(La escena representa el locutorio del Convento a que se aludió en el acto anterior, y que se divisaba desde el mesón del viejo andaluz. Es una amplia sala poligonal. Al fondo y en la ochava de la izquierda, la puerta de entrada. A uno y otro lado, dos puertas más; y en el izquierdo, amén de la puerta, que viene a quedar en segundo término, una gran ventana que se abre sobre el campo. El estilo es gótico. Viejos bancos de madera labrada, butacas de alto respaldo, un reclinatorio, una lámpara, una mesa. La imagen de Cristo en la Cruz preside el conjunto desde el testero central. De la ochava de la derecha, parte hacia adentro un claustro que deberá verse en toda su extensión, iluminado débilmente hacia el fondo. Al alzarse el telón, la Madre Superiora, sentada, lee. Son las cinco de la tarde).2.
la superiora
(Sintiendo a sus espaldas los pasos de una Hermana que sale de la izquierda y va hacia el claustró).
—Hermana Dalmira...
la hermana
—¿Madre?
la superiora
—Nada me ha dicho usted hoy
sobre la nueva novicia...
la hermana
—Parece más resignada;
pero la hermana Matilde
la sintió llorar anoche
otra vez amargamente...
Dice que en llantos y rezos
ha pasado horas enteras...
¡Pobrecita! ¡Y es tan buena!
la superiora
—Hágame el bien de llamarla...
la hermana
—¿A la novicia?
la superiora
—Eso es.
la hermana
—Allá voy, Madre Abadesa:
(Vase por el claustro).
la superiora
(En voz alta, hacia la izquierda).
—¡Hermana María!
la hermana maria
(Acudiendo por ese lado).
—¿Madre?
la superiora
—Desearía que esta tarde
todas rezáramos juntas
la plegaria por la paz
antes de ir al refectorio...
la hermana maria
—Voy a prevenirlas, Madre.
Con permiso.
la superiora
—Vaya usted.
(Vase por el claustro, donde se cruza con la Hermana Dalmira que regresa acompañando a la novicia Mariluisa. Cuando esta última se aproxima a la Superiora, la Hermana Dalmira se va por la izquierda. La Hermana María pasa también de regreso, hacia el mismo lado).
mariluisa
—¿Usted me llamaba, Madre?
la superiora
—Sí, hija mía; siéntese...
(Se sienta).
¿Cómo ha pasado su noche?
mariluisa
—Bien, Madre; sin novedad...
la superiora
—Me aseguran, sin embargo,
que la han oído llorar...
(Mariluisa se turba y casi llora).
mariluisa
(Tras una pausa).
—Es cierto... He llorado mucho;
y si he cometido, Madre,
el pecado de traer
cosas del mundo a esta casa
¡arrójeme usted de aquí!
la superiora
—Cálmese usted, hija mía...
No ya para reprenderla
sino para consolarla
he hecho que la llamasen...
Tiene la paz de esta casa
para todo mal, remedio;
y de inferior me acusara
al sitio que en ella ocupo
si no hurgase un poco el alma
de monjas y de novicias,
si no procurase darles
el santo rumbo que lleva
a la plena paz del alma...
¿ Qué dolores la doblegan?
¿ Qué pesares la perturban?
¿ Vacila su voluntad
entre esta mansión de Dios
y las cosas terrenales?
mariluisa
—¡No, Madre! Mi voluntad
es profesar lo más pronto...
¡pero no puedo olvidar!
Quisiera romper del todo
las ligaduras que al mundo
me aproximan todavía,
pero no logro cortarlas
por más vocación que siento,
y así padezco el martirio
de quien está sin estarlo,
lejos del mundo traidor
al Divino Redentor...
y ha dado el alma sin darla.
Y así padezco el dolor
de unir en un solo acento,
mis plegarias de cristiana
y el invencible lamento
de mis llantos de profana...
la superiora
—Plegarias que al cielo van
empapadas en lamentos,
son ecos que transpondrán
con alas el firmamento...
Deje usted que su alma vierta
en las lágrimas benditas
lo que de la vida incierta
conservan aún; y sus cuitas
irán por ellas cayendo
como adherencias impuras
que al contacto van saliendo
de las santas brisas puras...
Y no es para mí un misterio
la causa de su pesar;
su abuelito, don Valerio,
nada me quiso ocultar...
Fíe, pues, en los consejos
de la Madre Superiora...
