Capítulo treinta y seis

Uno de los ases que Tovar tenía en la manga resultó ser los uniformes: docenas de trajes de la Red de Defensa robados de un depósito, en la vieja escuela secundaria de East Meadow.

–Nos llevamos una montaña de municiones y raciones de comida solo para que pensaran que andábamos detrás de sus provisiones, pero lo que en realidad queríamos era esto –comentó con picardía–. Valen por mil balas cada uno, si se los sabe aprovechar.

Kira sonrió y se puso uno sobre su ropa.

La sala, que ya estaba llena de cosas, ahora estaba repleta de líderes de la Voz. Kira los observó mientras hablaban y estudiaban mapas improvisados de la isla. Al menos estaban decididos y parecían bastante capaces, pero les faltaba la fluidez que había visto en la Red de Defensa. La Red estaba mejor organizada, aun para algo tan sencillo como una incursión de rescate. Una persona exponía el plan mientras los demás escuchaban con atención. La Voz no podía ser más diferente.

–Él es Farad –anunció Tovar, señalando a un hombre serio, de abundante y revoltoso cabello rojo–. Los uniformes vienen bien, pero él es nuestra verdadera arma secreta: un soldado de la Red unido tan recientemente a nuestra causa, que esperamos que sus líderes no se hayan percatado de que los abandonó.

Farad miró a su alrededor con nerviosismo, visiblemente incómodo en una sala llena de personas que, hasta hacía tan poco tiempo, habían sido el enemigo.

–Traté de quedarme después de los disturbios –explicó lentamente–, y con las nuevas reglas, pero... ya no puedo. Han ido demasiado lejos.

–Farad era conductor –prosiguió Tovar–, y resulta que hace poco... este... liberamos un jeep de un explorador de la Red –se volvió hacia Kira–; probablemente uno de los mismos que trataron de perseguirlos a ustedes después de los disturbios. Está en buenas condiciones, tiene la parte trasera cubierta con el logo oficial de la Red, y Farad sabe las contraseñas para cruzar la frontera.

–Sabía las contraseñas –corrigió un hombre corpulento que estaba contra la pared. Era mayor, tenía cabello y barba blancos, pero sus brazos eran muy musculosos–. Es posible que las hayan cambiado. Si son astutos, seguramente ya lo hicieron.

–Pero no saben que me fui –dijo Farad, con voz leve y poco firme–. Es decir, no pueden saberlo, ¿verdad? No tan pronto.

–Para ellos todavía estás en misión de exploración –dijo Gianna–. Claro que si te topas con alguien que sabe que deberías estar en misión de exploración, no importará cuántas contraseñas conozcas.

–Aun con estos uniformes, van a reconocernos –objetó Jayden–. Al menos a Kira y a Marcus cuando lleguemos al hospital; allí todos los conocen.

–Y ellos son los que conocen el edificio –dijo Tovar–. Los demás no lo conocemos; al menos, no tan bien. Este es el plan: Farad los lleva en el jeep y los hace cruzar la frontera, mientras los miembros más notables de la banda se quedan atrás y con la mirada baja. Es riesgoso, pero si tienen cuidado, pueden lograrlo. Luego siguen hasta el hospital, e ingresan por esa puerta de servicio de la que me hablaron.

–La misma por la que salimos la noche de los disturbios –explicó Kira–. Hay una gran rampa que lleva a esa puerta, lo cual dificultará que nos vean. Obviamente, cualquier guardia que esté alrededor del edificio sabrá que estamos allí, pero no estarán prestando atención a quiénes suben o bajan del jeep.

–Vayan por los niveles bajos –continuó Tovar–, suban hasta la maternidad y saquen a su amiga. Esa es la parte más difícil.

–Y para eso voy yo –intervino Gianna–. Una vez que ustedes nos guíen por los pasillos de servicio, puedo entrar en la maternidad y volver a salir sin que nadie se fije. No me conocen y con este uniforme parecerá algo oficial.

–Eso esperas –acotó el hombre de barba.

–Vamos, Rowan –dijo Tovar–, ¿te parece que es momento para eso? ¿Tenemos que discutir cada partecita del plan?

–Lo que tú llamas plan se basa en “buena suerte” y “no despierten sospechas” –respondió el hombre–. Los estás enviando al corazón del territorio enemigo; me gustaría pensar que tienen un plan un poco más factible.

–Ni siquiera quiero que vayan –repuso Tovar, levantando las manos–. Estoy tratando de organizar un ataque a gran escala sobre esta ciudad, y fue lo mejor que se me ocurrió dada la escasez de tiempo y recursos.

Rowan se volvió hacia Gianna.

–¿Estás dispuesta a arriesgar tu vida por “lo mejor que se le ocurrió”?

–Estamos dispuestos a arriesgarla por esto –respondió Kira, y levantó la jeringa–. Esto no es un concepto abstracto: es una cura de verdad, una inyección que le salvará la vida a un niño. ¿Puede imaginar eso? Un niño que respira y vive una semana, un mes, un año; un niño que ríe, gatea y aprende a hablar –se le quebró la voz–. Moriría por eso sin dudarlo.

Se hizo el silencio. Rowan fue el primero en hablar:

–Que el riesgo valga la pena no justifica un plan riesgoso.

–Este plan va a funcionar –replicó Tovar, con fervor–. Farad tiene las contraseñas y nuestros informantes en la ciudad nos han dado todos los detalles de la seguridad del hospital. Podemos lograr que entren y saquen a Madison Sato. La llevaremos a las granjas del este; allí podrá dar a luz y el bebé vivirá.

