La estancia de Don Carlos de Alvarez, en Entre Ríos. A la derecha, un edificio señorial, pero chato y viejo, a pesar de tener altos o «altillos». A la izquierda, una especie de pabellón con alero y varias puertas, destinado a los huéspedes. Al medio, árboles grandes; al fondo, el campo. Alguna hamaca, sillas de fierro, bancos de la época, etc. Al abrirse la cortina, Don Emilio, el peón, está ocupado en «sobar» un lazo.
don emilio
(Después de apercibir a don Martín, el capataz, que viene del fondo).
—Buenos días capataz...
martin
—Buenos días, don Emilio.
—¿Acabaste con el lazo?
don emilio
—Ya mesmito viácabar...
¿Hay noticias de la guerra?
martin
—Patrón esperando un chasque
que de fijo pronto llega.
!Vamos, apura que es tarde!
don emilio
(Sin interrumpir su trabajo).
—¿Será cierto, capataz,
que en el último entrevero
han vencido los de adentro?
Ayer dijo don Froilán...
martin
—Estoy por creer que es así...
¡Dónde las toman las dan
y van a jugar poquito
con ese López Jordán
sí, sí!
don emilio
—Es una lanza terrible...
¡Qué guerra, válgame Dios!
Y no se le ve el final...
(Confidencial).
—¿Usted no cree que el patrón
anda con ganas también?
martin
—¡Ya lo creo que ha de andar!
Pero no se ha de meter
porque está «casáo... ¿sabés?»
y cuando se está «casáo»
ya no se agarra la lanza...
¡Si hubiese sido esta guerra
cuando él estaba soltero
...viéndolo estoy campo afuera
y conmigo de ayudante...
Bueno, dáme, que quedó
esperando por su lazo...
don emilio
(Entregándole el lazo «sobado»).
—Aquí tiene, capataz...
martin
(Tomando el lazo y alejándose por el fondo, se vuelve después de vacilar).
—Ché, viejito... ¿vos no has visto
a la mucama por ái?
don emilio
—¿A cuál de ellas, don Martín?
martin
—¡No te «hagás» el zonzo «vos»!
¡Cuál ha de ser! ¡La Mariana!
don emilio
—Creo que anda por allá...
(Señalando la casa de los patrones. Martín se aproxima a ella y mira hacia adentro, buscando. Socarronamente lo interrumpe don Emilio, tras unos instantes).
¡Capataz, acuérdese
que el patrón espera el lazo!
martin
—Tenés razón, ché viejito...
Hasta luego...
(Vase).
don emilio
—Con Dios vaya.
(Mientras don Emilio levanta del suelo, muy perezosamente, la grasa de que se valía para engrasar, canta entre dientes, paro de manera que se le oiga, un estilo criollo de la época).
No hay bagual que se haga el bravo
si liga un «pial» de «volcao»
ni varón que no sea pavo
cuando el amor lo ha «picao»...
(En momentos en que se aleja hacia el fondo, sale Ernesto del pabellón de la izquierda).
ernesto
(A don Emilio).
—¿Mi hermana sigue durmiendo?
don emilio
—Hace un momento, señor,
que se asomó a la ventana...
(Váse)
ernesto
(Alzando la voz hacia la ventana, un poco alta, que señaló don Emilio).
—¡Hola! Buen día, Leonor...
leonor
(Que asoma, peinándose).
—Buenos días... ¿Qué tal, ché?
ernesto
—Necesito hablar contigo...
leonor
—Un momentito; ya voy.
¿Se puede saber de qué?
ernesto
—Ven abajo y lo sabrás.
leonor
—Voy bajando.
(Aparece).
ernesto
—¿Tu marido?
leonor
—Hace rato que salió.
¡A la orden!
(Observándolo)
¡Qué grave estás!
¿Es que alguno de la casa
ha amanecido indispuesto?
Vamos a ver... ¿qué es lo que hay?
¡Pero qué cara, qué gesto!
ernesto
—Siéntate y oye, Leonor:
tenemos que hablar en serio.
leonor
(Entre alarmada y burlona).
