ACTO TERCERO

(La escena representa el locutorio del Convento a que se aludió en el acto anterior, y que se divisaba desde el mesón del viejo andaluz. Es una amplia sala poligonal. Al fondo y en la ochava de la izquierda, la puerta de entrada. A uno y otro lado, dos puertas más; y en el izquierdo, amén de la puerta, que viene a quedar en segundo término, una gran ventana que se abre sobre el campo. El estilo es gótico. Viejos bancos de madera labrada, butacas de alto respaldo, un reclinatorio, una lámpara, una mesa. La imagen de Cristo en la Cruz preside el conjunto desde el testero central. De la ochava de la derecha, parte hacia adentro un claustro que deberá verse en toda su extensión, iluminado débilmente hacia el fondo. Al alzarse el telón, la Madre Superiora, sentada, lee. Son las cinco de la tarde).2.

 

la superiora

(Sintiendo a sus espaldas los pasos de una Hermana que sale de la izquierda y va hacia el claustró).

—Hermana Dalmira...

 

la hermana

—¿Madre?

 

la superiora

—Nada me ha dicho usted hoy

sobre la nueva novicia...

 

la hermana

—Parece más resignada;

pero la hermana Matilde

la sintió llorar anoche

otra vez amargamente...

Dice que en llantos y rezos

ha pasado horas enteras...

¡Pobrecita! ¡Y es tan buena!

 

la superiora

—Hágame el bien de llamarla...

 

la hermana

—¿A la novicia?

 

la superiora

—Eso es.

 

la hermana

—Allá voy, Madre Abadesa:

(Vase por el claustro).

 

la superiora

(En voz alta, hacia la izquierda).

—¡Hermana María!

 

la hermana maria

(Acudiendo por ese lado).

—¿Madre?

 

la superiora

—Desearía que esta tarde

todas rezáramos juntas

la plegaria por la paz

antes de ir al refectorio...

 

la hermana maria

—Voy a prevenirlas, Madre.

Con permiso.

 

la superiora

—Vaya usted.

 

(Vase por el claustro, donde se cruza con la Hermana Dalmira que regresa acompañando a la novicia Mariluisa. Cuando esta última se aproxima a la Superiora, la Hermana Dalmira se va por la izquierda. La Hermana María pasa también de regreso, hacia el mismo lado).

 

mariluisa

—¿Usted me llamaba, Madre?

 

la superiora

—Sí, hija mía; siéntese...

(Se sienta).

¿Cómo ha pasado su noche?

 

mariluisa

—Bien, Madre; sin novedad...

 

la superiora

—Me aseguran, sin embargo,

que la han oído llorar...

(Mariluisa se turba y casi llora).

 

mariluisa

(Tras una pausa).

—Es cierto... He llorado mucho;

y si he cometido, Madre,

el pecado de traer

cosas del mundo a esta casa

¡arrójeme usted de aquí!

 

la superiora

—Cálmese usted, hija mía...

No ya para reprenderla

sino para consolarla

he hecho que la llamasen...

Tiene la paz de esta casa

para todo mal, remedio;

y de inferior me acusara

al sitio que en ella ocupo

si no hurgase un poco el alma

de monjas y de novicias,

si no procurase darles

el santo rumbo que lleva

a la plena paz del alma...

¿ Qué dolores la doblegan?

¿ Qué pesares la perturban?

¿ Vacila su voluntad

entre esta mansión de Dios

y las cosas terrenales?

 

mariluisa

—¡No, Madre! Mi voluntad

es profesar lo más pronto...

¡pero no puedo olvidar!

Quisiera romper del todo

las ligaduras que al mundo

me aproximan todavía,

pero no logro cortarlas

por más vocación que siento,

y así padezco el martirio

de quien está sin estarlo,

lejos del mundo traidor

al Divino Redentor...

y ha dado el alma sin darla.

Y así padezco el dolor

de unir en un solo acento,

mis plegarias de cristiana

y el invencible lamento

de mis llantos de profana...

 

la superiora

—Plegarias que al cielo van

empapadas en lamentos,

son ecos que transpondrán

con alas el firmamento...

Deje usted que su alma vierta

en las lágrimas benditas

lo que de la vida incierta

conservan aún; y sus cuitas

irán por ellas cayendo

como adherencias impuras

que al contacto van saliendo

de las santas brisas puras...

Y no es para mí un misterio

la causa de su pesar;

su abuelito, don Valerio,

nada me quiso ocultar...

Fíe, pues, en los consejos

de la Madre Superiora...

