Capítulo veinte

–La Voz –dijo el senador Weist. Kira estaba en una sala de conferencias del hospital con Mkele y los mismos cinco senadores que había conocido en su audiencia, y el ambiente estaba más tenso que nunca–. Atacaron el edificio del Senado. Fue el ataque más grande hasta ahora: al menos cuarenta insurgentes, quizá más, y no capturamos a uno solo vivo.

–¿Y si hubiéramos estado allí? –preguntó Hobb, en tono apremiante mientras caminaba inquieto por la sala. Su cabello ondulado estaba sudado y sin cuerpo; y su rostro, pálido–. No tenemos suficientes guardias para esto...

–El blanco no era el Senado –dijo Mkele–. No había ninguna asamblea en curso y ningún senador presente; atacaron en un momento en que la vigilancia era mínima. Es obvio que su intención era entrar con la menor resistencia posible.

–Entonces, ¿fue un robo? –preguntó Delarosa–. Aun así, no se entiende. Todo lo que almacenamos en ese edificio pueden conseguirlo más fácilmente buscando en las afueras.

–Buscaban el Parcial –respondió Mkele. La sala quedó en silencio–. Ya se está corriendo la voz. Por eso invité a la señorita Walker a que nos acompañe.

–Uno de los soldados habló –dijo la senadora Kessler–, o tal vez Kira. Nunca debimos confiar en ella.

Kira empezó a protestar, eligiendo mentalmente sus mejores y más horribles insultos para decírselos en la cara a la presumida senadora Kessler, pero Mkele la interrumpió.

–Si Kira hubiera hablado –dijo–, habrían atacado el hospital. Me parece más probable que la Voz no supiera lo que teníamos, sino solo que teníamos algo; obviamente desconocían dónde estaba. Incluso el mensaje que escribieron con aerosol en el edificio fue muy vago: “El Senado miente. ¿Qué están escondiendo?”. De haber sabido lo que escondíamos, ¿no creen que lo habrían dicho?

–Solo si querían iniciar una revuelta –respondió Weist–. Si se revelara lo del Parcial, no pasaría menos que eso.

–Es posible que una revuelta sea su único objetivo admisible en este momento –opinó Delarosa–. La única manera de crear suficiente agitación como para desencadenar un golpe de Estado.

–Considerando lo poco que hemos perdido –dijo Mkele–, este ataque nos resultó más benéfico que dañino. La información que aparentemente tenían, combinada con la que obviamente no tenían, me da un panorama valioso de su red de inteligencia.

–Qué bueno –dijo Hobb, con ironía–, pero ¿y antes del ataque? ¿Cómo trascendió nuestro secreto? Si usted es tan brillante, ¿por qué no impidió que ocurriera?

–Si usted tenía la ilusión de que esto se mantuviera en secreto en una comunidad tan pequeña como esta, se estaba engañando –repuso Mkele–. Yo desaconsejé desde el principio la presencia del Parcial.

–Tomamos la decisión basándonos en las garantías que nos dio usted –dijo Kessler–. Si algo se está filtrando de la Red de Defensa, tiene que encontrar por dónde...

–Sabíamos muy bien en qué nos metíamos –intervino Delarosa–. Si nuestro plan con la señorita Walker resulta fructífero, cada ataque habrá valido la pena. Los posibles beneficios son muchos más que los obstáculos.

–Si es que da resultado –replicó Kessler, lanzando una mirada penetrante a Kira–, y si la Voz no lanza un ataque consumado antes de que terminemos. Son demasiadas hipótesis.

Están hablando de mi trabajo como si lo estuvieran haciendo ellos, pensó Kira. Su primer impulso fue protestar, pero se contuvo. No. Si creen que estamos trabajando en esto juntos, significa que les importa el resultado. Están apoyando el proyecto. No les interesa quién se lleve los laureles con tal de que alguien encuentre la cura.

–Demasiadas hipótesis –intervino Hobb–; basta que una salga mal y de pronto somos traidores y criminales de guerra. Weist tiene razón con respecto a la revuelta: si se llega a saber que tenemos un Parcial en custodia, nadie va a esperar una explicación. La gente romperá todo lo que se interponga en su camino hasta encontrarlo, y después también van a destruirlo.