—Ya me llena de pavor
ese tono de misterio...
ernesto
—Lo que tengo que decirte
es para mí muy penoso,
es amargo, es enojoso;
pero quiero prevenirte
que sólo tu bien me mueve.
leonor
—No te comprendo...
ernesto
—¡Paciencia!
Tengo hace tiempo la creencia
de que algo oscuro conmueve
tu alma de mujer, Leonor...
Te noto distinta, extraña,
y o mi cálculo me engaña
o ya no es tanto el amor
que sientes por tu marido...
leonor
—¿El te ha hecho su confidente?
ernesto
—No me interrumpas. Prudente
juzgo recordar que he sido
hasta que a Carlos te uniste,
para tí más que un hermano...
Huérfanos desde temprano,
en mi cariño tuviste
siempre un padre, ¿no es verdad?
Fuiste de ese hombre la esposa
y era para mí una cosa
propia tu felicidad...
Tres años han transcurrido:
y aquí, en la estancia de Carlos,
donde esperaba encontrarlos
llenos de paz en su nido,
si bien hallo a él cuadrado
como siempre y generoso,
leal, sin vueltas, laborioso,
adivino por tu lado
...¡me da el decirlo rubor!...
leonor
(Interrumpiendo).
—¿Qué adivinas? ¿Qué torpeza
se te ha puesto en la cabeza?
ernesto
—¡Qué Manuel te hace el amor!
leonor
—¡Estás delirando, Ernesto!
ernesto
—¡En la verdad estoy puesto!
Te corteja ese señor...
¡Aprovecha el hospedaje
que se le brinda sin tasa,
para intentar un ultraje
al amo y señor de casa!
Lo sé, lo veo, lo siento...
(Pausa).
Yo soy de la escuela antigua
y no es confusa ni ambigua
la doctrina que sustento:
cuando a una mujer casada
requiere un galán de amores,
(Leonor llora).
—has de escucharme aunque llores—
es porque ella no hizo nada
para desviar el agravio;
y cuando el galán ha sido
un amigo del marido,
entonces... ¡se quema el labio
al proferir la sentencia:
son dos crímenes unidos,
dos escarnios maldecidos,
dos ladrones sin conciencia!
leonor
—¡Ernesto!
ernesto
—¡Te habla el honor
de la estirpe por mi boca;
y si perturbada o loca
das motivo a mi clamor,
óyelo bien: yo tu hermano,
yo èl soltero, yo el trivial,
el calavera, el jovial,
el tolerante el humano,
y cuádrete o no te cuadre,
—puedes creerlo como hay sol—
asumiré el triple rol
de hermano, marido y padre!
Me vincula a tu señor
un cariño fraternal
porque es hidalgo y es leal.
y es valiente y soñador...
Siento por tí un paternal
impulso lleno de amor;
¡pero más quiere el honor
que es mi código ancestral!
(Bajando la voz).
Dirás a Manuel hoy mismo
que abandone estos lugares;
pretextos tendrá a millares
su inventiva y su cinismo...
Quiero creer que pronta estás
para estas órdenes mías,
y que tus coqueterías
han sido eso y nada más;
pero de todas maneras,
que ese hombre salga de aquí,
pues si no ocurriera así,
si a que salga te opusieras...
leonor
(Viendo que Carlos llega por el fondo).
—¡Calla, calla; mi marido!
ernesto
(Recobrando la actitud habitual).
—Nada temas... Buen día, Carlos.
carlos
(Tirando sobre una mesa el chambergo, el rebenque y el poncho de vicuña).
—Salud. Creía encontrarlos
durmiendo... ¿Pero qué tiene
hoy de raro mi señora?
(A ella).
—Me pareces preocupada...
(Se le aproxima cariñosamente).
leonor
(Turbada).
—No, Carlos... no tengo nada...
Me contaba Ernesto ahora...
ernesto
(Interrumpiendo).
...que según oigo decir
Manuel está por partir...
carlos
—¡Qué me dices! ¿Y por qué?
