Hay un perro que baila sobre sus patas traseras, al son de una música tocada, por su dueño ciego, en una zanfona. El perro está pendiente de las castañuelas de un niño, que será el lazarillo del músico. Esta escena constituye un cuadro de Ramón Bayéu (1746-1793), del Museo del Prado, en Madrid. En el campo, el ciego está sentado sobre una piedra que cubre totalmente con su capa amplia, lleva una bolsa bajo el brazo (“él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo, que por la boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y su llave”), el bastón y la zanfona que está apoyada en sus muslos. Con su mano derecha hace girar la rueda de madera, impregnada en resina, que frota las cuerdas. Se llamó también viella de rueda, y procede del medieval organistrum (hay un organistrum, entre otros instrumentos, representado en la portada de la catedral de Santiago de Compostela, tallada por el Maestro Mateo). La rueda hace de arco continuo, y al girarla suenan las cuerdas, algunas de manera constante, como bordones, y otras pueden pulsarse, acortándolas o alargándolas con un pequeño teclado en la mano izquierda. Las cuerdas se afinan mediante clavijas, y la forma de la caja del instrumento recuerda la de una viola. Es un sonido mantenido y nasal que se repite en la “musette” francesa del Barroco.
La sagacidad de los perros para guiar a las personas ciegas viene de antiguo. Hoy son los perros labradores los mejor adiestrados para ello, y es frecuente ver andar a un ciego agarrado a la horquilla rígida, unida al collar del labrador, que sabe el camino y se para cuando es necesario. Son llamados perros lazarillos, en recuerdo de Lazarillo de Tormes, acompañante de su amo ciego, su primer amo, quien “siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir”:
—“Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”.
Y más adelante:
—“Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos te mostraré”.
Este relato de su vida lo hace en primera persona Lázaro de Tormes, en una obra del siglo XVI (“Vida de Lazarillo de Tormes y de sus venturas y adversidades”), considerada siempre anónima, hasta que recientemente la investigadora Rosa Navarro Durán ha asegurado su autoría a Alfonso de Valdés, secretario del Emperador Carlos V, quien, por motivos religiosos, no se atrevió en su día a firmarla.
Además del trabajo de lazarillo, los perros nos ayudan en muchas otras cosas utilizando su intuición y su olfato: buscan personas debajo de los restos de un edificio derrumbado, cuidan las casas y los rebaños, participan en las cacerías para cobrar las piezas o para cazar ellos mismos, consuelan con su cariño a las personas solas, enfermas o mayores, colaboran con la policía en muchas tareas, animan la vida de las familias, siempre alegres y bien dispuestos, a cambio de bien poco.
Nos lo cuenta un romance:
“A cazar va el caballero,
a cazar como solía,
los perros lleva cansados,
el halcón perdido había”.
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