Tienda el alma hacia allá lejos
donde fulgura otra aurora;
piense en Dios, amiga mía,
ofréndale el pecho herido
y verá llegar un día
el bálsamo del olvido
que bajará desde el cielo
sobre su dolor mundano
como el divino consuelo
con que premia el Soberano
a sus fieles en la tierra...
No dé cabida a la alarma;
ponga a los recuerdos guerra
con la plegaria por arma
y la fe por estandarte
y dará fin a su pena,
que toda ola se parte
en esta playa serena...
(Saca un libro del cajón de la mesa y se lo da).
He aquí un libro, todo luz,
que la ayudará en su empresa;
se llama Santa Teresa
de Jesús»...
Cuando de la noche en medio
y entre las sombras calladas,
sienta que avanza el asedio
de las memorias pasadas
con su carga de congojas,
como quien toma un remedio
(Mariluisa llora).
recorra usted esas hojas...
...y permítame que ahora,
serena y humildemente,
la Madre y la Superiora
le den un beso en la frente...
(La besa y la conduce hacia el claustro. Antes de alejarse, Mariluisa se arrodilla y le besa la mano).
mariluisa
(Al hacer esto último)
—¡Gracias, Madre! ¡Gracias, gracias!
(Vase Mariluisa por el claustro, mientras la Hermana Tornera avanza por la puerta de entrada y aguarda a que la Superiora se de vuelta).
la superiora
—¿ Qué hay, hermana Tornera?
la hermana tornera
—Don Valerio y otro más
esperan desde hace un rato...
Quieren hablar con usted.
la superiora
(Se sienta. Instantes después entra don Valerio y Martín).
don valerio
—Buenas tardes.
la superiora
—Buenas tardes.
Tomen ustedes asiento...
don valerio
(En voz baja a la Superiora).
—Este señor es Martín,
asistente de don Carlos...
martin
(Que lo ha oído).
—¡Ya mucha honra que lo tengo!
Asistente soy, es cierto,
del señor capitán Alvarez,
y ahora vengo acompañando
a este pobre don Valerio
que vive llora que llora
desde que su nieta dió
en la idea de encerrarse
como un prisionero aquí,
en esta casa que es triste
sí, sí!
la superiora
—¿Y qué lo trae por acá,
en día que no es de visita,
mi buen señor don Valerio?
don valerio
—Pues... a ver si usted me deja
que hable otra vez con mi nieta...
¡A ver si logro sacarle
su idea de la cabeza!
la superiora
—No he de ser yo quien se oponga
a que usted hable con ella;
pero permítame hacerle
una observación juiciosa...
No tiene su nietecita
más consuelo que el olvido,
¿y donde podría hallarlo
mejor que aquí don Valerio?
Casa es de salud del alma
la casa que yo dirijo;
y la pobre Mariluisa,
cuyos pesares conozco,
ha de encontrar en su seno
por la voluntad de Dios
esa calma y esa paz
que el mundo le arrebató...
Supongamos que aceptara,
cediendo a los ruegos suyos,
abandonar el convento...
¿Dónde iría? ¿A qué peligros
no estaría expuesta esa alma
infantil y perturbada?
Para profesar hay tiempo...
Será monja o no será
según lo quiera el Señor;
mas lo que urge por ahora
es iluminar su espíritu
y consolar su dolor...
En la paz de nuestra casa
hallan quienes lo precisan
el bálsamo del olvido...
martin
(Golpeándose la palma de la mano izquierda con el dorso de la derecha. Aparte).
—¡Está claro como el sol!
¡Tiene que encontrarse aquí!
¡Pobre Mariana!... ¡Encerrada!
ñata ella y morenita,
«Decime vos»...; una negra,
Mariana Suárez se llama,
¿no está también «embretada»
en esta casa tan grande?
(La Superiora ha hecho signos negativos con la cabeza; mientras don Valerio se asoma).
¡Está claro! ¡Qué ha de estar!
¡Andará en cosas con otro!
¡Mujer al fin, como todas!
¡Como todas las mujeres!...
(La Superiora baja la cabeza. Don Valerio se pone de pie, Martín mira a uno y otro).
¡Otra vez metí la pata!
Y cuando el vasco la mete
metida queda sí, sí!
la superiora
(Tras una pausa).
—¿Qué dice usted, don Valerio?
don valerio
(Resignadamente y levantándose, después de pensar).
