ONOMÁSTICA O DOCE CATILINARIAS

I

 

Claro que me obsesionan las decisiones arbitrarias: las palabras y su conexión o, más bien, su ausencia de conexión o, más bien, explicándome mejor, la ausencia de relación entre el significante y su significado. Vale. Imagínate una esfera (o un círculo: yo creo que funcionaría igual planteado en dos dimensiones que en una, pero lo haremos a través de una esfera), algo redondo como una esfera… piensa ahora la superficie de la esfera como si esta estuviera compuesta por muchos triángulos, muchísimos triángulos; necesitarías una cantidad absurda de triángulos, una cantidad infinita de triángulos, como en el modelaje digital o haciendo un renderizado, cuando calculas la cantidad de polígonos, pero es que ni con una cantidad infinita de triángulos bastaría, te quedaría algo como la forma de la Tierra, un esferoide oblato… tampoco, ¡es que no podrían curvarse! Al final de este ejercicio imaginario, si es que puedes pensar en su final, tendrías algo definido, estable, finito como concepto (que sería la esfera) y algo en número infinito e inconcebible en su infinitud (los triángulos), que tratan al multiplicarse en número de aproximarse a la forma de la esfera, pero son incapaces (porque la esfera posee la cualidad de lo curvo y los triángulos no)… pues lo mismo con el significante y su significado, más o menos: pueden aproximarse a la cosa pero nunca serán la cosa, como los triángulos se aproximan infinitamente a la esfera sin alcanzarla.

Como el deseo o, no sé, todo en general.

 

II

 

—No entendí nada. No sé si había mucho que entender. ¿Y cómo se te ocurrió esto?

—Esa pregunta es innecesaria, Alicia, déjalo.

—Háblame del proceso. Quiero confirmar mis sospechas.

—El proyecto habla de eso, es como una negociación entre imperfecciones, una correlación, aceptar que… yo qué sé, llevo dos años con ello. Ya te lo tengo que haber contado, no me pidas más. Mira…

—Así que estamos de fiesta, ponen de fondo «Me gusta ser una zorra» y tú me das la chapa sobre algo que se te ocurrió entripada. Te quiero un montón, pero mi querer tiene límites.

 

Alicia se diluye en el grupo, artificialmente ensamblado —un grupo Frankenstein— con amigos de unos y otros, con gente que no se conoce demasiado —mejor así— y gente que se conoce en exceso, etcétera. Grita los versos que se sabe a la una, cuando ponen de fondo en la plaza de Cascorro «Me gusta ser una zorra» y se ha liberado de la chapa. No son muchos: se reducen a me gusta ser una zorra reiterado cuatro veces, luego eh-oh-ah-ah, finalmente ¡ay-ay-ay-ay-ay-cabrón!, no hay ni complicadas construcciones en alejandrinos ni triángulos.

Conocer las letras de las canciones es prescindible. No hay negociación con la realidad ni necesidad de ella: quiero meter un pico en la polla tiene sentido autónomo, no interpretaciones literales, alegóricas, anagógicas o morales; se pincha, se acaba, final. Alicia no se acuerda de la primera vez que escuchó «Me gusta ser una zorra», ni se identifica particularmente con la letra… más allá de este presente transitorio, en el cual el ser de toda la plaza coincide con el del único sencillo de las Vulpes. Alicia conoce a su amiga desde hace tiempo y por ello la soporta. Su amiga todavía no tiene nombre.

La conversación quedará así en el guion que escribe su amiga:

 

—No entendí nada.

—El proyecto es como una negociación entre imperfecciones, una correlación, aceptar una realidad asintótica, el acercarse a algo sin llegar nunca a tocarlo.

—Es la una, ponen de fondo «Me gusta ser una zorra» y tú me das la chapa. Te quiero mucho, pero mi querer tiene límites.

A mí me gusta querer sin límites.

 

Silencio. Tiempo. Este recurso (estas notas) se lo roba a Duras.

 

—Los límites también son una negociación entre imperfecciones.