–Entonces tenemos que mudarlo –propuso Skousen–. El ataque al ayuntamiento causó mucha destrucción; si hacen lo mismo en el hospital, habrá demasiadas cosas en riesgo: los pacientes, las instalaciones, la estructura misma.

–Pero no podemos mudarlo –protestó Kira–. El hospital Nassau es el único establecimiento de la isla que cuenta con los recursos que necesitamos para el estudio. Ningún otro tiene estos equipos.

–Lo mejor es no decir nada –dijo Mkele–. La reacción inicial del senador Weist fue correcta, de acuerdo con mis proyecciones: si se llega a saber que estamos ocultando un Parcial en medio de East Meadow, la protesta popular será fervorosa y violenta. La gente creará disturbios o se pasará en masa a la Voz. Recomiendo que dupliquemos las patrullas policiales y tripliquemos la guardia en el Senado.

–¿Por qué complicar las cosas? –preguntó Kessler–. Deberíamos ejecutarlo y ya.

–Aún podemos aprender mucho... –dijo Kira, pero se paró en seco cuando Kessler la miró con furia. ¿Qué le pasa a esta mujer?

–Estoy de acuerdo –dijo Mkele–. Lo que necesitamos decidir es si las cosas que podemos aprender justifican el riesgo de que este secreto se haga público. Walker, ¿puedes darnos un informe sobre lo que has averiguado?

Kira lo miró brevemente, y luego al panel de senadores.

–Creo que debemos completar los cinco días –dijo, rápidamente.

–Queremos un informe –repuso Delarosa–, no una opinión.

–Las pruebas ya han revelado datos médicos invaluables –informó Kira–. Solo el primer análisis de sangre nos dijo más de lo que nunca supimos sobre la fisiología Parcial. Este hombre tiene un sistema avanzado de plaquetas...

–Cosa –la interrumpió el doctor Skousen.

Kira frunció el ceño.

–¿Perdón?

–Esa cosa tiene un sistema avanzado de plaquetas –la corrigió–. Estás hablando de una máquina, no de una persona.

Kira recorrió la sala con la mirada y vio los ojos de los senadores cargados de una mezcla de desconfianza y enojo, todos dirigidos a ella porque estaba hablando favorablemente de su enemigo. No podía permitirse esa actitud mientras ellos decidían con qué celeridad matarlo. De todos modos, ¿cuándo había empezado a considerarlo un hombre? Asintió, obediente, y bajó la vista, tratando de parecer lo más inofensiva posible.

–Perdón, fue un lapsus. Tiene un sistema avanzado de plaquetas que le permite sanar los cortes y otras heridas a velocidad exponencial, varias veces más rápido que un ser humano sano.

Weist se acomodó en su asiento.

–¿Y usted piensa que esa... capacidad avanzada de curación podría contener el secreto para curar el RM?

–Es posible –respondió Kira, aunque en su mente sabía que no lo era; tenía que dar un informe lo más positivo posible–. Pero es más probable que tenga que ver con algo que descubrí esta mañana –esto también era una exageración, pero necesitaba conseguir más tiempo–. El aliento del Parcial contiene rastros de RM neutralizado.

Los senadores emitieron exclamaciones de sorpresa a coro; Hobb incluso sonrió. Kira se dio cuenta de que la noticia los complacía y prosiguió con decisión.

–Estaba analizando el aliento del Parcial para ver si encontraba rastros del virus de transmisión aérea, lo que he denominado la Espora, pero en cambio hallé una forma inerte, no viral, del virus de transmisión sanguínea. Literalmente se ve como si alguien hubiera tomado una muestra de RM y le hubiera quitado todos sus elementos funcionales: no puede reproducirse ni contagiarse; no puede hacer nada. Hasta ahora, es la prueba más segura que hemos visto de que la biología Parcial puede ayudarnos a combatir el RM.

–Estoy impresionada –dijo Delarosa, asintiendo. Echó un vistazo a Skousen–. ¿Usted sabía eso?

–Lo encontró esta mañana –respondió Skousen–. Aún no he tenido tiempo de revisar sus registros –el viejo médico se volvió hacia Kira, muy serio–. ¿Estás segura de que es un RM neutralizado, y no un RM en espera de ser activado?

Sabía que me iba a cuestionar eso.

–Aún lo estoy investigando.

–Me parece prematuro presentarlo como algo tan definido cuando ni siquiera sabes lo que es.

