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Hemos llegado a la playa. Botón camina por la arena y se acerca al mar, con poca confianza. Ve venir esa lámina de agua que deja la última ola, y corre hacia atrás para no mojarse. No está muy seguro de querer un baño; pero si Ángela se mete, él también. Va a buscar lo que ella le tire: su pelotita o algún palo. Con el pelo empapado, queda más delgadito, como resumido, un poco hocicudo.

“¿Quién dijo acaso que la mar suspira,

labio de amor hacia las playas, triste?

Dejad que envuelta por la luz campee.

¡Gloria, gloria en la altura, y en la mar, el oro!

¡Ah soberana luz que envuelve, canta

la inmarcesible edad del mar gozante!

Allá, reverberando,

sin tiempo, el mar existe.

¡Un corazón de dios sin muerte, late!”

Es un poema de Vicente Aleixandre, de su libro “Sombra del Paraíso”.

Botón no conoce el poema, pero le gusta el mar. No se separa de su dueña. Parece el corderito del verso, siempre en pos de Mary, las frases primeras que grabó Édison en el fonógrafo que acababa de inventar. (Sobre un cilindro recubierto con una capa de cera, fue grabando la voz. Giraba el cilindro y recitaba, acercándose a la membrana que movía la aguja: “...Y dondequiera que iba Mary, el corderito iba en pos”. Después lo giró sin hablar, y su voz se oyó claramente).

Antes de volver al hotel, cepillamos a Botón ya seco, porque tiene mucha arena pegada. Nos mira contento y mueve el rabo.

—¿Vamos a casa?

Nos oye decir la palabra casa, y sabe que significa regresar, volver a su rincón, con sus cosas, a sus costumbres. Es un perrito persona.

Ya en la habitación, su ducha con champú y agua templada. Disfruta y se está muy quieto, todo lleno de espuma. Un aclarado, una toalla grande y secador de pelo hasta dejarle muy esponjoso y suave. Hay que evitar que gire el cuerpo a toda velocidad para centrifugarse, cuando sale del agua, porque lo moja todo con las salpicaduras.