EL LOMO DE UN DRAGÓN

A Mateu

I

 

El día que me muera me meterán en una caja marrón como a un hetero más. He pedido que me incineren para que todo el mundo vea cómo las llamas se vuelven violetas. Espero que me lleven coronas de claveles. Me gustan los claveles porque son las rosas de los pobres. A mí nunca me faltó el dinero, pero me siento cercano a su escasez. Dicen de los pobres que son felices con muy poco. ¿Qué mierda es esa? Todas esas frases vienen del mismo lugar. El patriarcado es un hombre cis hetero blanco escribiendo frases absurdas:

 

«Nadie te va a querer hasta que no aprendas a quererte». ¿Cómo voy a aprender a quererme si nadie me enseña?

 

No quiero morir, pero a veces cuando me meto keta con Andrés y estoy tan ciega que veo nuestros cuerpos desde fuera, me apetecería no volver. Quedarme al otro lado suave y sin dolor, como ahora que me doy la vuelta, dejo mi cuerpo en el suelo y me voy. La carretera cri cri y los faros alumbrando la hierba.

 

II

 

En pueblos como el mío, en los que los calaminos atraviesan las calles como en las películas del Oeste, los perros ladran en la madrugada hacinados en sus pequeños cheniles y los toros pasean sus grandes cojones entre los campos de cebada, la palabra queer no existe. En esta pequeña aldea, cercana a Guadalajara, Andrés y yo somos maricones.

 

Afortunadamente tenemos acceso a Internet y conocemos a la Butler y a la Preciado. Participamos en grupos de Facebook y vamos a asambleas en la gran ciudad, donde Andrés se siente uno más y yo soy un bicho raro.

 

Vamos todos los días juntos a la universidad. Él estudia Bellas Artes y yo Física. Él quiere mostrarse al mundo y yo me intereso por aquello que nadie ve.

 

A veces pienso que lo único que nos une es que nos gustan los chicos, pero eso también nos separa porque a mí me gusta él y yo para él no soy más que una compañía agradable que le explica con palabras sencillas que «las lesbianas no son mujeres» y el origen del universo.

 

Una vez me preguntó por qué me gustaba tanto mirar las estrellas y yo le dije que me gustan porque las vemos brillar pese a que puede que lleven mucho tiempo muertas. También hay estrellas que están naciendo y que no veremos jamás.

 

 

Si le hablo de cosas que no entiende, frunce el ceño de una manera adorable. Eso me despierta mucha ternura y me gustaría besarle entre las jaras en flor. Cuando eso pasa me pellizco muy fuerte el brazo o me araño las pantorrillas hasta que consigo controlar la emoción.


Cuando era más pequeño pensaba que si te follabas a alguien podías ver con tu polla los pensamientos de la otra persona y eso me daba mucho miedo porque imaginaba que si algún día Andrés me la metía, se daría cuenta de lo mucho que le quiero.

 

Yo no sé si él ha querido alguna vez a alguien. Lo de deconstruir el amor se le da mejor que a mí. Le envidio porque no sufre. Me gusta cuando me habla de los chicos con los que está. No siento celos. Me encantaría verle follar. Seguro que suda mucho y los caracolillos del pelo se le quedan pegados a la frente como cuando montamos en bici y las gotas de sudor son caléndulas sobre su piel morena.

 

III

 

Si muero seré tan ligero como una bailarina. Seré más ligero que su tutú.

 

Vivo en uno de esos lugares donde el grindr pierde sus caras. Soy grueso relinchón. Tengo el culo grande. La cadera sobredimensionada. Ojalá ser una tía porque ahora está de moda tener el culo de Kim Kardashian y si eres un tío tienes que ser François Sagat.

 

Nadie habla de los maricas heavies con coleta que se están quedando calvos, de los blancuchos y espigados estudiantes de ingeniería, de los funcionarios de provincias, de los ancianos casados, de las trans con sombra de barba que se maquillan con mano temblorosa y no saben combinar los colores. Nadie nos llama hermanas ni aliados. Nadie nos escribe poemas. Nadie nos tiende la mano. ¿No os dais cuenta de que os miramos y solo vemos chicos guapos jugando a la disidencia?

 

Alguien debería hablar sobre el privilegio de la belleza. Hemos deconstruido el género, el amor, la alimentación y bla, bla, bla. Está claro que con la belleza algo no ha funcionado. El mundo de «los osos» no es más que un espejismo porque yo me quiero follar a Andrés, tener una celda en su enjambre relacional y sus novios no pesan más de 60 kilos. La liberación no puede ser una cueva por mucho que esta brille. Por mucho que nos aplaudan desde el otro lado.

