Ian había estado atrapado en las crisis de Bianca durante tanto tiempo que había olvidado lo que era estar con una mujer que podía valerse por sí misma. Tess se había recogido el pelo en un moño desordenado. No llevaba maquillaje. Y el escote de su arrugada blusa blanca estaba ligeramente torcido, como ella. Sus cejas rectas y oscuras se juntaban sobre aquellos brillantes ojos azul ciruela, no muy felices de verlo.
—Quiero oírlo todo —susurró ella—, pero si la despiertas y se activa, te mataré.
A quien él quería activar era a Tess. No recordaba cuándo fue la última vez que experimentó tanta… lujuria desenfrenada. Lujuria desenfrenada a secas, sí, claro que la había sentido muchas veces. Pero no ese impulso primitivo de poseerla allí mismo, junto a la puerta principal. Y se enfureció. El sexo era una cosa, pero eso lo sobrepasaba. Cuando estaba en una relación no era capaz de crear ni un solo trabajo decente. Y no era por culpa de las mujeres. Era él quien tenía problemas para gestionar las emociones.
Mientras observaba cómo Tess llevaba a Wren arriba, pensó en Bianca. Incluso sin la complicación del sexo, su conexión con ella le había absorbido toda creatividad. Nunca recuperaría los días, las semanas, los meses de productividad que había perdido cuando ella estaba de bajón. Y aun así, si tuviera que hacerlo de nuevo, no cambiaría nada. Bianca había estado ahí para él cuando no tuvo a nadie más.
Oyó los pasos de Tess por encima de la cabeza. Volvió a recuperar la hosquedad que le daba comodidad cuando ella estaba cerca y fue a la nevera a pillar una cerveza fría. A ese ritmo, se habría convertido en un alcohólico antes de que ella se mudara.
***
Tess se las arregló para trasladar al animalillo a la cuna junto a su propia cama sin despertarla. Estaba ganando peso y respiraba bien, y Tess ya sentía menos ansiedad al tomarse aquellos breves respiros de llevarla siempre encima. Cogió el monitor del bebé y se apresuró a bajar las escaleras para interrogar a Ian.
La chaqueta de cuero había desaparecido y se había arremangado la camisa de franela hasta los codos, dejando a la vista unos antebrazos largos y musculosos.
—Deberías dedicarte a los trabajos manuales —murmuró—. Apuesto a que has cavado zanjas.
—También he colgado paneles de yeso y he conducido una carretilla elevadora, pero espero que esos días hayan quedado atrás. —Ian se sentó en el sofá—. ¿Por qué estamos teniendo esta conversación?
—Por nada. —Salvo por la distracción que suponían esos antebrazos, además del cobarde deseo de posponer la noticia de la paternidad de Wren. Se hundió en el sofá a juego frente a él, con el monitor al lado, y se acomodó con uno de los pies debajo de las nalgas—. ¿Qué has averiguado? ¿Cómo ha reaccionado?
—No he hablado con él. —Tess contempló cómo apoyaba los tobillos en la mesa de café. A diferencia de los de ella, sus calcetines no tenían agujeros en los dedos—. El tío es fotoperiodista y ahora está en el extranjero, en un país en guerra. Pero he localizado a sus padres. Viven en Nueva Jersey. En Princeton. Por eso he tardado tanto en volver.
—¿Sabían lo de Bianca? ¿Que estaba embarazada?
—No. Pero es su único hijo y, cuando se recuperaron del shock, se alegraron de saber que tienen una nieta.
—¿Y ahora qué? —Se hundió más en los cojines del sofá.
—Están intentando contactar con él, pero tanto si hablan con él como si no, planean coger un vuelo la semana que viene para conocer a Wren.
—Ya veo. —Tiró de un hilo suelto del brazo del sofá—. ¿Les has dicho que es un bebé prematuro?
—Sí. También les he dicho que la está cuidando una enfermera capacitada. —Tomó un sorbo de cerveza y dejó cuidadosamente la botella en la mesa, sin apartar la mirada de ella—. Wren no es tuya, Tess.
—¿A qué viene eso? —protestó, al tiempo que se erizaba ante la brusca suavidad de las palabras de Ian.
—Porque te conozco mejor de lo que crees.
