El hombre y su espacio en el contexto mitológico, sus orígenes. Prometeo ~ El rapto del fuego, Pandora ~ Suplicio de Prometeo ~ El Diluvio, Deucalión y Pirra ~ Las cuatro edades o razas de la Humanidad ~ La historia primitiva del hombre: una visión «evolucionista» en la pintura de Piero de Cósimo
La mitología no ofrece un único origen del hombre, pues se dan cita varias consideraciones:
1. Por metamorfosis de las hormigas ante la solicitud de Eaco, el hijo de Zeus y de la ninfa Egina, al supremo dios, pues deseoso de tener compañeros en la isla desierta donde nació, pidió transformara en hombres a las hormigas que abundaban en aquel lugar, a lo que Zeus accedió. El tema lo recoge el grabador Martin Bouche en el siglo XVII.
2. Por nacimiento de los árboles, de las rocas (los arcadios) y piedras (Deucalión y Pirra).
3. Originarios de la tierra, procreados por los dioses, fabricados del barro por Prometeo. Hesíodo considera que tanto los dioses como los mortales tienen un mismo origen, pues aquéllos y los hombres nacieron de la Tierra (Trab. 108).
4. Por creación de los propios dioses en la Edad o Raza de Oro y de Plata de la Humanidad. También por unión de los dioses con mortales, lo que da origen a los héroes de quienes muchos pueblos y familias de nobles, como ya señalamos, justificaron su origen. La teogonía órfica presenta, como hemos indicado, a los hombres nacidos de las cenizas de los Titanes al ser fulminados por Zeus tras el magnificidio cometido con Baco Zagreo, por lo tanto como seres parcialmente divinos.
El texto más antiguo que narra los orígenes del hombre viene a ser el de Hesíodo, Los trabajos y los días. En sus más de mil versos da cuenta no solamente del origen del hombre, también de las diferentes razas que han poblado el mundo, presentando su historia como una larga decadencia, como seguidamente comentaremos.
Hesíodo cuenta que el titán Jápeto tuvo cuatro hijos. Dos de ellos, Menecio y Atlalante, por participar en la rebelión de los Titanes, fueron castigados por Zeus. Menecio fue sumergido en el Erebo por su maldad y audacia sin límites. Atlante dispuesto en las Hespérides y castigado a portar sobre sus hombros la bóveda celeste. Los otros dos, Prometeo, el previsor, y Epimeteo, quien reflexiona ante los sucesos ya consumados, tomaron papel importante en los orígenes del hombre.
Si bien los dioses del Olimpo poseían un poder grandioso, Prometeo, más débil, disponía de ingenio. Así, en la Titanomaquia aparece como neutral pero tomando partido a favor de los Olímpicos en el momento que la victoria se decantaba a su favor. Por ello, tras el triunfo, fue admitido entre los dioses. Prometeo siempre guardó en su interior el odio a Zeus y a los Olímpicos por destruir a su estirpe, es decir, a los Titanes. En consecuencia, maquinó la venganza ayudando a los hombres en detrimento de los dioses. Se ha de precisar que si bien Hesíodo no habla de Prometeo como creador del hombre, si dará cuenta de su favor constante para el género humano.
Fue la tradición, no muy antigua, la encargada de presentarnos a Prometeo como creador de la raza humana. Pausanias (X. 4. 4), Higinio (Fb. 142), Ovidio (Met. I 82 ss.) y Apolodoro (I. 7, 2) lo presentan como el hacedor del hombre. Apolodoro precisa: Prometeo modeló a los hombres con agua y tierra. La fuente la debemos buscar en uno de los fragmentos del comediógrafo Filemón, del siglo IV a.C., quien atribuye a Prometeo no solamente la creación del hombre, sino de los animales en general.
Por tanto, con barro y agua formó el cuerpo del primer hombre al que Atenea infundió el alma y por lo mismo insufló la vida (recordemos que en el Génesis se narra la creación de Dios a partir del mismo elemento, el barro). Esta creación de Prometeo se consideraba posdiluviana, pues la creencia general era atribuir a los dioses y a los hombres un origen común, Gea, la Tierra. Así lo relata Píndado: Hombres y dioses somos de la misma familia. Debemos la vida a una misma madre. Otra tradición contaba que Prometeo, tras robar el fuego al Carro del Sol, infundió la vida mediante una chispa del fuego divino en el hombre modelado en barro. El argumento tiene su correspondencia en la pintura de Piero di Cósimo que comentaremos.
Hesíodo cuenta que en el reinado de Crono se establecieron acuerdos entre los dioses y los humanos: Entonces, las comidas se hacían en común, y comunes eran también las asambleas entre los inmortales y los humanos. Pero con la llegada de los Olímpicos todo cambió, Zeus impuso su poder tanto a los dioses como a los hombres, por ello en Meconé se hizo una asamblea para precisar la parte que en los sacrificios correspondía a los dioses (Teog. 535). Prometeo fue el encargado de establecer las particiones, a través de la división de un buey: Por un lado, cubrió con la piel la carne, los intestinos y las partes más grasas; por otro, dispuso con pérfida destreza los huesos mondos, que cubrió con luciente grasa. Zeus eligió en primer lugar y tomó la segunda parte pero, cuando se encontró con los huesos y descubrió el engaño, montó en cólera. Como castigo retiró el fuego al género humano. Son estas acciones, las ocasionadas por la venganza, la causa del mal en el mundo, pues los hombres quedaron sometidos a una vivencia salvaje, dominados por el frío y viviendo en las cavernas.
Prometeo, benefactor del género humano para Hesíodo, redimió esta pérdida. Acudió a la isla de Lemnos donde se encontraba la fragua de Vulcano y robó una pequeña parte del fuego divino que escondió en su caña y la llevó a los hombres (Teog. 567 y Trab. 52).
Respecto a la creación del hombre por Prometeo ya precisamos la creencia de que sustrajo la chispa del fuego divino del Carro del Sol y con ella dio vida al ser humano, pues cuenta la tradición que Atenea le transportó al Olimpo donde vio cómo el fuego animaba todos los espíritus celestes. Una de las fuentes la encontramos en Fulgencio (Mit. II, 6) y será dispuesta en pintura por Piero de Cósimo como analizaremos seguidamente: Dicen que, después de haber modelado Prometeo con barro un hombre inanimado, Minerva admiró la excelente obra y le prometió cualquiera de los bienes celestiales que quisiera para perfeccionar su obra. Al haber respondido éste que no sabía, si no los veía, qué cosas de los dioses podrían serle de utilidad, fue llevado por ella al cielo; allí, puesto que veía que todas las cosas celestes estaban animadas por las llamas, con la intención de introducir la llama también en su obra, ocultamente acercó una rama a las ruedas de Febo y, una vez encendida ésta, robando el fuego lo condujo hasta las tierras y lo arrimó al delicado pecho del hombre modelado y así lo dotó de vida (Boccaccio analiza la acción de Minerva como imagen del hombre sabio que considera el conocimiento supremo en el cielo, robar el fuego expresa tomar el conocimiento del Carro del Sol, de Dios, y ofrecer el fuego a la escultura para darle vida supone educar al ignorante).
Zeus, tras conocer el robo del celeste fuego envió otro castigo a la humanidad. Ordenó a Vulcano que realizara una bella imagen a modo de diosa, también con el barro. Los dioses le otorgaron a esta invención femenina todos los dones, Atenea le dio la sabiduría, Apolo el talento, pero Mercurio dispuso en su corazón la perfidia y el engaño y la llamó Pandora, regalo de los dioses, porque todos ellos le dispensaron sus cualidades.
