Vivo solo, rodeado de libros y silencio. Quiero que Botón aprenda a leer, pero él prefiere tumbarse a mi lado o encima de mí, mientras leo o escribo. No comprende bien en qué consiste leer; me ve sentado, quieto, con un libro en las manos, me mira y mira al libro, alternativamente, y piensa:
—¿Qué estará haciendo, sin moverse, tanto rato sosteniendo ese objeto?
No progresa en el aprendizaje de la lectura. Le pongo el libro delante, le señalo lo que pone, y lo deletreo, pero se distrae y mira hacia otro lado. Sería el perrito más culto del mundo, si supiese leer. Le dejaría elegir un libro de los estantes bajos, y llevarlo en la boca hasta su toalla. Allí lo leería despacio, y lo comentaríamos a la hora de comer. Leo en alto lo que creo que puede interesarle.
—Mira cómo compara el sol con un perro, Juan Ramón Jiménez, en su poema “Convalecencia”:
“Sólo tú me acompañas, sol amigo.
Como un perro de luz, lames mi lecho blanco;
y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro,
caída de cansancio.
¡Qué de cosas que fueron
se van... más lejos todavía!
Callo
y sonrío, igual que un niño,
dejándome lamer de ti, sol manso.
...De pronto, sol, te yergues,
fiel guardián de mi fracaso,
y, en una algarabía ardiente y loca,
ladras a los fantasmas vanos
que, mudas sombras, me amenazan
desde el desierto del ocaso”.