 

Como porque me siento vacío. Me siento solito como un garabato olvidado en el margen del cuaderno de dibujo técnico. Un garabato es un círculo disconforme.

 

Ya no me alimento de animales. Empatizo con su sufrimiento. Mi jaula es una red social que me oprime. Todes vivimos encerrades, pero nadie se hace fotos en las granjas, la gente va a retratarse al zoo.

 

Soy el mejor amigo de Andrés. Andrés tiene 932 publicaciones en Instagram y yo salgo en dos. En una de ellas aparecemos en una asamblea junto a un montón de gente. Salgo en la esquina derecha. Tienes que poner el dedo índice y pulgar juntitos sobre la pantalla y luego deslizarlos en direcciones opuestas para que se amplíe la foto y puedas verme. Eso es. Ese soy yo. El de negro, el de pelo largo. En esa asamblea se habla de disidencia, de veganismo, de poliamor. Mi cuerpo es el único que se sale de la foto. A mí lo del poliamor me parece muy bien y muy moderno. Yo me podría enamorar de media península y follarme a la otra media y me quedaría tan pichi, pero esto es un invento para las guapas. Tengo 23 años y nunca he tenido novio. Creo que lo verdaderamente rompedor sería deconstruir el deseo. Si queremos liberar el amor tendremos que hacérselo accesible a todos los cuerpos.

 

Yo soy ese chico con el que te acuestas una noche de borrachera y cuando te levantas a mi lado te preguntas: «¿Dios qué he hecho?». ¿Sabes lo que hiciste? Te emborrachaste, perdiste el móvil, la cartera, el tabaco, las llaves y los prejuicios. Te lo pasaste genial, gritaste mi nombre hasta despertar a tus vecinos y te corriste sobre mi vientre.

 

Yo no tengo fuerzas para erguir la bandera de esta lucha. Ya he perdido. Me he enamorado tan fuerte de Andrés que ahora preferiría estar muerto. Eso es el amor romántico, el «sin ti no soy nada».

 

Creo que no sirve de mucho ser tan consciente. Creo que lo peor de todo es que esta sensación que ahora parece tan por encima de lo visible no es más que una ilusión creada, una construcción social, y si algún día le pierdo totalmente, puede que la tristeza me dure un mes o dos o incluso algunos años, pero llegará un día, amanecerá una mañana y ya no me acordaré de él. Eso es lo verdaderamente insoportable, que en realidad todo ese amor no es más que una ilusión tan frágil que el tiempo la desvanece.

 

En cualquier caso prefiero engañarme. Me aferro al miedo que me da no verle un día porque tengo que estudiar, a no poder dormir porque me dejó en visto en whatsapp, a robarle los calzoncillos y ponérmelos en la cara como Elio en Call Me By Your Name.

 

IV

 

Me gusta conducir de noche a alta velocidad por la carretera de los ciervos y los corzos, ver los ojos de las liebres iluminarse como semáforos en las cunetas. Cerrar los ojos, apagar las luces y contar hasta 10 en las rectas interminables. La velocidad aligera mi cuerpo. Con las ventanillas abiertas fantaseo con ir en un descapotable por la Ruta 66, pero esto es Castilla y al final del camino está el pantano.

 

Me gusta bañarme desnudo a la luz de la luna. Los pantanos dan miedo porque guardan historias de niños muertos. Todos los veranos aparece alguno ahogado. Los pueblos les lloran. Ponen en sus banderas crespones negros. A mí no me dan pena. Mi tristeza se ha extendido tanto en el tiempo que ya no la distingo. Supongo que es como el que vive al lado del arroyo y ya no le sorprende el ruido del agua.

 

Nunca he ido a una playa nudista, suspendí Educación Física por evitar los vestuarios. Aprobé con un examen en septiembre. Odio mi cuerpo. No me representa. Mi alma es antisistema. A veces me pongo desnudo frente al espejo y repito: «Soy precioso. Mi cuerpo es un templo de amor y de placer» y durante unos minutos parece que me lo creo. Al rato todo vuelve a ser como siempre. Mi cuerpo es un campo de batalla en el que siempre termino perdiendo.

 

¿Sabéis esa sensación en la que llegas a casa y de repente te das cuenta de que no sabes cómo lo has hecho? La gente se preocupa. Dicen que debo «vivir en el ahora». Yo quiero vivir siempre así.

 

Odio la sensación de tener hambre porque me recuerda que sigo vivo. Me paso el día comiendo para que eso no pase. Odio estar enfermo excepto en los momentos en los que la fiebre me deja en un estado de profunda lejanía. Practico meditación transcendental. La meditación clásica te indica que debes concentrarte en tu respiración y eso me angustia porque me recuerda que tengo unos pulmones. La «MT» te hace aferrarte a un mantra y no hay nada que se aleje más de mí que una palabra cuyo significado desconozco. Transciendo. Me siento igual que un árbol en la alameda o una roca en el pico del Lobo.