–La poca evidencia que hay sugiere que es muy prometedor –respondió Kira–. Si fuera un virus nuevo, veríamos señales de él en alguna parte: nuevos síntomas, nuevos pacientes, probablemente una epidemia. Él... esa cosa... lleva varios días bajo custodia humana y nadie se ha enfermado. Yo llevo mucho tiempo cerca de eso, y estoy muy bien.

–¿Y si no es un virus nuevo? –insistió Skousen–. ¿Y si es el mismo RM, al cual todos somos inmunes, y por eso la muestra permanece latente?

–Es posible, sin duda –respondió Kira–, pero me inclino a que la otra teoría también lo es. Esto podría ser una buena señal y, sea como sea, es la pista más firme y alentadora que hemos tenido. Francamente, es más prometedora de lo que esperaba encontrar al cabo de apenas un día y medio.

–Aquí realmente podría haber algo –dijo Delarosa, y miró a Weist con una expresión que a Kira le pareció sorprendentemente dura–. Señorita Walker, coincido con su evaluación: positivos o no, vale la pena seguir estudiando estos hallazgos. Aprenda todo lo que pueda, y no dude en pedir lo que necesite.

–Necesito sangre de recién nacido –se apresuró a decir. Hizo una mueca por lo truculento del pedido, y deseó haberlo planteado en forma menos grotesca–. La próxima vez que nazca un bebé, apenas corone, necesito una muestra de su sangre. Estoy tratando de estudiar el proceso de infección; por eso la premura.

Delarosa miró a Skousen, quien suspiró y asintió. La senadora volvió a mirar a Kira.

–Haremos lo posible.

–Pero ¿qué vamos a hacer con la seguridad? –preguntó Skousen–. Un ataque de la Voz al hospital sería devastador.

Delarosa volvió a clavar la mirada en el mismo punto fijo de la mesa, pensativa.

–Señor Mkele, esa es su área.

–Más soldados –respondió Mkele–, aunque con el hospital debemos tener cuidado. Si la Voz se da cuenta de que aumentamos la seguridad aquí, seguramente será su próximo blanco.

–Pues entonces mudemos al Senado aquí –propuso Hobb–. Pensarán que el aumento de seguridad es por nosotros.

Mkele meneó la cabeza.

–Eso solo empeora las cosas. El Senado seguirá reuniéndose en el ayuntamiento...

–¿Está loco? –exclamó Hobb.

–La Voz ya revisó el ayuntamiento –explicó Mkele, levantando la voz sin dejarlo terminar–, y no encontró lo que buscaba. No volverán a atacar allí. Ahora nuestro objetivo es confundirlos con demasiados blancos, en vez de conducirlos a la opción más obvia. Aumentaremos las patrullas en toda la ciudad; retiraremos soldados de LaGuardia y agregaremos presencia policial visible en todos los edificios principales de East Meadow. Nada de lo que hagamos les dará una idea de lo que escondemos ni dónde, y tendrán que basarse en sus propios agentes de inteligencia, que obviamente no son buenos. Eso nos dará tiempo, por lo menos.

–¿Cuánto tiempo? –preguntó el senador Weist.

Mkele miró a Kira.

–Lo único que necesitamos son tres días y medio más, ¿correcto? Luego destruimos esa cosa y ya.

Hobb meneó la cabeza.

–No basta con destruirlo, como dijimos antes. Se correrá la voz, y necesitamos parecer inocentes. Es la única manera de mantener el control.

–¿Control? –repitió Kira. Recordó cómo había reprendido a Isolde por usar esa palabra. ¿Así pensaba realmente el Senado con respecto a ellos?

Delarosa se volvió hacia ella, con ojos fríos y penetrantes.

–Sí, control. Supongo que está al tanto de que en esta isla crece el descontento.

–Pues sí, pero...

–¿De la Voz? –prosiguió–. ¿Los atentados contra personas inocentes? ¿La posibilidad muy real de una guerra civil que haga pedazos lo poco que queda de la humanidad? ¿Qué propone usted que hagamos con esta situación, sino recuperar el control?

–No me refería a eso –dijo Kira.

–Pero es lo que está implicando –repuso Delarosa–. Sugiere que el control es malo, y que el pueblo, si se le deja a su suerte, resolverá este problema por sus propios medios, sin nuestra ayuda. No puede ver el estado del mundo y sugerir con sinceridad que puede arreglarse solo.