¿No se halla en la estancia bien?
ernesto
—Lo han llamado, ignoro quién,
y con urgencia, se va...
carlos
—Es extraño. Anoche hablamos
y nada me dijo de irse...
(Leonor, muy nerviosa, hace mutis hacia la derecha. Durante el diálogo que sigue, se la verá asomar repetidas veces, esperando ansiosamente que su marido y Ernesto abandonen el jardín).
ernesto
—Ha debido decidirse
hace un rato...
carlos
(Después de haber mirado atentamente a Leonor mientras se alejaba).
—Convengamos
en que Leonor está rara
más que nunca en estos días...
ernesto
—Los nervios de las mujeres
y el girar de las veletas...
carlos
—Ha llegado a preocuparme...
Tal vez yo tenga la culpa
por esta clase de vida
que a mi pesar voy llevando...
Apenas alumbra el día
monto a caballo y me alejo
campo afuera, a trabajar;
a la hora del almuerzo vuelvo,
hago mi siesta después,
salgo de nuevo a la tarde
y en seguida de comer
caigo en cama como un fardo...
Quizá resulte un marido
poco interesante así;
pero estoy, como tú sabes,
empeñado en la tarea
de dar formas a esta estancia,
y sólo espero lograrlo
para empezar otra vida,
trasladarme a Buenos Aires
y ser para mi mujer
un marido más... marido.
No hay mal que dure cien años
y pronto hemos de concluir
con el empeño de ahora...
ernesto
—Como todas las mujeres,
Leonor, que es una mimosa,
ha de querer que el marido
la acompañe un poco más...
Debe comprender, no obstante,
que la vida de estas horas
no es la que tú le reservas
para los días futuros
y que estás elaborando
con tu porvenir, el de ella...
Además, es conveniente
que mi hermana esté en el campo.
Su salud, que es harto pobre,
mejora sin duda alguna
en este clima tan sano...
carlos
—No es que yo note protestas
de la actitud de Leonor;
menos mía, más esquiva
y menos lo que antes era,
eso creo descubrir
y ha llegado a preocuparme
de tal modo su actitud...
ernesto
—No debes dar importancia
a cosas que no la tienen...
(Pausa).
—¿Hay noticias de la guerra?
carlos
—Un chasque estoy esperando
que viene del campamento...
ernesto
—¿Ese combate sangriento
de que me hablaste...?
carlos
—Están peleando
(Pausa larga).
¡Cuánta sangre, toda nuestra,
se derrocha en la jornada!
¡Cuánta vida malograda
en esta guerra siniestra!
¡Cuánto heroísmo sepulto
para siempre en las cuchillas,
y cuánto dolor oculto
en estas almas sencillas,
al mirar cada mañana,
sobre las lomas calientes,
olas de sangre entrerriana
rodando como torrentes!
(Pausa).
Alguna vez he pensado
que tanto y tanto dolor,
tanto desgaste de honor,
tanto brío derramado,
tanta sangre que enrojece
las lomas del campo verde,
no es tesoro que se pierde;
y aun a ratos me parece
que para sembrar la gloria,
Ceres dispuso en su trono
hacer con sangre el abono
de las tierras en la Historia...
y me consuelo pensando
que en este momento oscuro
estamos ¡ay! semillando
la grandeza del futuro
en esos campos cercanos...
martin
(Interrumpiendo apresuradamente).
—El chasque del campamento
viene llegando, patrón...
carlos
—¿ Vamos yendo?
ernesto
—Vamos, vamos.
carlos
(Mientras se van por el fondo, poniendo el brazo en el hombro de Ernesto).
—Hemos de hablar mucho de esto...
¡No hay que maldecir la guerra!
ernesto
(Jovial).
—¡Ni la temo ni la busco!
Soy como aquel caballero...