Una vez formada la criatura fue enviada a Epimeteo, a quien su hermano Prometeo le advirtiera que no tomara presente alguno de los dioses; pero aquél, imagen de quien reflexiona una vez sucedidos los hechos, hizo gala a esta definición. Epimeteo, imprudente, seducido por la belleza de Pandora, la acogió entre los humanos y se desposó con ella. La celestial criatura llevaba en sus manos un gran vaso, lo destapó y al punto salieron todos los males que se dispersaron por la tierra, únicamente quedó la Esperanza. Desde entonces diez mil penas vagan entre los humanos y las enfermedades acosan a las gentes, en silencio y al azar. Así, con la primera mujer llegó la desgracia. Como sabemos, en parecidos términos presenta el libro del Génesis la llegada de la mujer al Paraíso. Pandora además, al ser madre de todas las mujeres, inauguró un nuevo medio reproductor para la humanidad, el sexual, ya que hasta ese momento se pensaba que los hombres nacían como los frutos. Otra de las tradiciones recoge que el vaso o la jarra estaba repleta no de los males, sino de bienes, y que Zeus se la dio a Pandora como regalo de boda para Epimeteo. Al abrirla imprudentemente, Pandora dejó que los bienes se escaparan y se volvieran a la mansión de los dioses. Los hombres quedaron afligidos con los males y con el pobre consuelo de la Esperanza.
Por tanto, el surgimiento de la primera mujer se presenta como un castigo, una desgracia de similares proporciones a la ausencia del fuego. Su figura supone, como la del hombre creado por Prometeo, una teomorfización ya que responde a una imitación de los dioses. Hesíodo no nombra a Pandora en su Teogonía, pero considera su maldad al definirla como una bella calamidad (Teog. 585), como un mal en sí misma por cuanto el hombre no puede vivir ni con ella ni sin ella (Teog. 600-612). Además fue la irradiadora del mal por su sexo: pues de ella procede la raza, la ralea maldita de las mujeres, azote terrible en medio de los hombres mortales (Teog. 592 ss.). Es en Los trabajos y los días donde menciona a Pandora y la entiende como la causa de todos los males por destapar su vaso portador.
Concertada la paz entre los dioses y los hombres, Prometeo fue castigado por su insolente acción. Vulcano lo tomó prisionero y lo encadenó con indestructibles ataduras en una cumbre del monte Cáucaso, donde: un águila con alas extendidas, enviada por Zeus, se alimenta de su hígado inmortal. Apolodoro relata (I, 7): y les dio además el fuego, oculto en una férula, sin conocimiento de Zeus. Pero cuando éste lo supo, ordenó a Hefesto que sujetara su cuerpo con clavos en el Cáucaso; éste es un monte de Escitia. Prometeo estuvo allí encadenado muchos años; cada día un águila abatiéndose sobre él devoraba los lóbulos de su hígado, que se rehacía durante la noche. Prometeo sufrió este castigo por robar el fuego, hasta que más tarde Hércules lo liberó.
Tras muchos años de castigo —unos dicen treinta, otros treinta mil — , fue liberado por Hércules, como ha señalado Apolodoro, dando Zeus previamente el permiso pues estaba interesado en conocer secretos ocultos en poder de Prometeo. Como Zeus hiciera su juramento ante Estige de no liberarlo jamás, ordenó a Prometeo se acompañara siempre de un anillo fabricado con un eslabón de las cadenas y de un trozo de roca —elementos propios de su iconografía—. Hércules dio muerte al águila, hija de Equidna y Tifón, y rompió las cadenas. Una vez liberado, Prometeo relató a Zeus su secreto y le advirtió que nunca tuviera descendencia con la nereida Tetis, pues de haberla sería destronado, razón por la que Zeus dejara casar a Tetis con el mortal Peleo, de cuya unión nacería Aquiles.
Pero Prometeo no podía ser inmortal salvo en caso de que alguno accediese a cambiar con él su destino. Éste fue, como se ha señalado, el centauro Quirón, y gracias a él Prometeo llegó a formar parte entre las divinidades Olímpicas. Los atenienses consideraron a Prometeo como benefactor de la humanidad, creador y padre de la Ciencia y de las Artes y, por ello, le dedicaron un jardín en la Academia. Esta valoración de la figura de Prometeo procede sin duda de los comentarios de Esquilo, pues en su Prometeo encadenado (442 ss.) afirmaba que los primeros hombres vivían en el fondo de las grutas cerradas al sol y les enseñó los oficios y todas las ciencias.
Tras entregar Prometeo el fuego a los hombres, la ira de Zeus no cesó y se propuso destruirlos mediante un gran diluvio. Quizá estos aspectos recuerden otra vez el libro del Génesis donde el castigo del diluvio a la humanidad fue consecuencia de su soberbia al querer igualarse a la divinidad. Leon Davent presenta a Júpiter recogiendo las nubes para enviar la lluvia a la tierra (B. 54).
Ante el triste fin que se avecinaba, Prometeo puso a salvo a su hijo Deucalión y para ello (como haría el bíblico Noé por indicación de Yavé), construyó una embarcación donde el señalado hijo se encerró con su esposa Pirra, hija de Epimeteo y Pandora. Navegaron por espacio de nueve días y nueve noches. El décimo día pudieron desembarcar en la cima del monte Parnaso. Deucalión ofreció un sacrificio a Zeus Fixio (protector de los fugitivos), que lo recibió con agrado prometiendo acoger su primer deseo. Deucalión le solicitó restituyera la raza humana.
Ovidio sitúa a Deucalión y Pirra en Delfos donde dirigen las súplicas a Temis, quien ante su solicitud les propone (Met. I, 399): Alejaos del Templo, cubríos la cabeza, soltad los lazos que sujetan vuestros vestidos y arrojad tras vosotros los huesos de la gran madre. Consiguieron traducir el oráculo y conocer el misterio encerrado en aquellas palabras. Arrojaron tras sí las piedras —huesos— de su antepasada —la Tierra, pues todos eran descendientes de Gea—. Las piedras que lanzó Deucalión se convirtieron en hombres y las que arrojó Pirra en mujeres. Así quedó restituida la raza humana y se aplacó la cólera de Zeus. Por ello Deucalión fue considerado el padre de los helenos y fundador de sus templos y ciudades. El argumento aparece en las estampas editadas hacia 1670 por Daniel Horthemels en Ámsterdam.
No obstante, las dos tradiciones suelen mezclarse como vemos en Apolodoro (I. 7, 2): Hijo de Prometeo fue Deucalión. Este que reinaba en la región cercada a Ftía, se casó con Pirra, hija de Epimeteo y Pandora, la primera mujer modelada por los dioses. Cuando Zeus decidió destruir la raza de bronce, Deucalión, por consejo de Prometeo, construyó un arca y poniendo dentro todo lo necesario se embarcó en ella con Pirra. Zeus, con abundante lluvia derramada desde el cielo, inundó la mayor parte de la Hélade, de modo que perecieron todos los hombres excepto unos pocos que huyeron a las elevadas montañas de las cercanías. Entonces se separaron las montañas de Tesalia, y todo lo que rodeaba el istmo y el Peloponeso quedó sumergido. Deucalión, llevado en el arca a través del mar, nueve días y otras tantas noches, arribó al Parnaso, y allí, cuando cesaron las lluvias, desembarcó y ofreció un sacrificio a Zeus Fixio. Por mediación de Hermes, Zeus le concedió lo que quisiera y él eligió que hubiera hombres. Ante el asentimiento de Zeus, cogió piedras y las arrojó por encima de su cabeza, y las que arrojó Deucalión se hicieron varones y las que arrojó Pirra, mujeres.
Con anterioridad a la creación del hombre por parte de Prometeo, parece que los dioses fueron los encargados de dar origen a varias razas humanas que se recogen en las llamadas Raza o Edad de Oro y la Raza o Edad de Plata. Los relatos sobre las Edades de la Humanidad quedan narrados por Hesíodo tanto en la Teogonía como en Los trabajos y los días, y por otros mitógrafos como Arato, Ovidio y Babrio, de forma más sumaria en Virgilio, Horacio, Séneca, Juvenal, Tácito y Boecio. Tanto Hesíodo, Arato y Babrio hablan siempre de razas, generaciones o linajes, nunca de edades, término que observamos en Virgilio, Horacio y Ovidio.