–Voy a dividir la cura en tres dosis –dijo Kira–. Una se quedará aquí con Tovar, para usarla en la bebé de Madison, Arwen. Nosotros llevaremos la segunda, por si Arwen ya nació; según cuánto haya avanzado el virus, tenemos que inyectarla ahí mismo.

Tovar señaló a Rowan.

–La tercera va contigo, al este hasta Flanders o Riverhead, o alguna parte donde la presencia de la Red sea más débil. Inyecta a cada recién nacido que encuentres –miró la jeringa en las manos de Kira–. La cura es demasiado importante para arriesgarla en una sola misión.

Kira coincidió, pero desde el fondo de su mente, una vocecita persistente le planteaba la pregunta: ¿Tendré la feromona? Si realmente soy una Parcial, ¿también puedo curar el RM? Casi no se atrevía a pensarlo, a tener esa esperanza. Sería demasiado fácil, y hasta ahora nada había sido fácil. Apenas tenga la oportunidad, apenas cuente con el equipo necesario, tengo que analizarme.

Gianna susurró con reverencia:

–Estamos poniendo muchísima esperanza en esto.

–Lo sé –dijo Kira.

–Entonces ese será el equipo –dijo Rowan–: Gianna, el tipo nuevo y estos dos paramédicos.

–Y nosotros –agregó Jayden–. Madison es mi hermana.

–Y Kira es la mía –intervino Xochi.

Kira sintió que le remordía la conciencia, como si voluntariamente los hubiera traicionado a todos. ¿Qué harían si supieran lo que soy en realidad?

 

El automóvil se detuvo a tres kilómetros al noreste de East Meadow. Gianna y Farad pasaron casi una hora con la cubierta del vehículo abierta, maldiciendo, dando golpes y tratando de hacer arrancar el motor. Kira y Marcus se sentaron en el borde de la acera y planearon la ruta para atravesar el hospital: dónde ir, cómo llegar y qué frases médicas específicas enseñar a Gianna para ayudar a sacar a Madison de la vigilancia de las enfermeras. Kira llevaba la jeringa con sus cosas, cuidadosamente envuelta, acolchada y sujeta a la cintura. La tocó como un reflejo, para asegurarse de que estaba bien.

Farad se acercó con gesto cansado y dejó caer un trozo de metal negro y aceitoso en la calle, junto a Kira.

Marcus lo miró.

–¿Mala gasolina?

–La gasolina es la más limpia que he visto en mucho tiempo –respondió–. Esto es el arranque; no está roto, torcido ni atascado, sino simplemente... viejo –se sentó junto a ellos–. De todas las cosas que podrían haber salido mal, nunca se me ocurrió esto.

–Pero aun así puedes lograr que entremos, ¿verdad? –dijo Kira.

–Podría ingresar yo –respondió Farad, moviendo la cabeza, dubitativo–. Tú eres demasiado famosa y, sin el jeep para esconderte, no veo cómo hacerlo. Aunque si yo pudiera entrar, un tipo que regresa solo va a despertar más sospechas que todo un escuadrón en un vehículo. Me interrogarían, probablemente me detendrían y, de todos modos, no llegaría hasta tu amiga a tiempo. Decididamente, no podría sacarla.

–Analicemos nuestras opciones –dijo Jayden–. No podemos darnos por vencidos, y no hay tiempo para regresar.

–Podríamos buscar otra patrulla de la Red y robarles el jeep –propuso Xochi.

–Me refiero a opciones realistas.

–Tal vez podríamos hacer andar alguno de esos otros autos –sugirió Gianna, pero Farad negó con la cabeza:

–Notarán la diferencia entre un vehículo de flota y uno recuperado –respondió–. Con tiempo suficiente y el equipo necesario, puede ser, pero tenemos que hacer esto ahora si queremos evitar que Tovar lance un ataque frontal. No nos dio mucho tiempo.

–Tendremos que cruzar a pie –dijo Kira–. Eso nunca ha sido difícil: la frontera es demasiado grande como para patrullarla toda.

–East Meadow nunca había estado bajo la ley marcial –le recordó Gianna–. Contamos con informantes adentro y hemos explorado el perímetro. Está más vigilado que nunca.

Kira miró el cielo para calcular la hora; caía la tarde.

–Trataremos de entrar de noche. ¿Tu radio capta los canales de la Red?

–Claro –respondió Gianna–, así como las radios de ellos captan las nuestras. Cualquier cosa importante estará en código.

–Y no los conozco todos –acotó Farad.

–En ese caso, tendremos que arreglárnoslas –dijo Kira, poniéndose de pie–. Busquemos un punto débil en la frontera.

Fueron hacia el sur por la que un cartel identificaba como calle Walt Whitman. Pasaron por un centro comercial y, unas horas más tarde, junto a un parque muy arbolado. En cierto momento, al otro lado de un estacionamiento vieron un grupo de soldados de la Red investigando un edificio de oficinas que tenía los vidrios rotos. Los soldados los saludaron de lejos; el sonido resonó con un eco vacío a través de la distancia, y Farad respondió el saludo. Los soldados volvieron a su trabajo. Kira siguió caminando hasta que los perdieron de vista; luego apresuró al grupo. Aparecían más patrullas a medida que se acercaban al límite este de la ciudad; la seguridad se fue haciendo más y más intensa, hasta que vieron a lo lejos una calle completamente bloqueada por automóviles. No eran solo restos de una década sin tránsito. Esos autos habían sido ubicados allí y sujetos con placas de madera y metal.

Kira hizo un ademán con la cabeza y murmuró por lo bajo:

–Rodearon la ciudad con barricadas.