LA MIERDA

Dichosos los que limpio el corazón tienen, porque ellos verán a

(Mateo 5:8)

A todas mis amigas drogadictas y a todas las maricas
que performan la esclavitud sexual, dueñas del deseo.

FERRAN. Hace mucho que no mantengo relaciones sexuales, precisamente porque del culo lo que se espera es mierda. Mierda en todos lados. Mierda hasta en los calzoncillos, con su propio nombre: zurraspas. Comer mierda a todas horas. Tras nuestros pies, ríos ocultos de mierda. Presumidos por aquello de lamer la zona perianal tan contaminada. Un sabor descrito en la literatura como amargo, profundamente desagradable si se piensa. De hecho, el problema es ese, conozco a muy pocos maricones que se dediquen a pensar.

Cuando era más joven me drogaba para follar en orgías. Me aficioné sobre todo gracias a un amante colombiano muy aseado con el que además casi siempre conseguía disfrutar. Dedicaba el día a mantener su culo bien limpio precisamente porque estaba dispuesto a entregarlo en cualquier momento. En este sentido —y en muchos otros— lo hacía todo bien fácil. Me refiero a que rozaba la oligofrenia.

Algunas noches no duermo. Tratar de discernir si haberme tirado a un retrasado mental es —o no es— abuso, no se disuelve con un par de benzos. Afortunadamente lo maté por error y ahora no tengo que compartir piso con ningún tarado, ni prestar dinero a drogatas y, por supuesto, tampoco debo solucionar problemas de lelos que, en definitiva, ni me van ni me vienen.

Es curioso cómo un imbécil podía ser tan consciente de su cochambre. Entregado a la empresa de mantener los orificios impolutos. Pronto los arrebataría el picor del papiloma y la asquerosidad del herpes, señales obvias de no saber hacer las cosas bien. Solía dibujarse en la piel grabados con los que delimitaba su musculatura, las partes blandas, sus huecos… haciendo más accesible lo que ya era sencillo de por sí. Veinte años después no he vuelto a dedicarle casi tiempo al sexo, se me ocurren pocas cosas más desagradables.

Por aquel entonces malvivíamos en Madrid. No había muchos colombianos ni tampoco muchos maricones, luego todo quedaba en casa. Bueno, más que en casa quedaba en los sótanos y en los antros. Roberto, el oligofrénico, no tenía muy claro qué era el amor de su vida, si las pollas o la coca. Aunque sin duda la última le hacía mucho más feliz. Quizá le venía como el ritmo de salsa en los genes de La Guajira. El porno dispuso un sinfín de fantasías a realizar y las noches aquí podían durar incluso semanas. Imagino al sexo de la generación de mis padres de muchas maneras. Por ejemplo, una violación marital de décadas. Pero desde luego que no puedo pensarles metiéndose puños por el culo. El fisting en ese sentido me agradaba. Siempre he preferido ensuciarme las manos antes que el rabo. También prefiero hacer cualquier cosa que mis padres no hayan hecho antes. Lo cual es un absoluto despropósito.

Casi tan vacío se sentía Roberto como realmente vacío estaba. Hubiera sido más sencillo rellenarlo con clases de salsa dominicana o cursos de cerámica. Incluso, por cursi que suene, con literatura. Precisamente por eso, porque la literatura sirve para contar historias que llenan las vidas de los demás. Pero Roberto no entendía lo que leía, aún hoy tengo dudas sobre si realmente sabía leer. Le era mucho más fácil ocuparse con todos los utensilios posibles y en más de una ocasión tuve que preguntarle, pues no sabía si aquello era un culo o una mochila de senderismo.

Disfrutó muchísimo con mis manos porque son grandes y así era tal como le gustaban, jamás se hartó de repetirlo. Y justo el problema era ese disfrutar. Un límite incoercible de fuente que desborda, menudo puma. Todo fiera dispuesta, semidesnuda, contoneada. La muy zorra, le decían siempre cuando bañado en semen pedía que lo fotografiaran con cámaras desechables. Por suerte para entonces ya no podía ni mantenerme en pie, de hacerlo lo hubiera molido a patadas.

La muerte fue rápida, eficaz, nocturna. En cierto modo tal como quiso. Entre sus peticiones más excéntricas, practicar fisting con mi mano untada en coca. En un abrir y cerrar de ojos quedó seco sobre el sofá, como un pájaro, encima de los cojines turcos. Casi de culebra atropellada su última risa. Todos teníamos las pupilas dilatadas como para ver aquel cuerpo bellísimo en posición de feto. Se fue como vino —dijo un viejo—, húmedo. También teníamos un poco de miedo, pero no ocurrió mucho más. Roberto, que no tenía familia conocida, ni amigos, siquiera dinero, realmente se fue como vino. Nadie preguntó gran cosa. Era marica y extranjero. Los procedimientos del entierro pasaron con rapidez y, por fortuna, no hubo que velar el cadáver ni montar parafernalias de funeral. Así que todos pudimos olvidarle pronto para seguir así con nuestras vidas y, en mi caso, abandonar aquel absurdo. Tras esto fui a Barcelona para hacer la residencia en Medicina Interna donde sólo tendría que lidiar con viejos y enfermos muy enfermos. Cuerpos que generan muchas sensaciones, ninguna buena.

 

VINCENT. Solíamos ir al campo a pasear. Especialmente aquellos años en los que nos quedamos solos. El Dr. Barry se vestía siempre de verde. Llevaba, hiciera el tiempo que hiciera, sombreros de pescador y pantalones largos. Decía que así no se hería las piernas. Una agricultora gallega le enseñó cómo las ortigas no picaban si no existía la opción de sortearlas. No respires, instaba, y cruzábamos el tramo invadido corriendo. Estaba blanquísimo y el solcito siempre hacía de las suyas dibujándole huellas en cualquier sitio donde rozara. Acostumbraba a preguntarle por el nombre de las plantas. Las conocía todas, todas. He de decir que nunca me interesó la botánica, pero disfrutaba con su voz y preguntarle sobre bichos o plantas era la mejor de las formas para hacerle hablar. Todavía se aparece en mis sueños observándome a lo lejos. Le llamo y no responde. Entonces pregunto mientras señalo un cedro «qué árbol es ese». Y cuando habla, escucho la voz de mi padre. Después se echa a reír y despierto angustiado entre lágrimas pues hubo un tiempo en el que decidí vaciarme de él y tan sólo pude deshacerme de su parte más preciada. Hoy, que no alcanzo a recordar su voz, lo cambiaría todo. Pero en el centro del vacío queda algo que no es sino un silencio.

