Kira se retorcía y jalaba, gritando, mientras la llevaban hacia la primera hilera de guardias.
–¡Suéltenme! Estoy tratando de ayudarlos, idiotas, ¿no se dan cuenta?
Basta de ser sigilosos. Ahora ella tenía que llamar la atención para que nadie reparara en sus amigos. Soltó un brazo del puño de Farad y atacó a Jayden, tratando de hacerlo del modo más convincente posible. Él respondió dándole un golpe en el costado de la cabeza y torciéndole el brazo a la espalda en una llave que la inmovilizó por completo.
–Uf –gruñó Kira–, bien hecho.
–Cállate, basura de la Voz –Jayden la arrastró y se dirigió a Farad–. Así se sostiene a un prisionero, idiota. No vuelvas a soltarla.
–Creo que estás rompiéndome el brazo –masculló Kira.
–Bien –dijo Xochi, en tono bien alto para que la oyera el grupo de soldados más cercano. Los soldados los llamaron, pero Xochi se adelantó antes de que pudieran decir nada más–. ¡La atrapamos! –anunció, agitando la radio rota como un trofeo–. Rápido, ábrannos paso al Senado; no quiero que ningún civil pueda acercarse e intentar algo.
–¿A quién tienen? –preguntó vacilante el sargento del grupo.
–A Kira Walker –respondió Xochi–. En carne y hueso. Estaba con ese grupo que cruzó la frontera. Véanla ustedes mismos.
Señaló con un gesto a Kira, que los miró con aire desafiante.
–¡Vaya! –exclamó el sargento, al tiempo que se acercaba para observarla mejor. No era ningún conocido de Kira, pero asintió–. Es ella, sin duda –hizo una pausa y luego le escupió en la cara–. A mi mejor amigo lo mató la Voz, perra.
Marcus se adelantó rápidamente para contenerlo.
–Tranquilo, soldado. Es una prisionera, no un animal.
–Atacó el hospital –protestó el soldado–. ¿Por qué la defiendes?
–La llevaremos ante el Senado –respondió Marcus–. Ellos decidirán cómo la castigan, no nosotros. Ya oyeron: ¡abran paso!
El otro escuadrón lo miró con enojo y Kira contuvo el aliento, rogando por dentro que no les pidieran identificarse. Pateó a Jayden en la espinilla, tratando de mostrarse lo más peligrosa posible, y él maldijo y volvió a torcerle el brazo, con tanta fuerza que ella no necesitó fingir su reacción. Aparentemente, la demostración fue suficiente.
–Llevémosla arriba, entonces –dijo el sargento, y los condujo hacia el hospital, abriendo paso entre la multitud de soldados.
–Ahora estamos entrando en la verdadera zona de peligro –murmuró Jayden–. Trabajé con algunos de estos tipos.
–Yo también –respondió Marcus, mientras recorría con la vista la multitud que se iba congregando y preparaba su arma. Señaló con un gesto leve hacia la izquierda–. Aquel, por ejemplo.
–Entonces miremos a la derecha –dijo Jayden, y giró ligeramente en esa dirección.
Necesito que me miren a mí, no a mi escolta, pensó Kira, y comenzó a gritar.
–¡El Senado miente! ¡Ellos trajeron aquí al Parcial y me dijeron que lo estudiara, y yo encontré una cura! ¡Encontré una cura para el RM, pero el Senado quiso destruirla! ¡Sus hijos no tienen por qué morir!
Estaba dando resultado: más y más soldados la observaban; todas las miradas estaban fijas en su rostro. Estaban llegado a la puerta principal. Solo unos pasos más, pensó Kira, solo algunos más.
El soldado que encabezaba la marcha se detuvo, se quedó mirando la puerta y luego se volvió hacia Kira. La miró con ojos oscuros y diáfanos.
–¿De verdad tienes una cura para el RM?