(El diálogo deja de oirse mientras hacen mutis ambos. Leonor, apenas los ve alejarse, atraviesa rápidamente la escena y se dirige al cuarto de Manuel, en el pabellón de la izquierda).
leonor
(Llamando a la puerta)
—¡Manuel, Manuel!
manuel
(Apareciendo muy emocionado)
—¡Todo lo he oido, Leonor!
leonor
—¿Y qué debemos hacer?
manuel
—Lo que aconseja el deber
es salvaguardar tu honor...
Es necesario fingir
un llamado. Me debo ir,
porque parece que Ernesto
en verdad está dispuesto...
leonor
(Interrumpiendo)
—¡Y eso que ignora, Manuel
la verdad aterradora;
que he sido culpable, infiel!
manuel
(Asustado y temiendo que los oigan)
—¡Pscht! ¿A que dices eso ahora?
leonor
—¡Qué he pecado,
que he mentido,
que he ultrajado a mi marido!
manuel
—¡Marido que no te quiere
y a tus encantos prefiere
las distracciones rurales!...
leonor
—...¡pero que es un hombre honrado
a quien agravié en mala hora!
manuel
—Un agravio que se ignora
no es agravio...
leonor
(Sin hacer caso)
—¡Qué vergüenza!
manuel
—¡Leonor, no es este el momento!...
leonor
—Es que siento
el peso de mi delito...
manuel
(Interrumpiendo)
—Si en tanto estimas tu honor,
no seas tú quien pregone...
leonor
—¿Soy yo la que te preocupa
o es que temes?...
manuel
—Temer... ¿qué?
leonor
—Por tí mismo...
manuel
—¡Hombre soy yo de afrontar
mis responsabilidades!
Pero no he de hacer locuras
ni comprometerme en vano...
leonor
(Llorando)
—¡Qué vergüenza, qué vergüenza!
manuel
—¡Por Dios! ¡Que pueden oirte!
¿Es que pierdes la cabeza?
Martín viene... ¡Disimula!
(Aparece Martín por el fondo, con ánimo de dirigirse hacia las habitaciones del dueño de la casa. Leonor procura serenarse)
martin
—Buenos días, señor...
manuel
(Adoptando un tono indiferente)
—Muy buenos días, don Martín.
Dígame... ¿La «galera» pasa hoy?
martin
—Hoy es viernes... Gomo siempre,
entre dos y dos y media
va a pasar...
manuel
—Es necesario
que se ocupe de arreglar
lo concerniente a mi viaje...
martin
—¿Te vas, señor?
manuel
—Sí, me voy,
¿Habrá pasaje, no es cierto?
martin
—Con seguridad que sí;
en estos tiempos de guerra
son escasos los que viajan
y no hace mucho pasaron
un mal rato, los viajeros...
Diga usted que el mayoral
es un hombre de hacha y tiza
sí, sí!
manuel
—Mi equipaje está aquí dentro.
(Señalando su cuarto, cuya puerta quedó abierta)
Sólo me falta arreglar
pocas cosas... ¿Quiere usted
encargarse de todo esto?
Lo que está sobre la cama
debe ir en aquel baúl...
martin
—No te preocupes de nada
que Martín lo arregla todo...
(A Leonor que sigue muy nerviosa y sin prestar atención)
—¿No me podrías prestar,
a la Mariana, patrona?
Yo de ropas poco entiendo...
leonor
(Mientras hace mutis hacia la derecha)
—¡Mariana!
mariana
(Apareciendo por ese mismo lado).
—¡Señora!
leonor
(Vase)
—Don Martín la necesita.
(Manuel, muy preocupado, avanza lentamente hacia el fondo y se va, como sin rumbo).
mariana
(A Martín).
—¿Qué me manda el capataz?
martin
—¿Mandar? ¡Quita esa palabra!
A «vos» no manda Martín:
a «vos» Martín te suplica...
...Pues, que se va don Manuel
y hay que arreglarle la ropa...
mariana
—¡No me diga! ¿Se va? ¿Y cuándo?
martin
—En la galera de hoy mismo...
mariana
—¡Qué lástima; tan alegre
como es el niño Manuel!
