En lugar de regresar directamente al laboratorio, Kira se dirigió a la cafetería. Necesitaba tiempo para pensar.
¿Qué estaba planeando el Senado? Una parte de ella sabía que tenían razón, pero aun así había una vocecita en el fondo de su mente que le decía que debía estar alerta. Veían los mismos problemas que ella, pero sus soluciones eran muy diferentes: Kira quería curar el RM, pero ellos parecían tomarlo como un medio para mantener el control. Y sí, tenían muy buenas razones para mantener el control; la sociedad de East Meadow no era en absoluto sólida, y más allá, en las afueras, era aún peor. Necesitaban un liderazgo fuerte, una mano firme que los guiara.
Sin embargo...
Cerró los ojos, respiró hondo y trató de pensar en otra cosa. Basta del Senado; tengo que volver a trabajar.
Recorrió los pasillos a paso vivo, ignorando el ajetreo que había alrededor. Saludó con un movimiento de cabeza a Shaylon, que montaba guardia junto a la puerta, y entró en el laboratorio. La sopladora siseó, los circuitos de descontaminación zumbaron en el suelo, y allí estaba él, aún amarrado a la mesa, con los brazos extendidos, la cara al cielo y los ojos oscuros y solemnes. La miró brevemente cuando entró, y luego volvió la vista al techo.
Kira dio un golpecito en la pantalla de la medicomp para activarla y halló el análisis del aliento aún abierto; el escáner había completado su tarea y catalogado miles de partículas diferentes. Reconoció muchas, tanto orgánicas como inorgánicas: los gases habituales en la exhalación, fragmentos de células epiteliales muertas, motas de polvo microscópicas, cantidades mínimas de minerales y un puñado de bacterias comunes. Nada especial. En cambio, la lista de partículas no reconocidas era diez veces más larga. La expandió y fue revisándola con un golpecito del dedo: una imagen tras otra de compuestos químicos raros, algunos grandes, otros pequeños, todos de formas irregulares e increíblemente extraños. Nunca había visto nada así. Advirtió que muchas de las imágenes eran similares, y los compuestos parecían dividirse en varias categorías principales que se repetían una y otra vez. Empezó a marcar las imágenes, a examinar las moléculas y a señalar aquellos que parecían ser identificadores claves; a estos los separó en subgrupos para enseñar a la medicomp a reconocer los distintos elementos. Pronto la computadora estaba revisando la lista por su cuenta, dividiendo los compuestos en nueve tipos principales y un décimo grupo de elementos no vinculados. Sin embargo, aún no identificaba su función, y Kira no lograba adivinarla con solo mirarlos. Fueran lo que fueran, el cuerpo de Samm estaba lleno de ellos.
Ninguno de los compuestos era ni remotamente tan complejo como la Acechadora, pero no concordaban con ninguna sustancia de las que Kira conocía: no se trataba de tela, comida ni, obviamente, mineral o plástico. Miró a Samm, luego miró otra vez la pantalla, frunció los labios y se puso de pie. Eran demasiado comunes y constantes para que fuera casualidad, de modo que era obvio que cumplían una función, y el cuerpo necesitaría puntos de creación o receptores para aprovechar esa función. ¿Tendría eso algo que ver con su resistencia? Había una sola manera de averiguarlo. Caminó hasta la mesa de operaciones, destrabó las ruedas y empezó a empujarla hacia el otro lado de la sala. Supuso que Samm le preguntaría qué estaba haciendo, pero él guardó absoluto silencio.