Kira se detuvo, sorprendida, sin saber qué pensar. ¿Sería solo curiosidad lo que sentía el soldado? ¿Realmente quería saberlo? La pregunta parecía cargada con muchos significados, pequeñas insinuaciones, mensajes y señales que ella no podía interpretar porque no sabía nada acerca de ese hombre. ¿Acaso estaba de su lado? ¿O apoyaba al Senado? Kira miró más allá de él, hacia el vestíbulo central del hospital, abierto y listo; lo único que tenían que hacer sus amigos era entrar, doblar a la derecha y seguir por el pasillo. Podían salvar a Arwen. Podían hacerlo.
Pero el verdadero poder es del pueblo, pensó, recordando su conversación con Tovar. Este es el pueblo que queremos que nos oiga, la gente que va a seguirnos o a quedarse con el Senado. ¿Cuántos de ellos serán como Jayden o Farad? ¿Cuántos querrán rebelarse y necesitan solo un empujoncito final?
¿Podré darles ese empujoncito?
Se volvió hacia el soldado y lo miró directo a los ojos.
–Sí, la tengo –respondió–. Tengo una cura para el RM. Pero el Senado prefiere matarme antes que se la entregue a ustedes.
–Dámela –susurró el soldado, acercándose más–. Puedo usarla... No puedo salvarte a ti, pero la usaré para salvar a los niños.
¿Estaba diciendo la verdad? ¿Estaba alardeando? ¿Estaba tratando de engañarla? No podía entregarle la cura sin delatar a Marcus y a todo el grupo, pero ¿y si pudiera? ¿Cuántos en aquella multitud la atacarían y cuántos saldrían en su defensa? ¿Quiénes le creerían? ¿Le creerían lo suficiente como para llevarla a la sección de maternidad? No bastaba que el soldado prometiera ayudarla; tenía que demostrárselo allí mismo, o sería mejor no arriesgarse.
Buscó en los ojos del soldado algún indicio de entendimiento al susurrar:
–No puedes ser un héroe a medias.
–Identificación –dijo otro soldado desde el costado. Dio un paso hacia ellos, y a Kira se le fue el alma al suelo–. Tenemos que pedírsela a todo el mundo, incluso a los soldados, y ustedes no ingresarán a este hospital a menos que yo sepa exactamente quiénes son.
La multitud de soldados contuvo el aliento, observándolos y esforzándose por oír el diálogo. Más atrás, Kira vio que algunos sujetaban sus armas y se movían con inquietud, preparándose para una balacera. No sé en quién confiar, pensó, nerviosa. Si empiezan a disparar, no sé de quién esconderme, a quién atacar; no sé nada. Ni siquiera sé qué quiere este soldado. Jayden bajó su mano libre y desabrochó la funda de su pistola, para que fuera más fácil acceder a ella. El soldado que estaba frente a Kira hizo lo mismo...
...y se volvió hacia un lado, con lo cual la pistola quedó a pocos centímetros de los dedos de Kira.
–Oye, Woolf –dijo el soldado, dirigiéndose al que les había pedido identificación–. ¿Tienes un par de esposas? Hay muchos simpatizantes entre esta gente y quiero sujetarla bien antes de llevarla arriba.
“Muchos simpatizantes”, pensó Kira, con la mirada clavada en la pistola que tenía delante. Eso podría ser un mensaje para mí... está ignorando la orden de identificación y ofreciéndome una pistola. Tiene que estar de nuestro lado. Pero ¿qué está haciendo? Si va a pelear por nosotros, ¿por qué no pelea? ¿Qué espera que haga yo? Los soldados observaban con atención, pendientes de cuál sería su decisión. ¿Quiénes están con nosotros? ¿Qué debo hacer? Miró al soldado que estaba frente a ella; rápidamente se le iban acabando las razones para seguir allí parado de costado. Me está dejando decidir, comprendió. Aún no está peleando porque quiere saber si hablo en serio o no, si realmente estoy dispuesta a morir por esto o si son solo palabras huecas. Lo que empecemos aquí será sangriento. Muchos moriremos.