...Vamos a arreglar la ropa.
martin
—Antes escucha, Mariana;
quiero decirte una cosa...
mariana
—¿Vamos a empezar de nuevo?
martin
—Es que ahora va endeveras...
Has de saber que te estoy
queriendo de un modo bárbaro...
mariana
—Ya usted sabe, don Martín,
que yo le agradezco mucho
ese cariño tan grande;
pero no pienso casarme
y si me caso ha de ser...
...se lo he dicho... con un criollo.
martin
—¡Pero si yo soy más criollo,
Mariana, que el caracú!
Mira, muchacha, es inútil...
Donde tú vayas voy yo,
pues el destino ha querido
que juntos hemos de andar
como una cosa y su sombra;
y en criollo te lo diré
para que veas que el vasco
también sabe compadrear...
yo soy el mango,
tú la cuchilla;
(Mariana ríe).
yo soy la risa,
tú la cosquilla...
Yo soy la y griega,
tú «sos» la zeta;
yo soy la harina,
tú la galleta...
Soy la cadena,
tú el relicario;
yo soy el cepo,
tú el comisario...
Yo soy el vasco,
tú «sos» su vasca;
yo el vigilante,
tú la «charrasca»...1
Yo soy el palo,
tú «sos» la escoba;
soy el «talero»,
tú «sos» la soba...
Yo soy el remo,
tú «sos» el bote...
Yo soy el río,
tú el camalote...
... y te diré la «ultima»
(Sin acento en la u).
porque ya no puedo más:
Soy el abuso,
tú... ¡el juez de paz!
(Ella ríe).
¿Por qué no casarte «vos»
con un hombre como yo,
fuerte, sano, bien «plantao»,
generoso y más «honrao»
que todos los otros juntos?
Escúchame bien, Mariana:
si no lo entiendes así
y sigues tan casquivana
como has estado hasta aquí,
vas a hacer una macana,
sí, sí!
Y por último te digo:
¿qué más quisieras «vos», ché,
que matrimoniar conmigo?...
(Se lleva súbitamente la mano a la boca, arrepentido y como para evitar que salga otra grosería):
mariana
—¡Vaya una galantería!
martin
(Atribulado).
—Me «tenés» que perdonar...
Es que tengo una manía...
Se me escapan las macanas...
Cuando las quiero atajar
ya están echadas al viento...
Desde chico soy así
y no me puedo curar.
¡Cabeza dura la mía!
¿Me «perdonás», Marianita?
mariana
(Después de haber reído mucho).
—...Bueno, mire, don Martín;
vamos a arreglar la ropa
y mañana le daré
la respuesta que me pide...
martin
—¿Y esa respuesta ha de ser?...
mariana
(Ruborosa).
—Me parece que a su gusto...
a pesar de los «escapes»...
martin
—¡Dios te bendiga, sabrosa!
Ya el corazón me decía
que me estabas por querer...
¡Verás que marido lindo
que voy a ser para «vos»!
Aquí viene mi patrón...
¿Me permites que le diga?...
mariana
(Turbada).
—¡No, don Martín, por favor!
¡Vamos a arreglar la ropa!
martin
(Aparte entrando al cuarto tras ella).
—Bueno: vamos, morochita...
¡Siento el corazón aquí
bota que bota,
lo mismo que una pelota
sí, sí!
(Simultáneamente reaparecen por el fondo conversando entre sí y marchando con lentitud, Carlos, Mariana y Ernesto).
carlos
(A Manuel, como continuando una conversación).
—Sí, comprendo; pero siento
que se tenga que marchar...
manuel
—Yo también deploro mucho
dejar compañía tan grata...
carlos
—Y tienes que perdonarme
si el dueño de casa ha sido
poco atento con su huésped...
manuel
—Todo lo contrario, Carlos...
carlos
—...pues mi vida de trabajo,
vida bien dura en verdad,
me sustrae a otros deberes
que con placer atendiera...
manuel
—No tengo sino motivos
de gratitud para usted...
ernesto
(A Manuel, como queriendo cortar el diálogo).