Tienda el alma hacia allá lejos

donde fulgura otra aurora;

piense en Dios, amiga mía,

ofréndale el pecho herido

y verá llegar un día

el bálsamo del olvido

que bajará desde el cielo

sobre su dolor mundano

como el divino consuelo

con que premia el Soberano

a sus fieles en la tierra...

No dé cabida a la alarma;

ponga a los recuerdos guerra

con la plegaria por arma

y la fe por estandarte

y dará fin a su pena,

que toda ola se parte

en esta playa serena...

(Saca un libro del cajón de la mesa y se lo da).

He aquí un libro, todo luz,

que la ayudará en su empresa;

se llama Santa Teresa

de Jesús»...

Cuando de la noche en medio

y entre las sombras calladas,

sienta que avanza el asedio

de las memorias pasadas

con su carga de congojas,

como quien toma un remedio

(Mariluisa llora).

recorra usted esas hojas...

...y permítame que ahora,

serena y humildemente,

la Madre y la Superiora

le den un beso en la frente...

(La besa y la conduce hacia el claustro. Antes de alejarse, Mariluisa se arrodilla y le besa la mano).

 

mariluisa

(Al hacer esto último)

—¡Gracias, Madre! ¡Gracias, gracias!

(Vase Mariluisa por el claustro, mientras la Hermana Tornera avanza por la puerta de entrada y aguarda a que la Superiora se de vuelta).

 

la superiora

—¿ Qué hay, hermana Tornera?

 

la hermana tornera

—Don Valerio y otro más

esperan desde hace un rato...

Quieren hablar con usted.

 

la superiora

(Se sienta. Instantes después entra don Valerio y Martín).

 

don valerio

—Buenas tardes.

 

la superiora

—Buenas tardes.

Tomen ustedes asiento...

 

don valerio

(En voz baja a la Superiora).

—Este señor es Martín,

asistente de don Carlos...

 

martin

(Que lo ha oído).

—¡Ya mucha honra que lo tengo!

Asistente soy, es cierto,

del señor capitán Alvarez,

y ahora vengo acompañando

a este pobre don Valerio

que vive llora que llora

desde que su nieta dió

en la idea de encerrarse

como un prisionero aquí,

en esta casa que es triste

sí, sí!

 

la superiora

—¿Y qué lo trae por acá,

en día que no es de visita,

mi buen señor don Valerio?

 

don valerio

—Pues... a ver si usted me deja

que hable otra vez con mi nieta...

¡A ver si logro sacarle

su idea de la cabeza!

 

la superiora

—No he de ser yo quien se oponga

a que usted hable con ella;

pero permítame hacerle

una observación juiciosa...

No tiene su nietecita

más consuelo que el olvido,

¿y donde podría hallarlo

mejor que aquí don Valerio?

Casa es de salud del alma

la casa que yo dirijo;

y la pobre Mariluisa,

cuyos pesares conozco,

ha de encontrar en su seno

por la voluntad de Dios

esa calma y esa paz

que el mundo le arrebató...

Supongamos que aceptara,

cediendo a los ruegos suyos,

abandonar el convento...

¿Dónde iría? ¿A qué peligros

no estaría expuesta esa alma

infantil y perturbada?

Para profesar hay tiempo...

Será monja o no será

según lo quiera el Señor;

mas lo que urge por ahora

es iluminar su espíritu

y consolar su dolor...

En la paz de nuestra casa

hallan quienes lo precisan

el bálsamo del olvido...

 

martin

(Golpeándose la palma de la mano izquierda con el dorso de la derecha. Aparte).

 

—¡Está claro como el sol!

¡Tiene que encontrarse aquí!

¡Pobre Mariana!... ¡Encerrada!

ñata ella y morenita,

«Decime vos»...; una negra,

Mariana Suárez se llama,

¿no está también «embretada»

en esta casa tan grande?

 

(La Superiora ha hecho signos negativos con la cabeza; mientras don Valerio se asoma).

 

¡Está claro! ¡Qué ha de estar!

¡Andará en cosas con otro!

¡Mujer al fin, como todas!

¡Como todas las mujeres!...

 

(La Superiora baja la cabeza. Don Valerio se pone de pie, Martín mira a uno y otro).

 

¡Otra vez metí la pata!

Y cuando el vasco la mete

metida queda sí, sí!

 

la superiora

(Tras una pausa).

—¿Qué dice usted, don Valerio?

 

don valerio

(Resignadamente y levantándose, después de pensar).

—¡Hágase la voluntad

de la Madre Superiora!

 

la superiora

—Mi voluntad, no, señor.

Sólo he dado mi opinión...

