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Loltun, capital del este, año 1720

Las puertas de la taberna se abrieron de par en par, al entrar un hombre de prendas elegantes quien se detuvo por un instante para echar una que otra mirada. La taberna estaba repleta de viajeros que visitaban la bella capital del este, hermosa por sus grandes montañas y ríos de aguas cristalinas que descienden en cascadas por los riscos.

Con sutil gracia, una cortesana se acercó al hombre que había entrado a la taberna de aspecto nervioso para ofrecerle sus servicios, sin embargo, el hombre no estaba tan interesado por ese tipo de servicios, así que le preguntó de una manera discreta por el nómada. La cortesana al escuchar tal nombre se puso seria y apenas habló.

—Al hombre que buscáis está por allá, al fondo —la cortesana señaló con un ligero movimiento de barbilla al hombre de túnica negra con carmesí que estaba bebiendo solo en un rincón de la taberna. La antorcha que yacía pegada al muro apenas alumbraba al nómada, y el bailoteo de la flama provocaba un juego de sombras fantasmales. El hombre, un poco inquieto, tomó rumbo a la mesa del fondo y al llegar se colocó a un costado, inhaló aire y entonces dijo.

—Busco al nómada.

— ¿Quién lo busca? —preguntó el encapuchado tan frío como una tumba a la vez que dejaba de jugar con su cuchillo en la mesa.

— ¿Tú eres el asesino que busco? —preguntó nuevamente el hombre reuniendo valor.

— ¿Qué es lo que quieres?

—Busco tus servicios —

Absolon hizo un movimiento con la cabeza en señal de que se sentara. El hombre, al tomar asiento, tenía una apariencia nerviosa, aún más que cuando entró a esa pocilga

—Si tratáis de engañarme os juro que os arrepentiréis.

El hombre tragó saliva para disolver el nudo que se le formó en la garganta.

— Bien, ¿qué queréis de mí? —preguntó el nómada

—Estos dos oficiales del reino violaron a mi pequeña hija y quiero que paguen por sus crímenes, ya que el rey no quiere hacer justicia, porque uno de ellos es su sobrino —dijo el hombre al momento de sacar un trozo de papel con el rostro de los oficiales del reino.

—Ya veo, y ¿traes con qué pagar?

—Sí, sí te puedo dar lo que pidas —.

—Bien, serán cinco Koras de oro y una ronda más de lo que estoy bebiendo —dijo el nómada al momento de pedir un par de tragos más.

— ¿Cómo sabré que el trabajo está hecho? —preguntó impaciente el hombre.

El nómada levantó la mirada, su capucha caía por debajo de su frente en forma de pico que apenas revelaba su rostro.

—Es sobrino del rey ¿cierto? —preguntó el asesino con su mirada puesta en los ojos de aquel hombre de prendas elegantes.

El hombre asintió.

—En tres días la muerte del sobrino del rey se hablará por todas las calles de la capital —contestó el asesino sin dejar de mirarlo fijamente.

 

2

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente, el frío de las montañas descendió en la capital del este, Loltun, cubriéndose con un manto de niebla y una ligera escarcha yacía por todas las calles de la capital. Con el oro en su bolsillo que tintineaba al caminar, el nómada se mezcló entre la muchedumbre que iba y venía envueltos en sus abrigos. Sin embargo, no todos tenían con qué cubrirse del frío; en una de los callejones yacían dos niños con unos harapos abrazados para darse calor. El nómada apenas los vio y con el ceño fruncido siguió de frente. El gélido frío de las montañas que se deslizaba entre las calles adoquinadas hizo volar uno de los quiebres de su túnica.

Poco después, al doblar por un callejón oscuro, se topó con dos guardias del reino, orgullosos y arrogantes portando su armadura viendo por encima del hombro a los mendigos y comerciantes. El nómada ajustó su capucha y pasó de frente sin la más mínima preocupación ya que nadie conocía el rostro del asesino que había ido dejando cuerpos en las calles de la capital, siendo solo un susurro que se dispersa en tabernas y bureles.

Al ofrecerle una moneda al mendigo que yacía en el callejón que emanaban aromas a heces y orina mezclado con cerveza rancia, el nómada apenas vio a los soldados del reino por debajo de su capucha que holgaba sobre su rostro, y de una manera furtiva comenzó a seguir a uno de los guardias que se separó en una de las calles opuestas a la que tomó su compañero. El guardia al sentir la presencia de alguien que le pisaba sus talones, apresuró el paso a largas zancadas. Las calles de Loltun eran peligrosas cuando la luna yacía en su cenit, y bajo ese manto de niebla nebulosa que se suspendía de forma fantasmagórica, salieron dos letales dagas que de forma siniestra impactaron en el guardia, y de un salto felino lo derribó.

— ¿Dónde puedo encontrar a estos dos guardias? —preguntó el nómada con el acero sobre el cuello de su presa. El guardia entró en una especie de shock, su cuerpo no reaccionaba, inmóvil, pensando en un sinfín de formas en las que iba a morir y sin poder articular su lengua, se quedó viendo a la sombra que tenía sobre él.

—Habla si no quieres perder la cabeza —dijo el nómada a la hora de mostrarle un trozo de papel con el rostro de los oficiales del reino.

—Uno de ellos es sobrino del rey y todas las noches se reúnen en la choza de Gelbos —contesto el guardia de forma automática sin comprender lo que sucedía.

—Bien —respondió el nómada y con el beso frío de su acero terminó con la vida del guardia.