 

LA CARABINERA. Yo, la Carabinera. La travesti más guarra del Rabal. Portera de todos los casados. Tan a la escucha. Dispuesta a cualquier cosa. Experta en la lamida. De talidomida tan deforme. Encorsetada toda mi grasa. Yo, la Carabinera. La que no pierde el pulso ni para empuñar la navaja, ni para pintar el labio y por supuesto la que jamás calla. Ni follando. Ya tan dolida. ¡Tan abrasada de hombres! Porque son todos iguales en eso del deseo. ¡El desearse! A todos les crece en vez de una polla un puñal dorado. Con su joya pareciera que nos atraviesan: a las gordas, las hacinadas, las viejas. Tan al olvido de lo que pudo ser obsidiana y fuego. Aquí siempre sale a deber el dar las gracias. A nosotras, tan laboriosas y ofrecidas. Hoy vengo a hablar de amor, pues de otra cosa no sé. ¡Pero no sin antes hablar de mí misma! Quedo encerrada en el campo de concentración donde nos tienen a las horrendas, las esperpénticas… las ya tan usadas. No pienso robar para droga pudiendo soñar un dildo de diamantes. Un consolador no, yo no necesito ningún consuelo. Necesito una prótesis del placer y un arma. La perfecta para no guardar en mi coño de judía reclusa ningún otro anillo de boda. Ningún metal precioso. Un dildo para amarme a mí misma sobre todos sus desplantes. Que no me pueda ser arrebatado con los dedazos de los nazis. Ay, su mirada de macho, cuánta sangre. Me pensaban por deslenguada tonta y lo que soy es una hija de la gran puta. Os señalaré con mi dildo de diamantes ante vuestras mujeres para que sepan dónde descargáis los huevos. Fecundándonos a nosotras: las palomas. Con este dildo brillante. Tantas noches soñando un coño de yegua. La Carabinera, tan infecta. La muy parásita. Hoy que habla con la voz de todas, pareciera mentira. Por chancha y rechoncha, la que ha roncado la melodía de los siesos. Yo, la Carabinera. La travesti más guarra del Rabal. Hoy esa zorra que no habla sino que llora por todos sus amigos perdidos. Para que crezcan jardines bajo sus pestañas postizas y todo el mundo sepa, cuando amanezca amoratada por la paliza de algún chulo, ¡remuerta!, que yo, La Carabinera, he soñado con un dildo de diamantes para hacerme al olvido. Pero que también amé y fui amada.

 

EL PIRADO. ¿Quieren pasti? Pasti para amar jeje. Bs.

 

ANUNCIO ENCONTRADO EN PASIÓN CON FOTO DE PUPPY DUT

 

33 años, 1,77 65 kg. Propiedad de master_alpd. Alquilo perrito para tíos cerdos que quieran follárselo, palizas, marcas, fisting, servicio doméstico, bb. Palmas pasta y haces lo que quieras con la zorra. No límites. Auténtico WC y escupidera humana. Apto para drogarlo y usarlo en grupo, currar ojal en chems y servir en fiestas. Perfecta por joderle la vida. La puta se desplaza fuera de Madrid en jaula si fuera necesario y se devuelve marcada y adiestrada. Más info. contactar por móvil.

 

VINCENT. Ferran me envió una captura de pantalla del anuncio y acto seguido lo llamé por teléfono. Que lo mataría, no paraba de repetir. Quería contactar, secuestrar a puppy dut y matar a master_alpd.

—Quizá es donde desea estar —dije sin convicción.

—Esto no puede quedar así. Lo sabes bien, Vincent. O actuamos o te juro que lo mato.

—Dame una semana para pensar qué podemos hacer.

Y esa es la razón por la que acabamos los cuatro escribiendo esta crónica. Aunque a Ferran en un principio no le hacía ni pizca de gracia tener que vérselas con la Carabinera. Pactamos algunas condiciones porque pensábamos que nos ayudarían a todos. Ellos consideraron importante narrar la historia del Dr. Barry. Si me negaba, no había crónica. Si no había crónica Ferran terminaba en el trullo.

Las historias no deberían vivirse para ser contadas. De hecho, la mayoría —como fuegos fatuos— se agotan en sí mismas. El lenguaje casi siempre está hecho con ese fuego. Se desea hasta que queda una señal que el viento esparce por los confines del mundo. Y tras esto, un cadáver. Entonces cuáles son las que quedan escritas. Quizá las que tratan de hacer justicia. Precisamente cuando los actos no están a la altura de las circunstancias. Cuando todo debe darse por ardido. Cuando la ternura nada habita. O cuando las circunstancias se vuelven inasumibles y aun así no queda otra que asumir. Os lo cuento con lágrimas en los ojos como de recién soñado.

Ahora que lo pienso, qué cosas, aquella fue la única vez en la vida que escuché a Ferran llorar. Juraría que él tampoco antes lo había hecho. Eso que la escucha es una de sus pocas virtudes.

 

FERRAN. El pirado estaba en Uruguay. Cuando pudimos contactar con él nos dijo que vivía en Uruguay con su novia y su novio. Que lo sabía todo sobre mí. Que me vio dormido una vez. Que en el fondo yo era una buena persona. Que, de hecho, era la mejor persona que había conocido. Que él que ahora todo lo conoce, porque es en Uruguay donde todo lo conocible se desvela, me pide perdón.

Pues lo que he dicho siempre. El mote le viene al pelo.

 

VINCENT. Yo le enseñé los poemas de Juarroz al Dr. Barry. Y aún hoy sigo enseñándomelos a mí mismo con sorpresa. A veces miro al otro lado de la cama y le hablo. Pero en el centro del silencio hay una fiesta que es 100% de algodón.

 

EL PIRADO. Ah, las puertas cómo son: son puertas. Giran medio gi. Gi a med. Ias. Jeje. Ahh, las puertas. Cómo son. Qué hacés con la puerta, bolú. Mi bolú, mi novo novio. Riquiño. La piel tostada cacahuete. Se llama Matí. Matí con el pelo azabá. Ché, bolú querés fumar porrito, me gustan los jeans esos. ¿Prestás? Ah, me quedan regrandes. También mi novia nova. Una estrellita relinda. Relista. Listarré. Siempre quiere alucinar más y más y más. El otro día mientras alucinábamos en la puerta ¡oh deus! Vi al destí shamando a la que gí. Beethoven en la una dos tres cuatro cinco. La quinta sinfonía: tatatataaaán, tatatataaaán. Ajá, shamando. Y va la ima gen de Vin y abrí. Abrile, abrile ahí. Y una voz dice: cedro. De un país que no acuerdo, ay lo juro. Lo juro. La puerta de la casa de mi novia nova. Una estrella. Lo juro. Es de nogal. Y sus manos son plata. Y todo lo que toca lo convierte en río.