—¡Hágase la voluntad
de la Madre Superiora!
la superiora
—Mi voluntad, no, señor.
Sólo he dado mi opinión...
don valerio
—... que yo respeto y acato
como palabras sagradas...
Me voy. ¡No la quiero ver!
Usted es buena y comprende
el dolor del pobre viejo...
la superiora
—Dios, en su inmensa bondad,
ha de aplacar las angustias
de los unos y los otros...
Adiós, señor don Valerio.
Señor don Martín, adiós.
martin
—¡Con El se queden ustedes!
(Vanse ambos).
la superiora
(Dirigiéndose hacia la puerta de la izquierda).
—¡Sor María!
sor maria
(Apareciendo por ese lado).
—Mande, Madre...
la superiora
—Vamos a rezar ahora
la plegaria por la paz...
sor maria
—Voy a avisar en seguida.
(Entra por el claustro. Ante la imagen de cristo, la Superiora ora una breve plegaria que termina santiguándose, en momentos en que vuelve a aparecer la Hermana Tornera seguida de Martín y un poco malhumorada).
la hermana tornera
(A la Superiora).
—¡Este señor que se vuelve!
la superiora
—¿Qué deseaba usted, señor?
martin
—¡Pues me ha «retao» don Valerio!
Y yo no me quiero ir
sin que «vos» me «perdonés»...
la superiora
—¿Perdonarlo yo? ¿Y por qué?
martin
—Por eso de las mujeres
que sin querer dije aquí
y que es un atrevimiento,
sí, sí!
la superiora
—No había reparado yo...
pero de todas maneras
si algo vale mi perdón
se lo doy con mucho gusto...
(Martín no sabe qué contestar y la situación se hace un poco embarazosa).
martin
(Después de mirar a todos lados).
—«Vos sos» la patrona aquí...
¡Cómo «debés» de aburrirte!
(Se lleva súbitamente la mano a la boca, tapándo sela).
¡Otra metida! ¿«Vos» ves
que me salen sin querer?
Es mejor que me retire...
¡Cabeza dura la mía!
¿Me «perdonás» también ésta?
la superiora
(Sonriendo).
―Sí, don Martín... Vaya en paz.
(Martín sale).
martin
(Saliendo, aparte).
—¡Se me escapan, no hay qué hacer!
(Monjas y novicias aparecen por el claustro al mismo tiempo. Marchan lenta y silenciosamente. La Superiora se arrodilla en el reclinatorio que está hacia la izquierda, mientras hacen lo propio, dándole el frente las recién llegadas).
la superiora
(Antes de arrodillarse).
—Vamos a rezar, hermanas,
nuestra oración por la paz...
(Orando, las manos juntas).
¡Señor, que desde la altura
de tu trono celestial
presides esta hora oscura
del reinado terrenal...
Ve, Padre, lo que en la tierra
hace enloquecido el Hombre.
las hermanas
(En coro, con voz baja y honda).
—¡Alabado sea tu nombre
por los siglos de los siglos!
la superiora
—En un caos que aterra,
la hoz de la guerra
sin ley ni cuartel
segando las vidas agosta el vergel
en todo el confín.
¡Oh Caín y Abel,
oh Abel y Caín!
La granja parlera
donde antes se oyera
el canto sereno del buen labrador,
cayó ante el horror
y es polvo y es ruina
lo que ayer no más
era la divina
lumbre de la paz...
Todo muere al golpe del plomo homicida
y ruedan sin vida
bajo las locuras,
los lirios más blancos, las rosas más puras.
las hermanas
—¡Alabado sea Dios en las alturas!
la superiora
—¡Perdónalos, Señor, mas ve que el suelo
está ahito de muertes y de espanto!
pero haz que tanto
terror acabe en la cansada tierra,
que huya la guerra
y que resuene el canto!
¡Perdónalos, Señor,
está ahito de muerte y de espanto!
¡Haz que llegue hasta el mundo enrojecido
un poco de tu cielo!