Para Hesíodo y Babrio son cinco las razas humanas, tres para Arato y cuatro en Ovidio. En el canto I de las Geórgicas de Virgilio, estas razas o edades se resumen en dos: la propiciada por Saturno y la derivada de Júpiter.
Las edades, cuyo término seguiremos nosotros, se definían por metales, quizá remitiendo por su calidad a las cualidades morales que derivan. La manifiesta decadencia en su valor: oro, plata, bronce y hierro, remite sin duda alguna al proceso degradador que a los hombres les espera en esta secuencia de edades o razas. Otros pensaron que tal denominación se debe a que los hombres estaban formados de dicho metal en cada raza. Así, se hablará de Edad de Oro, Plata, Bronce y Hierro en Ovidio, Hesíodo añadirá una más, pues entre el bronce y el hierro, citaba la Edad de los Héroes.
En la primera edad, llamada Edad de Oro, los hombres eran contemporáneos de Crono y gozaban de completa felicidad: Vivían como dioses, libres de inquietudes y fatigas, la vejez cruel no los afligía y se regocijaban entre festines... morían como encadenados por un dulce sueño... Poseían toda clase de bienes; la tierra fecunda les dispensaba por sí misma tesoros en abundancia. Esto cuenta Hesíodo precisando que no eran inmortales, pero ellos, una vez muertos, se convertían en genios benéficos: protectores y guardianes tutelares de los mortales. Esta edad manifiesta el reino de la felicidad y la justicia, así como la convivencia en la tierra entre dioses y hombres. Era una edad exclusivamente masculina donde no se trabajaba porque la tierra todo proporcionaba, se vivía en un perfecto Paraíso, en un Edén como el descrito en el Génesis bíblico. Toda la vida se pasaba en danzas y fiestas, no se conocía la vejez y, como destaca Baltasar de Vitoria, los hombres por su justicia no precisaban de ley alguna. Pero todo llegó a su fin con la caída de Crono. Virgilio precisa, como ya señalamos, que tras ser expulsado tras la victoria de Zeus, Crono fue recibido en Italia por Jano y: reunió a la raza indómita y diseminada en los elevados montes y les dio leyes, y prefirió que se llamase Lacio porque se había escondido seguro en estas tierras. Llaman de oro a los siglos que estuvieron bajo aquel rey: así gobernaba los pueblos en una plácida paz (En. VIII, 321. 25).
La Justicia es el elemento dominador de esta edad y hace posible la convivencia hombre-dios en plena felicidad. Pero al desaparecer los hombres de la Edad de Oro, la Justicia irá remitiendo y apartándose de la tierra. Arato es quien mejor relata esta convivencia y fuga de la Justicia, una de las Horas que a partir de Ovidio conoceremos por Astrea: La Justicia se sentaba promiscuamente entre los hombres de oro y les proporcionaba todo en infinita abundancia; pero cuando a la raza de oro sucedió la de plata, que ya no era tan buena, la Justicia se retiró a los montes, de donde sólo bajaba para amonestar a las asambleas de los hombres por su degeneración respecto a sus padres, amenazándoles con no volver más; y cuando murieron los hombres de plata y apareció la generación de bronce, peor aún y la primera que fabricó armas y se alimentó de carne de animales, la Justicia, horrorizada, emigró al cielo y ocupó allí el signo zodiacal de Virgo (con Ovidio la Justicia emigrará al cielo en la llamada Edad de Hierro, con Virgilio en la Edad de Júpiter). Ripa describe su representación: Bellísima jovencita vestida de oro y calzada con botines del mismo material. Lleva en una mano un panal de miel, y en la otra una rama de encina cargada de bellotas. Con esta descripción sigue, como referiremos más adelante, a Ovidio, quien afirmaba que en esta singular, primera y especial edad el hombre se alimentaba de bellotas.
Hesíodo cuenta que tras «ser tapados por la tierra» los hombres de la Edad de Oro, los dioses crearon una raza menos noble, la de plata.
La llamada Edad de Plata sucede a la de Oro, sus pobladores son hombres más débiles, pues el discurrir de su vida no es otra cosa sino una infancia prolongada. Por su impiedad e ineptitud, morían al llegar a la pubertad. Culmina en esta edad la felicidad, comienza la iniquidad y se pone fin a la convivencia, huyendo la Justicia a los montes. Algunos estudiosos sitúan en este tiempo los desacatos de Prometeo. Hesíodo comenta que nació la impiedad entre los hombres pues no querían hacer sacrificio alguno a los dioses, de ahí que Zeus decidiera aniquilarlos. Ripa propone para la figuración de esta edad: Mujer vestida de plata, con bellísimos adornos hechos de perlas y velos igualmente plateados. Lleva también muy adornada la cabeza y calza botines de plata. Tiene una carga de pan entre las manos.
La Edad de Bronce hace a los hombres más robustos pero insensibles y orientados al trabajo. Hesíodo dice: Su corazón, insensible a la piedad, tenía la dureza del acero; nada podía dominar su fuerza; sus brazos eran invencibles. Por su fuerza, acabaron destruyéndose entre sí. A esta generación se le debe el descubrimiento de algunos metales y aparecen algunos apuntes de civilización. Se suelen considerar los sucesos señalados de Deucalión y Pirra, pues los hombres de espíritu violento se exterminaron entre sí. Ripa describe la Edad de Bronce: Mujer armada y tocada con un yelmo, en cuya cimera aparece una cabeza de león. Lleva túnica corta, y tanto la armadura como la túnica que digo son de color broncíneo. Sostiene con una mano una lanza, manteniéndose en actitud soberbia y muy altiva.
Finalmente, la cuarta y última edad se corresponde con la Edad de Hierro, de la que Hesíodo nada dice pero se lamenta haber nacido en ella. Precisamos que entre la Edad de Bronce y la de Hierro se dio cita otra edad que para él es la cuarta, se trata de la llamada Edad de los Héroes, tiempo en el que se restituye el valor de la Justicia y donde se sucedieron héroes que lucharon en Tebas y Troya, algunos por su valor viven en las Islas de los Bienaventurados donde Crono reina (Trab. 140-169). Es el tiempo de los grandes guerreros, también para Ovidio, que lucharon en Troya. La raza de hierro respondía a los hombres de su época para Hesíodo, un tiempo de miserias y crímenes donde no florece ni la Justicia ni la virtud. Ripa relata como iconografía: Mujer armada y revestida del color del hierro. Tiene en la cabeza una celada con una cabeza de lobo, apareciendo éste con la boca abierta. Sostiene con la diestra una lanza, rematada en forma de hoz, y lleva en la otra un rastrillo. A sus pies se verá un buitre.
Hesíodo considera por estas edades en concepto dinámico de degradación que no termina en su edad, pues todavía podría sucederse otra peor si la Justicia, para él Némesis, desaparece para siempre. Frente a esta degradación que se opera en el hombre, el reino de Zeus se manifestará en sentido contrario ya que el Olimpo siempre será un punto de referencia de la edad perdida, la raza de oro y, por lo mismo, una esperanza humana por restaurar la ausente Justicia.
Si bien los mitógrafos más tardíos hablan de una lejana Edad de Oro y por lo mismo de una decadencia del género humano, otros entendieron el problema sobre el origen del hombre de una manera diametralmente opuesta. Para estos últimos no hubo Paraíso, más bien el hombre partió de una concepción y comportamiento animal que, evolucionando en el tiempo, llegaría a la civilización, a una cultura. Lucrecio, Ovidio (tras una primera visión áurea de la existencia), Diodoro Sículo, Plinio y Vitruvio, presentaron una concepción del origen y desarrollo humano más racional y próxima al sentido científico evolucionista. En este sentido describen un mundo desordenado, de violencia, de dominio de la fuerza que parece definir aquellas sociedades paleolíticas que posteriormente evolucionan gracias al descubrimiento y uso del fuego, del lenguaje, de la arquitectura y de la asociación civilizada del ser humano.