 

VINCENT. Conocí a puppy dut en la facultad. Era dos años menor. Si tuviera que destacar algún rasgo serían sus ojos, quizá porque parecieran no ser suyos. Yo creo que todo esto de la transición a esclavo sexual tiene que ver mucho con sus ojos. De su infancia cerca de Mieres hablaba poco, fue profundamente infeliz. Recuerdo que alguna vez insinuó recibir palizas en el colegio, en casa también. Era tan guapo como mariquita. Mariquita a la legua. Me cuesta emplear el término mariquita, pero lo cierto es eso, no podría ser definido de otro modo. Su pluma era la razón principal por la cual tenía pocos amigos. En aquella época tener un colega con pluma hacía levantar sospechas, así que los tíos en general preferían no acercarse. También en la facultad de letras. Puppy dut llegó a Filología habiéndolo leído absolutamente todo. Nos conocimos cuando yo estaba en tercero y él acababa de entrar en la universidad. Fue justamente en la biblioteca, donde pasaba la mayor parte del tiempo. Para ser mariquita no le interesaba demasiado la farándula. Él me recomendaba novelas y yo le daba clases sobre teatro del Siglo de Oro para que aprobara los exámenes. Era brillante pero siempre estaba solo. Parecía en cualquier caso no importarle. Acompañarse a sí mismo ya era razón suficiente para el infortunio. En una ocasión llegó a decirme que no conseguía soportarse. Al día siguiente apareció con el ojo morado. Fue jugando, confesó con una sonrisa de oreja a oreja.

Pronto le presenté a Ferran que por aquel entonces acababa de empezar la residencia y era la persona con la que solía salir a sitios de ambiente. La Carabinera no sólo era nuestra camella, era nuestra madre. Por aquel entonces, además de vender y prostituirse, actuaba. Cantaba genial. Aunque todo el mundo la conocía en el Raval por su colección de pelucas. Un amante muy cruel se las quemó todas. Entonces la Carabinera le acuchilló pero no fue a la cárcel. Desde entonces pese a haberse peleado con la mitad de las travestis de la ciudad no permite que ninguna tire de los pelos a otra. Pues es el pelo el lugar donde conviven el cariño y la magia. Y si la Carabinera se entera de que alguien le ha estropeado la peluca a otra travesti, ya puede ser esta su archienemiga, ella —con su ley del Talión— revienta a la desafortunada.

Fue quien me explicó el juego de puppy dut una noche que iba a pillar a su casa. Estuvimos toda la noche fumando maría hasta que quedé dormido en su sofá. Entonces me arropó, echó las cortinas, apagó toda luz. Escribió una nota en el salón para sus compañeras de piso: a este chico que nadie le robe. Y desde entonces es amiga y es madre a la vez.

 

FERRAN. Samia y yo terminamos la carrera, hicimos el MIR y fuimos juntos a vivir a Barcelona. Era hija de rifeños. También militaba en el partido comunista. Se metió en neurocirugía cuando las mujeres debían ser pediatras. Coincidió con Vincent en unas jornadas de materialismo filosófico y pronto se hicieron buenos amigos. Comenzó a traerlo a casa para intercambiarse libros y es así como terminé saliendo con él de ambiente. Nunca me follé ni a Samia ni a Vincent porque los respetaba. Con los años Samia tuvo problemas dentro de la militancia y fue haciéndose comunista libertaria. No toleraba la autoridad. Tenía el don de crear un tejido propio allá donde estuviera, lo cual le generaba problemas, primero en casa, luego en el partido y en el hospital. A diferencia de todos los demás ni consumía drogas ni comía pollas. Fue la única que se alegró cuando, años más tarde, el Dr. Barry y Vincent decidieron marcharse a vivir a Madrid. Mi felicidad se dirige hacia donde se dirige la de mis amigos, decía. Cuando el Dr. Barry falleció ella se encontraba incomunicada en Irak en medio de la guerra. Samia, que además de cirujana sin saberlo era poeta, a los dos meses llamó por teléfono a Vincent para decirle que ahora su felicidad no tenía dirección porque la tristeza, al ser un líquido espeso, había inundado todos los continentes y no quedaban reservas para la ternura. Desde entonces llama a la Tierra «el Agua», y al agua llama «querido ratón de biblioteca».

 

VINCENT. El padre de puppy dut murió mientras vivíamos en Barcelona. Afortunadamente no tuvo que cuidarlo. Recordad que todos los mariquitas tienen un padre como quien tiene una cicatriz en la frente. Por eso es importante dejar al pelo crecer.

 

LA CARABINERA. Si pudiera elegir entre todas las cosas que la imaginación me impone pensar y no vivir… ¡ay!, elegiría que me la metieran por el culo y que saliera por la boca. No sé muy bien lo que queda entre medias del trasero y la lengua, en todos sitios lo llaman tubo. Que recorriera esa cañería hasta hacer llegar la mierda a la garganta. Menuda peste, también te digo. Pero que así de recorrida quedara. Entonces la historia de las maricas, las bolleras y las trans no estaría dibujada en línea. Sería un círculo de lo que se ingiere y lo que se engendra. Y seguiríamos dando asco desde el principio hasta el final. Sólo que sin ningún principio y sin ningún fin. Y, sobre todo, eso, sería una historia de círculos. ¡Que muera la historia y que viva el techno! Y que todo apeste a mierda. A mi mierda que es más dulce que amarga… Bueno, esto tan sólo es una fantasía, no se lo cuentes a nadie.

 

VINCENT. Íbamos al campo con frecuencia. Él era un biólogo de bota y bata. Caminábamos los Pirineos y después cuando nos fuimos juntos a vivir a Madrid: la Pedriza, la Cabrera y Somosierra. Llamaba por teléfono y me decía: por qué no coges una muda y nos subimos a Cantabria. Así pasábamos el fin de semana en los Picos de Europa caminando y reconociendo plantas. En varias ocasiones encontramos huesos. La primera asustado le pregunté si podía ser el húmero de una persona. El Dr. Barry, experto en sonreírse para sus adentros, negó con la cabeza.

—Son de cabra.

Pero no siempre el Dr. Barry sonreía para sus adentros, una de las veces en su examen quedó catatónico durante casi quince minutos.

—Debemos llamar a la Guardia Civil, este esqueleto debió pertenecerle a una niña.

Durante mucho tiempo los huesos de la desaparecida fueron fruto de toda clase de confabulaciones. Nos preguntábamos por las causas de la muerte. Sopesamos algunas hipótesis. Como no apareció en las noticias acordamos aceptar el mismo final como final mismo casi de todas las cosas. Había sido violada y asesinada por su tío.

Fue justo entonces cuando la fantasía de la violación empezó a asaltarme y, con ella, el profundo asco. Cada agujero destrozado a fuerza de ser ofrecido, el cuerpo amoratado, también la sangre. No paraba de soñar despierto con el Dr. Barry torturándome hasta la muerte. Pese a no ser el Dr. Barry ese tipo de chicos se prometió cumplir mi deseo, al menos parcialmente. En una madrugada de vientos llegué a pensar que me hubiera gustado ser la niña. Acabé llorando sobre el pecho del Dr. Barry, quien me sostuvo en sus brazos sin preguntar absolutamente nada hasta el amanecer.

No por el hallazgo dejamos de ir al campo. Pues era en el campo donde el Dr. Barry era feliz y su felicidad era un principio incausado de la mía. Qué cosas, esto del principio incausado es de Lucrecio. El Dr. Barry utilizaba a Lucrecio para explicarme el principio de indeterminación de Heisenberg y yo entendía repentinamente cosas de física, porque además de inteligente era buen profesor. Los paisajes no los recuerdo con exactitud a no ser que lo imagine en ellos. Temo tanto al olvido como al recuerdo. Olvidar mientras la hierba crece. Olvidar el paisaje y recordar los huesos de la niña sería incurrir en el error. El peor de todos los imaginados. Vaya, una pesadilla recurrente que vive en mí.

