–No debería estar levantada.
Kira hizo una mueca de dolor, apoyándose con fuerza en el soporte del suero.
–Estoy bien.
No lo estaba, pero no tenía tiempo para quedarse acostada. Su tiempo se había acabado: iban a matar a Samm, la cura se perdería, Arwen moriría y la isla entera parecía a punto de derrumbarse bajo una nube de escombros. Kira tenía un plan y no iba a dejar que una pierna quemada le impidiera cumplirlo.
La enfermera movió la cabeza en un gesto reprobatorio.
–Tiene una quemadura de tercer grado del tamaño de una pelota de tenis. Déjeme ayudarla a acostarse.
Kira extendió la mano, tratando de no apoyar peso en su pierna quemada.
–Estoy bien, en serio. El regenerador ya compuso la mayor parte de la piel, y apenas había daño muscular. Déjeme caminar.
–¿Está segura? –preguntó la enfermera–. Parece que le duele mucho.
–Estoy segura.
Kira dio otro paso, usando el soporte del suero como bastón y arrastrando la pierna quemada con cuidado. La enfermera la observaba y ella se esforzó por sonreírle y aparentar normalidad. En realidad, se sentía muy mal: se había aplicado una segunda sesión del regenerador, a pesar del riesgo de sobredosis, y las células quemadas apenas empezaban a restituirse. Pero tenía que levantarse. Tenía que llegar al Senado.
Estaban cerca, lo sabía. Probablemente seguían usando el ayuntamiento, como había sugerido Mkele, pero para una reunión secreta de su comité maquiavélico sabía que estarían allí, en el hospital, escondidos del mundo y rodeados de guardias.
Solo tenía que averiguar en qué parte del edificio estaban.
El soporte del suero tenía rueditas, que chirriaban suavemente mientras ella caminaba rengueando por el largo pasillo blanco. Cada paso era angustiante. Se detuvo en una estación de enfermería, jadeando por el esfuerzo.
–¿Estás bien, Kira?
Era Sandy, la enfermera de maternidad.
–Estoy bien. ¿Sabes dónde está el doctor Skousen?
La chica meneó la cabeza.
–Pidió que no lo molestaran.
–Sandy, ya sé que está en reunión con los demás senadores –susurró Kira. Observó su rostro en busca de alguna señal de reconocimiento, la vio y sonrió por dentro–. Es en relación con el proyecto secreto en el que me tenían trabajando. Necesito estar allí.
Sandy se inclinó hacia ella.
–Mira, no quiero tener nada que ver con esto. Están en la salita de conferencias del cuarto piso. Haz lo que necesites hacer.
–Gracias, Sandy.
Se dirigió hacia la escalera lo más rápido que pudo. El cuarto piso: subir diez escalones, doblar, diez escalones más. Repetir dos veces. Kira ahogó una exclamación. No podré llegar. Sacudió la cabeza, recordando el cuerpo agonizante de Shaylon, recordando a Samm. Tengo que encontrarlos. No hay otra alternativa.
Se aferró con fuerza a la barandilla de la escalera, subió el soporte al primer escalón y se alzó lentamente. El soporte se tambaleó ligeramente sobre sus rueditas, pero logró mantenerlo firme. Cada paso hacía que le doliera la pierna, y pronto tenía los brazos exhaustos por tanto esfuerzo para soportar su peso. En el primer descanso, se dejó caer contra la pared y apoyó la cabeza mientras tomaba grandes bocanadas de aire. La pierna le dolía más de lo que había imaginado, pero no podía detenerse. Van a matar a Samm. Apretó la mandíbula y siguió subiendo, obligándose a dar un paso más, y otro, y otro más. Descanso tras descanso. Piso tras piso. Al llegar al cuarto piso, cayó al suelo y fue arrastrándose hasta que un soldado que custodiaba la sala de conferencias corrió hasta ella. Era el mismo guardia de la reunión anterior, lo cual significaba que la reconocería. Kira rezó en silencio una plegaria de agradecimiento y esperó que no le hubieran dado instrucciones de no dejarla entrar esta vez. Pero ¿por qué habrían de hacer eso? Pensaban que estaba en cama.