Por tanto dos serán los enfoques que la Antigüedad ofrece sobre el origen y desarrollo del hombre. Un planteamiento idealista y poético del que hemos dado cuenta al considerar las edades, y otro, más evolucionista, que da cuenta del carácter tosco y primitivo en su origen, pero no por ello menos real. Estos últimos tratadistas describen a los primeros humanos sumidos en un primitivismo que irá superándose gracias al conocimiento del fuego. Diodoro Sículo considera que este elemento se conoció gracias al rayo precipitado en el bosque (Biblioteca I, 13). Generado por el roce de los árboles movidos por el viento fue el argumento de Plinio (Hist. Nat. II, 3. 107) y de Vitruvio. Lucrecio es partidario de ambas versiones (De Rer. Nat. V, 1091 y 1241):
Mas para prevenirte una pregunta
que quizá en tu interior me estás haciendo,
el rayo fue el primero que a los hombres
trajo el fuego a la tierra
.......
Fuera de que se incendia árbol frondoso
cuando, siendo agitado por los vientos,
se frota con las ramas de otro árbol,
.......
de una de estas causas nace el fuego.
Precisa Lucrecio que tras el descubrimiento del fuego se puede hablar de oro y plata, pero como metales modelados por el hombre para su propio uso y beneficio. Por tanto esta nueva visión que vamos relatando se concreta a partir del descubrimiento del fuego que marca el punto de separación entre el hombre primitivo y el civilizado y que agrupa a los hombres y propicia y origina el trabajo de la agricultura, es decir, el asentamiento humano que conocemos como Neolítico. Por otra parte, no debemos olvidar que fue el propio elemento fuego el que ocasionó toda suerte de conflictos en la visión idealista ya comentada.
Piero di Cósimo fue un gran amante, como precisa Vasari, de la naturaleza en su forma primitiva. Propone algunas pinturas en las que destaca una visión del origen del hombre en función del mito pero sin olvidar el carácter «evolucionista» que vamos destacando. En ellas se dan cita, como ha estudiado Panofsky, tres figuras: Vulcano, Baco y Prometeo.
Boccaccio habla del hombre y del mono e incide en la utilidad del fuego: Y puesto que el hombre por su arte y su ingenio, se aplica a imitar a la naturaleza de muchas formas, y puesto que el fuego es la cosa más útil para tales empresas, se imaginó que los monos, es decir los hombres, criaron a Vulcano, o sea: alimentaron el fuego.
En el ciclo de Vulcano podríamos agrupar cinco pinturas, tres sobre la visión primitiva del hombre: Escena de caza donde tan sólo aparecen hombres dominados por la brutalidad; el fuego, como en las otras pinturas, se dispone al fondo de la escena, pero el hombre lo ignora. Paisaje con animales, los animales huyen del fuego que el hombre desconoce y aprovecha su presencia para cazar; aparecen seres híbridos con forma animal y cabeza humana, la naturaleza no se ha desarrollado en su totalidad. Vuelta de la cacería, aquí otra vez el fuego está presente; las formas de navegar marcan al hombre primitivo ya que los troncos se encuentran sin devastar. Las restantes pinturas se encuentran bajo la influencia de Vulcano, y expresan el inicio de la civilización: El encuentro de Vulcano, expulsado del Olimpo por su fealdad, tras caer y quedar cojo en la isla de Lemnos donde es recogido por las Ninfas, es el argumento de la pintura; otras fuentes precisan que tras un enfrentamiento entre Júpiter y Juno, el dios lo precipitó del Olimpo sobre la isla de Lemnos. Vulcano y Eolo como maestros de la Humanidad siguen la narración de Virgilio (En. VIII, 416), cuando propone a Eolo como inaugurador de la civilización, de ahí los grupos humanos, pues con ellos nace la arquitectura concebida por Cósimo a la manera señalada por Vitruvio: Y al principio eligieron troncos bastos, los unieron con ramas y terminaron las paredes con barro.
También, el artista remite a similares contenidos en dos composiciones mediante la figura de Baco, quien reportó beneficios, como Vulcano, a la humanidad. El descubrimiento de la miel donde la forma primitiva se explica por los sátiros que provocan ruido para agrupar a las abejas. Baco porta como atributo el árbol rodeado por la parra. Las desgracias de Sileno sigue el texto de Ovidio en sus Fastos donde cuenta cómo Sileno equivocó el hueco del árbol y en lugar de abejas tomó a las avispas que le picaron.
El tercer grupo sobre esta visión más práctica, real y menos idealista sobre la evolución cultural proviene de dos argumentos sobre el Mito de Prometeo, donde se narra la secuencia mitológica que hemos analizado y de la que trataremos al considerar la iconografía de quien fuera considerado gran benefactor de la humanidad. La figura de Prometeo viene a considerarse de una manera más espiritualizada; al robar el fuego del Carro del Sol, no se quiere explicar por el fuego un elemento físico como lo fue el de Vulcano, más bien se trata de una concepción espiritual, es decir, el fuego sería símil de racionalidad, lo que Panofsky define como: la claridad del conocimiento infundida en el corazón del ignorante. Así, Boccaccio al hablar del fuego de Vulcano, lo traduce como ignis elementatus, con una función meramente material, pero al considerar a Prometeo señala que su castigo por dar el fuego al hombre debe de entenderse como el precio que la humanidad debe pagar por su despertar intelectual, por adquirir el conocimiento, que eso es el fuego de Prometeo, un continuo suplicio proveniente de la sempiterna meditación. Es el tratadista italiano quien analiza el mito de Prometeo en función de la necesidad que tiene el hombre del conocimiento celeste y superior y, por lo mismo, de difundir este saber entre los hombres dando vida al mero barro para construir una educación de la humanidad que le confiera el verdadero sentido de civilización.
Éstos son los procesos humanos que expresan las pinturas de Piero di Cósimo. Se originan en una vida primitiva propiamente animal que es superada por el conocimiento del fuego (Vulcano) y el dominio de la naturaleza (Baco), para elevarse en su totalidad con el cultivo del ígneo espíritu, el intelecto.
Repertorio iconográfico
ASTREA
Hija de Zeus y de Temis, quien fuera su segunda esposa después de Metis. Algunos consideran que con ella tuvo a las Parcas, las Horas, el Pudor, las Hespérides y Astrea. Boccaccio relata que Astrea fue hija del Titán Astreo y de Gea.
Fue Temis quien aconsejó a Zeus usar la piel de la cabra Amaltea como armadura, como Égida. La diosa personificaba el Orden y la Justicia, como también lo hiciera Némesis, y por ser hija del Cielo y la Tierra, formó parte de las Titánides. Reinó en el santuario de Delfos antes de instalarse en él Apolo. La fuente la encontramos en Higinio, Ovidio y Juvenal.
Astrea difundió entre los hombres los sentimientos de justicia y virtud. Fue de igual manera encarnación de la Justicia y el símbolo de esta virtud que rigió en la llamada Edad de Oro, donde dejó el Cielo para acudir a la tierra conviviendo en felicidad con la humanidad. Habiéndola expulsado los delitos humanos, fue la última diosa que se retiró al Olimpo, disponiéndose en el Zodiaco como signo de Virgo a quien le corresponde el mes de agosto, donde el sol luce con mayor esplendor y, como cuenta Boccaccio, de manera igual entre el día y la noche: ... al estar el Sol allí mismo, la misma porción de tiempo es concedida por el propio Sol al día y a la noche, así por la Justicia se ofrece un derecho igual a los hombres de condición baja y a los importantes.