—Me da igual.

 

Alicia se diluye en el grupo. Ella (aquella que todavía no tiene nombre) se acerca a Lucía y baila. Ha cambiado la canción. Suena alguna de Bad Bunny. Se rodean mutuamente con los brazos, se acercan, alarga Lucía la lengua hasta tocar una lengua y los labios en intercambio salival, se besan negociando los límites del beso. Sonríen y beben. Habla Lucía:

 

—Hace mucho que me obsesionan las decisiones arbitrarias.

—¿Todas las decisiones?

—El besarnos, por ejemplo. Aquí podríamos perfectamente no hacerlo y nada cambiaría. No es trascendental.

 

Nada es trascendental. Cojo el borrador del relato y me deshago (yo, aquella que todavía no tiene nombre) de la bola de papel tirándola a la basura.

 

III

 

Escribe en su cuaderno una conversación que piensa utilizar en el guion. La conversación, por casualidad, parece encajar con la temática sin ni siquiera ser adulterada. Tardará unos cuantos días en releer sus notas (y le costará esfuerzo descifrar su letra), esas notas que copia desde la mesa de al lado mientras dos desconocidos hablan como dos amigos que vuelven a conocerse. La conversación transcrita empieza así:

 

—Pues nada. Nice to meet you, Olivia.

—Me di cuenta de que cada vez que lo pronunciaba me reía. O sea, me gustaba.

—Ay, claro. Enchantée.

—¿Y tú qué tal?

—Pues bueno. Estoy un poco perdida estos meses, con el trabajo y con todo; no sé muy bien qué he hecho. Tengo la sensación de estar fuera de mí. Tengo la necesidad de irme, de no estar en Madrid. Luego, cuando vuelva… ya veré qué hago este año, pero sí, no lo sé. Me preocupa un poco todo el tema del trabajo. No quiero quedarme atascada y que no me encuentre.

—Seguro que te encuentras.

—Pues es que estoy en un sitio en el que no puedo tener más experiencias, no puedo encontrarme; eso a veces también me raya. Me cuesta contar conmigo misma.

—Ya.

—En el piso es que… el nuevo compañero, el chico este… es un poco invasivo con el espacio. Me cae muy bien, ¿eh?, pero tengo como sensación de invasión a veces, no sabe dejarte tu espacio. Me pone intranquila y me siento mal. No sé, ha habido días, tío… o tía… que yo qué sé. Me siento demasiado solicitada de atención. Todo el mundo quiere hacer cosas conmigo, quiere contar conmigo y yo me siento culpable. Tengo un grupo de amigos con el que tampoco puedo asociar mi vida social. Hacemos cosas que a mí me ponen triste, no sé, es como tener que decir no todo el rato. Pero bueno. Así estoy.

—¿Sigues dando clases?

—No, no voy a volver. Es que… el trabajo me gusta, lo que pasa… bajo esas condiciones… el otro es menos invasivo, vaya. El curro de profesora exigía mucho, esforzarme todo el rato, y los grupos… no podría acordarme de todos los nombres.

 

Subraya la última frase apuntada en su cuaderno y no se acuerda de si fue entonces pronunciada (tal es su perfección) o si se la inventó: no podría acordarme de todos los nombres, no podría acordarme de todos los nombres, no podría acordarme de todos los nombres.

 

IV

 

Madrid, 17/04/2017

 

Querido Max:

 

Leer en una lengua que no es la propia —sin ser capaz de pensar en esa lengua o sin haber todavía soñado en ella— no es otra cosa que traducir simultáneamente mientras se lee. Todo lector «políglota» —y se trata de un poliglotismo relativo— es, a su vez, traductor (y no llegará a comprender la totalidad del pensamiento del autor que esté leyendo).