—¿Arreglaste tu equipaje?
manuel
—Martín se ha encargado de eso.
ernesto
—A las dos debes marchar...
Convendría que almorzáramos...
carlos
—Ya deben estar sirviendo...
(Entran los tres por la derecha; Martín y Mariana salen del cuarto de Manuel trayendo, entre los dos, un baúl grande que depositan en el suelo).
mariana
—Lo más propio me parece
que se llamara Mariana
si es mujer; y si es varón,
...¡Martincito!
martin
—Si es mujer, estoy conforme
en que se llame Mariana;
pero si es varón, prefiero...
mariana
—¿Qué prefieres?
martin
—¡Marianito!
(Ella ríe).
Ya ves cómo soy galante...
Vamos poniendo el baúl
¡allá afuera...
(Ella lo levanta por una punta, de la misma manera que al salir del cuarto).
¿Pesa mucho?
¡Quita allá! ¡Es lo único que faltaba!
(Echándose el gran baúl al hombro).
Tener a un vasco por novio
y estar cargando baúles!
(Salen por el fondo, mientras aparece Manuel en la especie de la pequeña terraza que debe tener el edificio de la derecha: y después de mirarlos alejarse, cruza la escena, volviendo la cabeza como si aguardara a Leonor, y entra a su cuarto. Un momento después, aparece esta última en la terraza).
leonor
(En voz alta).
—Dice Carlos que el almuerzo
está servido, Manuel.
manuel
(Saliendo del cuarto).
—En seguida.
(En voz baja)
¡Ven!
Un minuto nada más...
(Ella se aproxima después de vacilar)
No volveremos a vernos
a solas por mucho tiempo...
leonor
—¡Imprudente!
manuel
(Tendiéndole la mano).
—¡Adiós!
leonor
—¡Adiós!
manuel
(Sin soltarle la mano, que ella pugna ligeramente por desasir).
—¿Me quieres?
leonor
—¡No!
manuel
—¿No me quieres? ¿Y por qué?
Me quieres a tu pesar,
y me seguirás queriendo
por sobre todas las leyes,
y sobre todos los miedos...
Y he de verte en Buenos Aires...
(La atrae hacia sí, un poco bruscamente, y la besa, mientras Carlos aparece en la terraza. La actitud que asumirá éste queda librada al talento interpretativo. Su primer impulso es arrojarse sobre los culpables; pero se contiene haciendo un visible esfuerzo sobre sí mismo. Manuel, por su parte, ha hecho ademán de sacar su revólver).
carlos
—No te asustes, vil ladrón,
que otro castigo depara
a tu crimen mi razón:
¡Frente a frente y cara a cara!
¡Y ahora mismo! ¡Sal de aquí!
¡Sal y espérame allí fuera,
junto a esa primer tranquera!
(Sale Manuel en silencio, bajo la mirada fulminante de Carlos. Este último entra a su cuarto, en busca de armas, se supone. Reaparece. Su mujer ha quedado inmovilizada por el terror. Se dirige a ella).
¡Tú no te muevas de ahí!
(Sale por el fondo. Transcurre un momento de silencio angustioso).
ernesto
(Aparte en la terraza)
—¿Qué ocurre?
leonor
(Yendo hacia él, desolada).
—¡Oh, Ernesto, ven!
ernesto
—¿Pero qué demonios pasa?
leonor
—Carlos y Manuel...
ernesto
—No entiendo...
leonor
—¡Carlos me encontró en los brazos
de Manuel, hace un instante!
ernesto
—¡Desdichada! ¡Con razón
el instinto me anunciaba
un crimen cerca de mí!
¡Y pensar que he sido yo
quien trajo ese hombre a esta casa!
¡Era tu amante Manuel!
leonor
—Si, Ernesto... ¡Perdón, perdón!
ernesto
—¡De mi nunca lo tendrás,
desdichada, vil, perjura!
leonor
—Mi marido va a matarme
apenas vuelva de afuera...
¡Sálvame, por Dios, Ernesto!
¡No quiero morir así!