Suele presentarse con la balanza y la palma en una mano y en la otra un manojo de espigas. Por alusión a la Justicia se emplea la frase «la balanza de Astrea». La balanza aparece como su atributo en la literatura, es el caso del Poeticon Atronomicon (III, 24) de Higinio, donde se recrea con este atributo tanto en las ediciones de Venecia 1482 y 1502 como en la de Ámsterdam de 1742. Con esta iconografía la representa Philippe Galle en sus estampas sobre las edades del mundo (C.E. 1770). El grabador francés Domoutier la dispone con espada (Z. 25). La imagen de Astrea la contemplamos en la casa sevillana Arguijo junto a la Asamblea de los dioses y también en el arco de los italianos levantado para conmemorar la entrada en Madrid de María Luisa de Orleáns. Junto a la Aurora viene a figurarse en la unión de los vientos por el artista Flaxman.
DEUCALIÓN Y PIRRA
Hijo de Prometeo y Clímene, Homero señala que es hijo de Minos. Pirra, su esposa como sabemos, es la hija de Epimeteo y Pandora.
Tras el diluvio enviado por Zeus a la humanidad en su deseo de destruirla, presenta Goltzius en una de sus estampas a Júpiter presidiendo la asamblea de los dioses (B. 38), y José Assensio lo hace en uno de sus grabados para las Metamorfosis. La divina reunión permitió que se salvara Deucalión junto con Pirra y restituir, como se ha dicho, el género humano mediante las piedras. Los griegos consideraron tanto a Deucalión como a Pirra sus antepasados.
El mito del Diluvio es muy común en otras culturas, no solamente la judía con Noé, también otras como la sumeria (Ziusudra), babilónica (Ut-napistim), india (Manu) e iraní (Yima). Quizá el tema responda a tiempos ancestrales de la era glacial en el Cuaternario llamada Würmiana. Isidoro de Sevilla precisa tres diluvios en la humanidad: el primero el de Noé, el segundo en tiempos del patriarca Jacob y, el tercero, en tiempos de Moisés, en Tesalia, siendo rey Deucalión. Pieter van der Bocht presenta en una de sus ilustraciones de las Metamorfosis el diluvio de una manera muy general y común con el planteamiento bíblico. Bernard Picard en el siglo XVII se muestra más original tanto en el planteamiento de la composición como en la iconografía, pues ofrece a los dioses en el Olimpo y a las fuerzas naturales desatadas que provocan la catástrofe.
Para Ovidio, tanto Deucalión como Pirra, como el Noé bíblico, son ejemplos de un comportamiento virtuoso por el que son salvados: No hubo hombre mejor ni más amante de lo justo que aquél o mujer más temerosa de los dioses que ella... (Met. I, 322-323). Apolonio cuenta que además Deucalión fue el primero en construir ciudades y templos y el primero en reinar sobre los hombres.
En un sarcófago romano del siglo III d.C. observamos a los Cíclopes en su taller y junto a ellos a Deucalión y Pirra, pues si aquéllos fueron forjadores de las armas, éstos lo son de hombres. En un estuco fechado hacia el año 120 a.C. encontrado en Ostia, se presenta a Deucalión y Pirra con los brazos a su espalda y detrás de ellos emergiendo dos pequeñas figuras de la tierra que son observadas por Minerva. El tema se recoge en la estampa como ilustración a las Metamorfosis, y es el caso del artista Pieter van der Bocht y del español José Assensio. El grabador Coenraet Decker presenta a Deucalión y Pirra en la misma acción (Eph. 2232). Restableciendo el género humano lo apreciamos en el buril de Gérard de Jode (C.E. 2421) y de Antonio Tempesta, pues vemos a Deucalión y Pirra acudiendo al templo y tirando las piedras a sus espaldas de las que nacen niños, como lo apreciamos en la serie de Goltzius (fig. 52). El argumento se manifiesta en algunas estampas anónimas del siglo XVIII (Eph. 4462) y otras de importantes grabadores como Pieter Gunst (Eph. 1614). Rubens elaboró el cartón de Deucalión y Pirra para la Torre de la Parada que fue pintado por Jan Cossiers y recoge el tema de Ovidio (Met. I, 313-415), presentando a la pareja formadora del género humano lanzando piedras a sus espaldas de las que brotan figuras desnudas masculinas y femeninas. De la composición, el Ovidio moralizado, como recoge Sánchez de Viana, quiso ver la dureza de los hombres como muy propia de este origen, la piedra.
EDADES O RAZAS DEL MUNDO
Hesíodo hace corresponder la Edad de Oro al imperio de Crono. Los romanos, de igual manera, la relacionan con Saturno, pues con el uránida la civilización dio los primeros pasos ya que enseñó a los hombres el trabajo de la agricultura, el uso de la hoz y el cultivo de las tierras. Saturno, tras ser expulsado por Júpiter, continuó en el Lacio la Edad de Oro al ser admitido en su gobierno por Jano.
Esta edad la vemos representada por Philippe Galle mediante jóvenes desnudos que viven ociosamente en el campo (C.E. 1767). De similar manera lo observamos en la lámina del italiano Battista Franco siguiendo modelo de Giulio Romano (fig. 53), en Pieter van der Bocht para sus ilustraciones de las Metamorfosis, así como en Flaxman. Assensio representa conjuntamente la Edad de Oro y Plata. Ovidio en el libro primero de sus Metamorfosis parece describir el grabado de Galle: Sin necesidad de ser roturado y abierto/ por la reja, el rastrillo y el bidente,/ todo suave y delicado fruto/ daba la agradecida tierra liberalmente:/ y según recibían el producto/ así lo gozaba aquella afortunada gente,/ pues despreciando cocinar sus alimentos/ comían moras y fresas, frutos del cornejo y bellotas./ Febo, siempre alegre, su trayecto/ cumplía, girando en la suprema esfera,/ y con fecundo y bien templado rayo/ traía al mundo eterna primavera./ Céfiro, la flor de Abril y la flor de Mayo/ nutría con aura templada y muy ligera./ Destilaban miel las encinas, de los olivos/ corría el néctar, y la leche por los ríos y riberas. La Edad de Oro que pintara Ingres supuso una apoteosis del desnudo femenino (Castillo de Dampierre).
Este elemento, la bellota citada por Ovidio, nos lleva a considerar los afamados ignudi que Miguel Ángel dispuso en la capilla Sixtina, pues, como sabemos, se acompañan del señalado fruto de la encina. Vasari recoge este aspecto para comentar que tales decoraciones no son un mero capricho, suponen un recuerdo del blasón de la familia Della Rovere, por tanto de Sixto IV —papa que mandó construir la capilla— y de su sobrino Julio II, quien encargó los frescos al genio florentino. Entiende, sin aportar otra razón, que tales composiciones quieren expresar su tiempo de gobierno, una Edad de Oro, de justicia y felicidad. Foratti, en el año 1918, las considera como un símbolo de la esclavitud humana; otros, como atletas y visiones eróticas; también se han entendido referencia a la belleza neoplatónica. Tolnay quiere ver una representación del alma racional que deriva iconográficamente de los ángeles-putti característicos del Quattrocento.
Nuestro comentario no puede sino volver a las fuentes más próximas a Miguel Ángel y continuar el discurso de Vasari. Las bellotas conforman el blasón de la familia y sin duda que están en relación con los papas Sixto y Julio II. Pero la idea de Vasari tiene todo su fundamento, los ignudi representan la Edad de Oro, el primer tiempo de la creación donde, como nos cuenta Hesíodo en su Teogonía, sólo vivían varones, jóvenes que, tras su muerte en la plenitud de la vida se conformaban como genios benefactores. Por otra parte, Ovidio da cuenta del alimento vegetal en esta Edad de Oro donde se alimentaban de bellotas.