Desde el tejado de un edificio, el nómada esperaba paciente en el callejón que apenas era alumbrado por un farolero que iba dispuesto por un buen trago a la taberna. La luz del farol que se derramaba entre la fina niebla, apenas vislumbraba el callejón. Si no tenías a dónde ir o con quién pasar una noche cálida con una dulce dama, La Choza de Gelbos te ofrecía ese tipo de placeres. Los oficiales del reino, sin importar el rango, la frecuentaban por el agua miel que servían y por las bellas mujeres que se paseaban entre las mesas con gracia sutil rebelando sus muslos a la hora de danzar.

Las puertas de la taberna se abrieron de par en par y el nómada vio salir a su presa cantando y derramando su tarro. Algo conveniente para el asesino era el estado en el que iban, así que comenzó a desplazarse por los tejados hasta cortarles camino en un callejón oscuro; apenas la luz fría de la luna revelaba su sombra mortífera. Calculando la distancia, el nómada se dejó descolgado de los tejados, al caer derribó a un oficial y al momento de sacar su daga del pecho sedienta de sangre, ya tenía la vista puesta al sobrino del rey, quien se quedó pasmado al ver el rostro duro y frío del asesino con la mirada llena de muerte.

El nómada de un quiebre de muñeca, cortó la garganta del sobrino del rey, quien cayó desangrado al suelo.

—Veo que no has perdido el toque, Absolon —una voz suave y sutil viajó por viento.

El nómada lanzó un cuchillo corto, con certera precisión, en dirección a la voz que sonó tras sus espaldas.

—Lo mismo digo —contesto el nómada al ver como esquivó el cuchillo una mujer alta de cabello negro como el ébano y ojos violeta que portaba una túnica negra con carmesí—. ¿Qué te trae tan lejos de casa Aritzhe Haedda? —pregunto el nómada con su mano en la empuñadura de su daga.

—Tú, Absolon —contestó Aritzhe tan fría como una tumba.

—Veamos qué puede hacer la protegida del Shaitan —Absolon la miró con desafío.

—Eres un completo idiota, siempre lo has sido, Absolon —

—Si no vienes a hacer el trabajo sucio de tu señor, ¿a qué has venido, princesa?

—Siempre tan ocurrente —contesto Aritzhe con una ligera línea que se formó de manera singular en su rostro—. Vuestro señor ya te encontró y ha mandado a Alim Masajad, sabes lo que…

—Sí —dijo Absolon al interrumpirla—. No temo a la muerte, la abrazo bien lo sabes.

—Lo sé, pero esta vez…

Absolon insinuó una sonrisa y relajó los brazos, y al dar unos pasos, acortó la distancia que había entre ellos dejando las palabras de Aritzhe suspendidas en el aire.

—Es bueno saber, que aún en el fondo, sigues siendo la niña que me ofreció un durazno cuando llegué a la fortaleza de los asesinos… Ni el mismo demonio ha logrado corromper tu corazón —dijo Absolon al rodearla con sus brazos.

Aritzhe se perdió por un instante en los ojos ambarinos de Absolon despertando esos sentimientos que parecía haberlos olvidado.

—Sabes que mi padre jamás dejará de buscarte —dijo ella con aire afligido.

—Lo sé, sin embargo, valió la pena cada segundo que pasé contigo —susurró Absolon cerca de su oído.

Aritzhe no hizo nada más que quedarse ahí parada sin decir nada, pero al sentir el roce de la barba de Absolon, hizo que reviviera aquellos días en los jardines de la fortaleza.

— ¿Cómo fue que saliste de Sirina sin que Mirin sospechara de tu ausencia?

—Padre me ha mandado por la cabeza de Raos, un traidor, pero antes de salir de la fortaleza me enteré que Mirin ya te había encontrado, así que al llegar a Erealis zarpé para el puerto de Eigord y al llegar no fue difícil encontrarte, nómada. Además, te ves bien en los carteles que circulan por la capital —dijo la misteriosa mujer con una ligera sonrisa.

Absolon le devolvió la sonrisa con ligero sarcasmo.

— ¿Qué harás, Absolon? Sabes que mi padre no dejará de buscarte. Y si te llega a encontrar, temo que vivas algo peor que la muerte.

—Lo sé —.

Aritzhe solo lo miró sin poder decir nada.

—Iré al sur —dijo Absolon—. Ven conmigo, desaparezcamos juntos —.

Aritzhe dio un paso atrás y apenas lo miró a los ojos.

—Lo siento, mi vida está en Kantuf, sabes que no puedo dejar a la hermandad. Mirin... —dijo ella al acariciar la cicatriz en su mejilla que le dejó su padre al dejar huir a Absolon.

—Igual que aquella vez —contesto Absolon sosteniendo la mirada en los ojos de Aritzhe.

—No hagas esto —dijo Aritzhe con los ojos vidriosos.

Absolon esbozó una ligera sonrisa.

—Considérame advertido y espero que este sea nuestro último encuentro, Astra —dijo Absolon con su mirada en los ojos violeta de la asesina.

—Han pasado años que no escuchaba el nombre que me puso mi madre, hasta parece una eternidad —dijo ella con aire afligido.

—Para ser sinceros me gusta más tu verdadero nombre, siempre fue así.

—Sí, lo sé —dijo ella con una ligera sonrisa.

—Siempre te llevaré en mi corazón —Absolon susurró al sujetarla del cuello con su mano, para acercar su frente con la de ella.

—Lo nuestro pudo haber sido bueno, pero el tiempo no lo fue. Hasta volvernos a ver más allá de las arenas, Absolon —dijo Aritzhe con la mirada a punto de quebrarse.