Kira acomodó la mesa bajo el explorador DORD, un aparato de gran porte, casi tan grande como algunos de los autos que se oxidaban en el aparcamiento. Era el arma más potente de su arsenal de laboratorio: un escáner médico capaz de catalogar un cuerpo entero, capa por capa y pieza por pieza. Accionó un interruptor para encenderlo y, mientras se iniciaba, regresó a la medicomp. Las definiciones que había creado para las categorías de compuestos aún estaban allí, junto con algunas de las imágenes más claras. Las congeló en la pantalla; luego retiró la pantalla, la desconectó de la medicomp y la trasladó con cuidado hasta el DORD. Por sí sola, la pantalla tenía una capacidad de procesamiento impresionante, pero no era nada en comparación con los sistemas de sensores a los cuales podía acoplarse. Kira la conectó al DORD, oyó el clic cuando encajó en su lugar, y con algunos golpecitos quedó lista para empezar. El escáner examinaría los pulmones, la garganta y las vías nasales de Samm en busca de algo que se pareciera a los compuestos misteriosos, y eso le daría una buena idea de su origen y destino. A partir de allí, tendría que intuir el resto. Kira levantó el conjunto de sensores, lo extendió y centró a Samm debajo; era un equipo grueso y plomizo, con revestimiento de plástico blanco, fácilmente lo más pesado que había en el laboratorio, pero se sostenía a la perfección. Le dio la orden de iniciar y cobró vida con un zumbido.
Ella observó la pantalla con atención, ansiosa por ver qué mostraba el escáner. No era un barrido rápido. Nerviosa, tamborileó con los dedos sobre la carcasa del DORD; luego se volvió y caminó hacia la ventana. Quería preguntar a Samm si sabía qué eran esas partículas, pero ahora que el examen había empezado, cualquier movimiento podía interferir. Se volvió nuevamente y lo observó: firme como una roca, casi como si estuviera quedándose quieto a propósito.
Notó un movimiento en la pantalla y se acercó a mirar. El DORD ya estaba presentando y categorizando algunas imágenes preliminares. Examinó la lista y abrió una del compuesto rotulado M, una partícula pequeña en forma de herradura. El aparato había encontrado en el cuerpo de Samm varias estructuras que podían estar relacionadas con ella: una en la cavidad nasal y el resto en los pulmones. Kira las abrió, una al lado de la otra, en la pantalla y las examinó. Casi parecían glándulas, aunque no eran como ninguna que ella conociera. La de los senos paranasales era considerablemente más grande, y el DORD la había relacionado con varios otros archivos. Kira abrió la lista y la revisó rápidamente, levemente sorprendida por lo que veía. Hasta ahora, el DORD había vinculado esa imagen con cada compuesto que había hallado en el barrido. Cada una tenía una pequeña glándula propia en los pulmones, pero todas estaban conectadas con la más grande, que estaba en la cabeza.
Examinó la glándula con más detenimiento mientras el escáner seguía trabajando. ¿Qué función tenía? No podía pedirle a la computadora que adivinara, pero sí que buscara coincidencias parciales en su base de datos. Inició la búsqueda y volvió a mirar la imagen, preparándose para otra larga espera, pero los resultados fueron casi instantáneos: cero coincidencias. Kira frunció el ceño y volvió a hacer la prueba. Ninguna.
Supongo que voy a tener que hacer esto manualmente. Dado que cada partícula tenía dos estructuras relacionadas, la primera suposición obvia era que una estructura creaba la partícula y la otra la recibía: una creadora y una lectora. Lo cual implicaba que transmitían información. Hizo otra búsqueda, esta vez investigando en la base de datos algo que no fuera humano. El DORD encontró un viejo archivo, anterior al Brote, en el cual alguien había examinado un perro, y Kira pidió a la computadora que buscara allí coincidencias parciales. Apareció una casi de inmediato; mostraba una estructura notablemente similar, aunque mucho más sencilla que la de Samm. Era un órgano vomeronasal.
Samm tenía un sistema de feromonas increíblemente sofisticado.
Kira buscó más archivos y leyó todo lo que encontró sobre feromonas. Se trataba de un sistema de comunicación química simple, como una forma de olfato pero muchísimo más especializado. Los insectos lo usaban para cosas sencillas como marcar rutas o prevenirse entre sí del peligro; los perros lo usaban para marcar su territorio e indicar épocas de reproducción. ¿Para qué lo usarían los Parciales?
Puedo preguntárselo, pensó.
–Háblame de tus... feromonas.
Como era previsible, Samm no respondió.
–Tienes un sistema altamente desarrollado de receptores y sintetizadores químicos; ¿puedes decirme algo sobre eso?
No hubo respuesta.
–No puedes culparme por intentarlo.