 

don valerio

—... que yo respeto y acato

como palabras sagradas...

Me voy. ¡No la quiero ver!

Usted es buena y comprende

el dolor del pobre viejo...

 

la superiora

—Dios, en su inmensa bondad,

ha de aplacar las angustias

de los unos y los otros...

Adiós, señor don Valerio.

Señor don Martín, adiós.

 

martin

—¡Con El se queden ustedes!

(Vanse ambos).

 

la superiora

(Dirigiéndose hacia la puerta de la izquierda).

—¡Sor María!

 

sor maria

(Apareciendo por ese lado).

—Mande, Madre...

 

la superiora

—Vamos a rezar ahora

la plegaria por la paz...

 

sor maria

—Voy a avisar en seguida.

 

(Entra por el claustro. Ante la imagen de cristo, la Superiora ora una breve plegaria que termina santiguándose, en momentos en que vuelve a aparecer la Hermana Tornera seguida de Martín y un poco malhumorada).

 

la hermana tornera

(A la Superiora).

—¡Este señor que se vuelve!

 

la superiora

—¿Qué deseaba usted, señor?

 

martin

—¡Pues me ha «retao» don Valerio!

Y yo no me quiero ir

sin que «vos» me «perdonés»...

 

la superiora

—¿Perdonarlo yo? ¿Y por qué?

 

martin

—Por eso de las mujeres

que sin querer dije aquí

y que es un atrevimiento,

sí, sí!

 

la superiora

—No había reparado yo...

pero de todas maneras

si algo vale mi perdón

se lo doy con mucho gusto...

 

(Martín no sabe qué contestar y la situación se hace un poco embarazosa).

 

martin

(Después de mirar a todos lados).

—«Vos sos» la patrona aquí...

¡Cómo «debés» de aburrirte!

(Se lleva súbitamente la mano a la boca, tapándo sela).

¡Otra metida! ¿«Vos» ves

que me salen sin querer?

Es mejor que me retire...

¡Cabeza dura la mía!

¿Me «perdonás» también ésta?

 

la superiora

(Sonriendo).

―Sí, don Martín... Vaya en paz.

(Martín sale).

 

martin

(Saliendo, aparte).

—¡Se me escapan, no hay qué hacer!

 

(Monjas y novicias aparecen por el claustro al mismo tiempo. Marchan lenta y silenciosamente. La Superiora se arrodilla en el reclinatorio que está hacia la izquierda, mientras hacen lo propio, dándole el frente las recién llegadas).

 

la superiora

(Antes de arrodillarse).

—Vamos a rezar, hermanas,

nuestra oración por la paz...

(Orando, las manos juntas).

¡Señor, que desde la altura

de tu trono celestial

presides esta hora oscura

del reinado terrenal...

Ve, Padre, lo que en la tierra

hace enloquecido el Hombre.

 

las hermanas

(En coro, con voz baja y honda).

—¡Alabado sea tu nombre

por los siglos de los siglos!

 

la superiora

—En un caos que aterra,

la hoz de la guerra

sin ley ni cuartel

segando las vidas agosta el vergel

en todo el confín.

¡Oh Caín y Abel,

oh Abel y Caín!

La granja parlera

donde antes se oyera

el canto sereno del buen labrador,

cayó ante el horror

y es polvo y es ruina

lo que ayer no más

era la divina

lumbre de la paz...

Todo muere al golpe del plomo homicida

y ruedan sin vida

bajo las locuras,

los lirios más blancos, las rosas más puras.

 

las hermanas

—¡Alabado sea Dios en las alturas!

 

la superiora

—¡Perdónalos, Señor, mas ve que el suelo

está ahito de muertes y de espanto!

pero haz que tanto

terror acabe en la cansada tierra,

que huya la guerra

y que resuene el canto!

¡Perdónalos, Señor,

está ahito de muerte y de espanto!

¡Haz que llegue hasta el mundo enrojecido

un poco de tu cielo!

… … … … … … … … … … … … … … …

En nombre del sepulto y en nombre del herido,

en nombre del que triunfa y en nombre del vencido,

de los hogares mustios y los suelos repletos

que gimen de pavor porque en su seno están

blanqueando amontonados los torvos esqueletos

como urbes subterráneas que forja el huracán,

como urbes de silencio que ahondan los secretos

de un mundo que no tiene ni brújula ni luz

de un mundo enloquecido que ha olvidado a Jesús;

en nombre del martirio,

del Amor, de la Cruz

de la rosa, del lirio,

de la sangre caliente la locura estanca,

de la niñez tranquila,

de la paloma blanca...;

en nombre de las madres que tienen la pupila

exhausta de llorar;

de las hermanas pálidas que un día vieron marchar

uncido a su mochila

al buen hermano jóven dorado de ilusión;

en nombre de los viejos abuelos que callaron

temblando de emoción

y siempre esperarán

la vuelta de los nietos que nunca volverán:

en nombre del espanto

y en nombre del horror...