Esta Edad de Oro manifiesta el reino de la felicidad y la justicia, también la convivencia en la tierra de los dioses y los hombres. Es una edad exclusivamente masculina donde no se trabajaba porque la tierra todo proporcionaba, se vivía en un Paraíso, en un Edén como el descrito en el Génesis bíblico y ha quedado referido por Ovidio en el libro primero de sus Metamorfosis.
Así, los ignudi miguelangelescos parecen expresar todo su sentido como explicó el discípulo del genio florentino Giorgio Vasari, remiten a la primera Edad de Oro que nos hablaran los clásicos y que en el libro del Génesis responde a los tiempos vividos en el Edén, que llegaron a su fin tras la caída de los primeros padres. Por tanto, el deseo papal expresado por la bellota y los ignudi quiere señalar la búsqueda en su gobierno de aquella perdida Edad de Oro, es decir, del reino de la concordia, la felicidad y la justicia.
La Edad de Plata también la recrea Galle destacando el trabajo de la agricultura por medio del arado y parejas descansando placenteramente (C.E. 1768) (fig. 54), así lo vemos en Pieter van der Borcht y Flaxman. Otra vez Ovidio, en su narración de la Edad de Plata, se convierte en la fuente de la composición de Galle: El arado, las espigas de trigo y la cabaña, representan los cultivos, que comenzaron a realizarse en la Edad de Plata, y las viviendas y habitaciones que en aquellos tiempos comenzaron a usarse. El texto de Vitruvio dice:
Luego que el viejo Dios enojoso y lento,/ por su hijo primogénito le fue arrebatado el reinado,/ siguió la edad segunda, la de plata,/peor que la primera aunque más digna que la tercera;/ pues desapareció en parte aquel despreocupado vivir,/ necesitando desde entonces el hombre usar del arte y del ingenio,/ y observar modos, costumbres y leyes nuevas,/ que así lo quiso su tirano Júpiter./ Él, aquel dulce tiempo que era eterno,/ lo hizo parte del año, y aún muy breve,/ añadiéndose verano, otoño e invierno,/ fuego cruel, agudo morbo y fría nieve./ Desde entonces precisaron los hombres seguir ciertas reglas en el comer o en el vestir, haciéndolo más pesado o más ligero./ Y se acomodaron al variar del día, según estaba en Cáncer o en Capricornio... Ya Tirsis y Mopso al fiero juvento aterran/ para uncirlo al yugo, donde éste muge y gime; ya el rudo agricultor hiere la tierra/ con duro arado, y luego esparce la semilla;/ ya en las grutas todos se ponen a cubierto,/ utilizando si no los árboles y el follaje,/ y unos y otros construyen cabañas y habitaciones/ para rehuir el sol y la nieve, los vientos y la lluvia.
La Edad de Bronce queda figurada por Galle mediante el trabajo en el campo pero con un mayor esfuerzo (C.E. 1769 —también la Edad de Bronce queda representada en Flaxman—) (fig. 55). Ovidio escribe en relación con la ilustración de Galle: ... Del metal, que fundido en varias formas/ adorna el Tarpeyo y el Vaticano,/ surgió la tercera edad, de conformidad/ con lo que ideó luego el humano ingenio;/ pues vinieron a ser los hombres tan varios y disformes/ que acabaron por venir con las armas en la mano/ unos contra otros, impetuosos y fieros,/ como sus discordes y obstinadas opiniones./ Al hombre, que ya tenía que vivir de su sudor/ le llovieron afanes, molestias e incomodidades,/ peligros para su vida y para su honor/ y a veces juntamente, la vergüenza y el daño;/ mas aunque ya existían la lucha, el rencor y el odio/ no había falsedad, no había engaño/ como lo hubo en la cuarta edad, más dura,/ que del hierro tomó su nombre y natura. Rodin realiza una de sus esculturas con el tema Edad de Bronce (París. Museo Rodin).
En la Edad de Hierro dispone Galle enfrentamientos humanos donde aparece la Justicia, Astrea, huyendo de la tierra a los cielos (C.E. 1770) (fig. 56). Asociadas la Edad de Bronce y la de Hierro quedan figuradas en la estampa de José Assensio. Tempesta ofrece su serie sobre las cuatro edades del mundo en sus ilustraciones a las Metamorfosis (B. 151). La lectura de Ovidio informa sin duda la composición de Galle: La verdad, la palabra y todas las bondades del mundo/ huyeron, desplegando sus alas hacia el Cielo,/ surgiendo sobre la tierra desde el Tártaro profundo/ la mentira, el fraude y la totalidad de los males./ Todo infame pensamiento, todo acto inmundo/ penetró en los duros pechos de los mortales,/ y las puras virtudes, cándidas y bellas,/ se fueron al Cielo a brillar entre las demás estrellas./ Un ciego y vano amor por los reinos y honores/ hizo a los hombres transformarse en tiranos,/ haciéndoles las riquezas y las nuevas invenciones/ entregarse a los hurtos, la fuerza, los engaños,/ los homicidios y otros mil actos indignos,/ y a tantas cosas dañosas y ruinosas para los hombres/ que para evitar en parte tantos males/ se introdujeron leyes y tribunales.
EDADES DEL HOMBRE
Dante relaciona las edades del mundo con las del hombre a través de un bello ejemplo que recoge Pérez de Moya: El Dante finge estar una estatua en lo alto de un monte de Candia grande, de semejanza de hombre viejo; la cabeza de oro, y los pechos y los brazos de plata, lo demás del cuerpo hasta las ingles, de cobre, las piernas y el pie izquierdo de hierro, y el pie derecho de tierra cocida. Por esta estatua se entiende la vida del hombre, según todas sus edades: y aunque por estos metales se puede significar las edades del mundo cuadra mejor con las edades del hombre. La cabeza que es lo primero y comienzo del cuerpo, que es de oro, significa la infancia, o inocencia; ésta es de oro, porque así como el oro es el mejor de todos los metales, así ésta es la mejor de todas las edades, porque en esta edad no puede hacer cosa de que después se arrepienta... Por la segunda parte de los pechos y brazos de plata, se entiende la segunda edad, que es desde los seis años hasta los catorce: ésta es más fuerte que la primera, más no es tan noble... porque en ella los hombres empiezan a pecar... Y así la primera se denota por el oro, y la segunda por la plata, metal de menor valor. La tercera... es de cobre, porque ésta significa la tercera edad, que dicen juventud, conviene el metal más duro que la plata y es de mucho menor valor. Ésta es la que comienza las guerras y daños que unos hombres se hacen a otros, que en la primera y segunda no se comienza. Por esto esta edad es peor que la pasada. La cuarta parte del cuerpo, que es las piernas y el pie izquierdo, son de hierro; por ésta se significa la cuarta edad, que es llamada virilidad en las cuales el hombre varón entero, así como es de treinta años arriba; conviene esta edad a este metal, por cuanto el hierro es aplicado a más obras que el cobre, en más daños, y más duro que los metales de las otras edades. Y así como el hierro es de menor valor que los otros metales, así es esta edad de menor valor porque en ella se comenten más pecados que las otras. La quinta edad del cuerpo es el pie derecho, y éste es de tierra cocida: significa la postrimera edad que es la vejez, o senectud: porque así como con los pies se denota el fin del cuerpo, así esta edad denota don de la vida. Y no puso ambos pies de tierra, más sólo el derecho, porque el movimiento más se hace sobre aquel pie, que sobre el otro... ella es en la cual el cuerpo se quiebra, porque en las otras edades puede el hombre no morir, más en ésta es necesario morir... Esta estatua fingían tener en todas las partes del cuerpo unas aberturas pequeñas, por las cuales corran gotas de agua, salvo en la cabeza: esto denota cometer los hombres en todas las edades significadas por aquellas aberturas del cuerpo algunas culpas de las cuales el hombre puede haber pesar dello y llorar.