Reflexionó un momento, miró alrededor y luego abrió la medicomp y sacó el guante de goma en el que Samm había exhalado. Lo acercó a su rostro, lo pinchó con una aguja y apretó con todas sus fuerzas, enviando el aire directamente a su nariz. Samm tosió y farfulló, sacudiendo la cabeza para evitar el chorro de aire, pero Kira vio con asombro cómo su semblante se volvía más tranquilo. Su ritmo cardíaco aumentó en reacción al aire forzado, pero bajó casi de inmediato al reaccionar a... otra cosa. Las feromonas. Sus ojos se relajaron, su expresión se suavizó y su respiración se hizo más pareja.
Se parecía mucho, pensó Kira de pronto, a la cara que había puesto por la mañana, cuando accedió a exhalar dentro del guante.
–Maldición –dijo–. Eso no es justo.
Kira apoyó las manos en las caderas.
–¿Qué acaba de pasar?
–Estás usando mis propios datos en mi contra, y ahora yo... maldición –cerró la boca y miró el techo.
–¿Qué datos? –le preguntó Kira–. ¿Las feromonas? ¿Así las llamas? –miró el guante que tenía en la mano, ahora desinflado y flácido–. Acabas de decirme algo que no querías, ¿verdad? Se te escapó. ¿Qué hicieron las feromonas?
Samm no dijo nada; Kira acercó el guante a su propia cara y lo examinó con detenimiento. Se dirigió al centro de la sala, tratando de recordar cómo había sido todo por la mañana: el DORD aquí, la mesa por allá y Samm encima de ella. Le había pedido que soplara dentro del guante y habían compartido algo, un momento de... de algo. De verdadera comunicación. Ella había bromeado sobre el nombre de Samm, él había respondido del mismo modo, y entonces había accedido a ayudarle a tomar una muestra de aliento. Había confiado en ella.
Y ahora, cuando le echó el aire a la cara y le hizo una pregunta, volvió a confiar en ella; no por mucho tiempo, pero sí lo suficiente como para que su escudo de autocontrol hostil vacilara. Había respondido la pregunta.
Las feromonas habían recreado la confianza que Samm había sentido esa mañana y lo habían obligado a sentirla otra vez.
–Es como un sistema químico de empatía –dijo Kira en voz baja, al tiempo que regresaba hacia Samm–. Lo que estés sintiendo, lo transmites con estas feromonas, y otros Parciales también pueden sentirlo. O al menos, saber que lo estás sintiendo –se sentó en la silla a su lado–. Es como el bostezo social: se puede generalizar el estado emocional de una persona en todo un grupo.
–Ya no puedes usarlo en mi contra –dijo Samm–. No voy a soplar más en tus guantes.
–No estoy tratando de usarlo en tu contra, sino de entenderlo. ¿Qué se siente?
Samm se volvió hacia ella.
–¿Qué se siente al oír?
–Está bien –dijo Kira–; fue una pregunta tonta, tienes razón. No se siente nada, simplemente es parte de lo que eres.
–Había olvidado que los humanos no pueden enlazar –dijo Samm–. Todo este tiempo estuve muy confundido, tratando de entender por qué ustedes son tan melodramáticos para todo. Es porque no pueden captar las emociones de los demás en el enlace, por eso tienen que transmitirlas con inflexiones de la voz y con el lenguaje corporal. Es útil, lo admito, pero es un poco... histriónico.
–¿Histriónico? –repitió Kira. Era el discurso más largo que había oído de él. ¿Estaba hablando abiertamente o se trataba de otro plan calculado? ¿Qué ganaba él hablándole? Ella prosiguió, tratando de alargar la conversación y ver si Samm seguía prestándose–. Si ustedes se basan en disparadores químicos para informar a la gente lo que sienten, eso también explica muchas cosas sobre ustedes. Para la sociedad humana, tú demuestras poquísimas emociones; si a ti te parecemos melodramáticos, tú nos pareces absolutamente inexpresivo.