–¿Se encuentra bien? –el guardia la ayudó a ponerse de pie–. No me avisaron que vendría.
Gracias. Se levantó con dificultad, sosteniéndose del soldado con una mano y, con la otra, del soporte del suero.
–No quise perdérmelo. Ayúdeme a entrar.
Se apoyó en el brazo del hombre, caminó rengueando hasta la puerta y la abrió con toda la fuerza que pudo reunir.
Mkele y los senadores estaban amontonados en torno de una mesa, y en un rincón estaba Samm, encadenado. Todos la miraron, sorprendidos. Kira sintió el odio en los ojos de Kessler como un láser. Delarosa se limitó a levantar las cejas.
Hobb se volvió hacia Skousen.
–Nos dijo que estaba demasiado malherida para moverse.
–Pues resulta que no es muy buen médico –dijo Kira; hizo una mueca de dolor y entró arrastrando la pierna. El soldado la tomó por el hombro para detenerla.
–Disculpen, senadores –dijo–. No me di cuenta. La llevaré de vuelta.
–No –dijo Delarosa–. Llegó hasta aquí; lo menos que podemos hacer es escuchar lo que tiene que decir.
–Sabemos muy bien lo que va a decir –replicó Kessler.
Delarosa se volvió hacia el soldado con expresión adusta.
–Gracias. Haga el favor de esperar afuera. Y si aparece alguien más, anúncielo antes de hacerlo pasar.
–Por supuesto, señora.
El soldado cerró la puerta con la cara ruborizada, y Kira miró a Samm. No lo habían aseado desde la explosión y la ropa le colgaba en andrajos sucios. La piel que estaba a la vista tenía arañazos y cortes que ya estaban sanando, pero que eran visiblemente dolorosos. No dijo nada, pero la saludó con un movimiento de cabeza.
Kira se volvió hacia los senadores, aún jadeando por el esfuerzo, y se desplomó en una silla.
–Lamento llegar tarde.
–Esta reunión no le concierne –dijo Weist–. Su proyecto ya terminó; vamos a deshacernos de... esta cosa y, si tenemos suerte, quizá logremos componer este desastre.
–Pero el proyecto sigue en marcha –protestó Kira–. Casi termino de delinear el desarrollo del virus, y con un poquito más de tiempo...
–No has logrado nada –replicó Skousen–. Arriesgamos la seguridad de nuestra ciudad y la integridad de este consejo para que pudieras estudiar a un Parcial, y cuando necesitamos ver los resultados, ¿lo único que haces es pedir más tiempo?
–Pero ahora entendemos...
–¡No entiendes nada! –Skousen estaba demasiado furioso para dejarla continuar–. Dices que el virus tiene múltiples formas. ¿Qué desencadena la transformación de una forma en otra? ¿Podemos detenerla? ¿Podemos eludirla? ¿Es posible atacar o desactivar alguna de esas formas? En la ciencia se necesitan datos específicos, Walker, no gestos de desafío ampulosos e impotentes. Si puedes proporcionarnos un mecanismo de cambio o un medio específico de defensa, hazlo, pero si no...
–Por favor, solo necesito más tiempo.
–¡No tenemos más tiempo! –gritó Delarosa. Era la primera vez que levantaba la voz, y Kira se amedrentó al oírla–. Nuestra ciudad se está destruyendo... toda la isla se está destruyendo. La Voz ataca en las calles; estallan bombas en el hospital; los rebeldes huyen de la ciudad, se infiltran en nuestras defensas y matan a nuestros ciudadanos. Necesitamos conservar una apariencia de civilización.
–¡No están escuchándome! –exclamó Kira, y el sonido de sus propias palabras la sobresaltó–. Si Samm muere, morimos todos; no hoy, pero sí será inevitable y no habrá nada que podamos hacer para impedirlo.
–Eso es una obsesión –dijo Delarosa–. Una obsesión noble, pero una obsesión al fin, y es peligrosa. No dejaremos que destruya la especie humana.
–Son ustedes quienes van a destruirla –replicó Kira. Se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas.