 

FERRAN. En general los maricones me dan entre asco y vergüenza ajena. Asco porque, en definitiva, meterla por el culo es una cerdada. Vergüenza ajena cada vez que acuden a consulta con sus trastornos límite de la personalidad, histriónicos hasta decir basta, habiendo pillado lo habido y por haber en una chemsex. O lo que es aún más desagradable: lloriqueando.

El peor momento es cuando tengo que sacar el paquete de pañuelos. Patético. Sonarse en consulta, con los lamparones en la nariz, delante de un completo desconocido tras haberse chutado mefredona como para matar a un caballo. No quiero sonar insensible, pero todo este circo del remordimiento resulta lamentable. O lo que es peor, muy poco funcional.

 

VINCENT. Entonces abrió las ventanas, estiró las sábanas, preparó zumo de pomelo, también café. Y, pese a intentarlo semanas más tarde, el Dr. Barry nunca llegó a recrear la violación. Precisamente porque era extremadamente torpe en el sexo… como en otras tantas cosas. Y aun así le quise. O precisamente por eso le quise. Todavía aún no sé.

 

LA CARABINERA. A mí violarme no me han violado. Si un cliente se sobrepasa lo atizo hasta que uno de los dos no responda. Pero a las maricas jóvenes que se meten a puto acá en el Raval les digo que, si quieren la vida y aparece un tarado por sus caminos, le obedezcan en todo. Y que después corran. Tan rápido como un puto puede correr, que no es poco.

Cuando ocurre llaman a mi puerta. Yo preparo té, lío porrito y saco mantas limpias del guardarropa. Porque una marica violada es marica para siempre. Y en su cuerpo quedan las señas del asco que nunca acaba de limpiarse, por más que se froten en la ducha para lavarse de la peste de sus violadores. Esto sí que lo he presenciado, frotarse hasta hacer herida y después llorar con el pestillo echado. Y que las lágrimas sigan oliendo a cliente.

 

FERRAN. Yo nunca he violado a nadie. Creo.

 

VINCENT. (Recordando) Recogemos el hinojo y justo cuando miramos al cielo vemos cielo. Cielo azul azulísimo. El Dr. Barry se sonríe para sus adentros. Pareciera que de tragarse la risa le fueran a crecer ramitos de hinojo en los cachetes de la cara y en los cachetes del culo y en todos los cachetes que se puedan tener.

—Ay, pero qué miras, grita.

—En realidad te huelo y te miro a la vez.

(Risas)

—¿Y a qué huelo si me miras?

—A sol.

—¡Menudo ñoño estás hecho!

(Risas y silencio mientras los cuerpos quedan tostados)

—Y ese árbol de allá ¿cuál es?

—Un cedro del Líbano.

—Creo que a partir de ahora será mi árbol preferido.

—No es el árbol en sí, en tanto en cuanto el árbol es materia viva entre materia. Eres tú mirando al árbol a través de la estancia. La que compartes conmigo. Es justo nombrar al árbol mientras me miras y decidir que es el cedro del Líbano tu preferido entre todos los posibles árboles y todos los cedros del Líbano posibles que podrías preferir.

(Vincent acaricia la mejilla tostada del Dr. Barry y el calor de la mejilla se transfiere entrópicamente a las yemas de sus dedos, pero de eso Vincent no sabe)

—¿Ves? No es lo mismo toda la vida que la vida toda. Justo esto, es la vida toda. Cuando las cosas vivas se relacionan entre sí para significarse. Entonces se inundan y se colman. Algo que, pase lo que pase, jamás deberás vaciar.

 

EL PIRADO.

¡What a performans! Barry y Vincent cucos.

El nido de la cama.

Las sabanitas blancas, blancas, blancas.

Al tango de la oruga. Procesión de pelitos.

No se aman desde el sexo sino desde la imperfección del sexo].

Y clá, ahora que pienso, otra forma de amar no se me ocurre].

 

FERRAN. Por aquel entonces el Dr. Barry sabía que había matado a un hombre, por eso me lo pidió a mí. Le aterraba la toxoplasmosis cerebral: enloquecer. La morfina para dormirle la consiguió la Carabinera, experta en estas cosas. Yo decidí la hiperpotasemia. Era una muerte segura, rápida, no dejaba ninguna clase de prueba. Tomé la solución del hospital. El cretino de Barry me pidió que cuidara de Vincent. Por supuesto me cagué en sus muertos todo lo que quise y más. Por aquella época aprendía a cuidar de mí mismo, pero no pretendía encargarme de nadie. Por otro lado, Vincent, que había sido cuidado por el Dr. Barry como nunca antes nadie había hecho, tan sólo reclamaría destrucción. Hoy entiendo al cerdo de Barry, lo entiendo mejor que nunca. Precisamente por eso esto también me lo pidió a mí.

 

VINCENT. Justo cuando hicimos morir al Dr. Barry el cielo olvidó ser cielo. Y no lloró sobre la tierra que debía ser llorada. Tampoco la Carabinera —tan sentida—, ni el pirado, ni por supuesto Ferran. Por lo que respecta al Dr. Barry quedó dormido sobre su cama desde donde tantas veces habíamos imaginado las orillas del Mar Negro que nunca creímos oscuras, sino al contrario las habíamos pensado del color de las turquesas. Tras esto, se le detuvo el corazón.

 

FERRAN. Tan solo mantengo contacto con Vincent. Del pirado no sé más de lo que sabía años atrás, que es un pirado. La Carabinera se apareció por sorpresa —menuda puta—, intentó robarme a punta de navaja. Reventé a esa drogata. Parece mentira, con todo lo que ha esnifado y todavía tan obesa. Habla con Vincent por teléfono, eso lo sé. Y que se ha follado a media Barcelona también lo sé. Cualquier día amanece muerta de sobredosis en la bañera. Nada que no merezca.

 

LA CARABINERA. ¡Ay! Si supierais. Pese a que la hiperpotasemia era una muerte segura para evitar toda clase de problemas decidimos olvidar el cadáver hasta que oliera y los vecinos dieran cuenta de ello. Pero al tercer día, como nadie resucitó, el bueno de Vincent tiró la puerta abajo y avisó a la policía. El capullo de Ferran casi lo asesina, pero por suerte como el Dr. Barry no tenía amigos ni enemigos, no hubo sospechas. Después le dimos sepultura y nadie llevó flores pues al Dr. Barry no le hubiera gustado verlas arrancadas sobre ningún sitio. Y Vincent… ¡el pobre!, tardó casi tres meses en volver a hablar y cuando lo hizo qué fue lo que dijo: que se quitaría la vida ¡la que ya no podría construir!

 

EL PIRADO.

A Madrí fuimos

A matar al hombre

Porque lo había escrito Fucó en no sé qué sitio

Y allí lo matamos.