–No se trata solo de emociones –dijo él. Kira se inclinó hacia adelante, aterrada de que dejara de hablar en cualquier momento y que su apertura desapareciera como una burbuja de jabón–. Nos avisa si alguien está en problemas o herido o excitado. Nos ayuda a funcionar como una unidad, a trabajar en conjunto. El propósito del enlace era usarlo en batalla, obviamente. Si un ser humano estuviera de guardia y viera algo, tendría que gritar una advertencia, y entonces los otros humanos tendrían que despertarse y entender lo que les dice, y luego prepararse para el combate. Si un guardia Parcial ve algo, esos datos viajan por el enlace y los demás soldados lo saben de inmediato: les sube la adrenalina, se les acelera el ritmo cardíaco, entra en acción el reflejo de lucha o huida y, de pronto, todo el escuadrón está listo para pelear, a veces sin siquiera decir una palabra.
–Los datos –repitió Kira–. Enlaces y datos... palabras muy tecnológicas.
–Ayer me llamaste robot biológico –recordó Samm–. Eso no es del todo incorrecto –sonrió; era la primera vez que Kira lo veía hacer eso, y ella hizo lo mismo–. No sé cómo ustedes pueden funcionar. Con razón perdieron la guerra.
Sus últimas palabras quedaron flotando en el aire como una nube venenosa, y acabaron con toda esperanza de que la conversación se hiciera amistosa. Kira se volvió hacia la pantalla, tratando de no gritarle. La actitud de él también había cambiado: estaba más solemne, en cierto modo. Pensativo.
–Yo trabajaba en una mina –continuó, en voz baja–. Ustedes nos crearon para ganar la Guerra de Aislamiento, y eso hicimos. Cuando volvimos a casa, el gobierno de los Estados Unidos nos dio trabajo. A mí me tocó trabajar en una mina. No era un esclavo: todo era legal, correcto y “humanitario” –pronunció esa palabra con amargura–. Pero no me gustaba. Traté de conseguir otro empleo, pero nadie quería contratar a un Parcial. Intenté estudiar, prepararme para hacer algo mejor, pero ninguna escuela aceptaba mi solicitud. No podíamos movernos del barrio marginal que nos había asignado el gobierno, porque nuestros salarios apenas alcanzaban para vivir y, de todos modos, nadie quería vendernos su casa. ¿Quién quiere vivir al lado de la gente artificial?
–Por eso se rebelaron.
–Los odiábamos –dijo–. Yo los odiaba –se volvió hacia ella y la miró a los ojos–. Pero no quería un genocidio. Ninguno de nosotros quería eso.
–Alguien lo quiso –dijo Kira, con la voz ronca por las lágrimas contenidas.
–Y ustedes perdieron toda conexión con el pasado –agregó Samm–. Entiendo perfectamente cómo te sientes.
–No, no es así –replicó ella, furiosa–. Puedes decir lo que quieras, pero no te atrevas a decir eso. Nosotros perdimos nuestro mundo, perdimos nuestro futuro, perdimos a nuestras familias...
–A ustedes les robaron a sus padres –concluyó Samm–. Nosotros matamos a los nuestros, cuando los matamos a ustedes. Por más dolor que sientan, no tienen que cargar además con esa culpa.
Kira se mordió el labio, tratando de entender sus propios sentimientos. Samm era el enemigo, y sin embargo se lamentaba por él; sus palabras la habían hecho enojar mucho, pero a la vez se sentía casi culpable por sentirse así. Tragó en seco, y se obligó a responder algo que era en parte una acusación y en parte un ruego desesperado de comprensión.
–¿Por eso me cuentas todo esto? ¿Porque te sientes mal por habernos matado?
–Te digo esto porque tienes que entender que no basta con hallar la cura. La guerra fue devastadora, pero los problemas empezaron mucho antes.
Kira sacudió la cabeza, y sus palabras salieron con mayor dureza de lo que ella misma esperaba.
–No me digas lo que tengo que entender.
Se apartó de su lado y volvió al trabajo.