Está esperando que dé el primer paso...
–Dije “identificación” –insistió el otro soldado, acercándose más. Tenía el fusil listo en las manos; si llegaba a sospechar demasiado, podía matarlos a todos en cuestión de segundos.
Kira tomó su decisión y miró rápidamente a la izquierda, más allá de Farad, hacia la multitud. El soldado siguió su mirada; ella arrebató la pistola ofrecida de un solo movimiento, la giró, le quitó el seguro y disparó a la cabeza del soldado que desconfiaba. Este se desplomó, y Kira gritó con todas sus fuerzas:
–¡Peleen por su futuro!
La multitud entró en erupción. Ella se agachó, y Marcus la empujó con fuerza hacia el suelo.
–¡Te van a disparar, quédate abajo!
–¡Me van a disparar en cualquier parte! –gritó Kira, y se volvió hacia las puertas del hospital.
El soldado que le había dado la pistola cayó al piso; en ese instante Kira siguió hacia atrás la trayectoria de la bala y mató de dos tiros al hombre que había disparado. Ella empezó a abrirse camino delante de ellos. Saltó y arrastró a Marcus en una carrera hacia la entrada; Jayden y Xochi los seguían de cerca. Apenas atravesaron la puerta del edificio, Kira oyó disparos que resonaban en el pasillo y se lanzó al suelo detrás de un escritorio de información.
–Eso es madera laminada –dijo Jayden–. No frenará los proyectiles.
–Y afuera no todos están a nuestro favor –dijo Xochi–. No me gusta estar tendida en el suelo delante de una revolución. Necesitamos una estrategia.
–Seguir atacando y esperar lo mejor –dijo Jayden, y rio con gesto sombrío.
–La esperanza no es una estrategia –dijo Kira.
–No es el plan A –concedió Jayden–, y no debería ser el plan B, pero puede ser el plan C que nunca se hizo.
Kira asintió y recuperó su escopeta de manos de Farad.
–Entonces te cubriré. Que alguien que tenga alcance efectivo se ocupe de esos tiradores.
Antes de pensarlo mejor, Kira se levantó de un salto y empezó a disparar hacia el pasillo con la escopeta, un disparo tras otro. Era un arma de cañón largo y un solo tiro, inútil a corta distancia, pero a mediana distancia –como en este caso– ocasionaba un devastador granizo de perdigones que obligó a los soldados a resguardarse. Jayden apareció a su lado con su fusil; apuntaba cuidadosamente y daba tiros rápidos y precisos cada vez que un enemigo levantaba la cabeza o asomaba su arma. Marcus y los demás aprovecharon el tiempo para correr, manteniéndose fuera de la línea de fuego. Cuando ella se quedó sin municiones, llamó a Xochi, quien se ubicó en una puerta y siguió disparando. Kira y Jayden corrieron para alcanzar a los demás, y Kira se arrojó al interior de la habitación junto a Marcus.
–¿Estás bien? –le preguntó.
–Bueno, lo mismo de siempre –respondió él, apretando los dientes por las fuertes detonaciones que sacudían las paredes y el techo–. ¿Y tú?
–Sí. ¿La cura está bien? –preguntó.
La buscó a tientas en la cintura de Marcus, y al hacerlo sus dedos rozaron ligeramente los de él, que estaba haciendo lo mismo. La jeringa estaba intacta y la envoltura, seca; no había nada roto ni filtración alguna. Kira dejó la mano allí un momento más, mirando a Marcus a los ojos.
–Lo siento –le dijo en voz baja. Detrás de ellos, Xochi gritó desafiante y se agachó para recargar mientras Farad tomaba su lugar.
–¿Por qué? ¿Por esto? –preguntó Marcus, señalando con un gesto a su alrededor–. No te preocupes, pasa todos los días.
–Tú querías vivir en paz –dijo, al tiempo que recargaba su escopeta–. Eso era todo lo que querías: que estuviéramos juntos, y yo también lo quería, pero...