Para no dejarlo morir de Fucó

Y a mí esto me pareció divertido

Aunque haya venido a contar una historia retriste.

 

VINCENT. Samia llamó por teléfono a Ferran dos meses después para hablar sobre deontología médica. Le dijo que, aunque aparentemente dedicaban sus fuerzas a la salvación, era en la condena donde habitaban sus actos.

Samia: Porque los verdaderos médicos, cuando no podemos curar, mantenemos. Cuando no podemos mantener, paliamos. Cuando no podemos paliar, acompañamos. Cuando no podemos acompañar, dignificamos. Y cuando se hace digno lo indigno la muerte no es sino germen de la vida toda.

Después, cuenta Ferran, que Samia lloró y confesó que había matado a hombres por compasión en el hospital de Bagdad. Y Ferran quiso abrazarla, pero sus brazos no alcanzaron. Tras esto se cortó la llamada y a las palabras le sucedieron el silencio de las bombas.

 

FERRAN. Consumo porno. Las políticas del porno no me interesan. Consumo porno porque no huele. La gente que se preocupa por la industria del porno debería comenzar a preocuparse por la industria del cuerpo. La industria del cuerpo también hace uso de las imágenes a través de apps para poder ser consumida. La industria del cuerpo estaba antes que la industria del ciberporno. Claro que ya hubo porno durante el Renacimiento y el Barroco, todos aquellos cristos torturados y aquellos angelitos en pelotas… menuda vía libre para maricones, sádicos y pedófilos. Eso sí, las películas snuff nos preocupan. O sea, las películas de la condición humana. Las que nos representan tal y como somos: como bestias. Pero pagamos lo que haga falta para pasear por el Prado a ver neonatos contorsionistas. Habrá que joderse.

La gran diferencia entre la industria del porno y la industria del cuerpo no son sus políticas que, de hecho, suelen coincidir. Sino el olor. No hay agujero en el cuerpo, grande o diminuto, que no huela. La piel: huele. El culo: huele. El coño: huele. La boca: huele. La polla: huele. El porno nos ahorra el olor. El olor que sólo se oculta, si se tiene sentido del gusto, durante el sexo esporádico. Lavando y perfumando cada poro. Pero la narrativa, escribir una historia conjunta, no es sino escribir una historia sobre la pestilencia. Y yo no quiero compartir una historia de mi olor corporal con la de otros olores corporales. Porque el olor es la decadencia de lo vivo: por eso huelen los enfermos, la naftalina, los ancianos y los muertos. Y por eso cuando Vincent tiró la puerta abajo y encontró el cadáver del Dr. Barry se vomitó encima. Menuda sinfonía de olores. Aunque peor que el olor a muerto es el olor a popper. Ya con ver un vídeo porno donde esnifan popper me entran náuseas. Y no, el popper no huele a disolvente. El popper huele a popper. Y si huele a disolvente entonces te han timado.

 

EL PIRADO. Maximilian era agua: incoloro, inodoro e insípido. Y estaba clá que formado por tres átomos: uno de oxígeno (Vincent) y dos de hidrógeno (Ferran). Al que amaba awww como se ama la musiquita techno. Con la misma devoción.

 

LA CARABINERA. ¡Claro que Vincent no os lo contará! Porque para hablar del amor y del dolor hay que ser valiente. Sobre todo para hablar del amor. ¡Ay, no! Sobre todo para hablar del dolor infligido por el amor. El Dr. Barry murió de SIDA cuando ya casi nadie en Europa moría de SIDA. Que por qué. Pues porque era listo para unas cosas y para otras rematadamente gilipollas. Estando en su laboratorio se contagió accidentalmente. Así fue como decidió no tratarse por el principio de lo que él llamaba la vida toda.

En cierto modo ambos irreconciliables. Uno mirando tan hacia los vivos y el otro tan de los muertos. Samia me lo explicó una vez de este modo:

A Vincent le intrigaba la posición biologicista del Dr. Barry pues para el primero los virus no eran organismos autónomos pero el Dr. Barry estaba convencido de que eran la señal de una imposibilidad dicotómica entre la vida y la muerte, suprimiendo así cualquier lógica binaria. El Dr. Barry se moría por principios epistemológicos.

¡Algo así decía! Yo de estas cosas sé bien poco. Sobre lo que sí sé, es sobre amor.

Y porque sé de amor lo cuento:

Tantas veces añoró por amor el contagio que el Dr. Barry —también por amor— hubo de abandonarlo. ¡Maricas del mundo! Perdonen a mi Vincent, perdónenle os lo pido. Pues no existió en aquellos años hombre más cruel. Y no podía haber sido escrito de otro modo. Pero si nos amáramos todas así como ellos se amaron ¡maricas del mundo! el mundo sería otro. Y si así, de otro modo hubiera sido escrito, entonces hoy el hinojo los escucharía hablar de amor. Y nada de lo que leen ahora mismo se habría de leer ni acá, ni a orillas del Mar Negro.

 

FERRAN. Yo maté al Dr. Barry como quien mata una mosca. Esa misma fragilidad.

 

VINCENT. (Recordando) —¿Te lo tengo que repetir? Que me folles sin condón. Soy tu novio hijo de la gran puta. ¡Fóllame sin condón! Pégame el VIH. ¿Me oyes? Si te mueres tú, yo me piro contigo. Adónde crees que vas, fóllame sin condón o te reviento. Cerdo. Puto egoísta. Me vas a abandonar aquí, en esta mierda de ciudad por unas ideas de mierda que no te crees ni tú. A dónde vas, ¡hijo de puta! Si te vas me tiro por la azotea. ¿Me oyes? Me tiro y será tu culpa. Méteme la polla ya. Si no va a ser peor. Me voy a morir de pena. ¿Oyes bien? ¡De pena! No te vayas. Que no, joder. ¡No! Mi amor… ¡amor, amor! ¡No te vayas! ¡Vuelve por favor, vuelve!

(El portazo que se escucha es de una puerta de nogal. Sería un sonido distinto si fuera de fresno o de ciprés. Del sonido variaría obligatoriamente el timbre. Podría de hecho tener el mismo tono, la misma intensidad, la misma duración. Pero jamás el mismo timbre. Para el aprovechamiento de su madera el árbol debe crecer recto. Un árbol que, como los cedros del Líbano, proviene de Oriente Próximo. Es una puerta que combina el gris de la albura y el marrón del duramen. Recia y cara. Como los muebles, cuesta fabricarla y cuesta moverla. Es la puerta de nogal que el Dr. Barry nunca en vida vuelve a abrir)

 

LA CARABINERA. Por supuesto que lo sigo manteniendo. Me da igual quién se escandalice. Mi culo es el coño de una judía reclusa. ¿Acaso la calle no es un campo? ¿Acaso en el lecho el olor de cada cliente no se concentra? ¿Acaso en cada orgasmo no pedido termina por pervivir una pequeña muerte? Si debo guardar algo valioso, por ejemplo, el caballo cuando la policía aparece, lo hago en mi culo-coño. A veces usando un dildo que me regaló puppy dut lo recuerdo con tanto cariño que comienzo a sentirle parte de la parte y susurro a la pared: pedazo de puta, estamos juntas en esto. Luego eyaculo con el rímel dibujando líneas por todo el rostro y, más que placer, siento el consuelo de quien despierta al lado de un amigo.