–Se los dije –comentó la senadora Kessler–: repite el mismo mensaje una y otra vez –miró a Kira–. Hablas exactamente como Xochi, como la Voz, con ese argumento incendiario sin fundamento.
Kira buscó palabras, pero se le atoraron en la garganta.
–Tu trabajo es el futuro –dijo Mkele, con voz serena–. El nuestro es el presente. Te lo advertí antes: si alguna vez ambos objetivos entran en conflicto, el nuestro tiene prioridad. Es inminente un ataque organizado de la Voz a East Meadow y no podemos librar tantas batallas. Antes que nada, hay que destruir al Parcial.
Kira miró a Samm. Como siempre, estaba impasible, pero se dio cuenta de que él sabía que esto pasaría. Se volvió hacia los senadores.
–¿Así como así? Sin siquiera un juicio, una audiencia o...
–La audiencia fue hace cuatro días –dijo Weist–. Usted estuvo allí y oyó la decisión.
–Nos dieron cinco días de investigación –le recordó Kira–. Solo hemos tenido tres.
–El laboratorio está destruido –dijo Skousen–, y con él, la mayor parte de tu trabajo. No estás en condiciones de continuar, tampoco hay datos suficientes para que otra persona lo termine. No hay tiempo.
–Entonces denos otro laboratorio –insistió Kira–. Seguramente tenemos los equipos en algún otro lugar; lo único que necesitamos es tiempo. De todos modos, el plazo de cinco días era arbitrario.
–¿Y arriesgarnos a más atentados? –preguntó Delarosa–. De ninguna manera.
Hobb se inclinó hacia adelante.
–El plan que estamos analizando toma en cuenta...
–Entonces déjenlo en libertad –volvió a interrumpir Kira. Tragó con nerviosismo, y vio que la miraban con enojo y suspicacia. Siguió hablando antes de que pudieran protestar–. Él no hizo nada para perjudicarnos; hasta colaboró con la investigación. No hay razón para que no lo dejemos vivir.
–¿Es una broma? –preguntó Kessler, furiosa.
–A ustedes les conviene –prosiguió Kira–. Quieren hacerlo desaparecer: pues desaparecerá. En todo caso, ayudará a reducir la posibilidad de una represalia de los Parciales.
Skousen y Kessler la miraron con ira. Weist sacudió la cabeza.
–¿Sinceramente piensa que eso servirá de algo?
–Claro que sí –respondió Mkele–. Es una idealista.
–Es una hija de la peste –intervino Kessler–. Te has apegado a esa cosa, pero no tienes idea de cómo son los Parciales en realidad.
–¿Y ustedes sí? –preguntó Kira. Trató de ponerse de pie, ahogó una exclamación ante el tremendo dolor, volvió a sentarse y giró en la silla–. Ustedes pelearon con ellos hace once años... ¡once años! ¿Acaso no pueden pensar que algo podría haber cambiado?
–No puedes creer todo lo que él te diga –dijo Mkele.
–Es un soldado, no un espía –repuso Kira. Se volvió hacia Samm, tratando de decidir, en ese último instante y de una vez por todas, si podía confiar en él. Si había sido sincero en los últimos días o si realmente era el monstruo que los senadores creían.
El Parcial la observó, sereno por fuera pero sin disimular del todo su nerviosismo y su decisión. Su esperanza. Kira lo miró a los ojos y habló con voz firme.
–Samm ha enfrentado el cautiverio y la tortura a manos de personas que quieren ver destruida a toda su especie, y lo ha hecho sin llorar, sin quejarse, sin rogar, sin otra cosa que fortaleza y decisión. Si los demás Parciales tienen la mitad de la comprensión que él demuestra, podríamos tener una posibilidad...
–Estoy en misión de paz –dijo Samm, con voz firme y segura. Kira se volvió hacia él; nuevamente se le formaron lágrimas en los ojos al verlo adelantarse hasta donde le permitían sus ataduras. Los senadores guardaban silencio–. Mi escuadrón estaba en Manhattan porque veníamos hacia aquí para hablar con ustedes. Veníamos a ofrecerles una tregua.
–Mentiras –gruñó Kessler.
–Es la verdad –repuso Samm–. Necesitamos su ayuda.