–Lo sé –respondió Marcus, con expresión seria–. Quería que todo siguiera igual, en cambio tú querías que las cosas mejoraran. Y tenías razón, y van a mejorar, solo que... antes van a estar mucho peor por un tiempo. Y creo que yo sabía eso, y me daba miedo.
De repente, Farad gruñó detrás de ellos; no fue un grito sino un gemido leve y gutural, y su cuerpo cayó al suelo. Xochi gritó; Kira palideció al verlo y lo arrastró fuera de la línea de fuego. Marcus le tomó el pulso en el cuello y se acercó para oír si respiraba, pero había demasiada sangre; era imposible que siguiera vivo. Negó con la cabeza, confirmando lo que Kira temía.
–Está muerto.
–Y ahora, ¿qué? –preguntó Jayden.
En el corredor había un silencio sobrecogedor ahora que nadie disparaba, aunque llegaban sonidos tenues desde lejos: gritos ahogados y disparos desde afuera; lamentos de los pacientes atrapados e indefensos en el hospital; gritos desesperados de bebés diminutos, quemándose vivos mientras la fiebre devoraba sus cuerpos. Los cuatro amigos se acurrucaron en la habitación, temblorosos y aterrados. Kira miró por la puerta, pero lo único que alcanzaba a ver eran unos centímetros de la pared opuesta. No saber qué había afuera la hacía sentir ciega y sorda.
Jayden recargó su arma con rapidez y eficiencia, aunque Kira notó que sus dedos temblaban por la fatiga y la adrenalina.
–Uno más en nuestra lista de planes fracasados –dijo–. No pudimos entrar; ni por casualidad vamos a poder salir, y no tiene sentido llevarte ante el Senado. ¿Directo a la maternidad?
–Directo a la maternidad –respondió Marcus. Hizo una mueca y declaró–: Kira estaba dispuesta a morir para que pudiéramos inyectar a Arwen; creo que nosotros también deberíamos estar dispuestos a hacerlo. Son solo dos puertas más. Si logramos entrar e inyectarla, aunque nunca volvamos a salir, habremos ganado. La bebé se salvará y, gracias al espectáculo que les dimos afuera, todos sabrán quién lo hizo.
–¿Crees que lo lograremos? –preguntó Xochi.
–Basta con que llegue uno de nosotros –respondió Jayden.
Marcus se puso de pie, se desabotonó la camisa y se quitó el cinturón donde guardaba la cura. Miró a Kira y luego tomó su fusil.
–Si va a sobrevivir uno solo, prefiero que seas tú. ¿Estamos listos?
–No –respondió Xochi–, pero eso nunca nos detuvo.
Se aferró a una silla con rueditas, esperó junto a la puerta y miró hacia atrás. Kira y los demás revisaron sus armas y asintieron, y Xochi empujó la silla hacia afuera.
El pasillo se llenó de tiros, y los cuatro amigos salieron tras la silla, disparando a más no poder a los sorprendidos soldados, que estaban apuntando al objeto móvil equivocado. Xochi iba por delante y trastabilló cuando un tiro le dio en el brazo, pero ya había llegado a la maternidad y se lanzó contra la puerta. Esta no se movió, de modo que retrocedió, voló la cerradura de un disparo y cayó en el interior cuando la puerta se abrió de golpe. Marcus la siguió más lentamente, ya fuera apuntando muy mal o fallando los tiros a propósito, tratando de no matar a los soldados enemigos sino de asustarlos para que retrocedieran. Parecía darle resultado, y Kira y Jayden hacían lo que podían para no dejar de disparar mientras avanzaban. De pronto, Xochi gritó y Kira oyó un disparo. Marcus entró corriendo a la maternidad un momento después y Kira oyó más disparos, hasta que de pronto cayó. Sentía un dolor en la pierna como nunca antes había experimentado.