 

FERRAN. Mi madera favorita es la de caoba aunque la tarima que acabo de comprar para la casa es de castaño. Quería tener una tarima donde poner de rodillas a los pocos chavales con los que quedo. En mis encuentros sexuales tan sólo realizo gagging, es decir, les follo la garganta. Los chavales deben cumplir tres requisitos: ser delgados, limpios y dejarse golpear. Siempre les pido que traigan el cepillo de dientes y les obligo a lavarse la boca antes y después de tener sexo, lo cual suele resultarles extraño.

 

VINCENT. El Dr. Barry decidió que para teorizar la vida toda lo haría en forma de carta. Enviaba cartas a una dirección en Asturias que no he podido recuperar. También me escribía cartas de amor que lanzábamos juntos al mar sin haberlas abierto. Por eso supongo que es mejor así. La vida toda fue la responsable de quedarme solo en el mundo. Ojalá que arda Asturias con todas sus casas abandonadas y todas sus gentes.

 

EL PIRADO.

Pué qué eh la vida toda

oh deus, la vida toda nou toda la vida

eh la cúrcuma sobre la boquita del charro

ay pué qué eh vida toda

la comunión de las cosas con las cosas

exprechió de ecspreszione

tanto lo juro lo juro tanto

 

la vida toda es cuando más que ver camino

se ve red

la red infinita de lo vivo y lo muerto

y chí, tiamo

ay clá que se ama

se ama al polvo y a la polilla

como a cualquier cosa lo juro ¡lo juro!

lo juro.

 

LA CARABINERA. Si algún amigo necesitara refugio, lo ducharía. Tras esto, lo escondería dentro de mi coño como si fuera un tesoro y, antes que entregarlo a los perros, permitiría que a bocados deformaran mi rostro. Como se deforma la vida en la calle. El mismo dolor, sólo que un poco más repentino.

 

VINCENT. (Recordando) —Quizá la vida toda es el ansia de infinito, Vincent.

Los dos, ocultos tras el brezo, se desnudan y se masturban. Después quedan tumbados sobre la hierba hasta que olvidan su ansiar. Vuelven sobre sus pasos con las nalgas rojas por las hormigas mordientes que todo el mundo cree del mismo color, aunque no sea del todo cierto.

 

LA CARABINERA. Que Ferran es un mal tipo, de eso no hay duda. Pero no, claro que no es un sociópata. Lo que voy a contar no puede salir de aquí porque lo veo capaz de aparecerse en mi apartamento para estrangularme. Cuando puppy dut empezó a experimentar con su identidad hizo cosas de las que Maximilian nunca se hubiera sentido orgulloso. Pero todavía en ese momento Ferran seguía enamorado de la mantícora Maximilian-puppy dut. Perdió a Maximilian una noche que muy borracho nos confesó haber ido a un hotel a cambio de cincuenta euros para ser cagado encima. Maximilian comenzó a reírse desconsoladamente, pues así es la droga, a veces saca la emoción equivocada para la identidad equivocada. Pero cuando se percató de la mueca de horror con la que Ferran le observaba, porque aparte de capullo es un obseso de la limpieza, Maximilian lloró por última vez y ya nunca le volvimos a ver. A partir de entonces no podría no ser otra cosa que puppy dut. Y Ferran —que era y que sigue siendo un monstruo— jamás podría haber amado un reflejo distorsionado de sí mismo. Mucho menos uno que tonteaba con la inmundicia.

 

EL PIRADO.

ah pué yo lo vi ah

pué el amo tan malvado

¡oh deus, la sangre del niño!

miserere sangrilocuando

llamose a todas las voces del mundo

y quié son ellas pué

toda la voces del mundo vosean

bocean bocinegras sus valvas ay babosas

ah pué como poeta tomé la llamada

de toda la voces del mundo

las que suplican amor

si era porque era

si no era porque no era

la voz del mundo ay pué

llegué a madrí ya en madrugada

y ashá entré en la habitación donde

adivinen qué pasaba

 

Ferran el fierro yacía en la silla

Maximilian el tierno yacía en la cama

 

y los dos ¡hacían lo mismo!

¡lo mismo hacían! y los dos

ay los dos en sueños lloraban

 

entonces hice yo lo que haría cualquiera

por dos almas que necesitan ser encontradas

De los sos oios tan fuerte mientre lorando

tomé las dos manos de tomillo, alma mía

y juntose la una a la otra, a la atalaya de qué pasaba

 

pué lo dó hicieron lo mismo pué

ya no lloraban ¡lo juro lo juro lo juro!

Foi por vontade de Deus

y como la pena —ay la pena— apagada en el sueño

corrí lejos de allá pues soy mago

y los magos que contemplamos las cosas amadas

no podem contemplar lo que ha nacío

pa ser amado

ay pero que mais nunca

va a serlo

estranha forma de vida

la que nunca se encuentra.

 

FERRAN. La última vez que le vi fue en el hospital. Un amo le había pegado una paliza hasta dejarlo inconsciente. No esperé a que despertara por miedo a no poder reconocerlo. Estaba de guardia, si no, no lo hubiera sabido. Toda la vida estudiando y de repente las cosas elementales, esas, preferiría ignorarlas.

 

LA CARABINERA. Cuando le ocurre algo a puppy dut, no llaman a sus padres, ni a Ferran, ni a Vincent. Tampoco a mí. Llaman al pirado. Yo creo que puppy dut lo ha decidido de ese modo porque es el único que nunca va a juzgarle.

No estoy celosa, pero yo tampoco lo haría. Bueno, un poco quizá, sí. Celosa, digo.

 

FERRAN. Me contó que para llegar a la casa donde nació hay que tomar un tren que recorre la cuenca minera, pasar la estación de La Pola, bajarse en medio de la nada y echar a andar campo a través.

 

LA CARABINERA. A mí no me va a matar ningún chulo, ningún cáncer, tampoco la droga. Voy a morir de contradicción. Así que si tal me matará la gordura. Eso si decido morirme. Aún no lo tengo claro.

 

VINCENT. Anoche soñé que recorríamos Constanza juntos. No íbamos de la mano porque al Dr. Barry siempre le han sudado. Le sudaban de timidez, no creáis. Pues cuando tocaba algún árbol o algún perro jamás dejaba rastro de aquella humedad fría tan suya. Barry era así, muy suyo. Y en el sueño seguía igual de suyo. Miraba distinto, eso sí. Más que un hurón parecía un gato egipcio. Caminamos por la costa largo rato hasta las afueras de la ciudad en absoluto silencio. Entonces, sin previo aviso, Barry señaló una especie de bicho que no conseguía en un principio reconocer. Achinaba los ojos de miope irremediable y apretaba los dientes.

—¿Qué es? Dime.