 

La única persona que me ha dicho que soy guapo es mi abuela. En realidad la odio porque siempre me ha cebado como a uno de sus cerdos. Cuando el médico me puso a dieta me daba pan con chocolate y chucherías a escondidas. Le encanta vernos gordos. Está orgullosa de su familia de puercos. Todo el mundo se ríe de nosotros. Estoy seguro de que a la gente le encantaría que en un tropiezo cayésemos rodando por la cuesta de la iglesia para ver nuestros cuerpos amontonados como una enorme boñiga de vaca en medio de la plaza del pueblo.

 

La detesto. Me gusta imaginar que le golpeo tan fuerte en la cabeza que sus sesos se desparraman como espaguetis por el suelo. Sorry not sorry. No hay peor condena que odiar tu propio cuerpo. El mundo está lleno de reflejos.

 

V

 

Cuando hay una tormenta desde la tierra vemos los rayos. Potentes disparos de luz. Lo que casi nadie sabe es que por encima de las nubes, allí donde nadie llega, se producen otros destellos fugaces llamados: Gnomos, Duendes y Elfos. Cuando era pequeño pensaba que estas criaturas fantásticas andaban escondidas por los bosques. Alguien decidió elevar su mito al cielo. Ponerles esos nombres a esas luces que casi nadie ve y que pocos conocen es un acto de amor. Ya nadie podrá decir que no existen.

 

Es cierto que mi existencia es a veces insoportable, pero cuando digo que preferiría estar muerto me refiero a algo mucho más simple. Quiero ver cómo baila en su cuarto cuando está solo. Quiero verle desnudo de toda mirada ajena. Ver lo que nadie puede: su chorro de luz, su verdadero ser. Le pondré nombre a todos sus gestos, a sus secretos y a las partes de su cuerpo. Utilizaré las palabras más bonitas de nuestra lengua. Las palabras preferidas de las personas que vieron algo bueno en mí y les daré un nuevo significado que solo conoceremos los dos.

 

VI

 

Al mirar por la ventana veo la cebada moverse por el viento y pienso en el mar. Un mar teñido por las algas. En ese momento aparece Andrés con su bici por el camino de los galgos con su peto vaquero y sin camiseta. Tiene todos esos músculos definidos que yo nunca veré en mi cuerpo y que me hacen odiarle. Podría haberme hecho amigo del hijo del dueño del bar, que es más gordo que yo, y así cuando abriese la puerta de mi casa me sentiría algo aliviado.

 

Andrés no es de pueblo de verdad. Es el hijo del francés. Vive en una caja de hormigón con ventanas que van del techo al suelo. Con 12 años fue el primero en marcarse un ollie con la tabla de skate a los pies de la iglesia y fue el primero en salir del armario sin despeinarse. Los insultos le sientan bien. Cuando le llaman marica se le dibuja una sonrisa que marca la distancia de dos mundos totalmente opuestos. Le miras y te apetece unirte a él. 

 

Yo soy el sobrino del alcalde. El nieto de la Jabata. La señora más devota del pueblo. Ella me metió todas estas mierdas en la cabeza. Me decía: «Jabatillo, si no te portas bien la virgen te condenará a vagar por la tierra hasta que pagues todos tus pecados como le pasó a tu tío Aurelio».

 

Mi tío Aurelio apareció colgado en su casa cuando yo tenía 6 años y nadie se atreve a pasar por allí porque dicen que se escuchan cosas muy raras. Andrés y yo fuimos un par de veces y nos cagamos de miedo. Tenía 52 años y era soltero. Todo el mundo me dice que me parezco mucho a él. Obviamente era maricón.

 

Llama a la puerta. Le invito a casa. Nos subimos a la terraza. Nos fumamos unos porros. Nos tomamos unas cervezas, luego un poco de speed para subir el bajón, luego un poco de keta y nos montamos en la nube. Le miro los nudillos, las arruguitas de la mano, pienso en las pajas que se hace. Trato de adivinar si sus calzoncillos son azul celeste o crema bollito de leche. Me cuenta sus polvos. Yo me quedo callado. Le miro el culo, le quiero tocar entre las piernas. Me salgo de mi cuerpo, nos veo desde la barandilla. Nos reímos de mi abuela, del tío loco de las cabras. Me habla de sus pinturas, yo le admiro en silencio. Me desparramo por el suelo como blandi blub, apoya su cabeza sobre mi tripa. Le quiero acariciar el pelo, pero me quedo quieto. Escuchamos a los perros ladrar, los grillos, el croar de las ranas, el acelerón de un coche, un cencerro, unos pasos.