–Es un sistema de comunicación –dijo Kira. Caía la tarde y, como no había almorzado, decidió acompañar a Marcus y cenar temprano. Él había comprado sushi en la calle, y estaban comiendo juntos en una sala vacía del tercer piso, lejos de todo el ajetreo y la gente que había abajo. Kira tomó un bocado de sushi, lo tragó y siguió hablando, tan ansiosa que apenas podía seguir el hilo de sus pensamientos. Su conversación con Samm aún ardía en su mente, como una serie incandescente de brasas emocionales encendidas, pero se obligó a ignorarlas–. Un sistema químico de comunicación, como tienen las hormigas, pero millones de veces más complicado. Imagínate poder hablar con la gente solo mediante la respiración... no tendrías que decir una sola palabra, pero lo sabrías todo...
–No te imagino sin decir una sola palabra –respondió Marcus–. Creo que antes te volverías loca.
–Ja, ja, ja –dijo Kira, con fastidio.
–Entonces, ¿cómo funciona?
–Bueno, no sé qué clase de cosas pueden decirse químicamente; catalogué por lo menos veinte feromonas distintas, pero incluso diez veces esa cantidad sería un vocabulario muy limitado. Aunque si, por ejemplo, una de esas cosas fuera “Estoy herido” apenas un soldado resultara herido, todos los demás lo sabrían al instante y tendrían bastante idea de dónde buscarlo. Es un sentido que nosotros ni siquiera tenemos, como un sentido social, y para él es algo constante, absolutamente natural. ¿Te imaginas lo que sería encontrarte desconectado de eso? Debe de sentirse más solo que... –pensó otra vez en lo que él había dicho, en que había llamado a la humanidad “mis padres”. ¿Cómo sería allá, el vasto territorio de los Estados Unidos vacío y silencioso?–. Están solos, Marcus. Es más bien trágico, ¿no te parece?
–Suerte que te tiene a ti para cuidarlo, entonces –dijo él–. Sería una pena que el pobre Parcial se sintiera solo.
–No me refería a eso –aclaró Kira–. Esto es lo que me gusta hacer, Marcus... tú también eres paramédico; pensé que entenderías por qué me entusiasma tanto. No se trata de Samm, sino de...
–Ah, así que ya se dijeron los nombres, ¿eh? –Marcus intentaba hacerlo pasar como una broma, pero Kira se dio cuenta de que en el fondo había verdadera emoción. Lo conocía demasiado bien–. Es una broma, Kira. Pero, hablando en serio: es un Parcial. El peor enemigo de la humanidad, ¿te acuerdas?
–Eso es lo que trato de decirte: ya no estoy tan segura de que lo sean.
–¿Eso es lo que trata de decirte el Parcial? –Marcus la miró como lo habían hecho los senadores. Como si fuera una imbécil–. Está solo y encadenado y eso te da lástima, pero intentó matarte, no solo en el Brote sino la semana pasada, en Manhattan, con un arma. Es un prisionero de guerra, y quién sabe qué les haría a ti y a toda la ciudad si lograra soltarse.
–Lo sé –dijo Kira–, lo sé. Pero tú no hablaste con él... No habla como un monstruo. No... no parece un monstruo.
–Hace dos días era tu sujeto de investigación –le recordó Marcus–, un experimento. Dos días antes de eso, era un enemigo sin rostro al que estabas dispuesta a matar y desmembrar para estudiarlo. En dos días más, ¿quién sabe qué será? ¿Un amigo?
–No estoy diciendo eso.
–En tres días estará muerto. Te conozco mucho, Kira, y veo muy bien adónde está yendo esto. Primero sentirás lástima y te encariñarás con él y luego, cuando muera, quedarás destrozada porque piensas que tienes que salvar a todos. Es como con los recién nacidos: te sientes personalmente responsable por cada uno que muere. El Parcial es solo un sujeto de pruebas; lo peor es que tiene la inteligencia para decirte exactamente lo que quieres oír. Lo único que digo es que no me parece bien que te apegues demasiado a él.
–¿Que me apegue demasiado? –preguntó Kira. Nuevamente sintió que la invadía la furia–. ¿Crees que estamos muy apegados?
–Espera. No me refería a eso en absoluto.
–¿No? –insistió Kira, acalorada–. Porque me pareció que estabas acusándome de algo.