No la conocía en absoluto. No sabía lo muerta que había estado durante mucho tiempo o cuánto le gustaba reírse. No sabía que ella tenía una carrera que no podría volver a ejercer, y que no tenía ni idea de lo que haría con su futuro.
—Apenas me he separado de ella desde que nació. Es evidente que me estoy encariñando. —Se levantó del sofá—. También sé que es algo temporal, pero eso no significa que esté dispuesta a entregarla a una pareja de ancianos que no saben nada sobre el cuidado de un bebé.
—Apenas tienen sesenta años, y la señora Denning volvía de jugar al tenis cuando llegué a su casa. Él prefiere el ciclismo de montaña.
Desanimada, se hundió de nuevo en los cojines del sofá.
Ian la miró con una expresión que, en cualquier otro, habría sido de compasión.
—Parecen personas decentes.
—Genial.
Él descruzó los tobillos y cambió de tema para darle tiempo a asimilarlo.
—Mientras estaba fuera, me he dado cuenta de que no te he pagado todavía.
—No hay prisa. —Cogió el monitor y lo sostuvo muy cerca de la oreja para oír la respiración de Wren.
—Wren tiene tres semanas.
—Su cumpleaños tendría que haber sido dentro de una semana —añadió Tess.
Ian desplazó su peso sobre la cadera derecha y sacó un cheque del bolsillo izquierdo. Ella, instintivamente, se hundió más entre los cojines, mientras él se ponía de pie.
—Ya me lo darás más tarde. O no. Dáselo a Heather.
—Te pertenece a ti.
Estaba de pie frente a ella, con el cheque en la mano. Nunca se había merecido tanto un sueldo, había trabajado muy duro. Las horas de sueño perdidas, los hombros doloridos por los kilómetros que había caminado tratando de calmar al bebé cuando lloraba, la ropa manchada de leche, la preocupación, el estrés… Miró fijamente el cheque y luego cerró los ojos.
—No puedo aceptarlo.
—Pues claro que sí.
—Ya lo hablaremos más tarde. —Jugó con el monitor del bebé, para evitar que él viera cuánto la habían afectado las novedades.
El cojín del sofá se hundió a su lado.
—Ahora estás cansada. Llegaremos a un acuerdo cuando hayas tenido un par de noches de sueño decente.
Su ruda amabilidad no la sorprendió como en ocasiones anteriores. Había sentido esa suavidad dentro de él, una sensibilidad que se esforzaba por mantener enterrada. En ese momento, cometió el error de mirar hacia arriba.
Estaba sentado tan cerca… Curvó los dedos en el brazo de la silla, involuntariamente. Sus miradas se encontraron. Al principio, solo veía preocupación por ella, pero cuando el tictac del reloj de pared de la escuela resonó en el pesado silencio, algo cambió. Tess observó el pulso de él en la base del cuello, y se le aceleró la respiración. Ian puso una mano sobre su rodilla, tan suave como una caricia, y el calor de su cuerpo se filtró a través de la ropa. Fue como si su negativa a aceptar el cheque hubiera cambiado el paisaje, construyendo un puente donde antes solo había habido un valle.
Las vigas de la escuela crujieron. Una ráfaga de viento sacudió las ventanas, y ella entrecerró los ojos. El resto de la habitación comenzó a desvanecerse en las sombras. Paredes y ventanas, techos y puertas se derritieron.
Una llama cobró vida dentro de ella, empezó a desplazarse de un lado a otro, descongelando su piel. No podía mirar hacia otro lado y tampoco parecía que él pudiera.
Vio que Ian movía los labios, y lo oyó susurrar una palabra con voz ronca: «Dormitorio».
Se puso de pie. Sin pensar en nada. Se puso de pie empujada por el torrente de sangre en las venas.
«Dormitorio».
Ahora era él quien sostenía el monitor del bebé. El viejo reloj de la escuela se alejaba mientras ella lo seguía, no al dormitorio de atrás, sino arriba.
«A la cama… A la habitación… A la cama… A la habitación…».
El ritmo del reloj coincidía con las sílabas que sonaban en su cabeza, pero no con lo que él había dicho, porque las palabras que había dicho tan suavemente habían sido: «Al estudio».
Aturdida, entró en la habitación.
Estaba oscura, pero Ian no encendió las luces del techo, sino una lámpara que hizo poco más que proyectar un débil brillo. Ella se quedó junto a la puerta del estudio y observó como él dejaba el monitor del bebé y cogía varias velas blancas gruesas de los estantes de madera. Una tras otra, las colocó en el suelo formando medio círculo alrededor del sofá de terciopelo púrpura.
Solo quedaba una vela. La puso en un estante que había sobre el sofá. Se volvió hacia ella y le hizo un gesto. ¿Sabía Tess lo que él quería? No podía adivinarlo. Caminó entre las velas y se sentó en el cojín que había justo debajo de la vela del estante.
Ian prendió una cerilla y comenzó a encender las velas del suelo. Cuando apenas faltaban milímetros para que le quemara los dedos, la apagó y encendió otra. Las sombras bailaban en las paredes. El aire se enrareció por el olor a fósforo.
Cuando él estuvo de pie ante ella, se le aceleró la respiración. North le tocó el pelo. Tiró de la cinta que lo recogía, y una cascada desordenada cayó sobre sus hombros. Él mantuvo la mano quieta, luego la hundió en la maraña.
Trató de encontrar algo con lo que bromear, algo que disipara el aire cargado que crepitaba entre ellos. La mano masculina se movió desde su melena hasta el botón superior de su blusa. Sus nudillos le rozaron la piel mientras la abría. El olor a fósforo llenó sus fosas nasales.
Le desabrochó el siguiente botón…, y el siguiente. Los bordes de la prenda se separaron formando una profunda V. Con la punta del dedo índice, deslizó la blusa por un hombro, revelando la curva del pecho bajo el encaje gastado del sujetador.
La empujó suavemente contra el brazo del sofá. Sus piernas se subieron sobre los cojines de forma automática. La despojó de las zapatillas y las puso fuera del círculo de luz que formaban las velas. Le quitó un solo calcetín del pie que quedó más arriba. Le rodeó suavemente el tobillo desnudo con la mano. Un pulgar presionó en el hueco del puente y acarició aquel lugar tan pequeño pero tan sensible.
No era propio de ella ser pasiva. No tenía experiencia con la pasividad. Siempre era la seductora. Nunca la seducida. Sin embargo, allí estaba, dejándose llevar.
Él rozó con el pulgar la mejilla de ella mientras le colocaba un mechón de pelo. La blusa cayó más abajo, pero, aun así, él no quedó satisfecho. Enganchó el tirante del sujetador con un dedo y lo retiró.
Tess se miró a sí misma mientras él la desvestía. La curva desnuda de su hombro, la plenitud de su pecho. La blusa se había deslizado a la altura del codo y el fino tirante blanco del sujetador se había desplazado unos centímetros abajo.
Ian apenas le quitó los ojos de encima mientras apoyaba un bloc gigante de papel en un caballete con marco en H. Con un lápiz grueso, comenzó a dibujar con trazos amplios y agresivos. Nada reservado ni contenido. No desechó ninguna página, no arrugó ni tiró ninguna al suelo.
Ella se reclinó sobre el brazo del sofá, con la blusa a medio quitar, las piernas curvadas y un solo calcetín, frente a él. Mirándolo.
Las velas chisporroteaban. Las llamas las consumían. Ian se llevó la mano libre a su propia camisa. En el estudio hacía frío, pero se desabrochó los botones de arriba. El sudor hacía brillar su cuello mientras el lápiz atacaba el papel.
Conforme pasaban los minutos, ella se calentaba más y más. Ansiaba quitarse la blusa, el sujetador. Deshacerse de los vaqueros, de las bragas. Pero no quería ser ella quien lo hiciera. Si él necesitaba más de ella, tendría que tomar la iniciativa. No se lo iba a poner fácil. No como había actuado en el pasado con Trav.
«Siempre había sido la seductora. Nunca la seducida».
La luz era tenue, pero no tanto como para que no viera que él se había empalmado. Tess seguía esperando que destruyera lo que había pintado. Que saliera de detrás del caballete y se acercara a ella. Pero el brazo de él continuó dibujando. Una curva. Una diagonal. Un baile.
«Golpe, bloqueo. Paso rápido, paso de ruptura. Adagio, allegro».
Ella no haría el primer movimiento. Otra vez, no. En ese nuevo capítulo de su vida, por caótico que fuera, nunca más sería una mendiga pidiendo sexo. Necesitaba sentirse deseada, sentirse tan deseada como ella lo deseaba a él.
«Que se lo gane. Tiene que ganárselo».
A Ian le había caído un mechón de pelo sobre la frente, pero estaba demasiado absorto en la tarea como para notarlo, en una perfecta y tormentosa unión con el lápiz y el papel. Tess tenía la suerte de presenciar cómo un genio se peleaba con su trabajo.
Y fue entonces cuando lo entendió.
Ian tenía una erección, de acuerdo. Pero una erección por su arte. Por crear. No por ella. Tess era solo un medio para un fin. El gran artista intentaba usarla para romper lo que fuera que lo bloquease. La seducción no había sido carnal. Solo se trataba de su arte.
Dejó caer los pies al suelo y se levantó. Las llamas de las velas se estremecieron. Él la miró y parpadeó, como si acabara de regresar de muy lejos.
Caminó entre las velas y lo dejó solo en el estudio.
***
Ian dejó caer su lápiz y presionó los pulgares contra las cuencas de los ojos. No sabía exactamente cómo la había cagado; solo sabía que así había sido. A pesar de haber reunido toda su fuerza de voluntad para mantenerse firme, de alguna manera la había ofendido.
Tess Hartsong no era una mujer a la que pudieras follarte contra la pared. Pero era lo que quería. Todos sus instintos básicos lo instaban exactamente a eso.
Y eso lo habría convertido en un gilipollas integral. Era culpable de muchas cosas, pero abusar de las mujeres no era una de ellas. ¿Acaso no lo había demostrado apartándose del sofá? ¿Quedándose quieto junto a su caballete?
Finalmente, miró lo que había pintado. Un detalle intrincado de su pie desnudo. Un delicado bosquejo de su hombro. La curva de su cuello.
Era una mierda. La peor clase de basura formalista y sentimental.
Arrancó el papel del caballete. ¡Aquello no era propio de su arte! Él creaba piezas enormes y audaces. Cortaba plantillas gigantes con navajas X-Acto. Daba forma a sus murales con ácidos y lejía, boquillas y rodillos. Trabajaba a lo grande, sin espacio para lo viejo y refinado, lo anticuado y lo mundano.
Fue a la ventana y la abrió para refrescarse. Había ido hasta aquel lugar recóndito para reinventarse, para encontrar un camino diferente que le permitiera dar nueva vida a su trabajo. Y no había hecho absolutamente nada. Primero fue Bianca y ahora Tess. Una distracción tras otra.
El aire que entraba por la ventana hizo chisporrotear las velas. La fiereza y determinación de Tess, su sarcástica lengua, la fuerza que al parecer no sabía que poseía... Todo ello lo distraía, y ahora estaba ahí, creando unas pinturas de mierda, más propias de las típicas tarjetas de felicitación. Menudo tópico. Un artista que tenía que vivir una vida egoísta. Picasso había sido capaz de hacer obras maestras con todas esas esposas y amantes en su vida, pero Ian estaba cortado por otro patrón. Si quería trabajar con lo que lo bloqueaba, debía mantener sus emociones y sus impulsos sexuales bajo llave. Así era como siempre había sido. Y como siempre sería.
Una helada soledad lo envolvió. Se inclinó para soplar las velas. Una a una, las llamas parpadearon y se apagaron.
***
Wren se despertó a las cinco de la mañana sin intención de volver a dormirse.
—¿Te daría algo si durmieras hasta tarde por una vez, pequeño demonio? ¿Eh? ¿Te daría algo?
Por lo visto, sí.
El sol brillaba al otro lado del cristal. Tess apartó la cortina de la ventana. El aire era frío y fresco, como si la primavera hubiera llegado de la noche a la mañana. La noche anterior parecía haber sido un sueño. El sofá… Las velas… ¿Qué había pensado que ocurriría? Y lo que era más perturbador todavía: ¿qué había querido que pasara?
Era demasiado pronto. No estaba lista para lidiar con aquella parte de sí misma que acababa de despertar. Le hormigueaba la piel. Le dolía el cuerpo al moverse. Y le dolería al bailar. Bailar. Habían pasado semanas desde que bailó por última vez.
En su lugar, cambió a Wren y le dio de comer.
—Ahora, ¿podrías, por favor, volver a dormirte?
Wren sacó su lengüecilla rosada.
—¿De verdad has hecho lo que acabo de ver? —Tess metió los pies en las zapatillas—. Muy bien, jovencita. Hace calor afuera, y si eres lo bastante fuerte para ir de chula, eres lo bastante fuerte para acostumbrarte al aire libre.
Envolvió al bebé en un mono de lana y un cálido gorrito, la metió en el canguro y salió al exterior.
Los pájaros celebraban la calidez del ambiente con una ruidosa cantata. En lugar de ir a la cabaña, eligió el sendero que llevaba a lo alto de la colina, a la abandonada iglesia pentecostal. Un par de ardillas buscaban las nueces que ellas y sus congéneres habían escondido en el otoño. La vieja torre de vigilancia contraincendios se elevaba en la distancia. El gorrito de Wren se deslizó hasta encima de una ceja; la pequeña estaba muy despierta y atenta, y su mirada se fijó en los patrones cambiantes de luces y sombras mientras pasaban por debajo de los árboles. Tess oyó el lejano ladrido de un perro. ¿Sería de los Eldridge?
El sendero se abrió en un camino lleno de baches que tiempo atrás había llevado a los fieles a las celebraciones religiosas. Lo que quedaba de la iglesia se hundía en sus cimientos. La maleza invadía el revestimiento de madera podrida, y un árbol crecía a través de la abertura de una chimenea. Donde una vez estuvieron las puertas delanteras ahora quedaba solo el hueco. A través de él, Tess vio el altar semiderruido.
A pesar de la decadencia, la iglesia resultaba acogedora, viva, gracias al canto de los pájaros y a la luz del sol. Hacia el este, los últimos tentáculos de niebla se desenrollaban en los puntos bajos de un pequeño claro. Entre ellos, una figura se movía en una lenta y metódica coreografía.
Desafiando al frío de la mañana, Ian estaba sin camisa, los músculos de su pecho perfectamente delineados, y extendía un brazo y luego el otro, en un imaginario golpe a cámara lenta, tan medido como poderoso. Hipnotizada, lo observó girar el brazo. Cambiar la posición de la mano. Cada movimiento tenía un propósito.
Subió la rodilla. Levantó una pierna a un lado con control absoluto. Tiró de la rodilla hacia atrás y la volvió a adelantar. Repitió el movimiento varias veces… Su torso permaneció perfectamente erguido, su pie en reposo, tan firme como si hubiera echado raíces en el suelo. Levantó la otra rodilla. Una vez más, ese equilibrio perfecto.
Sus movimientos se aceleraron en un hermoso ballet de artes marciales, de sentadillas lentas y patadas meticulosas. Tess se había preguntado cómo se mantenía tan en forma. Ahora lo sabía.
Él no la había visto, y no quería que la viera. Era un ritual privado. Wren gruñó, pero estaba demasiado lejos para que la oyese. Esa parte íntima de él la desconcertó. Había sido consciente de su masculinidad desde que lo conoció, pero presenciar aquello era algo totalmente distinto.
Cuanto más sabía sobre Ian North, más complicado se volvía.
***
Después de lo que había pasado la noche anterior en el estudio y de lo que acababa de presenciar, no es que ansiara, precisamente, la incomodidad de volver a verlo, pero resultó que no se encontraron de nuevo hasta la tarde. Al tiempo que envolvía a Wren en una cálida toalla tras su baño en el fregadero de la cocina, oyó voces provenientes de la otra habitación. Voces de adultos, no de adolescentes.
Ian entró en la cocina.
—Tienes compañía.
Ella lo miró con curiosidad. Para su sorpresa, él extendió los brazos para coger a Wren. Le entregó a la pequeña mojada y envuelta en una toalla y lo siguió.
De las dos personas que esperaban en la sala, Tess no deseaba ver a ninguna. Kelly Winchester, la madre de Ava, estaba de pie junto a un hombre alto, de complexión fuerte, vestido con traje y corbata, que solo podía ser su marido, el hombre del que Tess había oído hablar tanto.
El ancho rostro del senador estatal Brad Winchester daba cobijo a unas cejas tan angulosas que prácticamente se juntaban en el medio. Los rasgos eran atractivos y simétricos, y lucía unas canas prematuras, ya que sabía que aún estaba en la treintena. Tanto él como Ian eran figuras imponentes, pero Winchester era de complexión más robusta. A su lado, su delgada y rubia esposa, que le había resultado tan abrumadora en La Chimenea Rota, parecía en cierto modo menos intimidante.
—Señorita Hartsong —dijo. La voz sonaba como la de un locutor de radio o un político—. Estoy seguro de que es más que consciente de por qué estamos aquí.
La hora del juicio final había llegado. Tess señaló de mala gana hacia el sofá.
—Tomen asiento.
Kelly se sentó, pero cuando su marido no la imitó, volvió a ponerse de pie. No poseía el entusiasmo de su hija Ava. En cambio, había cierta fragilidad en ella, tanto por sus rasgos afilados como por los huesos prominentes de su clavícula.
—Se ha reunido con algunas de nuestras jóvenes —dijo Winchester.
—Sin el consentimiento de sus padres. —Kelly cruzó las manos al frente, los diamantes de su mano izquierda atraparon fragmentos de la luz de la tarde—. Ava nos lo ha contado todo.
Tess lo dudaba mucho.
—¿Qué les ha dicho exactamente?
—Que las instruye en el sexo y en métodos anticonceptivos. —Teniendo en cuenta la animosidad de su voz, Winchester podría haber dicho que Tess las enseñaba a construir explosivos caseros—. ¿Acaso lo niega?
Tess se recordó a sí misma que era moralmente superior o, al menos, eso creía.
—Las chicas vinieron a mí con preguntas concretas… Y yo se las respondí.
—No tenía ningún derecho —exclamó Kelly—. Es responsabilidad de los padres.
—Sí, lo es.
—¿Está insinuando que no sabemos cómo criar a nuestra propia hija? —Brad Winchester estaba visiblemente alterado.
—Ava es una chica encantadora. Deberían estar muy orgullosos de ella. —Luchó contra el sentido de la justicia que una mujer que había perdido a su última paciente no tenía derecho a experimentar.
Si esperaba que sus palabras apaciguaran a Winchester, su sombría expresión le decía lo contrario.
—Somos una familia muy unida. Y tenemos una comunidad sólida con altos estándares morales. No alentamos a nuestros quinceañeros a tener sexo.
—Por supuesto que no.
—Sin embargo, les ha dado toda la información que necesitan para escabullirse a espaldas de sus padres. —El ángulo de sus cejas se hizo aún más pronunciado.
—Nuestras escuelas tienen un programa de educación para la salud —dijo Kelly—. Un plan de estudios en línea con los valores de nuestra comunidad.
Tess trató de morderse la lengua, pero no lo logró.
—Entonces, ¿cómo explica la alta tasa de embarazos adolescentes de Tempest? —Era un farol. No tenía ni idea de cuál era el índice de embarazos de la ciudad, pero basándose en todas las estadísticas disponibles sobre la efectividad de los programas de educación en la abstinencia, se hacía una idea.
Kelly se estremeció, pero se recuperó rápidamente.
—Las estadísticas muestran que educar en la abstinencia en secundaria reduce significativamente la actividad sexual.
—Su hija no está en secundaria.
—Las chicas que practican la abstinencia no se exponen a las enfermedades de transmisión sexual. —Kelly cruzó los brazos sobre el pecho en un gesto que parecía más autoprotector que agresivo—. Si ha leído los estudios, señorita Hartsong, sabrá que, además, esas chicas corren menos peligro de establecer relaciones con hombres que abusen de ellas. Y entenderá que esas mismas chicas tienen una mayor autoestima que las que son sexualmente activas demasiado jóvenes. Cuando mi hija practica la abstinencia, sabe que un chico la quiere por quien es, en lugar de usarla para el sexo.
Tess notaba el calor que le subía hasta el cuello.
—Conozco bien los estudios, señora Winchester, pero esos estudios también señalan algunas debilidades. Las adolescentes con programas de abstinencia tienen sexo a la misma edad que otros jóvenes, pero acaban embarazadas en mayor proporción porque son menos propensas a usar anticonceptivos. —Trató de suavizar el tono—. Sé que los padres quieren creer que aconsejar a sus hijos sobre la abstinencia conseguirá que no tengan sexo, pero a los adolescentes nunca se les ha dado bien lo de dejarse los pantalones puestos, y ni todas las charlas del mundo van a conseguir que eso cambie.
—Pero ahí es donde entra en juego la influencia de los padres. No somos los paletos sureños ignorantes que cree que somos. —Winchester se hinchó como si lo hubieran inflado con helio.
—No creo…
—Usted es una forastera. No es parte de esta comunidad, y cree que puede venir aquí y decirnos cómo dirigir nuestras escuelas —la interrumpió Winchester, señalándola con un dedo.
—No quiero dirigir nada, señor Winchester. Las chicas vinieron a mí.
—No lo habrían hecho de no ser por ese expositor que puso en La Chimenea Rota —dijo Kelly—. Se lo dije. Le pedí muy respetuosamente que lo quitara, pero se negó.
—Y ahora descubrimos que ha estado llenando de basura la cabeza de nuestra hija —intervino Winchester.
—Defina «basura» —dijo North, que estaba unos pasos detrás de Tess.
Ella había olvidado que él estaba allí. Se adelantó, con Wren despierta y envuelta en una toalla en sus brazos. A diferencia de Wren, Ian parecía enfadado.
—Sé que lo es cuando la veo —respondió Winchester.
—¿Y ve basura cuando mira a su hija? —replicó North.
La situación ya era bastante difícil sin la intervención de Ian. Winchester dio un amenazador paso adelante.
—No me puedo creer que haya dicho eso.
Tess se interpuso entre ellos. Le habría encantado ver a North darle un buen golpe al pomposo Brad Winchester, pero no con Wren en brazos.
—Señor Winchester, tengo muchísima experiencia en la salud de la mujer y puedo decirle que ordenar a los chicos que no practiquen sexo no es la forma más eficaz de educarlos. Si no quiere que Ava venga aquí, dígaselo. Pero soy enfermera. —«Era» enfermera—. Sería éticamente irresponsable por mi parte negarle a alguien información relevante para su salud, y si esas chicas aparecen en mi puerta con preguntas, las contestaré. —Sonó autoritaria incluso para sus propios oídos, pero ¡qué narices! Tenía razón.
Se fijó en que un músculo de la mandíbula de Ian comenzaba a palpitar.
—Le aconsejo encarecidamente que no se quede atrapado entre esta mujer y su ética. No es muy flexible.
—¿Qué hay de su ética, señor North? Vivir con la mujer que mató a su esposa. —A Winchester no le gustaba que lo desafiaran.
—Creo que es hora de que se vayan —dijo Ian con una fría dignidad.
Puede que Ian no estuviera nervioso, pero Tess sí.
—Brad…
La señora Winchester tomó el brazo de su marido, pero él se sacudió.
—La madre de ese bebé no lleva ni un mes muerta y ustedes ya están viviendo juntos. Tal vez el sheriff tendría que investigar un poco más de cerca lo que ha pasado aquí.
Tess contuvo el aliento, pero Ian no se acobardó.
—Haga lo que crea conveniente.
—Están avisados. —Agarró a su esposa y la empujó hacia la puerta. Los zapatos de tacón de Kelly se giraron bajo sus pies, y se habría caído si él no la hubiera tenido sujeta tan fuerte del brazo.
El portazo asustó a Wren, que agitó los brazos.
—Bueno —dijo Ian—, ha sido divertido.
Tess esperó su «te lo dije». Pero cuando él no comentó nada, lo hizo ella misma.
—Sé que esto es exactamente lo que me advertiste.
—Olvídalo. Es un imbécil.
—Uno poderoso. Sé que tengo razón, pero eso no significa que deba decirle a alguien cómo criar a sus hijos.
—Por eso es necesario que des un gran paso atrás.
—Los rumores sobre Bianca…, sobre nosotros.
—Un montón de estupideces. ¿Sabes lo que de verdad me preocupa?
—Ni idea.
—El hecho de que tu pequeño diablillo se me haya meado encima. —Le entregó a Wren. Por supuesto, había una mancha húmeda en su camisa.
—Así me gusta, Wren. —Le quitó a la pequeña, envuelta en la toalla.
Ian reprimió una sonrisa. Se dirigió a las escaleras, pero se detuvo a medio camino y la miró de nuevo.
—Anoche estuviste estupenda posando para mí.
Una mezcla de sentimientos se agitó dentro de ella. Buscó un chiste para disiparlos.
—Sí, Da Vinci me dijo lo mismo, aunque él me pagó mejor.
A ella le pareció bastante bueno, pero él no sonrió.
—Tienes una cara interesante.
—Y también lo es el cuerpo que la acompaña. —«Cállate. Si no vas a mejorar el silencio, ¡cierra el pico, coño!».
—Es un buen cuerpo —dijo él con rotundidad.
—Sería mucho mejor si no fuera tan grande.
—Es increíble lo equivocadas que seguís estando las mujeres —dijo Ian mientras desaparecía por las escaleras.
***
Tess necesitaba pensar en su futuro. Alejarse de la escuela. Encontrar una nueva vida. Se concentró en el más simple de sus problemas y llamó al hombre que se suponía que se ocupaba de la caldera.
—Aún no la han enviado, señora —le dijo—. Hay huelga de trabajadores. La avisaré cuando llegue.
Durante los siguientes días, trabajó en el turno de mañana en La Chimenea Rota mientras Heather cuidaba de Wren. A excepción de un grupo de hombres que parecían disfrutar hablando con ella, la atmósfera se había vuelto aún más fría. Solo unos pocos clientes le preguntaron abiertamente sobre la muerte de Bianca, pero intuía a otros hablando a sus espaldas. Uno de los habituales que no la rehuyó fue Artie, el adicto a la nicotina. Entró en el local al final del turno del primer día, llevando una nueva gorra de camionero.
—Maldición, Tess. ¿Cuándo empezaste a trabajar de nuevo?
—Esta mañana. Michelle estará aquí dentro de media hora si quieres cigarrillos. Aunque espero que no los quieras. En serio, Artie, tienes que dejar el tabaco.
—Tal vez. No lo sé. —Se apoyó en el mostrador—. Mi novia y yo hemos roto.
—Lo siento.
—Sí. Ha decidido que no soy lo bastante bueno para ella.
—Entonces supongo que romper no ha sido tan malo.
—Eso es lo que me digo a mí mismo. Aun así… Tía, estaba buena. —Apoyó un codo en el mostrador de cristal, justo encima de los Long Johns—. Oye, ¿te apetece salir esta noche?
—No puedo. No salgo con hombres que fuman.
—A lo mejor lo dejo.
—Déjalo, y entonces hablaremos.
—Joder, Tess. ¿Por qué tienes que ser así?
Savannah le echó a Tess una mirada asesina desde la licuadora; estaba colocando una pila de tazas.
—Debe de ser agradable tener tiempo para ligar con los clientes mientras yo me dejo la piel.
Tess agradeció tener una excusa para terminar la conversación con Artie, así que no puntualizó que Savannah se había pasado la mayor parte de la mañana charlando por el móvil.
***
Tess volvió a la escuela poco antes del mediodía, al mismo tiempo que Ian aparecía por el sendero de la colina. Fue él quien cogió a Wren del asiento del coche sin esperar a que ella lo hiciera. Aunque no interactuaba con Wren de la manera en que lo hacía Tess —arrullándola o poniéndole muecas graciosas—, al parecer ya no la evitaba.
—¿Un día difícil en el curro? —preguntó.
—Courtney Hoover trabaja en uno de los moteles de carretera, pero su verdadera vocación es convertirse en reina de Instagram. Me odia. No estoy segura de por qué. Y la gente que antes era agradable ahora me mira como si fuera una asesina en serie. De eso sí sé el porqué. Por suerte, mis turnos coinciden con el horario escolar y Ava Winchester y compañía no han aparecido, así que nadie me ha hecho preguntas sobre condones de sabores o mamadas.
Ian le dedicó una sonrisa perezosa que le hizo desear no haber mencionado las felaciones, y luego cerró la puerta del coche con la mano libre.
—He hablado con los abuelos de Wren. Estarán aquí dentro de una hora.
—Mierda. —Tess subió corriendo las escaleras.