Capítulo treinta y nueve

–Hemos descubierto la cura del RM.

En el coliseo hubo un estallido de vítores, aplausos y gritos de alegría. No era ninguna novedad: era imposible contener algo de tanta trascendencia, y la noticia de la recuperación de Arwen había corrido como reguero de pólvora, pero aun así la gente aplaudía. El senador Hobb sonrió a la multitud, y su gigantesca cabeza holográfica reprodujo su expresión en el aire, por encima de él. Kira estaba sentada en el estrado junto a él, otra vez llorando y preguntándose –como lo había hecho mil veces en la última semana– si todo aquello era realmente cierto. Si todo estaba ocurriendo de verdad. Vio la sonrisa de Marcus entre el público y le sonrió. Era real.

Hobb levantó las manos para pedir orden y sonrió con indulgencia cuando la gente siguió festejando. Querían su oportunidad de celebrar, y él parecía feliz de dársela. A Kira le asombraba la capacidad de cambio de aquel hombre. Hacía menos de dos semanas estaba ayudando a convertir la isla en un Estado totalitario y todo se había derrumbado catastróficamente a su alrededor. Sin embargo, aquí estaba ahora, aplaudiendo sonriente. Kessler también había logrado conservar su banca y Kira le dirigió una mirada rápida y furtiva hacia el otro extremo del estrado. Los demás miembros del subcomité no habían tenido tanta suerte.

El senador volvió a tratar de acallar a la multitud. Esta vez le hicieron caso, y se fue haciendo silencio mientras él se preparaba para hablar.

–Hemos encontrado la cura del RM –repitió–. La hallamos nada menos que en los Parciales, en un elemento químico que exhalan al respirar, que reacciona con el virus y lo anula por completo. Aprendimos esto gracias a una serie de exámenes que llevó a cabo nuestra heroína local, la señorita Kira Walker, bajo la supervisión del Senado –hubo algunos aplausos dispersos, y Hobb esperó con paciencia hasta que terminaron–. Estos exámenes se realizaron, como ya se habrán enterado por los rumores, en un sujeto Parcial vivo, capturado por integrantes de la Red de Defensa en una misión secreta. Admitimos, con vergüenza pero a la vez con franqueza, que no fuimos tan abiertos con respecto a esos exámenes como quizá deberíamos haberlo sido. Temíamos que se produjeran disturbios violentos, y al final eso fue exactamente lo que ocurrió. Les aseguro que, en adelante, el Senado será mucho más transparente con respecto a sus planes, objetivos y métodos para cumplirlos.

Kira soltó una exhalación larga y nerviosa, mientras observaba a la multitud en busca de alguna señal de descontento. Todo lo que decía Hobb era verdad, técnicamente, pero la manera en que lo decía resultaba tan... untuosa, al menos para ella. Él admitía apenas lo suficiente para mostrarse arrepentido y a la vez llevarse los laureles por una parte mucho mayor del proceso que la que realmente le correspondía. La multitud no lo aclamaba, pero tampoco lo abucheaba.

–Arwen Sato está muy bien –prosiguió–, más sana de lo que esperábamos. No quisimos arriesgarnos a sacarla del hospital, donde está bajo el cuidado estricto de los médicos y de su madre, pero sí grabamos este holograma para que todos pudieran verla.

Hobb se sentó, y la imagen holográfica en el centro del coliseo pasó de un primer plano de su cabeza a una escena en la maternidad. A pesar de conocer muy bien la película, Kira no pudo evitar llorar al ver a Saladin, que hasta hacía poco era el ser humano vivo más joven, de pie junto a la bebita sonrosada en la cuna del hospital, a quien le estaba trasladando ese honor. La imagen de la criatura produjo una exclamación de asombro en el público y Kira se dejó llevar por ella: el primer bebé en once años que no estaba enfermo, gritando, agonizando... ni muerto.

La película se detuvo y Hobb se puso de pie, con los ojos llenos de lágrimas.

–Arwen Sato es el futuro –dijo, como un eco de los pensamientos de Kira–. Esa niña, esa preciosa niñita, es la primera de una nueva generación: los herederos de un mundo que será, esperamos, mejor que el que hemos conocido en los últimos años. Nuestros científicos están trabajando las veinticuatro horas del día para reproducir los componentes que le salvaron la vida a Arwen, para poder empezar a aplicárselos a otros niños, pero eso no basta. Si queremos un futuro más promisorio, debemos despejar las sombras del pasado. Por eso me complace anunciarles que, a partir de hoy y para siempre, la Ley de Esperanza queda oficialmente abolida.