 

Vemos una estrella fugaz, yo le digo que en realidad son meteoros que vienen a morir a la tierra. Me dice que me calle y pida un deseo. Pido estar muerto y ser un fantasma o un ángel de la guarda.

 

—¿Qué has pedido?

—Dime tu primero.

—Quedarme así para siempre. No ser nunca viejo. ¿Y tú?

—Yo, Andrés, quiero ser un fantasma. El fantasma que atormenta a su crush.

—Estás to loco.

—Cuando me muera estaré a tu lado viendo todo lo que haces.

—Qué miedo.

—Cuando te sientes en la cama, arquees la espalda y se te marquen los huesos como si fuera el lomo de un dragón para ponerte los calzoncillos le pondré nombre a cada una de tus vértebras. Dejaré la lista sobre tu almohada y me iré para siempre.

Las palabras se cuelan por sus enormes pupilas como centellas en un pozo.

Lloro, pero él ya está durmiendo.

 

VII

 

Esta mañana he ido a ver a mi abuela. He esperado a que se marchase a comprar el pan y he bajado corriendo al sótano donde tiene, en un altar, a la virgen. Todas las vecinas del pueblo saben que esa virgen tiene poderes de verdad y van a rezarle para que se pongan buenos sus maridos. Me he asegurado de que no había nadie y de rodillas, frente a ella, le he dicho: «Eres una puta asquerosa que te follaste una paloma y pariste el mayor monstruo que ha pisado la tierra» y le he escupido en la cara. Luego me ha dado un ataque de risa y me he retorcido por el suelo hasta que me he asustado pensando en que igual se me estaba yendo la cabeza de verdad y que iba a terminar en Puerta del Hierro como Raquel Mosquera mirando por la ventana con el pelo sucio y hablando sola.

 

Yo sé que todo esto es raro de cojones, pero lo he hecho para que la virgen se enfade y me condene a vagar toda la eternidad en la tierra. Siempre he sido muy bueno. Si me muero, seguro que pasan por alto lo de que soy maricón y voy al cielo. Juro que si eso pasa me marco un columbine y me llevo por delante a Teresa de Calcuta, a Gandhi y a quien haga falta hasta que me bajen a la tierra. Pero claro, si ya están muertos… ¿cómo los voy a matar? Que mierda, no sé. Bueno, total, que luego me he ido casa y me he puesto Ghost y me ha entrado una llorera tremenda. Últimamente veo todo películas de fantasmas para coger ideas por si el milagro se termina produciendo.

 

Ahora es de noche y todo el mundo se ha ido a dormir. Bajo las escaleras. Le robo 50 euros a mi padre (por eso de portarme mal) y agarro con cuidado las llaves del coche.

 

Conduzco por la carretera de los álamos. Con la velocidad los troncos se extienden como un muro. Subo la música, apago las luces, cierro los ojos y cuento hasta 10.

 

VIII

 

Le he visto llorar allí donde cuando éramos pequeños jugábamos a escribir palabras con nuestros meos, caminar haciendo equilibro sobre las vías del tren, apretar el culo contra otros cuerpos, olerse los sobacos y sonreír al despertarse, bailar en Utopía comiendo altavoz, dejar caer su toalla en Paraíso, romper la meta en una pipa de cristal y mirar al vacío con los mismísimos ojos de la droga, llegar tarde a la universidad porque le cambié la hora al reloj, volverse loco buscando las cosas, cosas que le cambio de sitio, estremecerse cuando mi presencia es una fría corriente de aire.

Le he visto subir la cuesta y poner un ramito de flores sobre el mármol al lado de mi nombre.

Ya han pasado dos años y Andrés se está despidiendo de sus padres. Al lado de su cama hay una maleta. Sobre su almohada le he dejado una nota.

 

IX

 

CERVICALES:

C1: Caléndula

C2: Querubín

C3: Avestruz

C4: Xaloc

C5: Hormiga

C6: Levedad

C7: Estruendo

 

TORÁCICAS:

T1: Deshora

T2: Sunshine

T3: Geoda

T4: Zozobra

T5: Golondrina

T6: Clavícula

T7: Cedro

T8: Kintsugi

T9: Lava

T10: Ternura

T11: Bonite

T12: Dechado

 

VERTEBRAS LUMBARES

L1: Aria

L2: Satélite

L3: Petunia

L4: California

L5: Corcovado

 

SACRO:

5 fundido: Linde

 

COXIS:

4 fundido: Final