El lector tiene en sus manos esta copiosa obra, que es la segunda edición, publicada con mayor desahogo, pulcritud y exuberancia de medios e ilustraciones por Ediciones Encuentro, de la que se publicó con mayor modestia en Vitoria el año 1996. Lleva por título Mitología e historia del arte y es su autor el catedrático de la Universidad del País Vasco Jesús María González de Zárate, uno de los mayores expertos en la materia, quien inició sus indagaciones sobre mitología y emblemática en la Universidad de Valencia con el conocido profesor Santiago Sebastián López, quien, a su vez, fue pionero, si no iniciador en España, de los estudios sobre iconografía e iconología, es decir sobre la descripción y el profundo conocimiento de las imágenes interpretadas desde el contexto ideológico y cultural en el que fueron concebidas. Ahora bien, dentro del mundo de las imágenes, no sólo plásticas sino literarias, ocuparon y ocupan todavía hoy un lugar preeminente las historias de los dioses y de los heroes divinizados de la Antigüedad como objeto de representación, narración y teatralización.
La ciencia que abarca sus «mitos» (leyendas) y su estudio y significado es lo que conocemos por el nombre de «mitología», una ciencia que ha venido desarrollándose desde siglos pretéritos por los denominados «mitógrafos» y que ahora es ofrecida al lector, admirablemente condensada, en el libro que tengo el honor de presentar. No deja de ser curioso que la mitología, a la par que la Biblia, que narra los acontecimientos fundamentales de la fe cristiana, hayan sido la fuente más importante de las imágenes que artistas, literatos y comediógrafos han utilizado para concebir las más grandiosas y emocionantes creaciones de la cultura occidental. De suerte que tanto la una como la otra constituyen las raíces fundamentales de dicha cultura, que no resulta en absoluto comprensible sin su conocimiento y dominio y que, por eso mismo, siguen siendo necesarias en una sociedad no sólo tremendamente laica y secularizada como la nuestra, sino incluso deshumanizada en la medida en que las ciencias positivas y los avances tecnológicos han ido orillando en los programas educativos a las viejas Humanidades clásicas.
Lo que acabo de afirmar necesita seguramente una mayor comprobación histórica. En efecto, la mitología de los dioses y semidioses paganos, concebida remotamente en el Mediterráneo oriental y codificada y adoptada como religión oficial sucesivamente por los griegos y los romanos, estuvo vigente, en cuanto forma de culto, hasta la conversión del emperador Constantino y del subsiguiente predominio de la religión cristiana. No obstante, el panteón de dioses y semidioses grecorromanos no desapareció del todo, en tanto en cuanto pervivió como parte de la cultura antigua en la Edad Media, resucitada milagrosamente, sobre todo, en el Renacimiento, quien se propuso restaurar tanto las lenguas de la Antigüedad como prototipo literario, cuanto las imágenes plásticas de los dioses y héroes como modelo de inmarcesible belleza en las artes.
Ahora bien, la recuperación y repristinación de los dioses y héroes paganos no supuso de ninguna manera que se les tributase culto, lo que hubiera sido absurdo y además pecado de idolatría en la civilización cristiana. Únicamente fueron objeto de un «culto» sui géneris, es decir puramente arqueológico y erudito. No obstante, hubiera sido casi imposible que tales imágenes hubieran podido prosperar en la nueva civilización cristiana europea si no hubieran mediado para ello una serie de causas. Los mitógrafos cristianos, como los italianos Boccaccio, Gyraldi, Conti, Cartari, Valeriano, Ripa, etc., y los españoles cual Enrique de Villena, Juan de Mena, Alonso de Madrigal, Baltasar de Vitoria, Juan Pérez de Moya —a los que dedica el libro que presentamos uno de los capítulos introductorios— enumeraron algunas de esas causas. En primer lugar el valor poético intrínseco de las fábulas antiguas, que, como texto literario o como representación plástica, merecían conservarse, punto de vista que prevaleció, por ejemplo, en Baltasar de Vitoria y ahora en nuestros días. Otro factor que tuvieron en cuenta fue la creencia, sostenida por Evémero y otros, de que los mitos habían tenido como punto de partida un hecho histórico, luego fantaseado por el lenguaje poético propio de la fábula, mitos que ayudaban a reconstruir la historia del más remoto pasado. Otra causa para la preservación de los mitos antiguos fue que algunos de sus intérpretes sospechaban que tras ellas andaba enmascarado un acontecimiento físico, un fenómeno debido a las leyes de la naturaleza, cuyo origen oculto el hombre primitivo no había sabido indagar, pero que permitía recomponer una visión curiosa de su cosmogonía y astrología. La última corriente interpretativa fue la que intentaba, adentrándose en la maraña aparentemente caótica cuando no inmoral de los mitos antiguos, encontrar en ellos todo lo contrario, una lección de filosofía moral. Esta componente aleccionadora, la más difundida con mucho a través de los denominados «Ovidios moralizados» (recuérdese que fueron las Metamorfosis del poeta latino una de las fuentes más utilizadas para el conocimiento y representación de los mitos), fue la que condujo a bautizar o cristianizarlos, intento que comenzó ya en la Edad Media y cristalizó especialmente en la época del Humanismo, pues sin tal intento no hubieran podido prosperar los dioses y semidioses antiguos en una cultura, como la cristiana occidental, tan monoteísta e incluso dogmatizadora.
