Cuando Botón se levanta sobre sus patas traseras, para ver o coger algo, es capaz de mantenerse así mucho rato en equilibrio, pendiente de lo que quiere ver, deseoso de lo que va a coger, y entonces le digo que parece un perrito de circo.
Tal vez los bisabuelos de Botón trabajasen en un circo para ganarse la comida, a cambio de sus piruetas y bailes. Quizá eran los perritos que yo veía actuar de pequeño, cuando me llevaban mis padres. Esos caniches tan graciosos y esos terrier tan simpáticos, de acá para allá por la pista, con trajecitos de sevillana y sombreretes, moviéndose de pie al son de la orquesta, en grupo bastante numeroso, pendientes de su joven domadora con lentejuelas, dueña de una varita para dirigir la actuación.
Qué mayor será ahora aquella domadora, si vive; ya no tendrá su corte de perritos contentos y ágiles, desaparecidos hace tantos años.
Recuerdo mi primera vez en el circo, junto a mis padres, cerca de la pista, viendo trotar a los caballos a muy poca distancia, en círculo constante, relinchando hasta salpicar de saliva mi cara atemorizada.
—Papá, ese caballo me escupió.
Puedo verlos y oírlos ahora perfectamente, como si no hubiese pasado bastante más de medio siglo. Estoy sentado en mi localidad, y van a actuar los perritos en un partido de fútbol. Hay dos porterías pequeñas, y ellos llevan uniformes de futbolistas, de dos equipos, y juegan con unos globos que van cayendo desde el techo; saltan y empujan los globos con el hocico, hacia la portería, se disputan el hacerlo, avanzan, chocan, y el globo explota pronto al darle con una uña o un colmillo. Gruñen y ladran, y el jefe de pista hace de locutor del partido, va radiando por el micrófono las incidencias. Necesitan muchos globos en cada actuación, pero consiguen meter goles.
La domadora anima a cada uno por su nombre, y mantiene su palito en alto, poniendo un poco de orden en aquel desbarajuste. Los porteros permanecen sujetos a su portería e impiden la entrada del globo. Todos saben su cometido, y están alegres, se divierten; los niños también, y aplaudimos. Al acabar, los bisabuelos de Botón salen de la pista, fatigados y alborotados, salen también de mi memoria para mucho tiempo, hasta que han vuelto hoy a su partido, cuando he visto a Botón hacer equilibrios de pie, esperando su pelotita.