No sé lo que estamos haciendo nosotros: yo te escribo en francés, que no es mi lengua —pero sí que he soñado en ella—, y tú me respondes en la misma, que sí es la tuya. He recibido tu carta en el momento más ocupado de mi existencia. No puedo esperar a acabar el guion en el que estoy trabajando, pero tampoco puedo ponerme con ello del todo: es como que la vida me atrapa, me retiene e insiste en que siga experimentándola, ¿y qué hago yo entonces? En fin. Últimamente no tengo energías para casi nada.

Con matices: sí que tengo ganas de escribirte. Concibe esta parte de la carta como el momento en el que te anuncio el framework… no, no metamos palabras en inglés: el esquema que iré siguiendo. A ver a qué síntesis final conduce esto. Tu carta a mí me pareció conmovedora. En fin, vamos allá.

Es una relación particular la que tengo con Madrid, más aún ahora que está en el centro de mi próximo guion. Heureux les amants épargnés, les amants que nous sommes. Como con Lucía. Está en Madrid y me está inspirando mucho. Es siempre el eterno retorno con ella, siempre, siempre —el eterno retorno, lo eterno—. Aunque yo sé que me detesta. Pero no sólo Lucía. Carmen me mandaba el otro día un mensaje: me decía que por fin había acabado la carrera y comentaba cuánto sentía que me lo debía a mí, por más que cortáramos hace años, por más que no hayamos intercambiado ni diez frases en meses. Todo vuelve, siempre. Menos Alicia. Me duele Alicia y me cuesta admitirlo. No sé qué hacer. La distancia entre nosotras es un poco más inconmensurable de lo que era antes. Y sufro.

Ya te hablé de Alicia, ¿verdad? Alicia y yo nos conocimos cuando Juan… no sabrás quién es Juan, pero da igual: un ingeniero de telecomunicaciones, fíjate el aburrimiento, que montó una fiesta en su piso allá por Nuevos Ministerios; yo acabé yendo con unas amigas porque conocíamos a una de las que la organizaban, como que querían empezar a hacer una vez a la semana, o una vez cada dos semanas, una especie de fiesta de la droga donde meterse eme… creo que no había cocaína, pero si la había no la recuerdo. En fin, allí conocí a Alicia y allí nos liamos por primera vez. Había acabado la carrera de Matemáticas y resulta que las dos pasamos nuestro Erasmus en Berlín a la vez sin encontrarnos nunca. El suyo fue completamente distinto al mío, claro, porque me hablaba de él como el peor momento de su vida, y yo nunca he vivido algo más perfecto… pasamos unas cuantas horas hablando, de eso y de otras cosas, del cine, del lenguaje cinematográfico, de la influencia de la matemática en el cine —más de lo que creerías, Max—. Tras un buen rato mirándonos en silencio nos besamos en la terraza. María se quedó flipando… María es muy buena amiga de Alicia, son como inseparables. Esto fue hace algo así como dos meses. No sé cómo me acuerdo tan bien. Lo fundamental es que seguimos quedando, fuimos al cine, nos vimos en varias ocasiones. Seguíamos liándonos, pero nunca nos acostamos. Y ahora ya no tenemos de qué hablar. Ahora no nos decimos nada cuando salimos a tomar una caña por ahí. Tiene que venir más gente para que nos activemos, o tenemos que estar drogadas, porque ni ella me entiende ni parezco yo entenderla a ella. Me dijo que me quiere. Me ha dicho muchas veces que me quiere, sobre todo cuando nos despedimos. Si te lo puedo preguntar, ¿cómo llamarías tú a esta relación?

No he tenido mucho tiempo para leer últimamente. Ya te lo dije. De todos modos, y como me lo preguntas… otra amiga me ha dado muchísimos libros, en teoría prestados, pero yo sé bien que nunca se los devolveré. En breve cárcel, de Sylvia Molloy, es una novela particularmente conmovedora y es lo que estoy leyendo ahora. No sé si existe una versión en francés. Te lo recomiendo en cualquiera de los casos, incluso si tienes que defenderte con tu patético intento de castellano —es broma, es broma: tu español es muy gracioso—.

