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Al primer rayo del alba y con las primeras campanadas del templo mayor, la noticia de la muerte del sobrino del rey ya se murmuraba por todas las calles. Los soldados del reino iban y venían con aspecto ceñudo, dispuestos a arrestar al que vieran sospechoso. Las puertas del reino yacían cerradas y con un sinfín de guardias en las almenas mientras que otros desfilaban por el paseo de ronda con lanzas apuntando al cielo. Absolon tenía que moverse rápido y sin bajar la guardia, comenzó a desplazarse con sigilo entre las calles en partes mezclándose con la muchedumbre que iba y venía envueltos de canastos repletos de semillas.
El barrio de las especias estaba bullicioso de comerciantes que habían llegado tres días atrás de las tierras bajas del sur, perfectos para su escape furtivo. Al llegar con el comerciante que le debía un favor, tres guardias del rey iban con un cartel con el rostro de Absolon por todo el barrio. Al darse cuenta, se ajustó la capucha y se pegó a un comerciante que iba con dos cestos de semillas.
—Maldito Mirin, hijo de perra, no podías caer más bajo —gruñó Absolon, ya que habían filtrado su identidad y eso era algo que un asesino de la secta cuida más que a su propia vida. Con la mano en la empuñadura de su daga, pasó de frente a los soldados que repararon en verlo.
—Maraf, necesito salir de la capital —dijo Absolon al hombre alto y escurrido que tenía de frente, el cual vestía de prendas típicas de las aldeas del desierto del Gubi más allá de las tormentosas.
—Absolon mi hermano, pasa —dijo Maraf guiándolo al interior de su tienda.
El aroma a especias invadió las fosas nasales del asesino, y con sus dedos pasó rosando las especias sintiendo cada grano y semilla.
—Este aroma me recordó a las calles de Sirina, cuando el sol del amanecer se alzaba más allá de las arenas rojas.
—Sí, es agradable sentirse en casa, estando tan lejos.
Absolon seguía con las manos en las especias, contemplando su aroma y su textura.
—Absolon, toda la guardia real te anda buscando —dijo Maraf viéndolo a los ojos queriendo preguntar qué había hecho.
—No solo la guardia del rey quiere mi cabeza viejo amigo, alguien más poderoso que un rey está tras de mí y por eso tengo que dejar la capital antes de que gente inocente muera en esta cacería.
— ¿Quién te busca Absolon? —Maraf preguntó con intriga mientras jugueteaba con su enmarañada barba.
—Mi pasado, el mismo demonio de las arenas —contesto Absolon con la mirada perdida en los cestos de especias
—Por Nunnet —dijo Maraf con inquieta preocupación—. Bien, bien. Por hoy te quedarás aquí, ¿a dónde piensas ir?
—Al sur, lo más al sur que se pueda —dijo Absolon al momento de tomar asiento en un taburete de madera recubierto de piel de cabra y con forro de terciopelo morado en la superficie, y en una pequeña mesa de elegante filigrana a su derecha yacía una imagen de Nunnet, la diosa de los mares.
—Ten toma esto Absolon, te caerá bien —dijo Maraf al momento de pasarle un pocillo de arcilla, elaborado por los artesanos de las aldeas del gran desierto del Gubi.
Al olisquear la bebida reconoció el fuerte y aromático licor de palma.
—Vaya, ya tenía mucho que no probaba un buen licor así de fuerte. Gracias Maraf, sí que me hacía falta —dijo Absolon.
—Bien, tú aguarda aquí, iré a ver a un amigo de las tierras bajas, él parte mañana al poblado de Emona al sur de la capital, te conseguiré un pase seguro, no tardo —Maraf salió de la tienda y comenzó a cerrar, andaba algo inquieto y un miedo desconocido le iba invadiendo todo su cuerpo, nunca había visto tanto temor reflejado en los ojos de Absolon, no se podía ni imaginar qué era lo que le causaba tanto miedo al asesino.