–Levántate –gruñó Jayden, descargando su arma hacia el otro extremo del pasillo–. Casi no me quedan municiones... no puedo detenerlos para siempre.
Ella se esforzó por levantarse, pero sentía la pierna floja e inútil; la sangre le empapaba el pantalón y formaba un charco a su alrededor.
–Me dieron.
–¡Ya sé que te dieron, solo quítate del camino!
Kira gateó hacia adelante, arrastrando la pierna. Ahora el dolor era más intenso y sintió que empezaba a perder el conocimiento a medida que su sangre seguía regándose en el suelo. Jayden soltó una palabrota y empezó a disparar más selectivamente, tratando de que los soldados no avanzaran. Kira sacó la cura de su hombro y la levantó.
–Tómala y corre –dijo–. Déjame aquí y salva a Arwen.
–¿Sabes, Kira? –respondió Jayden, al tiempo que disparaba su última bala y arrojaba el fusil–, creo que no me conoces muy bien.
Se inclinó, la levantó por el hombro y la cintura y la puso de pie, tras lo cual se lanzó con ella hacia la puerta de la maternidad, manteniéndose entre Kira y el enemigo. Los soldados dispararon y ella sintió que el cuerpo de Jayden se estremecía con un impacto y luego otro. La respiración se volvió irregular, su paso se hizo más lento, pero nunca se detuvo. Kira se aferró a él y repetía su nombre con desesperación mientras él gemía, maldecía y jadeaba. Por fin se lanzaron de costado a la sala de maternidad y se desplomaron en el suelo.
–¡Jayden! –gritó una voz.
Kira se volvió. Vio a Madison inclinada con ademán protector sobre una incubadora de terapia intensiva, y se le fue el alma al suelo. Ya nació. ¿Habremos llegado tarde?
A su lado estaba Haru, desaliñado y con los ojos desorbitados, con un arma en la mano. La apuntó hacia Kira.
–Arrojen las armas.
–¡Jayden! –volvió a gritar Madison, y trató de correr hacia él, pero Haru la detuvo con un brazo fuerte como el acero.
–Quédate aquí.
–¡Pero está herido!
–¡Dije que te quedes aquí! –replicó Haru, con voz atronadora, y Madison retrocedió asustada–. No dejaremos que se acerquen a nuestra hija.
–Jayden –susurró Kira–, quédate conmigo.
Miró alrededor rápidamente y vio a Xochi y Marcus de pie contra la pared, sus armas en el suelo y los brazos en alto. Marcus se movió para ir a ayudarla, pero Haru le rugió que se detuviera.
–¡No te muevas!
–¡Mi hermano se muere! –gritó Madison–. ¡Deja que lo ayuden!
Kira se esforzó por incorporarse, sin prestar atención a su propia herida, y examinó con atención la espalda de Jayden; le habían acertado varios tiros. Un momento después, Marcus llegó a su lado y le quitó cuidadosamente la mochila para ver la magnitud de las heridas. Kira no vio si Haru le había permitido moverse o si había ido de todos modos.
Los soldados ya estaban en la puerta, apuntándolos con sus armas.
–Ella... –dijo Jayden, aunque le salió un hilo de voz casi inaudible– tiene... la cura.
–¿Qué dijo? –preguntó Madison.
–Dijo una estúpida mentira de la Voz –respondió Haru–. No le prestes atención.
–Dijo que tengo la cura –repuso Kira. Se volvió con cuidado, arrastrando la pierna ensangrentada. ¿Era su imaginación o la herida ya estaba empezando a sanar? Sostuvo la cura en una mano y la levantó–. Aquí está.
–No vas a acercarte a mi hija –le dijo Haru.
–Voy a salvarla –insistió Kira, sosteniéndose en la pared para levantarse, centímetro a centímetro, hasta quedar parada. Apoyó su peso sobre la pierna buena y trató de hacer caso omiso de la otra, manteniéndose de pie por pura fuerza mental–. He sacrificado todo lo que tenía y todo lo que soy para salvar a tu hija. ¿Realmente vas a ser tú quien me lo impida?