Pero ¿por qué?, pensó Kira. No podemos confiar en ti si no nos dices por qué.
Samm miró a Kira un momento, fijamente a los ojos; luego se volvió hacia los senadores y se irguió, haciendo acopio de todo su orgullo.
–Estamos muriendo.
Los ojos de Kira se dilataron; en la sala se hizo un silencio absoluto.
–Igual que ustedes, no podemos reproducirnos, aunque la nuestra es una esterilidad incorporada a nuestro ADN, un seguro para que no nos desmandáramos. Eso nunca nos molestó porque tampoco envejecemos, así que no había peligro de que desapareciéramos. Pero parece que también hay un seguro contra eso.
El doctor Skousen fue el primero en recuperar la voz.
–¿Están... muriendo? ¿Todos?
–Descubrimos que ParaGen nos diseñó con fecha de vencimiento –explicó Samm–. A los veinte años el proceso que detiene nuestro envejecimiento se invierte, y entonces nos consumimos y morimos en cuestión de semanas, a veces días. No es un envejecimiento acelerado. Es descomposición. Nos pudrimos en vida.
Kira estaba atónita. Ese era el gran secreto que no se atrevía a contar: que los Parciales tenían un cronómetro en marcha, igual que los humanos. Por eso querían una tregua. Estaba demasiado asombrada para moverse, pero miró a los senadores, tratando de adivinar lo que pensaban. Kessler sonreía, pero Hobb y Weist tenían los ojos fijos en Samm y la boca abierta. Delarosa parecía estar tratando de no ponerse a llorar, aunque Kira no pudo deducir si eran lágrimas de alegría o de tristeza. Weist mascullaba por lo bajo; su boca se movía casi como si él no se diera cuenta. Mkele permanecía callado e impasible.
–Están muriendo –dijo Kessler, y Kira sintió rechazo ante el júbilo perverso que reflejaba la voz de la mujer–. ¿Saben lo que significa eso? Los primeros Parciales fueron creados en la época de la Guerra de Aislamiento, o sea... diez años antes de la guerra con los Parciales. Hace veintiún años. El primer grupo habrá empezado a morir el invierno pasado, y a los más jóvenes les quedarán... ¿cuántos?, ¿dos años? ¿tres, como mucho? Y entonces desaparecerán para siempre.
–Todos desapareceremos para siempre –dijo Samm, y Kira percibió más emoción en su voz, más seriedad que nunca–. Ambas especies se están extinguiendo; todas las formas de vida inteligentes del planeta van a morir.
–Nosotros duramos más que ustedes –repuso Delarosa–. Creo que nos arriesgaremos a seguir solos.
–Es que eso es lo que trato de decirles –dijo Kira, que al fin pudo volver a hablar–. Sin ellos, no habrá cura –miró a Samm; al fin lo entendía–. Tenemos que trabajar juntos.
–Ustedes pueden tener bebés –agregó Samm–, pero mueren de RM; nosotros somos completamente inmunes, pero no podemos reproducirnos. ¿No se dan cuenta? Nos necesitamos. Ninguna de las dos especies puede sobrevivir sola.
–Piensen en cómo esto levantará la moral de la gente –dijo Hobb–. Cuando se enteren, van a... van a declarar un día de fiesta. Un nuevo Día de la Reconstrucción.
–¡¿Pero qué les pasa a ustedes?! –exclamó Kira; se esforzó por levantarse, pero volvió a desplomarse en la silla–. Él pensaba que lo matarían cuando descubrieran su secreto, ¡pero esto es peor!
–Íbamos a matarlo de todos modos –dijo Mkele–. Eso nunca se puso en duda.
–Solo que ahora –agregó Delarosa– vamos a hacerlo en público, para que la noticia se difunda y cumpla su cometido: unificar a la raza humana.