Ya a la puesta del sol, Maraf había planeado la salida de Absolon. Así que regresó a su puesto tratando de pasar desapercibido, pero antes de entrar, dos guardias lo vieron pasar algo nervioso y distraído, así que comenzaron a seguirlo. Las calles yacían desiertas, la luz fría de la luna luchaba por filtrarse entre los nubarrones que se iban extendiendo por todos los alrededores capitalinos hasta las montañas que la coronan.
—Hey tú, deteneos allí —dijo uno de los guardias.
Maraf se detuvo antes de abrir su tienda y al dar la vuelta les dedicó una sonrisa nerviosa.
— ¿En qué puedo ayudarlos mis buenos señores? —dijo él tratando de mantener la calma.
— ¿Qué carajos hacéis a esta hora extranjero? —gruñó unos de los guardias con la mirada inquisitoria.
—Salí a alimentar a los caballos de un comerciante del sur que me dejó encargado, para cargar los canastos de especias —contestó Maraf aún más inquieto, mientras que las manos le sudaban.
— ¿Tú le crees, Gastar?
—No sé, porque siento que nos está mintiendo este sucio comerciante, Liot.
— ¿Conoces a este hombre? —pregunto Gastar mostrándole el retrato de Absolon.
—No, mis señores, jamás lo he visto, ¿acaso es peligroso? —Maraf preguntó aparentando saber nada.
—Te preguntaré una vez más —dijo Gastar viendo fijamente a Maraf.
—No, mi señor jamás lo he visto —nuevamente negó Maraf. Absolon desde el interior estaba escuchando, esperando a que se marcharan los guardias.
—Ya veo, entonces no hay ningún inconveniente que revisemos su pocilga, digo, para estar seguros —dijo Gastar al momento de dar un paso. Maraf se hizo chiquito y se movió a un lado para dar paso al guardia.
En eso, Absolon salió de la tienda, la capucha que caía en forma de pico por debajo de su frente ocultaba su rostro.
—Quitaos la capucha —gruño Liot con la mano en el pomo de su espada.
Absolon hizo a un lado la capucha revelando su identidad.
Los soldados se vieron uno al otro e interpretaron la señal que se dieron entre sí, reunieron valor y se decidieron ir contra del asesino.
—Absolon, por órdenes de vuestro rey, Marcus Gat, serás arrestado para ser llevado con vuestro señor —dijo Gastar con fingida elegancia.
—Si vuestro rey quiere verme, que venga él por mí y que no mande a sus perritos falderos. —contesto Absolon esbozando una amplia sonrisa.
—Donde volváis a hablar así de vuestro rey, os juro que te ganarais la orca —contestó Liot, el más joven e imprudente recluta.
—Saben, ya me fastidié, si no queréis morir hoy, mejor daos la vuelta y largaos de aquí́ —gruñó Absolon.
—Y si mejor nos adelantamos y en vez de la orca os corto la cabeza y se la llevo como obsequio a vuestro rey y con eso me gano su favor —contestó nuevamente Liot imprudente.
Absolon dio un paso y llevó su mano derecha hacia el pomo de su daga.
—Veo que tenéis ansias de morir muchacho —dijo Absolon con una ligera línea en sus labios.
— ¡Te voy a matar asesino de mierda! —gruñó el joven soldado al momento de abalanzarse con el repique de su acero.
—Te daré una muerte rápida muchacho, no necesitáis sufrir por un rey que no valorará vuestros esfuerzos —contesto Absolon al momento de blandir su acero y con dos movimientos audaces neutralizó al joven soldado. El otro, al ver que Absolon liquidó a su compañero, se dispuso a atacar con movimientos torpes, y a la hora de girar por su espalda, el acero de Absolon se hundió en las costillas de su contrincante. Al momento de sacarla, unas cuantas gotas tiñeron de rojo los adoquines. El asesino limpió su acero y lo enfundó tras su espalda.