Je n’ai jamais trouvé ce que j’écris dans ce que j’aime. Me mandabas esa cita. Y podría escribirte páginas y páginas a propósito de las preguntas que enuncias, que me planteas, ¿pero no serían esas páginas siempre una versión inferior de lo que quiero decir de forma mucho más sutil en mi guion? Lo que me preguntas me obsesiona y me obsesionará siempre. Hay una dimensión trágica, sí, por la cual todo artista quiere ser comprendido sin que la comprensión sea en absoluto posible («un significante toca al objeto / atraviesa al objeto sin que se penetren en absoluto», decía Lacan), pero lo trágico de la comunicación es bello también. Lo que pienso cambia y una carta, formulada a través de las mismas palabras que amo y detesto, no serviría para mostrarlo en su fluidez. Pero no nos queda otra cosa.

Te echo en falta. Crear una obra de arte que habla de la imposibilidad de las obras de arte para decirnos nada: es una idea absurda. Una ausencia absoluta de sentido. Estaba el otro día en un recital y un desconocido, que me estaba tirando la caña, me decía lo siguiente: ¿por qué encuentro más belleza, más trascendencia, en las conversaciones en español que no entiendo y que se suceden a las puertas de esta librería que en lo que los poetas leen dentro? Tenía razón, pienso ahora. Veámonos pronto, vayámonos a una terraza, bebamos, comamos patatas fritas, coño. Habrá más belleza en lo efímero que en esta carta, que en nuestra correspondencia.

Espero tu respuesta. Una última cosa: me gustaría que pongas otro nombre, en el huequito reservado al destinatario, en la esquina inferior derecha debajo del sello. No te preocupes: no voy a quemar los sobres de las cartas que lleven el antiguo. Si me escribieras una que todavía fuera así sentiría, no obstante, que no es a mí a quien va dirigida.

Cuídate. Y nos vemos pronto. Lo necesito.

Siempre tuya,

Dara

 

V

 

En Madrid, a 26 de agosto de 2019.

 

Dada cuenta y,

 

ANTECEDENTES DE HECHO

 

1. Con fecha 14/07/2019 ante este Registro Civil Único de Madrid se presentó escrito por RAMÓN CEBRIÁN RIAÑO, mayor de edad, de nacionalidad española, persona nacida en MADRID, cuya inscripción de nacimiento consta en el Registro Civil de MADRID, al tomo y página que obran en el expediente, con domicilio en Madrid, con DNI ————.

En dicho escrito la persona promotora interesaba la incoación de expediente gubernativo con la finalidad de rectificar la mención del sexo en la inscripción de su nacimiento, para que pasara a consignar MUJER, así como el cambio de nombre propio por DARA.

 

2. Se solicita igualmente el traslado total del folio registral, con cancelación del actual asiento de su nacimiento, el cual obra en el citado Registro Civil.

 

3. Se aportan las pruebas que constan, dándose traslado al Ministerio Fiscal a fin de que emitiera el preceptivo informe, que se formuló en el sentido de acceder a la petición formulada por la persona promotora.

 

FUNDAMENTOS JURÍDICOS

 

1. Que de conformidad con lo dispuesto en la ley 3/2007 de 15 de marzo, artículos 1º y 2º, y por haberse acreditado los requisitos expresados en su artículo 4º, procede acceder a lo solicitado.

 

Vistos los artículos citados y demás de general y pertinente aplicación:

 

PARTE DISPOSITIVA

 

1. D. ——————, Magistrado-Encargado del Registro Civil Único de Madrid, dijo:

Que, estimando la pretensión deducida en el presente expediente por la persona promotora del mismo, RAMÓN CEBRIÁN RIAÑO, debía acordar y acordaba:

La rectificación de la mención de su sexo en la inscripción de su nacimiento obrante en la —————— del Registro Civil de Madrid, al Tomo —— y Página ——, por el de MUJER.

El cambio del nombre propio que la dicha persona ostenta, RAMÓN, por el de DARA.