Galeno, médico griego del siglo II de nuestra era, habló de las cinco edades del hombre que se corresponden con el nacimiento, infancia, juventud, madurez y senectud. Posteriormente la tradición fue dando cuenta de tres edades. Las cinco edades del hombre las podemos observar en la pila bautismal de Estíbaliz, obra muy probablemente del siglo XIV. En la pintura es un tema muy común disfrazarlas en las Epifanías bajo esta significación. Raimondi representa el argumento (B. 301, 356) como apreciamos en Furnius (C.E. 1569, 1570, 1571, 1572, 1573 y 1574). El tema lo recoge en sus grabados Groenning (C.E. 2169, 2170, 2171, 2172 y 2173).
Asociadas las edades del hombre en su proceso biológico a los órdenes arquitectónicos clásicos se manifiestan en los Wierix y en su serie de seis láminas titulada Theatrum Vitae Humanae. La infancia y adolescencia quedan asociadas al orden corintio, la juventud y madurez al jónico, mientras que la senectud y ancianidad al toscano, la ruina da cuenta del fin de la vida (M.-H. 1499-1505). Las tres edades del mundo aparecen en los hermanos Wierix dentro de un claro contexto representativo cristiano (M.-H. 1512-1514). Otho Vaenius en su Emblema LXXXIV nos dice que el Tiempo vuela irrevocable. Para ello dispone cuatro figuras como edades del hombre en relación con las cuatro estaciones del año, así: la niñez o inocencia se asocia con la Primavera, el Estío lo relaciona con la adolescencia, el Otoño con la virilidad ya que presenta sus frutos más duraderos y el Invierno queda significado por la vejez. El Tiempo queda marcado por el reloj que porta el putti con alas de mariposa aludiendo a la inconstancia y lo desarreglado en el vuelo del insecto; también por el ouroboros ya que explica el ciclo repetitivo del año.
EPIMETEO
Hijo de Jápeto y hermano de Prometeo.
Epimeteo es contrario a su hermano, pues si el primero responde a los hombres prudentes e ingeniosos, Epimeteo lo hace con los imprudentes y estúpidos. Se casó con Pandora, como reflejan Juan Carreño y Francisco Rizzi en sus pinturas. De su matrimonio tuvo a Pirra que unió a Deucalión, hijo de Prometeo. Su figura, por aceptar el regalo de Zeus, Pandora, le convierte a juicio de los mitógrafos en el responsable de las desgracias para la humanidad.
Mercurio llevando a Pandora a la casa de Epimeteo es el tema del flamenco Pieter Serwouters. En la composición se presenta con el vaso abierto del que salen todos los males. Giulio Bonasone dispone el ánfora abierta, siendo Epimeteo el encargado de abrirla (fig. 57). Se sigue así otra tradición de la que hemos dado cuenta, pues no han salido los males, sino los bienes, siendo la Esperanza el único consuelo que le quedará a la humanidad (M. 193). Juan de Horozco propone esta composición en su Emblema XXXVIII: Una vasija en guarda dado había/ de bienes y de males a Pandora,/ Júpiter avisado que cumplía/ no descubrirla, mas no vio la hora/ de abrirla, con que vuelan a porfía, los bienes a do el bien eterno mora,/ Los males al infierno caminaron,/ y esperanza y temor solos quedaron. Que figure Epimeteo abriendo el vaso puede tomar su fuente en el comentario de Erasmo (Adagiorum chiliades I, XXXI. Ed. Basilea 1520). Así, Sebastian Le Clerc presenta en sus estampas la escena en la que Epimeteo abre el vaso de los males. Bonasone también dispone a Epimeteo junto a Pandora y la personificación de Roma (B. 165).
PANDORA
Primera mujer, regalo de todos los dioses.
Boccaccio sigue a Fulgencio para dar a entender que Pandora viene a significar «regalo de todos», pero aporta otro derivado de su nombre: Pan es todo y Doris amargura, como si toda la vida estuviera repleta de tristeza.
La creación de la primera mujer está descrita en Hesíodo (Teog. 600-612 y Trab. 60 ss.). Es Vulcano quien fabrica a Pandora de barro dotándola de voz y vigor humano por consejo de Zeus. La adornan Atenea, Afrodita, las Gracias, las Horas, Pito (Persuasión) y Hermes, quien introdujo en su corazón el mal y el engaño. La llamaron Pandora porque todos los dioses le dieron sus regalos, rodeada de todos ellos la presenta Picart en su lámina (fig. 58). Ya dimos cuenta en el comentario a la Gigantomaquia de la escultura que Fidias hiciera sobre Minerva en la Atenas clásica. Plinio la consideró como una de sus grandes obras en la que todo el espacio quedaba ocupado con relieves. En este sentido dice que en el pedestal se dispuso el Nacimiento de Pandora al que asistían veinte dioses (Hist. Nat. XXXV, 19). Dentro de la Historia del ciclo de Pandora, hoy desaparecido por un incendio, quese realizó para el Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid, Juan Carreño pintó en 1658 el tema de Vulcano enseñando Pandora a Júpiter, Asamblea de los dioses para dotar a Pandora, Júpiter da un vaso de oro a Pandora, Pandora ofrece el vaso a Prometeo que lo rechaza y Bodas de Epimeteo y Pandora. El argumento sobre Vulcano y Pandora fue dibujado por Juan Carreño (Madrid. Academia de San Fernando).
En los vasos griegos Pandora (llamada también Nesidora) queda representada junto a Vulcano y Minerva en el suceso de su creación (Londres. British Museum, y Oxford. Ashmolean Museum). Una crátera del siglo VI a.C. dispone a Pandora junto a Epimeteo, Dioniso mediante el atributo de la cinta señala la inminente boda entre ellos (Oxford. Ashmolean Museum). Panofsky en su monografía sobre Pandora ofrece importantes modelos iconográficos. Transportada a la tierra por Mercurio, Pandora queda esculpida por John Flaxman, quien dispone la creación de Pandora por los dioses con sus atavíos, su viaje a la tierra, la presencia ante Epimeteo y la apertura de la jarra (el argumento ya lo observamos en un grabado anónimo del siglo XVI —B. XXVIII, 1. 35—). Pandora y Mercurio como personificación de los males es el argumento que ofrece Le Veau (Eph. 814). La historia también la recoge a modo de ciclo Henry Howard en 1854 como decoración para la casa de John Soane (actualmente museo). Cerámicas griegas ofrecen el momento en que Atenea y Hefestos están dando forma a Pandora, la escena se aprecia en Jean Callot y su Creación y descenso de Pandora, y en Abraham van Diepenbeeck y la Creación de Pandora, argumento que repite Cornelis Bloemaert y el romántico James Barry.
Rosso dispuso un dibujo donde se presenta a Pandora abriendo la caja, el vaso de oro como precisa Baltasar de Vitoria (París. Escuela de Bellas Artes), y en este sentido aparece en varias divisas de impresores como Gourbin. El tema del vaso con referencia al mal o al bien lo analizaremos al considerar la figura de Júpiter en relación con los «Fata Homerica» que describe Homero (Il. XXIV, 527). La relación de la primera mujer bíblica, Eva, con Pandora la establece Jean Cousin en su pintura: Eva prima Pandora (Louvre, la composición debe mucho a la llamada Ninfa de Fontainebleau de Cellini). Abriendo el vaso de los males la observamos en la composición de Peter Cornelius. Generalmente el atributo de Pandora es el vaso, aunque como se ha dicho en ocasiones se representa abriendo el vaso a Epimeteo. La caja, sustituyendo al vaso, en la iconografía de Pandora comienza a figurarse a partir del siglo XV. Uno de los relojes de la Real Colección muestra a Pandora a punto de abrir la caja (374).
PROMETEO
Hijo de Jápeto y de Clímene.
Se suele señalar que formó al primer hombre con tierra y agua, algunos precisan que fue por el barro y sus propias lágrimas. Otros mitógrafos indican que subió al cielo ayudado de Atenea y robó el fuego para animar la humana escultura. Su imagen es reflejo de astucia e ingenio, también de quien favorece a los débiles, en este caso a los hombres. Luca Giordano representa la creación del hombre por Prometeo en su Alegoría de la vida humana que hacia 1680 pintara en el palacio florentino Médici-Ricardi.