¡Señor, Señor, Señor!

haz que reine en la tierra,

que huya la guerra,

que resuene el canto

y orlen nuestra sien

las olivas sagradas... Amén.

 

las hermanas

—Y será para gloria, y será para bien.

Amén, amén.

 

(Las hermanas y la Superiora se ponen de pie. Se oye el tañido de una campana interior).

 

la superiora

—A las seis, todos los días,

se rezará esta oración...

...Idos, pues, adentro, hermanas.

 

las hermanas

—Con permiso, Superiora.

 

la superiora

—Vele el Señor por vosotras...

 

(Las hermanas entran por el claustro, marchando en formación, lentamente. La Superiora hace mutispor la izquierda y solo queda en la escena la Hermana Dalmira, ocupada en arreglar las cosas — libros,etc., — que están sobre la mesa. Transcurre así unmomento, al cabo del cual aparece Mariluisa por elclaustro. Trae el libro que le regalara la Superiora).

 

la hermana dalmira

—¿Cómo es esto? ¿Usted no cena?

 

mariluisa

—No tengo ganas, Hermana;

y Sor Luisa, que es tan buena

me ha permitido que esté

mientras comen, por aquí...

 

la hermana dalmira

(Aparte).

—¡Pobrecita! ¡Me da pena!

(A Mariluisa).

Puede usted quedarse acá

que a nadie va a molestar...

...Hasta de aquí a un momentito...

 

mariluisa

—Hasta luego, Sor Dalmira...

 

(Vase ésta por el claustro. Mariluisa se sienta y queda un largo momento abismada, en la mano el libro abierto).

 

«...Ayer no más la alegria,

«la sonrisa, la ilusión...

«hoy una senda sombría

«y oprimido el corazón...

«Ayer esperanzas, flores,

«sueños de amor y de ideal

«envueltos en los fulgores

«de un panorama nupcial;

«hoy la noche del convento,

«la media luz, las Hermanas,

«y el eco, mitad lamento,

«con que llaman las campanas,

«al silencio o la oración...

«Ayer la dulce quimera

«que encendía una visión

«florida de primavera...;

«hoy el alma hecha pedazos,

«refugiando su dolor

«en el seno de esos brazos

«que abre al mundo el Salvador,

«y clamando desolada

«porque al pobre pecho herido,

«la Providencia apiadada

«haga llevar el olvido...

«¡Y qué pronto cielo santo,

«pasé de la paz al llanto!

«¡Qué cerca están en el mundo

«la alegría y el pesar!

«¡Cómo un abismo profundo

«puede el destino cavar

«a orillas de la ventura!

«...Así lo enseñan las horas,

«mitad luz y noche oscura,

«con sus reflejos de auroras

«y sus lutos vesperales,

«que sucediéndose van

«porque vean los mortales

«cuán inmediatos están

«la sombra y el esplendor...

 

(De pie y volviéndose hacia el Cristo, presa de súbita exaltación).

 

¡Oyeme tú, que en la Cruz

sonreías al martirio

y en cuya frente de lirio

palpita siempre una luz

misteriosa que la besa...

óyeme, Santa Teresa

de Jesús...:

¿Qué hace un alma atormentada

cuando entre penas mortales

no puede alejar, menguada,

los recuerdos terrenales

del arca de su memoria?

 

(Aparece la Superiora, a espaldas de Mariluisa).

 

¿Cómo se arranca el ayer

para entregarse a la gloria

 

(Arrodillada)

 

del divino amanecer?

¿Qué hacer, santo Dios, qué hacer

cuando en un ansia suprema,

mientras tu seno me llama

aquel otro amor me quema?

Esa criatura que ama

y que a ti quiere entregar

su alma libre de pecado,

quiso su amor sepultar

en este silencio helado

como quien echara al río

un hierro rojo y candente...

¿Es culpable el pecho mío,

es culpable o inocente

porque el río no ha podido

contra el hierro enrojecido?

 

la superiora

—Es inocente, novicia,

mas de serlo dejaría

si por error o impericia

no fiara siempre en la pía

bondad de nuestro Señor...

 

mariluisa

—¡Perdón, perdón, Superiora!