Y, por haber nacido en la localidad de Madrid, a efectos de que se proceda al cumplimiento de lo acordado, y se resuelva sobre la petición de cancelación de todo el folio registral, practicándose una nueva inscripción de nacimiento, en aplicación de lo dispuesto en el Art. 307 del Reglamento del Registro Civil, reformado por Real Decreto 820/2005 del 8 de julio (BOE 23/07/05), practicándose las notificaciones previstas en el artículo 217 del Reglamento del Registro Civil.

Así, por esta mi resolución, contra la que cabe recurso ante la Dirección General de los Registros y del Notariado en el término de quince días hábiles desde su notificación, lo pronuncio, mando y firmo.

 

VI

 

La cancelación de todo el folio registral implica un homicidio. Es el asesinato de una persona que se desintegra, deja de existir: el poder performático de la palabra también se construye en su ausencia (en la ausencia de la palabra). Eso es lo que significa la práctica de una nueva inscripción de nacimiento: como por arte de magia nace una nueva individualidad en el lugar en el que nació antes otra (la cual ya no existe): en el mismo hospital, a la misma hora, de los mismos padres. Lo que se conoce como un gemelo astral: una pareja con los mismos signos, con los planetas en las mismas posiciones, con todo ángulo en sus mismos grados.

La palabra debe, no obstante, ser la palabra de la ley para ser reconocida. Dara se ha llamado Dara durante todo el texto hasta ahora. Quiero decir: yo me he llamado Dara mientras escribía todo lo que he ido escribiendo, pero el Documento Nacional de Identidad que identifica mi existencia y la categoriza no replicaba lo mismo. Es por eso por lo que no he tenido nombre hasta su reconocimiento legal. Es por eso por lo que no tenía nombre todavía. Espero que quede lo suficientemente claro: en el momento presente en el que mi existencia anterior a ser Dara queda borrada todo lo que he vivido debiera haber sido vivido por Dara, y todas las personas que se han dirigido a mí bajo otro nombre no haberlo hecho (porque ese yo anterior no existía). Alicia conoce a su amiga desde hace bastante tiempo y por ello la soporta. Su amiga se llamaba (después de la aplicación retroactiva de la ley, en ese instante, y aunque siga llamándose así después) Dara. Dara se acerca a Lucía y baila. Nada es trascendental. Cojo, pues, el borrador del relato —y me deshago (yo, Dara) de la bola de papel, tirándolo todo a la basura—.

Reescribamos algo más la historia, si la ley otorga el permiso para reescribirla:

 

VII

 

No quiero compartir a Pizarnik con nadie. Ella escribió en sus diarios con dieciocho que quería mirarse en el espejo y que no fuera ella quien se viera o se mirara, sino que su reflejo estuviera mirándola a ella. Hay más lecciones de fenomenología ahí que en toda la obra de Sartre. Náuseas ante la idea de compartir a Alejandra (voy a llamarla Alejandra). No quiero que Alejandra sea de nadie más. No quiero que nadie se sienta al leerla como yo me siento. Quisiera estar ahora abrazando a esa Alejandra posadolescente, acariciando las mejillas de Alejandra, sabiendo con absoluta certeza que somos almas iguales. ¿No es maravilloso y a la vez trágico que un solo ser (yo, por ejemplo) que ocupa tan poco lugar sienta el universo todo y la angustia total y la nada mundial? Y que hable, camine, gesticule, ría, coma.

 

VIII

 

No estaba preparada para contarte todo aquello. No podía, y creo que no habré podido nunca, decirte lo que te he dicho: venir tres años después a pedir besos que no merezco, solicitar una ternura que mañana no seré capaz de devolver, revelar cuántas veces (todas, ¡todas!) he pensado en ti a diario desde entonces, sincerarme como un solo ser maravilloso y a la vez trágico, y llorar, llorar mucho delante de ti. No estaba preparada para llorar delante de ti. Pronunciar cuánto me arrepiento sin que suene impostado o a construcción narrativa. Que ha habido otras, sí, y que sin duda las habrá, pero que siempre has estado de fondo. No, claramente no podía.