–No estoy acusándote de nada –se defendió Marcus–. Solo estoy advirtiéndote...
–¿Advirtiéndome?
–Eso sonó mal.
–¿Advirtiéndome qué cosa? –preguntó ella, en tono apremiante–. ¿Que no me haga amiga de nadie que tú no apruebes?
–Trato de prevenirte sobre ti misma –dijo Marcus–. Ya sabes que tienes una tendencia a envolverte en esos enormes sueños y luego sufres mucho cuando se te caen encima. No te conformas con ayudar a los bebés, también quieres curar el RM; no te basta estudiar a un Parcial, también tienes que... ¿qué? ¿Hacer las paces con ellos? ¿Eso es lo que dice Samm?
–No, por supuesto que no –respondió Kira, pero aun mientras lo decía, no estaba tan segura–. Solo digo que, al margen de que yo le crea o no, no son como la gente piensa. Se rebelaron porque los humanos los habían oprimido, entonces quizá, si los tratamos bien... esta vez las cosas funcionen. No lo sé –se frenó un segundo para ordenar sus ideas–. No estoy diciendo que tengamos que bajar nuestras defensas y olvidar todo lo que pasó; solo que tal vez ya no quieren hacernos daño. Y si ellos tienen la clave para curar el RM, es posible que la paz sea nuestra única oportunidad –miraba a Marcus con nerviosismo, rogando por dentro que la entendiera.
–Se rebelaron y nos mataron –repitió Marcus.
–Las colonias norteamericanas se rebelaron contra Inglaterra hace casi trescientos años –le recordó Kira–. Se repusieron y, a la larga, fueron buenas amigas.
–Estados Unidos no liberó un virus que destruyó el mundo.
–Y quizá tampoco los Parciales –dijo Kira–. Quizá hay muchas cosas que no sabemos de la guerra. Solo hablamos de lo que nos hicieron, pero no puede ser así de simple. Si Samm dice la verdad...
–Todo se reduce a Samm, ¿verdad? –preguntó, sacudiendo la cabeza.
–¿Qué pasa, Marcus? –se volvió y lo miró de frente–. ¿Estás celoso? Yo te amo –siguió mirándolo a los ojos–. Por favor, trata de entender lo que digo.
–¿De verdad me amas?
–Claro que sí.
–Entonces cásate conmigo.
Los ojos de Kira se dilataron. Era lo último que había esperado que dijera, en ese momento, en ese lugar, en esa situación.
–Yo...
–Somos jóvenes –prosiguió Marcus–, pero no demasiado. Puedes vivir conmigo. Busqué esa casa grande para ti. Para nosotros. Podemos envejecer allí, y cuando cures el RM podemos tener una familia. Pero no es necesario esperar. Podemos estar juntos ahora.
Kira lo miró, imaginando la cara de Marcus junto a la suya, por la noche al acostarse, por la mañana al despertar, siempre con ella en todo y para todo. Era lo que siempre había querido, desde que siendo niños contemplaban juntos las estrellas sobre el techo de la escuela.
Pero las cosas ya no eran tan sencillas.
Ella negó lentamente con la cabeza, tanto que apenas podía sentirlo, con la esperanza de que, si lo hacía muy suavemente, Marcus no la vería decir que no.
–Lo siento, Marcus. No puedo.
Marcus permaneció aparentemente impasible; casi pudo disimular sus emociones, pero no del todo.
–¿No puedes ahora o nunca?
Kira pensó en los recién nacidos, en el virus, en la guerra, en los Parciales, en su trabajo en el laboratorio y en todo lo que le había dicho Samm. No bastaba con curar el RM, había dicho. ¿Acaso el siguiente paso era la paz? ¿Cabía esa posibilidad? Había demasiadas preguntas, demasiadas sombras que no la dejaban ver con claridad. Volvió a sacudir la cabeza.
–No puedo ahora. El resto no lo sabré hasta que llegue el momento.
–Está bien –Marcus hizo una pausa, asintió y se encogió de hombros–. De acuerdo.
Lo estaba tomando bastante bien, como si hubiera previsto esa respuesta.
Eso fue lo más duro.