¡Más si Dios oye a esta sierva

desgraciada que conserva

lo que de amor El le diera,

que su bondad justiciera

apague tanta pasión

o me arranque el corazón

a pedazos!

 

la superiora

(Severa).

—¡Mariluisa!

Hace vuestra exaltación

que mezcléis a la plegaria

acentos de rebelión

y alcéis la voz ofrendaria

sin aquella humilde unción

con que debe hablarse al Padre...

 

la hermana tornera

(Apareciendo despavorida por la puerta de entrada).

—¡Santo cielo! ¡Madre, Madre!

¡Sor Dalmira! ¡Sor María!

 

la superiora

(Mientras aparece Sor Dalmira, Sor María y algunas monjas y novicias).

 

—¡Qué pasa, Hermana, por Dios!

 

la hermana tornera

(Muy apurada).

—¡Una mujer moribunda

en el umbral de la puerta!

«!Para bien morir — me dijo

«pido asilo en esta casa!»

 

(Corren hacia afuera la Superiora, Sor Dalmira, Sor María y la Tornera. Al cabo de unos segundos reaparecen. La Superiora y Sor Dalmira conducen, cada una de un brazo, a Leonor que llega moribunda. Algunas monjas se precipitan a preparar el sillón donde la sientan. A un gesto de la Superiora, una monja vieja se aproxima y le ausculta el corazón. Luego, al levantarse, hace un gesto, como indicando que se muere. Otra monja entrega a la Superiora un vaso con agua que ésta ofrece a Leonor. Mariluisa deja ver su honda emoción y se refugia en la imagen de Cristo).

 

leonor

(Rechazando el vaso).

—No. Es inútil... Muero ya...

Soy Leonor Mansilla de Alvarez.

 

la superiora

(Aparte).

—¡La esposa del Capitán!

 

(Monjas y novicias se alejan unos pasos y se arrodillan).

 

leonor

—Tres días hace que vago

sin rumbo por estos campos...

Mis carnes destilan sangre,

punzadas por las espinas

del sendero de expiación...

¡Qué larga, Señor, ha sido

mi calle en la Amargura!

(Pausa).

Fuí culpable, muy culpable...

Llorando un año viví

arrepentida y contrita;

v la plegaria profunda

durante un año exhalé

mojada en el propio llanto...

Yperegriné hasta acá

para implorar el perdón

del hombre a quien ofendí,

...y el perdón me fué negado...

¡Estoy maldita de Dios,

de mi Dios y de los hombres!

 

la superiora

—No diga usted esas cosas...

Dios no maldice: perdona

a los que han expiado así

sus culpas sobre la tierra...

Van a borrarse esas sombras

que su espíritu ennegrecen...

 

(Abre de par en par la ventana que da sobre el campo y junto a la cual se encuentran).

 

Este cuadro de la noche

es el símbolo supremo

del fondo de su conciencia...

Anochece lentamente...

El crepúsculo desciende

y todo se borra: flores,

plantas, arboleda...

se borra todo y no queda

sino el cielo allá en la altura

y aquí la solemne y pura

severidad vesperal...

Lo pasado

se ha esfumado

dulcemente

y lo que fué

no se ve

ni se siente...

Y bien, Leonor; así llega

el perdón hasta las almas...

Es un manto que despliega

el Hacedor apiadado

sobre todo lo pasado...

Y sobre su alma, señora,

está cayendo ese manto...

¿No lo siente usted ahora?

 

leonor

—¡Qué bálsamo redentor

vierten en mí sus palabras!

¡Qué dulce y consolador

es oir hablar así!

… … … … … … … … … … … … … … …

Quiero pedirle un favor...

 

la superiora

—Pídame usted lo que quiera...

 

leonor

—Una niña que vivía

en estos alrededores...

...Mariluisa... ¿se halla aquí?

 

la superiora

—Aquí se halla.

 

leonor

—¿ Profesó?

 

la superiora

—No todavía, señora...

 

leonor

—¿Podría hablarla?

 

la superiora

—Al momento.

(A la novicia sin alzar la voz).

Mariluisa...

(Señalando a la moribunda).

Quiere hablarla...

(Mariluisa se aproxima al sillón y se arrodilla. La Superiora se aleja algunos pasos y permanace de pie).

 

leonor

(Acariciando los cabellos de Mariluisa; penosamente).

—Perdóname, pobre niña...

Hazlo... feliz... te suplico...

por cuanto lo hice... sufrir...

Pidamos... juntas... a Dios

que de estas... ruinas... que caen...

puedan... brotar... todavía

los rosales... del amor...

 

TELON