No quiero compartirte con nadie. Me siento tremendamente celosa esta noche.

 

IX

 

No es una experiencia transformadora y no es una experiencia trascendental, por más que lo haya comparado antes con un homicidio. Nada cambió en mi vida cuando cambió mi documentación. Pocas cosas se hicieron más fáciles (o pocas cosas que no lo fueran ya). El dolor (decía también Alejandra que qué clase de textos pueden pasarse páginas sin hablar del dolor) no se hizo más fácil. Mi dolor no es una cuestión lexicológica, o de nomenclatura, o de cualquier palabro fácilmente sustituible. El dolor es una ordenación sintáctica.

Ninguna cuestión se resolvió por arte de magia. No he podido escuchar ni he escuchado más palabras. No he hecho nada, realmente, ni he tenido el deseo de hacerlo. Y me siento todavía más sola que antes.

¿Qué me queda? Me queda imaginarme las cosas como si pudieran ser algo distinto:

 

X

 

Me llamo Dara y me he entregado de lleno al hedonismo. Como reacción al giro lingüístico del siglo XX, hemos decidido que lo más importante ahora es la discusión sobre el género como una tecnología política del lenguaje, sobre la teoría queer, sobre las movidas aquellas que contaba Judith Butler del deshacernos en ese rollo del Otro y toda la pesca. He ganado mucho vocabulario. He accedido a todo un circuito de cinematografía alternativa y hasta he podido evitar el síndrome de la impostora sin recurrir (hay excepciones) a drogas estimulantes. Deseché mi antiguo proyecto, mi otro guion. He aquí un breve resumen (o Abstract):

 

El corto centra su discurso en las posibilidades emancipadoras de nuevas prácticas sexuales sin centrarse necesariamente en estas: asume, pues, su sujeto no como un disidente necesario del sistema género-género, sino en tanto que productor discursivo subalterno o abyecto, es decir, perteneciente a una amplia coalición de sujetos normalmente atrapados en (o empujados a) los márgenes. Caben, en esta coalición, los modelos relacionales disidentes (como el poliamor (incluso el poliamor heterosexual (incluso el mercantilismo del amor (incluso el neoliberalismo)))), las migrantes, las marikas, las bolleras, las travas, las putas, las racializadas, las disidentes del sistema género-género, también alguna gente de Malasaña, los amigos del rollo, los habituales de la casa okupa, los que dan clase de lengua de signos en la casa okupa, los que llevan más de siete piercings, los que llevan rastas pero después se arrepienten por considerarlo apropiación cultural, probablemente las gordas, la Real Academia del Lenguaje Inclusivo, un par de twitteras, Judith Butler, Paul B. Preciado, Miquel Missé, todo hombre trans concebible que posea un discurso que pueda ser incluso medianamente calificado de teórico en la superficie por escasamente brillante que sea su fondo, toda persona que ensalce el potencial revolucionario del ano, el camello de la farla.

 

También en esto he fracasado.

 

XI

 

Nadie tiene tanto poder sobre la construcción de la realidad como alguien que escribe: nadie tiene tan poco poder sobre la realidad en sí misma como alguien que escribe. No sé: yo soy el tipo de persona que se compra dos billetes de avión, el suyo y el contiguo, con tal de ir sola y que nadie me moleste, o al menos así haría si tuviera dinero (muy probablemente con la documentación de mi abuela, que sé a ciencia cierta no está ya en edad de viajar a ninguna parte). Decía Deleuze que la filosofía sirve para entristecer, y dedicó muchas, muchas páginas al cine, así que yo lo extiendo: el lenguaje cinematográfico sirve para entristecer, como la literatura. Un libro (o una película) no debe darte la razón. Un texto (sea del tipo que sea) no debe conformarse al esquema preconcebido de qué tiene que ser un texto, ni en su forma ni en su fondo: un discurso con una cierta potencialidad no puede ser tu discurso, sino un discurso negociado, un discurso en conflicto, en duelo. En esas estamos. Si nada de lo que yo haga sirviera finalmente para entristecer, tendré que poner mi producción (que no obra) otra vez en la lista de fracasos de mi vida.

