kira, echando un vistazo a la hilera de soldados armados; esperaban cualquier excusa para disparar, con los dedos prácticamente crispados sobre el gatillo.
Kira pensó en el bebé de Madison, en la angustia de su amiga.
–Apunten –ordenó Mkele.
Las armas se colocaron en posición con un chasquido seco. El Parcial volvió a moverse, tosiendo; su garganta sonaba ronca y horrible.
De pronto, Haru se metió de un salto en medio del círculo, se paró junto a los pies del Parcial y se volvió hacia el pelotón de fusilamiento.
–No pueden matarlo.
–Quítate de ahí –gruñó Mkele.
–Esta cosa es la única esperanza de mi hija –dijo Haru–. El Senado ordenó que lo llevaran con vida.
El Parcial volvió a moverse, luchando por ponerse de pie. La mitad de los soldados dieron un paso atrás; la otra mitad se adelantó, buscando con las armas una línea de fuego que eludiera a Haru. Este dio un respingo, apretó los dientes y cerró los ojos, pero no se movió.
–Esa cosa es una bomba con piernas –dijo Mkele.
–Sí, es peligroso –respondió Haru–. Pero es la herramienta más importante que hayamos tenido en esta guerra. Necesitamos tiempo para aprender todo lo que podamos.
El Parcial volvió a gemir. Los soldados mantuvieron las armas levantadas, a la espera de la orden de disparar.
Por favor, pensó Kira, por favor, no lo maten. Se armó de coraje, se adelantó y se plantó junto a Haru.
El Parcial se movió otra vez y rozó el dorso de la pierna de Kira. Ella se estremeció y cerró los ojos, creyendo que podía levantarse y matarla, pero se mantuvo firme.
Mkele la miraba con ojos que hervían de furia.
–Vuelve a sedarlo –ordenó, por fin–. Dale todo lo que tengas. No quiero que vuelva a despertarse hasta que lo tengamos en una celda. Saldremos hacia East Meadow a primera hora de la mañana.