¿Olvidarás que es tu hermana
quién te suplica de hinojos,
tu Leonor, la de otro tiempo,
la de la infancia cercana,
la que alguna vez quisiste
como se quiere a una hija?...
ernesto
—Pudo matarte hace un rato
al verte en los brazos de otro,
que la ley cubre y ampara
tal impulso en el marido;
...pero ahora, así, en frío
y en mi presencia... ¡eso no!
martin
(Apareciendo de pronto, por el fondo, profundamente emocionado).
—¡No teman tal cosa ustedes!
Es muy capaz mi patrón
de matar a un miserable
frente a frente y hombre a hombre;
pero no mata a mujeres
quien tiene tal corazón!
ernesto
—¿Por qué no va usted, Martín,
a ver lo que ha sucedido?
martin
—El me lo prohibió al pasar.
«Que nadie vaya hacia allá,
suceda lo que suceda», me dijo:
yo obedezco. Y adivino
lo que va a hacer mi patrón
cuando acabe con el otro...
(Aparece Mariana).
ernesto
—¿Qué imaginas que va a hacer?
martin
—No seré yo quién lo diga:
pero si se va de aquí,
si enloquecido de pena
abandona estos lugares,
con él me voy yo también!
mariana
(Aproximándose y con mucha timidez).
—¿Y yo?
martin
—¡Si han engañado en tal forma
a un hombre como el patrón,
(Mariana llora).
¿qué no harían con el vasco?
¡Nada con las hijas de Eva!
¡Para mí todas murieron,
que si una ofendió a don Carlos,
todas, todas han perdido
la estimación de Martín!
carlos
(Reaparece taciturno. Viene sin apurarse y se dirige a Martín).
—Junto a la primer tranquera
hay un hombre mal herido.
(Vase Martín).
ernesto
(Poniéndose delante de Leonor).
—¿Qué piensas hacer ahora,
Carlos, pobre hermano mío?
carlos
—Un momento y lo sabrán.
Nadie se mueva de aquí.
(Entra a su cuarto. Reina en escena un silencio terrible de algunos segundos. Al cabo de ellos reaparece Carlos. Trae puesta una amplia capa, calado el chambergo y en la diestra una lanza. Ocupa el centro del escenario y se dirige a Leonor. Habla con voz entrecortada por la angustia y la cólera).
Te amaba con un amor
cándido de adolescente;
te amaba tímidamente
como nadie amó jamás...
Estaba forjando el nido
del porvenir visionado
y era feliz a tu lado
trabajando para tí,
que empeñado en la tarea
de ganar tiempo a las horas,
me vieron muchas auroras,
sonámbulo cuya marcha
iba rompiendo la escarcha
de las montañas heladas...
La herida que me has abierto
es tan cruel, es tan brutal,
tan honda, tan inmortal,
que al ir a jugar mi vida
iba deseando perderla,
incapaz ya de tenerla
con tanta sombra en el alma;
iba deseando matar
pero morir a mi vez...
Cuando lo tendí a mis pies
hube de caer a su lado
muerto por mi propia mano,
y un esfuerzo sobrehumano
debí hacer para vivir,
que un hombre de mis blasones
no puede morir así...
Harás, no obstante, de cuenta
que hace un momento perdí
la vida en el duelo a solas:
he muerto, pues. Sobre ti
otra sentencia caerá:
yo te condeno a vivir...
¡la vida me vengará!
¡Y pues va
por estos campos una racha romancesca,
voy a hundir en esa racha mi. existencia maldecida,
a poner fin a mi pena, a mi rabia y a mi vida,
entre el delirio sangriento de la pléyade gauchesca,
y a la luz del huracán
que desató en estas tierras el férreo López Jordán;
pero sépalo la vil, la traidora, la ramera,
la perjura sin perdón:
por perjura, por traidora, por mala hembra, por [ramera,
será mi voz postrimera
una eterna maldición!
(Mientras se da vuelta para salir, seguido de Martín, que un momento antes apareció armado también de lanza, telón).
fin del primer acto