Kira vio de reojo que Kessler sonreía con sorna, pero de todos modos habló.

–Lo que quiero decir es que quizá están presionando demasiado. La principal queja de la Voz es la Ley de Esperanza; piensan que ustedes están ejerciendo demasiado control sobre los derechos humanos comunes.

–¿Y qué alternativa tenemos? –preguntó Delarosa–. ¿Echarnos atrás? ¿Abandonar nuestro objetivo de tener partos inmunes y exitosos? La razón de todo lo que hacemos es, como usted nos recuerda con tanta frecuencia, el futuro de la raza humana. Promulgamos la Ley de Esperanza para maximizar nuestras probabilidades de reproducción; es el método más simple y el mejor para hacerlo. Y sí, mucha gente se quejó, pero llega un punto en la vida de una especie en que las quejas y los derechos civiles pasan a un segundo plano en comparación con la pura y absoluta supervivencia –dejó su lápiz sobre la mesa y entrelazó las manos–. ¿Sabe a qué me dedicaba antes del Brote, señorita Walker?

Kira negó con la cabeza.

–Era zoóloga. Trabajaba para salvar especies en peligro de extinción. En un momento llegué a estar a cargo de la población de rinocerontes blancos de todo el mundo: los diez que quedaban. Dos machos. ¿Tiene idea de lo que fue de ellos cuando el mundo se derrumbó a su alrededor?

–No, señora.

–Abrí las puertas y los dejé salir. Abandoné el control –hizo una pausa–. A uno de ellos se lo comió un puma esa misma noche. Vi su cadáver a la mañana siguiente, camino al refugio más cercano.

–Así que es eso, ¿eh? –dijo Kira, tratando de ignorar el frío que la invadía–. No somos más que otra especie amenazada en su zoológico.

–¿Acaso lo niega? –preguntó Delarosa.

Kira apretó la mandíbula, esforzándose por pensar una respuesta que no jugara en favor de la senadora.

–Nosotros somos más de diez.

–Gracias a Dios.

Kira miró la hilera de senadores, y a Mkele estoicamente de pie detrás de ellos. No se le ocurrió nada más que decir.

–El mundo está en ruinas –dijo Hobb–. Eso lo sabemos. Lo que usted tiene que entender es que intentamos salvarlo de la mejor manera que sabemos. Mire esta sala: Skousen es el mayor cerebro médico del mundo; Delarosa es la mejor administradora a largo plazo que yo haya conocido, y Kessler es la razón de que usted tenga comida fresca para alimentarse: literalmente creó nuestro programa de granjas y mercados. Ellos trabajan día y noche para resolver problemas que usted apenas empieza a comprender, y lo vienen haciendo desde antes de que aprendiera a leer. Hay planes, otros planes alternativos que ni siquiera podría adivinar. Por favor, confíe en nosotros.

Kira coincidió lentamente, sopesando los argumentos de los senadores.

–Tienen razón. Yo dije lo mismo cuando planeamos nuestra incursión a Manhattan: nada es más importante que asegurarnos de tener un futuro. Estaba dispuesta a sacrificar cualquier cosa.

–Exacto –dijo Delarosa.

–Entonces... –Kira hizo una pausa–. Entonces su plan para el futuro es la Ley de Esperanza, y su plan para recuperar el control es matar al Parcial, como dijo el senador Hobb, de una manera que los haga quedar bien parados.

–De una manera que mantenga el orden, sí –respondió Hobb.

Kessler resopló.

–No necesito que me ponga las cosas en claro.

–¿Y mi trabajo, entonces? –preguntó Kira–. ¿Y todo lo que estoy haciendo para encontrar una cura... cómo encaja en su plan? –frunció el ceño–. ¿Tiene alguna prioridad?

–Son planes dentro de otros planes –respondió Hobb–. Si logra descubrir algo, lo aprovecharemos con mucho gusto, pero si no... tenemos que estar preparados.

¿Preparados para qué?, se preguntó Kira.

–Solo recuerde una cosa –dijo Delarosa–: absolutamente nadie puede enterarse de esto. Le permitimos participar, primero, porque nos obligó, y nuevamente porque ha demostrado ser inteligente y capaz. Pero hay algo que debe haber sabido desde que volvió a poner un pie en esta isla: si alguien se entera de lo que estamos haciendo, no tendremos solo disturbios: tendremos una revolución.