En honor de Prometeo se celebraron fiestas en distintos lugares de Grecia y de modo regular en Atenas, concretamente en el barrio del Cerámico, donde era honrado junto con Atenea y Hefestos como patrón de los artesanos, de los herreros y ceramistas, pues, como destaca Conti, Prometeo fue el inventor de muchas artes. Isidoro de Sevilla entiende por Prometeo el inventor de la escultura: Los gentiles, por su parte, cuentan que Prometeo fue quien primero dio forma con el barro a una escultura de hombre, y que de él arranca el arte de modelar figuras y esculturas (Et. VIII, 11, 8). En su honor y a modo de recuerdo de la introducción del fuego se celebraban carreras de antorchas con relevos. Martín Cordero da cuenta de que Prometeo inventó el arte de la escultura, pues fue el primero que hizo con barro blando la figura del hombre. Si bien Conti considera por Prometeo la figura del presuntuoso que quiere compararse en su conocimiento con la divinidad, Boccaccio, como indicamos, la analiza en otro sentido: dice que el fuego robado a los dioses es distinto al proporcionado por Vulcano al género humano. Así, éste responde a un fuego material mientras que el de Prometeo lo es espiritual, un fuego celestial porque lo toma del Carro del Sol.
El castigo de Prometeo, estar continuamente sometido al suplicio de ser picado en su hígado por el águila nacida de Equidna y Tifón, no significa otra cosa que el precio que la humanidad tiene que pagar en su despertar intelectual, pues el hombre está torturado y se rehace de este tormento para nuevamente renacer en el suplicio como precio de haber alcanzado la razón. Alciato en su Emblema CII dispone a Prometeo picado por el águila para dar a entender como sentencia la misma idea: ... Son roídos por/ diversas preocupaciones los pechos de los/ sabios que quieren saber los designios del/ cielo y de los dioses. Teodoro Romboust pintó el mismo asunto de Prometeo encadenado picado en su hígado por el águila (Bruselas. Museo Real). De igual manera lo hizo Tiziano (Madrid. Museo del Prado), como posteriormente Rubens.
El tema de Prometeo como hacedor del hombre aparece en escritores latinos a partir del siglo IV a.C. y se dispone de igual manera como elemento ornamental en los sarcófagos donde aparece modelando a los humanos como si de un alfarero se tratara. El argumento por lo tanto es ajeno a la tradición mitográfica antigua en Grecia.
Prometeo creador del hombre lo apreciamos en relieves del siglo III d.C., donde aparece modelando la figura humana junto a Atenea. La diosa insufla la vida figurada por una mariposa, imagen del alma, insecto que en la antigua Grecia significó propiamente lo espiritual, ya que en las creencias populares solía imaginarse el alma como una mariposa que escapaba del cuerpo después de la muerte.
Sabido es que el atributo de Morfeo, hijo del Sueño, fueron las alas de mariposa pues remiten, como lo espiritual, a la ingravidez y la ligereza. En este sentido, Atenea aporta el alma, es decir, lo ingrávido, ligero y espiritual que en esta composición queda encarnado por la mariposa.
En el Ovidio moralizado de Lyon del que hemos dado cuenta podemos observar, junto a la imagen de Dios Padre creando el mundo, a Prometeo acompañado del fuego y dando vida al hombre. La Hieroglyphica de Westerhovius recrea el mismo argumento aunque con un mayor desarrollo ya que se presenta el Olimpo, la creación de Adán y Eva, Prometeo dando vida al hombre, Pandora y Epimeteo y la Caída del Hombre, todo ello dentro de un mismo registro en comunión del pensamiento mitológico y teológico.
José Assensio recrea a Prometeo dando forma al hombre. Personificado con otras divinidades queda recogido por Flaxman al disponerlo junto a Océano, Saturno y Jano. La serie de Goltzius lo dispone junto a Atenea observando el carro de Apolo y con la tea encendida dando vida al hombre (fig. 59).
Como robador del fuego aparece en los vasos griegos del siglo V a.C., donde se le muestra con la caña en la que oculta el robado fuego de los dioses (Oxford. Ashmolean Museum). Un diseño de Rubens que fuera pintado por Jan Cossiers para la Torre de la Parada da cuenta de Prometeo y el fuego (Madrid. Museo del Prado). Sánchez de Viana entiende por esta composición la imagen del buen príncipe que otorga buenas leyes a su pueblo. Insuflando el alma al hombre es el tema de alguna estampa anónima del siglo XIX (Eph. 3973).
Castigado por su acción, Prometeo aparece picado por el águila en un kylix del siglo VI a.C. (Roma. Museo Vaticano). El tema lo volvemos a ver en la estampa de Pieter van der Heyden (C.E. 2237), Cornelio Cort, Bernard Picart y Bartolozzi siguiendo modelo de Miguel Ángel (fig. 60). Importantes artistas pintores se han ocupado de esta representación, así lo apreciamos en Teodoro Romboust (Bruselas. Museo Real), Tiziano (Madrid. Museo del Prado), Rubens (Filadelfia. Museum of Art) y en Salvador Rosa (Roma. Galería Nacional). Flaxman dispone a las Ninfas manifestando su dolor por el castigo de Prometeo y herido por el rayo de Júpiter con el Océano tomando parte ante sus desgracias. También lo presenta encadenado al igual que otras obras anónimas del mismo siglo (Eph. 3973). Prometeo encadenado es el tema de algunos escultores contemporáneos como Casto Solano.
El ciclo de Prometeo es recogido por Piero di Cósimo en dos pinturas ya comentadas que elaborara a comienzos del siglo XVI. En la primera se presenta dando forma a una escultura mientras que su hermano Epimeteo queda sobresaltado. También observamos a Atenea dialogando con Prometeo, transportándolo a los cielos donde se detienen frente al Carro del Sol. De ahí, como sabemos, tomará la luz como fuente para donar la vida al hombre.
En la segunda de las composiciones Prometeo hace revivir su escultura, más tarde será aprisionado por Mercurio y sufrirá el castigo de la constante picadura del águila. Quizá el tema esté en relación con el texto de Fulgencio (Mit. II, 6), del que hemos dado cuenta y reproducimos ya que permite una comprensión más acertada de la pintura de Piero di Cósimo: Dicen que, después de haber modelado Prometeo con barro un hombre inanimado, Minerva admiró la excelente obra y le prometió cualquiera de los bienes celestiales que quisiera para perfeccionar su obra. Al haber respondido éste que no sabía, si no los veía, qué cosas de los dioses podrían serle de utilidad, fue llevado por ella al cielo; allí, puesto que veía que todas las cosas celestes estaban animadas por las llamas, con la intención de introducir la llama también en su obra, ocultamente acercó una rama a las ruedas de Febo y, una vez encendida ésta, robando el fuego lo condujo hasta las tierras y lo arrimó al delicado pecho del hombre modelado y así lo dotó de vida.
Liberado por Hércules aparece la figura de Prometeo en los vasos del siglo IV a.C. Coronado por su gesta y admitido entre los Olímpicos lo apreciamos en un kylix de figuras rojas perteneciente al siglo V a.C., donde Hera da la bienvenida al Olimpo a un Prometeo acompañado de cetro real y coronado (París. Biblioteca Nacional). El Domeniquino elaboró dos frescos en los que dispone a Prometeo y Minerva y Prometeo liberado por Hércules (Roma. Palacio Farnese). También recoge el tema el grabador español del siglo XIX Juan Barcelón. En el techo de una de las salas de la casa sevillana Pilatos, Pacheco dispone la figura de Prometeo. Rizzi elaboró su Pandora ofreciendo el vaso de oro a Prometeo, pintura fechada en 1658.