–Eres una agente Parcial –dijo Haru–. Estás aliada con ellos. Solo Dios sabe lo que tratas de hacerle a mi hija, pero moriré antes de permitírtelo.
–Ese plan me parece bien –replicó Xochi.
–Está muerto –anunció Marcus, mientras se apartaba del cuerpo de Jayden. Miró a Haru, jadeando y tambaleante por el agotamiento–. Murió por esta causa, Haru. No hagas esto.
Madison lloró con desesperación, y la bebé en la incubadora lloró con ella: un llanto incoherente contra un mundo que no traía más que dolor. Kira miró a Haru con expresión feroz.
–Tienes que dejarme intentarlo.
–¿Intentarlo? –preguntó Haru–. ¿Quieres decir que ni siquiera estás segura?
Ella palideció al pensar en todos los aspectos en los que podía estar equivocada, todas las formas en que la inyección podía salir mal. ¿Y si hice todo esto para nada? ¿Y si he matado a mis amigos y destruido mi mundo nada más que por un experimento fallido, algunas suposiciones erróneas y mi obstinado orgullo? El Senado me lo advirtió: dijeron que estaba arriesgando miles de vidas y el futuro de la raza humana por una obsesión. ¿Es porque soy una Parcial y tiendo a destruirlo todo porque así me hicieron? Gracias a mí, la nación entera está en caos, hay miles de muertos y, sin una cura, quizá nunca nos recuperemos. Sin una cura, ni siquiera va a importar.
Pero con la cura...
–No tengo datos que ofrecerte –respondió–. No tengo hechos comprobados; todos mis estudios se perdieron cuando estalló el laboratorio, y la cura en sí nunca se ha probado. No tengo nada para demostrarte que lo que estoy haciendo es correcto. Pero, Madison –dijo, mirando a su hermana adoptiva a los ojos–, si algo sabes de mí, es que siempre trato de hacer lo correcto. Y a pesar de lo doloroso que ha sido, de todo lo que hemos pasado y de todos los que han muerto, esto es lo correcto.
–¡Cállate! –gritó Haru, moviendo la pistola hacia adelante.
Kira lo ignoró y mantuvo los ojos fijos en los de Madison.
–Madison –volvió a decir–, ¿confías en mí?
Lentamente, llorosa, la joven asintió. Kira levantó la cura, aún sujeta al cinturón, y Madison se acercó.
–Madison, quédate –gruñó Haru–. No permitiré que le entregues nuestra hija a esta traidora.
–Entonces mátame –replicó Madison con ferocidad. Se plantó resueltamente entre Haru y la incubadora. La mano de Haru tembló, vaciló y luego cayó a su costado.
Kira se desplomó en el suelo y Marcus corrió hasta los armarios para buscar una aguja. Los soldados que estaban en la puerta no se movían; lo observaban todo con las armas apuntadas al suelo. Xochi ayudó a Kira a levantarse y la llevó a la incubadora. Kira sintió el calor de la fiebre de aquel pequeño cuerpo como un brasero que se estaba apagando. Marcus le entregó una aguja y limpió con desinfectante el brazo de la bebé.
Kira preparó la inyección y vaciló junto al cuerpecito enrojecido, sacudido por el llanto. En aquel instante, la Burbuja corría por su sistema como una jauría de perros feroces, mordiéndola y desgarrándola, devorándola por dentro. El contenido de esta jeringa, la feromona, la salvaría.
Kira se inclinó hacia adelante.
–Sujétala.
Madison sostuvo a la bebé. Marcus y Xochi dejaron de moverse, y hasta Haru se quedó en silencio, al fondo. El mundo entero parecía concentrarse en ese preciso instante. El llanto débil y ronco de Arwen llenaba la habitación como si fuera humo, la última, desesperada chispa de un motor que está a punto de fundirse. Kira tomó aire, sostuvo su bracito y le aplicó la inyección.