–Intenta ver más allá de los detalles –dijo Hobb–. Tú estás tratando de salvar a un grupo de personas que se están matando en las calles. ¿Crees que un acuerdo con el enemigo cambiará eso? Si ni siquiera nos hacen caso a nosotros, ¿qué te hace pensar que harían algo por un Parcial? –Hobb se inclinó hacia adelante, con expresión seria e intensa–. La Voz estaba pidiendo nuestras cabezas mucho antes de que apareciera el Parcial, y si se revela que tenemos uno escondido, será peor. La gente va a querer respuestas, va a necesitar respuestas. Y necesita que nosotros le demos esas respuestas, porque al dárselas recuperaremos su confianza. Volveremos a tener el control de la isla; volveremos a tener paz. Sabemos que tú quieres la paz.
–Por supuesto –dijo Kira–, pero...
–Cuidado –dijo Delarosa, mirando al senador Hobb–. ¿Qué le está diciendo?
–Ella puede ayudar –respondió. Miró a Kira fijamente con esos ojos tan profundos y azules, como agua en un vaso, que ella se sintió atrapada y atraída–. Eres idealista –prosiguió–. Quieres salvar a la gente. Pues bien: nosotros queremos darte la oportunidad de hacerlo. Además eres inteligente, así que dime: ¿qué quiere la gente?
–Quiere la paz –respondió Kira.
–Nadie vuela un edificio porque quiere la paz –replicó Hobb–. Piensa en otra cosa.
–Quiere... –Kira observó el rostro de Hobb, preguntándose adónde quería llegar con eso. ¿Qué quiere la gente?–, una cura.
–Demasiado específico.
–Un futuro.
–Quiere un propósito –Hobb abrió las manos, haciendo gestos exagerados al hablar–. Quiere despertar por la mañana sabiendo lo que tiene que hacer y cómo tiene que hacerlo. Un futuro le dará ese propósito, y la cura le dará un futuro, pero en el fondo, lo único que quiere es un propósito. Quiere algo adonde apuntar, una meta para intentar alcanzarla. Cuando establecimos East Meadow, pensamos que la meta de curar el RM sería suficiente. Pero no hemos podido alcanzarla, y durante tantos años de no ver resultados, la gente se descorazonó. Su propósito se marchitó y murió. Necesitamos darle algo asequible... ¿Ves adónde quiero llegar? Necesitamos darle a Samm.
–¡No! –gritó Kira.
–Nadie sabe qué provocó esa explosión –dijo la senadora Delarosa–. Es probable que haya sido la Voz, sí, pero ¿y si fue un Parcial?
Kira sintió que empezaba a hacer frío en la sala.
–Pero no fue él.
–Pero si lo fue, ¿qué significaría eso para la humanidad? –Hobb se pasó la lengua por los labios, y siguió haciendo gestos con las manos al hablar–. La humanidad necesita un propósito, y ahora este Parcial ha volado nuestro hospital –chasqueó los dedos–. He ahí su propósito: ¡un enemigo! La gente se enfurece... no contra, sino con nosotros. La isla se une contra un enemigo común. Hasta podría ser que la Voz cambiara de actitud; ¿te imaginas qué gran cambio? Todos los rebeldes volverían a estar de nuestro lado; toda esa ira y esa violencia estarían dirigidas hacia afuera, en lugar de hacia adentro. La raza humana se está autodestruyendo, Kira, pero esto la salvará. Seguramente entiendes eso.
–Pero es mentira –protestó Kira.
–Porque solo una mentira nos salvará a tiempo –repuso Delarosa–. Yo quiero más que nadie que se encuentre una cura, y sí, una cura de verdad podría unirnos, pero se nos acabó el tiempo. La Voz ha emitido un ultimátum de guerra civil; el diablo está en nuestra puerta. Si no hacemos algo ahora o mañana, perdemos nuestra oportunidad de hacer lo que sea.
Había algo que no encajaba en su relato; incluso más allá del engaño obvio, había algo más profundo y oscuro oculto en alguna parte, y hacía que Kira sintiera náuseas.
–¿Por qué me dicen esto?
–Este plan funcionará sin ti –respondió Hobb–, pero piensa cuánto mejor sería contigo. Eres joven y bonita, capaz e idealista, y has participado plenamente en todo lo que hemos hecho: fuiste a Manhattan y trajiste el secreto, buscaste la cura y resultaste herida en el cumplimiento de tus obligaciones por el primer ataque Parcial en once años –señaló con un gesto la pierna de Kira–. Si nosotros contamos esta historia, la gente va a creerla; pero si la cuentas tú, serán capaces de morir por ella. Tú puedes convertirla en algo personal y significativo; puedes ser la heroína que vuelva a unir al mundo. Serás el rostro de la paz.