De todas formas esta apropiación de los mitos paganos para acreditar el valor de muchas de las virtudes cristianas encontró sus dudas y cortapisas al declinar el Renacimiento, sobre todo entre erasmistas y reformadores luteranos y calvinistas, quienes consideraron la continua instrumentación de la mitología, incluso en la corte papal, como un síntoma de corrupción de la Iglesia católica, tanto es así que la Contrarreforma, surgida a impulsos del Concilio de Trento, hubo de poner coto a tales excesos, particularmente a la lascivia con que se representaban por pintores y escultores muchas escenas de la leyenda antigua. En España, por ejemplo, en que los excesos no fueron tan notorios y escandalosos como en otros países europeos gracias a la vigilancia del Santo Oficio, llegó, sin embargo, a convocarse una junta de moralistas de las universidades de Salamanca y Alcalá para dictaminar en qué condiciones pecaba gravemente tanto el artista como el comitente al pintar o hacer pintar ciertos desnudos con el pretexto de ilustrar la fábula pagana.
En todo caso si en el llamado período barroco la escultura, la pintura y el grabado de temas mitológicos, so capa de alegorización de las virtudes o de condenación de vicios, continuaron haciéndole la competencia a la representación de temas religiosos —y un caso extremo en tal sentido fue el del artista flamenco Pedro Pablo Rubens — , no la frecuentación y uso de la fábula pagana, pero sí su moralización acabaron con la Ilustración y la Revolución francesa a finales del siglo XVIII. Desde entonces los dioses y semidioses de la Antigüedad fueron representados exclusivamente como referencias eruditas o como iconos de la cultura occidental. Y esta orientación es la que continúa preferentemente hoy en día en el arte contemporáneo, pues no se piense que la mitología ha encontrado en él su finiquito. Son muchos los artistas de las vanguardias quienes han frecuentado y siguen frecuentando el asunto mitológico, basta recordar, como ejemplo, a Picasso en su etapa clásica y en sus series sobre el mito mediterráneo del Minotauro. Pero sobre todo siguen haciendo un uso más frecuente de la mitología aquellas corrientes que, dando la espalda a la fascinación de la pura abstracción, continúan cultivando el neofigurativismo, sea el surrealista e hiperrealista, o simplemente simbolista, mágico y fantástico. Pero lo hacen o por imperativo de la herencia cultural irrenunciable o como un simple juego o «divertimento», porque el mito resulta una narración muy atractiva, una especie de cuento para niños. Guillermo Pérez Villata en Reflexiones de un moderno pintor de mitologías, escribe en 2011 al respecto: «El arrebato imaginativo en la infancia ante cualquier cuento es la fuente que ha regado la huerta de ese mundo interno de lo imaginario que nos hace tan llevadera la vida... y esto es la mitología. Encontramos siempre una bruma ensoñadora en las mitologías y por eso no es extraño que las Metamorfosis de Ovidio hayan sido la fuente más famosa de las narraciones que nos han llegado; las artes actuales las necesitan, necesitamos de Dafne, Faetón..., de esas cosas superfluas que condena el esencialismo y el existencialismo del arte de hoy, de las mitologías llamémoslas pop, disfrazándolas de modernas».
En conclusión, la obra que presento al lector, donde se han condensado tan clara como abundantemente los principios, desarrollo y contenido de la mitología a lo largo de doce extensos capítulos, no es ni mucho menos superflua en nuestro tiempo, iba a decir que, por el contrario, es más necesaria que nunca. Las visitas masivas a los grandes museos históricos e incluso de museos de arte contemporáneo, que se han impuesto como imperativo de las llamadas de los medios de comunicación con motivo de ciertas exposiciones sonadas y extraordinarias, se reclutan entre personas que o por la galopante secularización de la sociedad, o por la educación frívola y superficial que hoy se imparte, o por la anulación en los planes de estudios de las viejas Humanidades clásicas, se encaran con unos cuadros, unos dibujos o unas esculturas cuyo significado no saben ni pueden descifrar en el caso de que los asuntos sean de índole religiosa o mitológica. E iba a decir que lo mismo acontece con algunos degustadores y coleccionistas de pintura antigua, quienes adquieren y acumulan obras de arte —suponemos que por amor a la belleza y no como un valor en alza en el mercado— pero acaso carecen de los conocimientos previos necesarios para apreciar el contenido exacto de lo que adquieren. La lectura y manejo de esta obra, cuyo erudito texto viene además avalado por trescientas ilustraciones de variadísimos y excelentes grabados de la historia mitológica y un minucioso índice temático, les servirá para el intento de conocer a fondo los temas y significados de innumerables obras del arte antiguo y moderno de tema mitológico, que alivian y alegran muestras soledades, desalientos y fracasos.
Alfonso Rodríguez G. de Ceballos
Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando