7

Un generoso par de claraboyas iluminaba el espacioso estudio. Los suelos eran nuevos: una madera dura, clara, fría, en lugar del acabado más oscuro del resto de la casa. No había pinturas de colores brillantes colgadas en la pared ni carteles provocativos de misiles surgiendo de sombreros de fiesta; no había plantillas de más de tres metros esperando ser adheridas a muros ni ningún lienzo cobrando vida con pintura en aerosol. Ian estaba sentado frente a un ordenador de espaldas a la puerta.

—No te he oído llamar.

—Qué raro… —Tess se adentró más en la habitación con el bebé en brazos—. Eres un hombre la mar de misterioso. Siento curiosidad…, ¿tienes alguna otra personalidad, además de esta oscura y misteriosa?

—Tengo muchas personalidades. —Se volvió hacia ella.

—¿Distantes? ¿Amenazadoras?

—Negarme a compartir cada emoción que revolotea por mi cerebro no me convierte en distante.

Él se levantó del escritorio, sin que pareciera que el insulto lo hubiera molestado. Su altura, la mandíbula dura como la de un estibador y sus largos brazos parecían un desperdicio en alguien que no necesitaba levantar nada más pesado que un rodillo de pintura.

—Yo no revoloteo. Y si Wren no es tu hija, ¿quién es el padre? —Ella había captado el insulto implícito.

—No me gusta que me interrumpan cuando estoy trabajando.

—Anda ya, seguro que estabas jugando al solitario. Y si fueras una mujer, te interrumpirían todo el tiempo, sin importar que fueras artista. Niños, maridos, novios, MRW. Eso es lo que nos pasa a las tías. Y Wren es lo primero. Incluso antes que tu trabajo. ¿De quién es?

—Si te dijera que es mía, ¿te irías? —Se metió una mano en el bolsillo de los vaqueros desaliñados.

—¿Te parezco estúpida? —Le lanzó la misma mirada que las adolescentes le habían echado a ella, como diciendo: «¿Eres idiota o qué?».

—¡Me pareces una mosca cojonera!

—¿Podríamos tener una conversación normal?

—No me gustan las conversaciones, normales o no. No puedo trabajar si sigues apareciendo por todas partes.

—Pues vas a tener que aguantarte. Tú me has metido en tus líos, y necesito saber en qué lugar me deja eso a mí.

—Haz tu trabajo —repuso él bruscamente—. Yo me encargaré del resto.

—Prometo no mirarte a los ojos mientras hablas. Sé que eso te pone nervioso. —No pensaba achantarse.

—No me da miedo establecer contacto visual contigo. —Lo demostró. Sus ojos, oscuros como el pecado, se clavaron en los de ella hasta que Tess tuvo la impresión de que él iba a ver todo lo que ella quería mantener oculto: su ira, su culpa por la muerte de Bianca y su vergüenza por no poder seguir adelante tras la pérdida del único hombre que había amado.

—Alguno de nosotros tiene que preocuparse por ella. —Tess apartó la mirada y se concentró en Wren.

—¿Crees que no me importa? —North señaló en dirección a la ventana—. Siéntate ahí. En esa silla.

—¿Por qué? —Tess miró la silla de respaldo recto que él había indicado.

—Porque ahora mismo no tienes nada mejor que hacer.

Sentía curiosidad por saber para qué quería que se sentara. North se arremangó la camisa hasta los codos, dejando a la vista sus antebrazos de largos músculos, preparados para cortar leña. Pero en lugar de agarrar un hacha, cogió un cuaderno de dibujo.

—¿Me vas a dibujar? —Lo miró fijamente.

—No esperes nada halagador.

—Me sorprende que sepas dibujar. Creía que solo sabías manejar rodillos de pintura, plantillas y botes de espray. —Lo provocó a propósito.

—No he dicho que se me dé bien. Mueve las piernas un poco a la izquierda.

—Como me pongas cuernos púrpuras o un bocadillo de diálogo como en un cómic, te meto una denuncia. —Se sintió grande e incómoda, pero hizo lo que él le pidió.

—Lo recordaré.

—¿Me lo darás cuando acabes para poder venderlo en eBay? —Él inclinó la cabeza a un lado, lo que hizo que un mechón de pelo rizado le cayera sobre la frente, pero no respondió—. ¿Cuánto dinero crees que sacaría?

—Gira el torso para ponerte de cara a mí. —Ian movió otra silla, también con el respaldo recto, bajo un tragaluz y se sentó.

—Nunca te había imaginado usando un bloc de notas. Tal vez un soplete, pero… —Ian apoyó un tobillo en la rodilla opuesta, se puso el cuaderno de dibujo sobre el muslo y la observó. Ella se sintió incómoda y clavó los ojos en la pared detrás de su cabeza—. Va en serio lo de eBay. Me vendría bien un coche nuevo. Aunque un yate también molaría. —North comenzó a mover el lápiz sobre el papel. Tess cruzó y descruzó las piernas—. O una casa en la Toscana… A lo mejor con un huerto de olivos… O un viñedo.

Más trazos largos del lápiz. Una pausa.

Él arrancó el papel del cuaderno de dibujo, lo arrugó hasta formar una bola y lo tiró al suelo. Ella lo vio rodar hacia el sofá púrpura.

—Bianca me contó que no estabas trabajando. Que estabas bloqueado.

—¿En serio? —Pasó una página del cuaderno de bocetos y comenzó a dibujar de nuevo.

—Al menos podrías haberme dejado peinarme primero. El gran Ian North quiere dibujarme y mi pelo es un nido de ratas. Vas a ponerme bigote, ¿verdad?

—Descruza las piernas.

No se había dado cuenta de que había vuelto a cruzarlas.

Finalmente, Tess no soportó la tensión por más tiempo y miró a Wren. Se perdió en sus pequeños movimientos, sus tics y sus suspiros. Una vez más, Ian arrugó el papel, y ella vio otra bola caer al suelo. Se volvió a fijar en la carita de rana del bebé. Se concentró en su respiración y la acompasó con la de ella…

Tess se sobresaltó cuando notó los dedos de Ian en el pómulo. No lo había oído moverse. Él le inclinó la barbilla con suavidad. El contacto fue ligero, solo un roce, pero hizo que se removiera algo dentro de ella, como un polluelo que picotea un minúsculo agujero de su caparazón. Nadie había tocado su cara desde hacía mucho tiempo. Desde que...

Notó un nudo en la garganta. El chal se deslizó sobre su pecho y ella lo retiró.

—El padre de Wren es un hombre llamado Simon Denning. Es fotoperiodista. Es corresponsal de guerra y viaja por todo el mundo. —Bajó la mano y se alejó de ella.

—Me alegro. —Tess dejó de sentir la presión en la garganta.

—¿De qué?

—De que no seas su padre.

—Bianca y yo nunca estuvimos juntos. —Empezó a dibujar de nuevo, su atención estaba clavada en el bloc de dibujo.

—Eso resulta difícil de creer. Ella te amaba —dijo.

—Sí. Y también me odiaba.

—Porque no la correspondías.

—Deja de hablar, me estoy concentrando.

—Eras muy protector con ella. Sobreprotector, incluso. Tratabas de mantenerla lejos de mí. ¿Qué temías que le hiciera? —En cuanto pronunció esas palabras, volvió a notar el nudo—. Lo siento, yo…

—Silencio. Estoy tratando de concentrarme en esto —la interrumpió.

O, más bien, le dio una orden.

—No entiendo por qué es tan difícil para ti coger en brazos a Wren. —Giró la cabeza.

—Estar cerca de cosas frágiles no se me da bien. —Tess no esperaba que le respondiera, pero lo hizo, hablando tan quedamente que apenas lo oyó.

La forma en que lo dijo…, con estoicismo, casi le hizo sentir lástima por él. Casi.

—Si no la amabas, ¿por qué estaba contigo?

—Porque solo podía contar conmigo. Ya basta de preguntas. —Lo vio crispar la mano sobre el bloc de dibujo.

—Así que aquí estamos, cuidando de una niña que no es de ninguno de los dos —señaló Tess peinando una cresta en el pelo oscuro de Wren como si fuera un bebé punki.

—Mi abogado está intentando encontrar a Denning. Espero que nos diga algo dentro en un par de días. —Pasó a una nueva página.

Wren bostezó. Tess le rozó la punta del lóbulo de la oreja, que sobresalía por debajo de su gorro.

—Me está dando un calambre.

—El arte con mayúsculas requiere sacrificios —gruñó él.

—Esto no es una obra de arte. Es un boceto de una persona normal, con bigote, y que tiene que cambiarle el pañal a Wren. —Lo hizo reír. Por primera vez. Así que suspiró y se puso de pie—. Vamos, Wren. Al baño de señoras.

—No he terminado.

—Yo sí.

—¿Te haces una idea de la cantidad de mujeres que matarían por que yo las dibujara?

—¿Trillones?

—Tal vez no tantas. Pero media docena seguro.

Tess se rio y luego se dio cuenta de que no le gustaba ver el lado más agradable de Ian North. Lo hacía parecer más humano de lo que ella quería que fuera.

Cuando empezó a cerrar la puerta tras ella, oyó el sonido del papel rasgándose en dos…, cuatro…, ocho pedazos.

***

En el viaje de vuelta a casa desde Knoxville al día siguiente, después de la primera revisión de Wren, Tess recordó el momento en que él le había tocado la cara. La sensación que había tenido… Se había sentido muy consciente de su propio cuerpo, un sorprendente recordatorio de que todavía era un ser sexual. Algo extraordinario, teniendo en cuenta lo cansada que estaba por la falta de sueño. No era que se sintiera exactamente fuerte, pero… sí algo más. Ya no era un animal herido. Era como si hubiera surgido una versión nueva de su viejo yo, pero un poco más cínica.

Le gustaba medir su ingenio con Ian. Quería enfrentarse a él de nuevo y acosarlo para conseguir las respuestas a las preguntas que parecía decidido a esquivar. ¿Qué control tenía Bianca sobre él? ¿O era Ian quien tenía control sobre Bianca? ¿Y por qué había intentado aislarla?

Durante los días siguientes, apenas vio a su compañero de casa. El coche desaparecía y reaparecía. Oía sus pasos firmes en el estudio donde quizá trabajaba o quizá no. Lo oía detrás de las puertas cerradas de la habitación casi vacía de Bianca cuando se levantaba por la noche para darle el biberón a Wren. Sabía que comía porque se encontraba algún que otro plato sucio en el fregadero o un corazón de manzana en la basura, pero no lo veía comer. Ian desaparecía en el bosque durante horas, y Tess sospechaba que incluso había pasado alguna noche al raso.

Los Eldridge no habían vuelto a traer a Eli, como ella les había sugerido, y eso la inquietaba. ¿Y si la herida se había infectado? Miró por la ventana trasera y vio a Ian limpiando la maleza de detrás de la escuela. Atacaba las ramas más grandes con un hacha y las apilaba para leña.

Cogió a Wren en brazos y se aventuró a salir por la puerta de atrás. El día estaba nublado y el olor de la nieve flotaba en el aire, pero North se había quitado la chaqueta y arremangado la camisa de franela. Una pálida cicatriz blanca formaba una media luna sobre su muñeca.

—¿Dónde ha aprendido un chico de ciudad como tú a cortar leña? —preguntó.

—Puede que haya pasado mucho tiempo en colegios para jóvenes rebeldes. Unos lugares estupendos para adquirir ciertas habilidades. —Se limpió la frente sudorosa con la manga de la camisa.

—¿De sobrevivir en la selva?

—Junto con la de hacer puentes en los coches y fabricar una navaja con un cepillo de dientes. La mayoría de la gente no lo sabe, pero hay una manera correcta y otra incorrecta de asaltar a un ciudadano inocente.

—Tu sabiduría me deja helada.

—Me alegro de que te des cuenta.

—Aunque tú nunca hayas asaltado a nadie.

—Pero podría haberlo hecho si hubiera querido. —Miró hacia el grupo de árboles que bordeaban el barranco que había detrás de la casa—. Estoy pensando en construir una casa en ese roble de allí. Una especie de estudio al aire libre.

No sabía mucho de artistas, pero sí sabía algo de psicología humana. Construir un estudio en una casa en un árbol quizá fuera productivo o quizá fuera, simplemente, otra forma de procrastinación, una forma de creer que estaba trabajando sin hacerlo en realidad.

—Estoy preocupada por Eli —dijo—. Se suponía que los Eldridge iban a volver a traerlo. ¿Lo has visto?

—No. Pero si quieres subo a ver cómo está.

—Me sentiría mejor si lo viera yo misma, pero no sé si el Honda estaría a la altura. ¿Me prestas tu Land Cruiser?

—Iré yo. Paul suele saludar a los visitantes con un rifle.

—¿Por qué?

—Los Eldridge son lo que se conoce como «preparacionistas». Quieren ser autosuficientes, así que están preparados para cualquier desastre: pandemias, ataques nucleares, colapsos económicos, la Tercera Guerra Mundial, un ataque de meteoritos, lo que sea. Para ser justos, hay que decir que lo que hacen tiene cierto sentido: tienen comida de sobra, pilas, agua. Y, además, cuidan la tierra. Pero en muchos casos son solo unos propagandistas de paranoias. Dime cómo se podría haber complicado la herida y me fijaré.

—No. Tengo que verlo yo. No te morirás si cuidas a Wren durante una hora.

—Eso no lo sabes con seguridad.

—Vale, pues iremos juntos —suspiró.

Aunque no estuviera muy de acuerdo con la solución, estaba claro que North sabía reconocer cuándo había perdido.

***

El interior del antiguo Land Cruiser de Ian, con sus asientos de cuero descolorido, los botones de la radio inexistentes y el salpicadero abombado, no estaba tan deteriorado como el exterior, y eso era lo mejor que podía decir de él.

—¿Alguna vez has pensado en usar algunos de tus millones para reparar este pobre coche? —Se instaló en el asiento trasero con Wren, con una mano aferrada al reposabrazos.

—No sería lo mismo.

—De eso se trata.

A Wren, sin embargo, no le importaban los sobresaltos del camino. Se había quedado dormida.

La granja Eldridge tenía un acceso tan difícil como le había explicado Ian. Y salvo por los paneles solares del techo y la furgoneta Dodge Ram antediluviana, habría pasado por una granja de principios del siglo xx. Cuando Ian se detuvo al otro lado de la valla, un par de perros castaños se pusieron a ladrar con furia y se abalanzaron sobre ellos.

Rebecca apareció desarmada en la puerta principal. No así Paul Eldridge, que salió del desgastado granero con el rifle de asalto del que Ian le había advertido. Eli corría tras él, ya no cojeaba.

—Quédate aquí —le ordenó Ian mientras salía del coche para ir a su encuentro.

Rebecca se acercó a la valla muy despacio, como si cada paso supusiera un esfuerzo. Ignorando la orden de Ian, Tess salió del coche. Llegó a la puerta al mismo tiempo que Rebecca.

—Siento que hayáis tenido que venir hasta aquí. —La tez apagada de Rebecca, el pelo sucio y las uñas mordidas daban fe de lo dura que era su vida—. La pierna de Eli está sanando bien. Debería habértelo hecho saber. ¿Te gustaría entrar? Estaría bien tener a una mujer en casa para variar.

Tess sacó a Wren del asiento del coche y siguió a Rebecca al interior.

A diferencia del exterior, que estaba sin pintar, dentro de la casa las paredes eran de un suave tono verde y se apreciaban algunos toques femeninos: un cojín hecho a mano con chintz de colores brillantes y una serie de farolillos de papel de seda sobre la mesa de comedor familiar. Una mesa más pequeña con libros de texto y bolígrafos marcaba el sitio donde estudiaba Eli. Sus obras de arte colgaban a un lado, montadas en simples marcos decorados con ramitas pintadas y guijarros.

—¿Qué tiempo tiene? —Rebecca lanzó una mirada de anhelo hacia Wren.

—Casi dos semanas. Es prematura, pero está bien. —De golpe y con un gemido casi inaudible, Rebecca se dio la vuelta—. ¿Estás bien? —Una pregunta estúpida, era obvio que no.

—Tengo que dejar de llorar. Molesta a Paul y a Eli. —Lentamente, se giró; las lágrimas corrían por sus mejillas. La forma de sus ojos, caídos en los extremos, la hacía parecer aún más vulnerable—. Hace dos meses sufrí un aborto espontáneo.

—Lo siento mucho. —Tess le puso la mano en el brazo.

—Estaba de casi cuatro meses. —Miró a Wren—. Lo superaré.

—El duelo requiere su tiempo. —Las mismas palabras que Tess se había dicho a sí misma tantas veces.

—Hace años que quiero tener otro hijo. —Rebecca trató de recomponerse, pero no pudo apartar sus ojos de Wren—. Eres muy afortunada de tenerla.

—No es mía. Solo soy su cuidadora temporal.

—¿A qué te refieres? —Rebecca hizo un gesto hacia la mesa de la cocina y, después de que se sentaran, Tess le ofreció un resumen muy aburrido de lo que había pasado. Rebecca hizo lo que pudo para ser objetiva y no emocionarse, pero cuando terminó el relato, había empezado a llorar de nuevo—. Me da mucha vergüenza seguir desmoronándome así.

—Yo me he desmoronado más de un par de veces.

—¿Qué le va a pasar a este precioso bebé?

—Se ocuparán de ella —dijo Tess con más firmeza de lo que pensaba.

—¿Quieres un poco de té? Cultivo mis propias plantas. —Rebecca dejó de mirar a Wren y se levantó de la mesa.

Tess no era una gran fan de las infusiones, pero aceptó.

Eli entró mientras su madre preparaba el té. Tess examinó su herida y vio que se estaba curando bien.

—Papá le está mostrando a Ian la turbina de viento. —Se apresuró a salir para unirse a los hombres.

—Es el proyecto más reciente de Paul —comentó Rebecca cuando la puerta se cerró detrás de su hijo. Puso un par de tazas a juego sobre la mesa y se instaló enfrente. Detrás de ella, botellas de varios tamaños y colores captaban la luz en el alféizar de la cocina—. No estamos locos, ¿sabes? Solo queremos estar preparados.

—¿Preparados para qué? —La infusión olía a lavanda, escaramujo y limoncillo, todas las fragancias que Tess adoraba, pero que no necesariamente querría beber. Le dio un sorbo de todos modos. Para su sorpresa, le resultó deliciosa. Tal vez debería dejar de prejuzgar lo que no conocía.

—Cuando Eli nació, en lo único en lo que pensaba era en lo precaria que es nuestra existencia en este planeta. No solo por la basura y los residuos, o por el plástico de nuestros océanos, sino por esos chalados con bombas nucleares, gérmenes que ni siquiera sabemos identificar, ciberataques que provocan la caída de la red eléctrica del país… Decidimos que teníamos que cuidarnos por nuestros propios medios. —Rebecca miró a Wren.

Tess creía que para que mejorara la evidente ansiedad de Rebecca sería más útil la medicación que ese estilo de vida tan duro, pero eso lo pensaba la parte crítica de su cerebro, así que no dijo nada.

***

—¿Qué piensas de ellos? —le preguntó a Ian de regreso.

—Eli es un gran chico, y eso dice mucho de sus padres. Pero a Paul le gustan demasiado las conspiraciones del gobierno para mi gusto. No sé cómo alguien con cerebro puede pensar que nuestro gobierno es capaz de esconder alienígenas o fingir falsos alunizajes, y mucho menos estar planeando confiscar todas las armas. A su favor diré que tiene unas habilidades asombrosas.

Llegaron a la escuela antes de lo que le hubiera gustado. El confinamiento la estaba volviendo loca. A pesar del sueldo pésimo y sus odiosos compañeros de trabajo, echaba de menos La Chimenea Rota. Tampoco le hacía ninguna gracia dejar a Phish en la estacada, aunque este le había dicho que se tomara el tiempo que necesitara.

Ian había vuelto a limpiar la maleza de la parte de atrás. Ella deseaba acurrucarse en la cama y dormir una siesta, pero Wren no. Así que la hacía rebotar en el canguro, mientras investigaba las estanterías. Ni siquiera la novela más trepidante conseguiría engancharla, pero descubrió un espléndido volumen dedicado a los artistas callejeros internacionales, otro sobre el trabajo de Banksy, un artista callejero británico, y un tercero titulado IHN4: La historia de un rebelde. Debajo del título se leía lo siguiente: «Cómo el hijo de una de las familias más ricas de EE. UU. le dio la espalda a su herencia y elevó el arte callejero de las alcantarillas a las galerías».

Wren lloró cuando Tess intentó sentarse, por lo que apoyó el libro en el mostrador de la cocina y se puso a leer.

«North pasó su adolescencia como un artista de grafiti convencional, vandalizando trenes y metros. Pero a medida que maduraba él, también lo hacía su visión. Sus primeros gráficos inspirados en videojuegos dieron paso a trabajos más detallados y con conciencia social, algunos de ellos, incluso, caprichosos, como convertir la reja de hierro de un supermercado en una jaula de zoológico pegando a su alrededor una manada de ñus escapándose, o transformar los ladrillos irregulares de un muro de la ciudad en los dientes delanteros que faltaban en la boca de un niño.

»Recientemente, se ha sentido desilusionado al comprobar que los especuladores del arte compran las paredes en que ha realizado su trabajo, las retiran de los edificios previo pago a los propietarios y luego venden las obras por precios desorbitados; todo sin su permiso».

Leyó sobre la familia de Ian, su padre hostil y emprendedor que murió en un accidente de avioneta; y su madre, una hermosa mujer bien que había seguido un patrón de autodestrucción. No se mencionaba nada sobre su muerte, así que en el momento de la publicación debía de estar viva.

«El arte callejero —decía Ian— ha robado el arte del elitista mundo de los museos y lo ha expuesto a la gente común».

Tess seguía pensando en lo que había leído mientras le daba un baño rápido a Wren en el lavabo del baño de arriba. Cuando Ian asomó la cabeza, se fijó en que, a diferencia de ella, él no tenía la tez grisácea y no había ojeras bajo sus ojos. Le entraron ganas de arrancarle la cabeza.

—¿Qué quieres? —gruñó.

—Tienes compañía.

—¿Compañía?

—Va a ser que sí… —Las palabras rezumaban sarcasmo.

Tess envolvió a Wren con un arrullo, le dio un codazo a North y bajó las escaleras.

Había ocho adolescentes en la puerta principal. Ava, Imani y Jordan, además de cinco de sus amigas curiosas.

***

Noventa minutos después, cuando las chicas finalmente se fueron, Ian irrumpió en el piso de abajo; estaba como si una granada hubiera detonado demasiado cerca de su cabeza.

—¡Te han preguntado por el sexo anal!

—Los niños de hoy en día… —Tess se movió, incómoda.

—¡Y tú les has respondido!

—Te lo habrías ahorrado si no hubieras puesto la oreja.

—¿Tienes idea de lo lejos que llegan los chismes de las adolescentes? —Miró al otro lado de la habitación hacia un par de viejos armarios de madera—. Mira, Tess, sé que intentas hacer algo bueno, pero esto tiene las palabras «mala idea» escritas por todas partes.

—¿Qué sugieres? —No estaba lo que se dice en desacuerdo. Wren le acarició el pecho.

—Te sugiero que les digas que se queden en casa y hablen con sus padres. —Abrió las dos puertas de los armarios y sacó una botella de whisky del fondo.

—¿Acaso crees que no lo he intentado ya? Pero la mayoría de esas chicas tienen padres que por lo visto viven en una realidad paralela. En cuanto a las clases de salud... El plan de estudios solo contempla la abstinencia. Es ilegal que las escuelas públicas o los profesores ofrezcan cualquier otra cosa.

—Ese no es tu problema. —Se quitó la gorra y vertió un poco de whisky en un vaso de fondo doble.

—Lo sé. Tienes razón. —Se hundió en los cojines del sofá con un suspiro.

—Pues claro que tengo razón. Pero… Un momento. ¿Has dicho que tengo razón? Dame un segundo para que me recupere. —Tomó un trago de whisky y la miró—. Adelante. Di lo que sea que no quieras decir.

Le leía el pensamiento con demasiada facilidad. Tess jugueteaba con el último botón de la camisa de franela que le había prestado.

—He visto que la ignorancia sexual puede destruir la vida de los niños. Para mí, darles información es… —Se alejó, sintiéndose demasiado expuesta.

—Es un acto de conciencia. —Ian lo dijo sin rodeos, pero no sonó brusco. ¿Cómo podía alguien tan egocéntrico haber descubierto eso sobre ella? North dejó su vaso y cogió una botella de vino de la alacena—. Esto es lo mismo que negarte a vender cigarrillos en La Chimenea Rota, ¿no? —Con un giro del sacacorchos, abrió la botella.

—¿Cómo sabes eso?

—Ni siquiera un ermitaño como yo es capaz de escapar de ese pedazo de cotilleo.

Llenó una copa de vino y se la ofreció. Eran casi las cinco, ¿por qué no?

—Quiero que las chicas se respeten a sí mismas —dijo—. No quiero que tengan sexo porque crean que es la única manera de conservar un novio. Tampoco quiero que las chicas presionen a los chicos para tener sexo antes de que estén listos. —Dio un largo sorbo—. Dios, este vino es bueno.

—Disfrútalo. —Tomó otro trago de whisky—. Y tienes que dejar de entrometerte.

—Lo sé. —Dejó la copa a un lado. El canguro le hacía daño en el hombro y, mientras él se acercaba a la ventana, se deshizo el cabestrillo y saco a Wren de debajo de la camisa de franela. Envolvió al bebé, desnudo excepto por el pañal, en la manta de nacimiento que había colocado sobre el brazo del sofá—. ¿Qué haces cuando vas al bosque?

—Caminar. ¿Qué pensabas? —respondió él de forma evasiva.

—¿Piensas en Bianca? —Puso al bebé envuelto en la manta en un cojín, a su lado. Mientras estiraba los rígidos hombros, las puntas de sus pechos rozaron la suave franela. A pesar de que Ian le daba la espalda, sin sujetador se sentía desarmada, y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Por supuesto.

—Yo también pienso en ella. En cómo confió en mí. —Había revivido en incontables ocasiones los momentos en que Bianca había empezado a tener la hemorragia, buscando algo que se le hubiera pasado por alto, incapaz de aceptar su propia impotencia, pero no había encontrado nada. Reprimió el impulso de acabarse el vino de un trago—. ¿Por qué me hizo creer que estabais casados?

—Bianca tendía a deformar la realidad.

—Pensé que la estabas asfixiando.

Él se giró desde la ventana con una risa áspera y desganada.

—Si te refieres a que me viste tratando de controlarle la vida al máximo, tienes razón. —Apretó el vaso, y su voz sonó amarga—. Y mira lo bien que nos ha ido.

—Intentabas mantenerla a salvo. —Pasó el pulgar por el borde de la copa de vino.

—Y al final ha acabado muriendo.

—¡Ay, no hagas eso! —Se levantó del sofá—. No eras tú el encargado de atenderla y de mantenerla a salvo. Solo uno de nosotros tiene esa carga sobre los hombros.

—Para. Los doctores con los que hablé fueron claros sobre la razón de su muerte. —La apuntó con el vaso.

—Es solo una hipótesis. Nadie lo sabrá con seguridad hasta que tengamos los resultados de la autopsia. E incluso entonces…

—No te hagas esto a ti misma —dijo él bruscamente—. Es culpa mía. Nunca debí haberla dejado venir aquí.

—Eso fue decisión de ella, creo. Podría haberse marchado en cualquier momento.

—Estaba embarazada. Las mujeres embarazadas no siempre piensan con claridad.

—¿Lo sabes por tu enorme experiencia con mujeres embarazadas?

Él se encogió de hombros.

—Todavía no entiendo por qué intentabas mantenerme alejada de ella. —Se inclinó sobre el brazo del sofá y miró a Wren para asegurarse de que no había decidido dejar de respirar.

—¿Has leído El gran Gatsby?

—Pues claro.

—Bianca era como Daisy Buchanan. Una persona descuidada. Impulsiva. —Ian metió el pulgar en el bolsillo de los vaqueros—. Se aferraba a alguien y creaba una relación intensa, exactamente del tipo que pretendía formar contigo. Luego, acababa rompiéndola por algún desaire imaginario. Después caía en una depresión.

—Intentabas evitar que le pasara eso. —Volvió a mirar a Wren—. Bianca me dijo que su embarazo no te hacía feliz.

—Actuó de manera impulsiva y luego perdió el interés.

—¿Alguna vez rompió contigo? —Buena parte de lo que ella creía sobre Ian North estaba resultando falso.

—Un montón de veces, pero no duraba mucho tiempo.

—¿Por qué?

—Es una larga y aburrida historia. Te la ahorraré. —Se dirigió hacia el piano.

—¿En serio? A Wren y a mí nos apasionan esas historias. Cuéntamela.