—Esto es imposible… ¡Una foca monje! Se creían extintas en el Mar Negro desde 1990.

Y no sabéis para mi asombro quién hablaba. ¡Maximilian! ¡La voz de Maximilian! Y, bueno, no paraba de mirarle alucinado mientras sonreía con cara pillo. Como si faltara una pieza para entenderlo todo sobre los sueños y todo sobre los hombres. Tras esto, la vigilia se ralentizó. Sentí la parálisis del sueño. No me podía levantar, detenido frente al híbrido Barry-Maximilian que recogía piedras de la arena. Pero no era angustioso, lo prometo. De hecho, amanecí empapado en sudor, en lágrimas y en semen. Tuve que cambiar las sábanas porque siempre duermo desnudo. Desnudo y solo.

 

FERRAN. Joder, claro que me refiero a él. Pero no pienso llamarle por ese nombre. Porque tiene uno ¿entendéis? Tiene nombre propio. Y si lo hubiera sabido lo hubiera molido a hostias todos los fines de semana para que no se fuera. Pero estas historias no aparecen en los libros y cuando por fin entiendes cómo actuar terminas llegando tarde.

 

EL PIRADO. Volví a Barcelona y en casa de Ferran vivíase un nene lindísimo con otras mariquitas pintadas. Que ese hombre es un monstruo y un santo, que se ha marchado. Aw, nene lindo puedo darte un bs? Se lo di y cantó flamenco. Después todo lo contó.

 

LA CARABINERA. Pues yo soy muy devota. Devota de los trajes de luces y de los bujarras pintaos. Muy devota y muy puta. Esto no es una contradicción. Y siendo tan puta, fíjate que tampoco soy regulacionista. Ni me prohíbo ni me sindico porque no valgo pa ninguna de las dos. A veces me miro al espejo y digo «ay, maricón si hubiera nacido más tarde». Pero no, cuando nací las travestis y las trans y las fluidas y las maricas pobres y la madre que las parió a todas iban para puta, para el cementerio o para las dos cosas. Ahora que van para estrella o para funcionarias o para teóricas de la filosofía del punto ge… pues qué suerte. ¡Y qué envidia! Mira que les rezo todas las noches. Que le dé para un poquito de caballo a la Brillos, que a Carmen no la vuelvan a violar, que encuentre algún cliente Josito y cene caliente esta noche… Pero justo las oraciones son los deseos que no suceden. Y la Brillos termina llamando con el mono. Josito sin casa otra vez. Y Carmen amoratada que da gusto… De verdad que los clientes no se enteran, pero con esas palizas no hay quien compita en el mercado de la carne.

Ya veis que yo hablo y hablo, no puedo parar. A veces mis amigas me dicen: ¡Carabinera, la de la lengua pesetera! Porque siempre hablo y pido. Novios, un cambio para el mundo, coquita gratis, por mis compañeras de esquina, algo rico para comer… En fin, también les cuento cosas. Mis confesiones… ¡ay! se divierten tanto: «Dilo, Carabinera, díselo a Gabino que te invita a otra birra si cuentas lo de cuando le arrancaste la polla a bocaos a ese cabronazo». Y yo por una cerveza cuento hasta la comunión del primo Ramón. Cuando me pongo nostálgica, les digo a mis amigas que si no hubiera ido para yonki me hubiera gustado ser arqueóloga. Daría clases con los tacones y la peluca. Después me fumo la heroína —que las agujas son muy malas— y me quedo dormidita como una princesa. Así me llama el Mariano mientras follamos «princesa». Y al terminar también me suele entrar sueñecito. Sueño de princesa. Aunque mira si ronco, o eso comentan. La gente, también te digo, es muy bicha y a veces habla por hacer daño. A todo esto, no recuerdo cuándo fue la última vez que desperté soñando. Creo que con catorce, un sueño erótico con el primo Ramón porque hay que ver cómo se puso durante la adolescencia. Después mi padre me apalizó, entenderéis que probarse el traje de boda de la difunta madre no estaba del todo bien. Me vine a Barcelona y desde entonces soy yonki y puta… bueno, sobre todo yonki porque de puta todavía es posible soñar. Pero desde lo de la heroína dormir no es otra cosa que vaciar la mente. Así no hay palizas, ni clientes, ni deudas, ni ninguna clase de desamor. Aunque, ya ves cómo es la nostalgia, a veces me apetecería dormir y soñar. Y despertar con la polla del primo Ramón entre las nalgas. Por pedir que no quede.

 

VINCENT. Se me olvidó decir que en el sueño el Mar Negro es tal como lo habíamos pensado.

 

SAMIA. (Llamando) Ferran, ¡Ferran! ¿Me escuchas? Estoy en Siria, estoy con un comando de mujeres kurdas. ¡Me he enamorado! Ahora debo ser breve (tiros), es importante lo que tengo que decirte. Se corta [] ¿Recuerdas []? ¿Que no me oyes? Mierda [] Mira, si muero, todo lo que tengo te pertenece. Sé que eres un buen hombre. Eres mi []. ¡Mi amigo, oyes! (Tiros) ¡ahhhh! Matando fanáticos religiosos. No puedo ser más feliz, Ferran. Escúchame. He recibido una llamada de []. Reúnete con Vincent, tenéis que marchar inmediatamente []. A Asturias. Es importante, escucha, tenéis que ir [] Joder, joder, ¡joder! (Tiros). Va sobre ellos. ¡Sobre e[]! Es importante. [] tren para [] la nada. Pregunta por «les viudes». Es sobre lo que ninguno sabe. ¡Joder! Te amo. ¡Te amo! [] Si tuvieras un coño ser [] via. Es sobre ellos, entiéndeme. Es import [] T (Tiros) mo. [] amo.

 

FERRAN. Hoy en Pornhub, no sé ni cómo, he terminado viendo un vídeo de la Carabinera comiéndose tres pollas. Qué asco, chaval.

 

EL PIRADO.

La má del lindo

vive sola y sola vive

cuida hortensias y palabras cuida

enredadora la hiedra que todo lo cuí

y el lindo lindea haciendo de las suyas

un perrito con la boca de albaricoque

hace guau guau el guagua pero es relisto

yo lo sé porque los magos lo sabemos todo

y te lo cuento a ti porque no juzgarías

a nadie poseído de vita tó

 

LA CARABINERA. Pues no, no es cierto eso que dicen de nosotras. Por nosotras me refiero a las putas, eh, que hay que explicarlo todo. Antes que una polla prefiero comerme un buen cocido. Y si pudiera elegir sería maragato porque sigue un orden riguroso. No como el madrileño, que empieza por la sopa y termina por la carne. Así no hay quien se alimente en condiciones.

 

VINCENT. Durante años fui cliente asiduo de saunas y bares de sexo. Tenía relaciones sin protección para pillar el VIH y dejarme morir. El virus en realidad resultó ser lo de menos, lo primordial era eso, dejarse morir. Las cosas de la vida, no conseguí ninguna de las dos. Pero ya ha pasado el tiempo y hoy hablar de amor se ha convertido en respetar lo que no llegamos a entender. Y de lo que no se puede hablar, es mejor callarse.

