A Botón le inquieta que saque la aspiradora. Ese silbido tan agudo y tan fuerte que produce el motor, y el calor que despide, consiguen ponerle nervioso. Ladra al accesorio de limpiar el suelo, mientras yo lo muevo adelante y atrás, y salta para intentar morderlo. Sólo se tranquiliza cuando la desenchufo. No es buen ayudante en la limpieza de la casa. Por el tubo de la aspiradora, oigo subir bolitas de su pienso que él ha extraviado, porque, cuando come, las saca de su recipiente y las lleva lejos, antes de masticarlas; siempre encuentro varias. Es un poco olvidadizo.
Por ello, es fácil que pierda en la calle el juguete que se ha empeñado en sacar cogido con la boca. Hay que estar atento a que no lo suelte, y mirar si lo lleva todavía, para que no vuelva sin él. Dirá, con una mirada culpable:
—He perdido la pelotita, pero no sé dónde. Me distraje con algo. Soy un perdilón.
Aunque los humanos también somos distraídos. Un vecino cuenta que sacó a pasear a su perro, y en la calle vio que sólo había bajado la correa. Lo decía entre grandes risas, a las que había que sumarse con moderación, para no dejarle por tonto.