–Eso es perverso –respondió ella–. Están pidiéndome que mienta a toda la gente que conozco –señaló a Samm–. Que participe en su asesinato.
–Los lobos están hambrientos –dijo Delarosa–. Podemos matarnos combatiéndolos o podemos arrojarles un cadáver. La muerte de un Parcial es el precio más bajo que podemos pagar por la paz.
Y entonces, de pronto, como un relámpago en su cerebro, Kira entendió el secreto más profundo que antes se le había escapado. Los senadores querían usar esa explosión para volver a ganar la confianza de la Voz, pero eso nunca daría resultado si la Voz había sido responsable de la bomba, pues sabrían que el Senado mentía. La única manera de culpar a Samm era aprovechar un hecho sobre el cual nadie supiera la verdad, y eso significaba que la Voz no había puesto la bomba.
Para que el plan del Senado diera resultado, la bomba tenía que haber sido puesta por... el Senado.
Kira casi lo gritó allí mismo, los acusó sin pensar, pero por una vez en su vida logró cerrar la boca a tiempo y contener una verdad que haría que la mataran allí mismo. El Senado había colocado la bomba; había orquestado todo aquello desde el comienzo. Querían resolver el problema de la Voz creando un enemigo común, y ella les había dado uno: les había entregado a Samm en bandeja de plata con su estúpido viaje a Manhattan. Por eso lo habían traído a la ciudad, y por eso la habían puesto a ella a cargo del proyecto: para que un día pudieran volarlo todo sin perder a nadie importante; para que pudieran posar con los despojos y unir a todos contra el enemigo feroz al que nunca podían renunciar. Era el mismo plan general que acababan de explicarle, pero más profundo, más viejo y mucho más siniestro. Ya no se echarían atrás, por más que ella intentara convencerlos.
Kira miró a Samm; no solo lo miró: lo miró fijamente con los ojos y la mente, tratando de transmitirle que la entendiera, deseando con todo su ser poder enlazarse con él y respirar sus ideas para que fueran directo a su cerebro. Perdóname, pensó. No puedo detenerlos. Por favor... perdóname.
–Llegó el momento de que tome una decisión –le dijo Delarosa–. O se une a nosotros, trae la paz a la isla y pone fin a la amenaza de la Voz... o sigue siendo rebelde y vive el resto de sus días en el exilio. Podría vivir cómodamente en una de las granjas –se inclinó hacia adelante–. Usted es una agitadora, señorita Walker; la gente la sigue, y si se une a nuestra causa, la seguirán hacia el futuro más brillante que hemos visto en décadas. Un nuevo amanecer para la humanidad. La decisión es suya.
Perdóname, volvió a pensar. Se aferró al soporte del suero, apretó los dientes y arrastró la pierna un paso hacia los senadores.
–No puedo hacer nada para impedir esto.
Sintió la sorpresa y la consternación de Samm como una oleada de traición, que la golpeó en la espalda y la recorrió hasta la cabeza. Confía en mí, pensó. Voy a salvarte.
Hobb la miró con suspicacia.
–¿Vas a hacerlo?
–No –se volvió a medias, sin atreverse a mirar de nuevo a Samm–. No puedo seguir luchando contra ustedes; mírenme, apenas puedo pararme. Pero eso no significa que voy a entregarlo para ayudarlos a ustedes ni a mentir a mis amigos –le rodó una lágrima por la mejilla, pero mantuvo la mirada firme, desesperada por que le creyeran–. Hagan lo que tengan que hacer y acaben con esto –se giró hacia la puerta, dio un paso doloroso y se detuvo a tomar aire–. Y pídanle a uno de sus matones de afuera que me lleve abajo; casi no puedo moverme.
–Por supuesto –respondió Hobb–. Tómate tu tiempo. Recupérate. De todos modos, nos llevará varias horas preparar esto.
Kira asintió. Justamente con eso estoy contando.