Aprovecho para contaros que este verano he comprado dos billetes para ir a Bucarest, pero viajo igual que duermo: solo. Si hoy decidiera la muerte, vestiría con piedras mis bolsillos, tal como hizo Alfonsina Storni. Ella escribió mis versos favoritos. Recuerdo eso, pero los versos no. No recuerdo los versos.

 

LA CARABINERA. ¡Ay, queridas! Ahora que ya llevamos un tiempo la una con la otra he de deciros, que mentí. Que he amado, eso todo hombre con el que estuve lo sabe. Pero no he sido para nadie ¡absolutamente nadie! digna de amor. Qué cosas… pues todo lo he dispuesto. En mis esfuerzos de carne que se agota. Con cada cariño dado y cada remilgo hecho trizas. En el frenesí colgado bajo la lámpara de araña. La ballenata de la fiesta. Reina del after. Porque es en el cuerpo que se consume donde se encuentra el alivio del fuego. Hoy, al bonzo, quemaría cada escama que al cuerpo habita para parecer brillante como una estrella. Para que mis gritos se fundieran con la melodía de los coches y el jaleo de los niños moros, que tanto corretean. Pero, sobre todo, para ser memoria viva de mundo. Disolver este mazacote en las historias de la ciudad… ¡La Carabinera hecha lenguaje! Hoy me quemaría.

Y no sólo eso. Como habéis podido comprobar soy de todo menos santa. ¡Ay! A veces caigo en la cuenta de cómo el deseo nos muerde las pantorrillas. Si todo deseo pudiera ser cumplido, qué seríamos. Yo, por ejemplo, podría tomar a Ferran, a Vincent y a puppy dut. Los mataría. Sí, los mataría y los despedazaría para cocerlos, pieza a pieza. He hecho cuentas y creo que tardaría menos de dos meses en engullirlos. Además, la carne cocida poco engorda. Si pudiera hacerlo, los comería con todo el amor y todo el odio que les profeso sólo para saber cómo es la carne de quien amó y fue amado. Lo ocuparían todo. Mis intestinos, mi sangre… también en cada lorza. Y después ardería, porque un cuerpo que se consume a sí mismo no es un cuerpo sino fuego. El Raval olería semanas a grasa achicharrada como si fuera La Laguna cuando ocurrió aquello del accidente en Los Rodeos. Y la Carabinera llenaría las portadas de todos los periódicos del mundo. Seguro que algún chaval subiría el vídeo de quien arde hasta morir al YouTube. Saltaría una pestañita postiza de esas, cuando los vídeos atentan contra la sensibilidad. Y todos la cerrarían para verme arder. Justo así hacen las estrellas del cielo para purificarse, aunque nadie guste de grabarlas.

 

EL PIRADO. (Escuchando al nene lindo) Soy de Tudela, llevo poco en Madrid. Me fui de casa para estudiar interpretación. Mis padres son del Opus Dei. No me reconocen como hijo. He tenido problemas económicos… Por Grindr a veces busco dinero extra, por favor, no lo tengas muy en cuenta. Conocí a Ferran por ahí. Era un poco desagradable, pero estaba muy bueno. Le conté lo del dinero, dijo que él no pagaba por obtener lo que quería. La puerta es de sucupira, ¿te has dado cuenta? Por lo densa y pesada justo al abrirla. También por lo oscura. Me producía miedo. Si gritaba nadie escucharía. Pensé al verla que tendría dinero. Cuando tienes problemas para pagar las facturas te preocupa la pasta que tienen los tíos con los que follas. Me obligó a traerme el cepillo de dientes y yo pensé que quizá podría quedarme a dormir en su casa. Después vi que no. Las cosas no empezaron bien. No paraba de darme órdenes. Se puso violento. Estaba asustado. Las rodillas me molestaban. No quería seguir con aquello, pero él insistía. Me llamó zorra. Lloré. Justo entonces alguien llamó al teléfono. Ferran cambió totalmente. No entendía nada. Más que preocupado parecía en éxtasis. Como si fuera un santo. Era un monstruo digno de contemplar. Una vez colgó el teléfono se puso como loco, yendo y viniendo por la casa. Yo seguía llorando, pero no me había siquiera mirado a la cara. Hizo un equipaje pequeño. Esos son los peores, ¿sabes? No queda muy claro si es para dos días o para toda la vida. Precisamente porque la vida queda en otra parte y ya nada de lo que abandonas lo vuelves a necesitar. De repente, me miró a los ojos por primera vez. Le cambió el gesto. Susurró un nombre… No recuerdo. Ah, sí, dijo Maximilian. Él también lloraba, lo único que tímidamente. Como se llora cuando olvidas la sensación misma de llorar y no sabes muy bien qué está ocurriendo. Entonces, se agachó y me besó las mejillas. Dijo que lo sentía muchísimo. Que podía disponer de la casa hasta que volviera mientras encontraba algo mejor. Que la cuidara. Que me cuidara de los callejones sin salida de la capital. Y se marchó. No sin antes coger el cepillo de dientes que estuvo a punto de olvidar.

En serio, tu amigo es un monstruo y un santo.

(Los pasos que se escuchan son de unas suelas de cuero sobre una tarima de castaño. Sería un sonido distinto si fuera de fresno o de ciprés. También si las suelas fueran de caucho o si caminara descalzo. Del sonido variaría obligatoriamente el timbre. Podría de hecho tener el mismo tono, la misma intensidad, la misma duración. Pero jamás el mismo timbre. Gustan de los suelos silíceos y algunos, como los de Pontevedra, alcanzan miles de años y aun así no han revelado secretos a ninguna mujer ni a ningún hombre. Un árbol que se extiende desde el Mar Caspio hasta el cabo de Finisterre, atravesando las orillas del Mar Negro. Es una tarima que combina el blanco amarillento de la albura y el duramen siempre muy diferenciado. Una albura que se tornará oro viejo con el paso de los años. Blanda y de gran estabilidad dimensional. Como los muebles, cuesta fabricarla y cuesta moverla. Es la tarima de castaño que no sabemos si Ferran volverá a pisar alguna vez en la vida)

 

FERRAN. Aunque no me creáis nunca disfruté decidiendo sobre la vida y la muerte. Tan solo volvería a matar una última vez, lo juro. Mataría al dueño de puppy dut para después tomarlo por las manos y devolverle su nombre, Maximilian.

 

EL PIRADO. ¿Quieren tripi? tripi para imaginar jeje. Bs.

 

VINCENT. Y escribo esto por dos motivos:

Para honrar la memoria del Dr. Barry que murió sin justicia. Y para puppy dut, por si aún sigue amando los libros tanto como lo hizo en un pasado y existe la posibilidad de que lea esto. Para animarle a acuchillar a su pareja hasta la muerte, y acabar en la cárcel. Donde podrá ser la mejor puta de todas las putas que pueden habitar la faz de la tierra. Pero sobre todo la más libre de todas cuantas las haya tras las rejas del mundo.