Voy acabando:

 

XII

 

Ya te hablé de Alicia, ¿verdad? Alicia y yo nos conocimos cuando Juan […] en fin, allí conocí a Alicia […] resulta que las dos pasamos nuestro Erasmus en Berlín a la vez sin encontrarnos nunca […] y yo nunca he vivido algo más perfecto… pasamos unas cuantas horas hablando […] de la influencia de la matemática [y] en el […] silencio nos besamos en la terraza […] nos vimos […] liándonos, pero […] no tenemos […] nada […] tenemos que estar drogadas, porque ni ella me entiende ni […] me quiere, sobre todo cuando nos despedimos. Si te lo puedo preguntar, ¿cómo llamarías tú a esta relación?

Me llamo Dara [según un documento del Registro Civil datado del 26 de agosto de 2019] y me he entregado de lleno al […] giro lingüístico del siglo XX, hemos decidido que lo más importante ahora es […] la pesca. He ganado much[as] […] drogas estimulantes. Deseché mi […] resumen (o Abstract) [—y me deshago (yo, Dara) de la bola de papel, tirándolo todo a la basura]:

No estaba preparada para […] pedir [los] besos que […] merezco, solicitar una ternura que mañana […] seré capaz de devolver, revelar cuántas veces (todas, ¡todas!) he pensado en […] la […] construcción narrativa. Que ha habido otras, sí, y que sin duda las habrá, pero que siempre has estado de fondo. No, claramente no podía.

Quería mirar[me] en el espejo y que no fuera [yo] quien se viera o [me] mirara, sino que [mi] reflejo estuviera mirándo[me] a [mí]. […] Sartre. Náuseas […]. No quiero […] [ser] […] nadie más. No quiero que nadie se sienta […] como yo me siento: me siento tremendamente celosa esta noche.

Subraya [el último párrafo] en su cuaderno y no se acuerda de si fue entonces [cual mantra declamado] (tal es su perfección) o si se [lo] inventó: claro que me obsesionan las decisiones arbitrarias, los relatos que no empiezan y no acaban, las ironías toscas, los errores, los traspiés, las equivocaciones, los retrasos, las mentiras que no se dicen a la cara, las ausencias de sinceridades y todas estas cosas: ¿cómo no me van a obsesionar si estoy de ello compuesta, si no hay nada más en mí salvo por eso y si no sabría distinguirme o delimitarme del resto de cosas del mundo si no fuera por ellas, por su influencia, por su gravedad?

No, no, porque el último párrafo quedará así en la versión final del guion: me gustaría que esto fuera una carta de amor para alguien, pero no me he enamorado nunca de nadie, es como que me aproximo al amor sin jamás poder alcanzarlo y busco de él tantas cosas que no me puede dar; es como que tú quieres, o quien nos escucha, que esta revelación sea genuinamente una revelación: que no esté tan, tan extendido en el teatro este tipo de interacciones con el público, estas ausencias de cuarta pared, que no se haya el público ya acostumbrado a todo; diría, entonces, que a lo mejor la manera de hacer literatura, o de no hacerla, o de desvirtuarla en nuestro momento sea no haciendo literatura, o no escribiendo literatura, y sería esta la última frase del guion y de este párrafo: no puedo acordarme de los nombres de tantos personajes que me importan una mierda en una construcción narrativa cuyo único sentido aparente es hablar sobre la relación entre el nombre y lo nombrado.

Piensa un rato en ello (¿quién?). Subraya la última frase apuntada en su cuaderno y no se acuerda de si fue entonces pronunciada (tal es su perfección) o si se la inventó: no podría acordarme de todos los nombres, no podría acordarme de todos los nombres, no podría acordarme de todos los nombres. En fin: ¿hasta cuándo abusará la autora de nuestra paciencia?