El público volvió a aclamar, aunque no en forma tan unánime. Muchos de los habitantes de East Meadow seguían apoyando la Ley de Esperanza, diciendo que ahora que existía una cura real era más importante tener la mayor cantidad posible de niños, pero el Senado había decidido anularla como ofrenda de paz a la Voz. La misma ofrenda de paz había incluido las renuncias de Alma Delarosa y Oliver Weist. Entre ambos habían absorbido la mayor parte de la culpa por la precipitada aplicación de la ley marcial en la ciudad. Skousen también había renunciado, pero no con ignominia, sino para dedicar su tiempo a reproducir la cura. En su lugar, la gente había elegido a Owen Tovar, recién perdonado por sus delitos en relación con la Voz. El nuevo Senado era una combinación de East Meadow y la Voz, tanto en su composición como en su forma de pensar, y por fin la isla estaba nuevamente en paz. Al menos, en teoría. Kira observó la hilera de senadores en el estrado y vio brechas y espacios entre ellos, según estuvieran sentados más cerca o más lejos de sus vecinos. Este evitaba la mirada de aquel y aquel susurraba con aire conspirador al oído del siguiente. La multitud que colmaba el coliseo parecía un espejo de esta conducta, pero en mayor escala: estaban unidos, aunque había grietas profundas bajo la superficie.

–Todavía no hemos decidido un curso de acción –prosiguió Hobb, con la voz cargada de sinceridad–. Nuestros paramédicos e investigadores están trabajando las veinticuatro horas para develar los secretos de la cura, y una vez que lo logren, empezaremos a sintetizar más. Por el momento ese es nuestro plan, pero si las cosas cambian, les aseguro que ustedes decidirán con sus votos las medidas que habremos de tomar. Nuestra sociedad funcionará como un todo o no funcionará... Pero hay una cosa más –hizo una pausa, un momento puramente teatral que le dio un resultado estupendo, tal como pudo ver Kira: la gente guardó silencio y se inclinó hacia adelante. Hobb levantó un dedo, lo movió ligeramente como dando golpecitos en el aire, y por fin reanudó su discurso–. Hay algo más que descubrimos en nuestros experimentos con el Parcial. Algo que va a cambiar el curso de nuestras vidas y el del mundo entero –tomó aliento–: los Parciales están muriendo, rápidamente, y no hay nada que ellos ni nadie pueda hacer para evitarlo. En un año, nuestro peor enemigo habrá desaparecido para siempre.

La aclamación que estalló entre la multitud sacudió el coliseo hasta sus cimientos.

 

–No podemos sintetizarla –dijo Kira.

Marcus la había acompañado a casa después de la asamblea y estaban sentados en la sala de Kira. Ella sabía la verdad y la quemaba por dentro, como una brasa ardiente: la cura, la Acechadora, no se podía reproducir artificialmente, y los exámenes que se había hecho demostraban que ella no la producía. Si realmente era una Parcial, como habían afirmado la doctora Morgan y los demás, su origen y su propósito seguían siendo un misterio que ella solo podía tratar de adivinar.

Rezaba por que no fuera siniestro.

–No podemos fabricarla, ni falsificarla; simplemente no tenemos las herramientas –prosiguió–. Ni siquiera estoy segura de que las herramientas existan; tal vez ParaGen tenía algo, y quizá también lo tenía quien haya creado primero el virus, pero ya no están. La única manera de conseguirlas es por medio de los Parciales.

–Isolde dice que el Senado está planeando un ataque al continente –dijo Marcus.

–Un plan de emergencia –asintió Kira. Ella era la experta en el tema en la isla, y a menudo actuaba como consultora del Senado, pero trabajaba más estrechamente con Skousen que con ellos. Sabía que estaban planeando algo, pero no tenía los detalles–. ¿Isolde dijo algo acerca de cuándo sería eso?

–En unos meses, quizá –Marcus se encogió de hombros con impotencia–. Una cosa era ver morir a los recién nacidos antes, pero ahora que hay una cura... Han muerto tres más desde que salvamos a Arwen, y las mujeres a quienes Tovar inyectó las otras dos dosis todavía no dieron a luz. No sabemos qué va a pasar, pero sea como sea, la gente no va a quedarse sentada si las cosas vuelven a ser como antes. Y ahora que saben que los Parciales están muriendo, solo es cuestión de tiempo hasta que empiecen a exigir un nuevo plan. Hay propuestas para negociar la paz, y también para enviar emisarios, aunque no solo por la guerra. Pero tal como hemos visto que están las cosas allá... –sacudió la cabeza–. Más que un tratado de paz, lo que puede llegar a conseguir un emisario es que lo maten.

–Es lo que les hicimos a ellos –Kira frunció el ceño–. Tal vez.

Aún no sabía a ciencia cierta qué pensar de Samm. ¿Le había mentido todo el tiempo? ¿Era posible la paz con los Parciales?

–Kira –dijo Marcus, y al instante ella detectó el cambio en su voz: una respiración profunda, una inflexión más suave, un tono inquisitivo que le dio a su nombre un significado profundo y portentoso. Sabía exactamente lo que iba a decirle, y lo interrumpió con la mayor delicadeza posible:

–No puedo quedarme contigo –en ese preciso instante, vio cómo él se apagaba, empezando por los ojos, que perdieron todo su brillo. Se puso serio y dejó caer los hombros, cabizbajo.

–¿Por qué? –le preguntó.

No “por qué no”, pensó Kira, sino “por qué”. Es una pregunta muy diferente. Significa que sabe que tengo otro motivo, no algo que me aleja de él, sino algo que me atrae a otra cosa.

–Porque necesito irme –respondió Kira–. Necesito encontrar algo.

–A alguien, querrás decir –replicó Marcus con voz áspera, cercano a las lágrimas–. Te refieres a Samm.

–Sí –dijo Kira–, pero no como... No es lo que tú crees.

–Quieres evitar una guerra –dijo simplemente; era una afirmación más que una pregunta, pero Kira percibió el cuestionamiento debajo de la superficie: ¿Por qué? ¿Por qué lo abandonaba? ¿Por qué no le pedía que la acompañara? ¿Por qué necesitaba a Samm cuando lo tenía a él? Pero Marcus no se lo preguntó y, de todos modos, Kira no habría podido responderle.

Porque soy una Parcial. Porque soy una incógnita. Porque toda mi vida, el mundo entero, es mucho más grande de lo que era hace unas semanas, y no lo entiendo, y todo en él es peligroso, y por alguna razón yo estoy en el centro de todo. Porque unos grupos que ni siquiera sabía que existían están usándome para planes que no puedo comprender. Porque necesito saber qué soy.

Y quién.

Esta vez le tocó llorar a Kira. Se le quebró la voz y se le llenaron los ojos de lágrimas.

–Yo te amo, Marcus, de verdad, y siempre te amé, pero... no puedo contarte esto. Todavía no.

–¿Cuándo?

–Pronto, tal vez. Quizá nunca. Ni siquiera sé qué es lo que no puedo contarte, solo... confía en mí, Marcus, ¿de acuerdo?

Él echó un vistazo al bolso de Kira, empacado y listo junto a la puerta.

–¿Te vas hoy?

–Sí.

–¿Ahora?

Kira vaciló.

–Sí.

–Voy contigo –dijo–. Nada me retiene aquí.

–No puedes ir conmigo –respondió Kira, con firmeza–. Necesito que te quedes aquí.

No estoy lista para que sepas las cosas que quiero averiguar sobre mí. No estoy lista para que sepas quién soy.

–Bien, entonces –dijo Marcus.

Sus palabras salieron breves y cortantes: cambiaba la tristeza por la ira, y apenas lograba disimular. Se puso de pie lentamente, caminó hasta la puerta y la abrió. Esperó.

–Gracias –le dijo Kira–. Por todo.

–Adiós –dijo Marcus.

Kira parpadeó para contener las lágrimas.

–Te amo.

Marcus dio media vuelta y se alejó. Ella se quedó un largo rato mirando la puerta abierta, vacía.

Nandita nunca regresó y la casa estaba fría y desierta. Kira reunió sus cosas: su mochila con ropa, una bolsa de dormir y provisiones para acampar; llevaba un nuevo maletín médico, un fusil al hombro y una semiautomática en la cadera. Recorrió la casa por última vez, estiró las sábanas en la cama y vio de reojo el destello de un reflejo en la mesita de noche. Una foto enmarcada. Kira frunció el ceño y se acercó a ella. Esto no es mío.

Era una fotografía de tres personas que se hallaban de pie delante de un edificio. El portarretrato estaba dado vuelta, así que la gente se veía cabeza abajo. Kira lo giró lentamente.

Ahogó una exclamación.

De pie, en medio, estaba ella, una niña de apenas cuatro años. A su derecha estaba su padre, tal como lo recordaba. A su izquierda estaba Nandita. Detrás de ellos, sobre una alta pared de ladrillos de un edificio había una sola palabra.

ParaGen.

En una esquina de la foto, alguien había dejado un pequeño mensaje con letras desprolijas, escritas con prisa y desesperación:

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