… … … … … … … … … … … … … … …
En nombre del sepulto y en nombre del herido,
en nombre del que triunfa y en nombre del vencido,
de los hogares mustios y los suelos repletos
que gimen de pavor porque en su seno están
blanqueando amontonados los torvos esqueletos
como urbes subterráneas que forja el huracán,
como urbes de silencio que ahondan los secretos
de un mundo que no tiene ni brújula ni luz
de un mundo enloquecido que ha olvidado a Jesús;
en nombre del martirio,
del Amor, de la Cruz
de la rosa, del lirio,
de la sangre caliente la locura estanca,
de la niñez tranquila,
de la paloma blanca...;
en nombre de las madres que tienen la pupila
exhausta de llorar;
de las hermanas pálidas que un día vieron marchar
uncido a su mochila
al buen hermano jóven dorado de ilusión;
en nombre de los viejos abuelos que callaron
temblando de emoción
y siempre esperarán
la vuelta de los nietos que nunca volverán:
en nombre del espanto
y en nombre del horror...
¡Señor, Señor, Señor!
haz que reine en la tierra,
que huya la guerra,
que resuene el canto
y orlen nuestra sien
las olivas sagradas... Amén.
las hermanas
—Y será para gloria, y será para bien.
Amén, amén.
(Las hermanas y la Superiora se ponen de pie. Se oye el tañido de una campana interior).
la superiora
—A las seis, todos los días,
se rezará esta oración...
...Idos, pues, adentro, hermanas.
las hermanas
—Con permiso, Superiora.
la superiora
—Vele el Señor por vosotras...
(Las hermanas entran por el claustro, marchando en formación, lentamente. La Superiora hace mutispor la izquierda y solo queda en la escena la Hermana Dalmira, ocupada en arreglar las cosas — libros,etc., — que están sobre la mesa. Transcurre así unmomento, al cabo del cual aparece Mariluisa por elclaustro. Trae el libro que le regalara la Superiora).
la hermana dalmira
—¿Cómo es esto? ¿Usted no cena?
mariluisa
—No tengo ganas, Hermana;
y Sor Luisa, que es tan buena
me ha permitido que esté
mientras comen, por aquí...
la hermana dalmira
(Aparte).
—¡Pobrecita! ¡Me da pena!
(A Mariluisa).
Puede usted quedarse acá
que a nadie va a molestar...
...Hasta de aquí a un momentito...
mariluisa
—Hasta luego, Sor Dalmira...
(Vase ésta por el claustro. Mariluisa se sienta y queda un largo momento abismada, en la mano el libro abierto).
«...Ayer no más la alegria,
«la sonrisa, la ilusión...
«hoy una senda sombría
«y oprimido el corazón...
«Ayer esperanzas, flores,
«sueños de amor y de ideal
«envueltos en los fulgores
«de un panorama nupcial;
«hoy la noche del convento,
«la media luz, las Hermanas,
«y el eco, mitad lamento,
«con que llaman las campanas,
«al silencio o la oración...
«Ayer la dulce quimera
«que encendía una visión
«florida de primavera...;
«hoy el alma hecha pedazos,
«refugiando su dolor
«en el seno de esos brazos
«que abre al mundo el Salvador,
«y clamando desolada
«porque al pobre pecho herido,
«la Providencia apiadada
«haga llevar el olvido...
«¡Y qué pronto cielo santo,
«pasé de la paz al llanto!
«¡Qué cerca están en el mundo
«la alegría y el pesar!
«¡Cómo un abismo profundo
«puede el destino cavar
«a orillas de la ventura!
«...Así lo enseñan las horas,
«mitad luz y noche oscura,
«con sus reflejos de auroras
«y sus lutos vesperales,
«que sucediéndose van
«porque vean los mortales
«cuán inmediatos están
«la sombra y el esplendor...
(De pie y volviéndose hacia el Cristo, presa de súbita exaltación).
¡Oyeme tú, que en la Cruz
sonreías al martirio
y en cuya frente de lirio
palpita siempre una luz
misteriosa que la besa...
óyeme, Santa Teresa
de Jesús...:
¿Qué hace un alma atormentada
cuando entre penas mortales
no puede alejar, menguada,
los recuerdos terrenales
del arca de su memoria?
(Aparece la Superiora, a espaldas de Mariluisa).
¿Cómo se arranca el ayer
para entregarse a la gloria
(Arrodillada)
del divino amanecer?
¿Qué hacer, santo Dios, qué hacer
cuando en un ansia suprema,
mientras tu seno me llama
aquel otro amor me quema?
Esa criatura que ama
y que a ti quiere entregar
su alma libre de pecado,
quiso su amor sepultar
en este silencio helado
como quien echara al río
un hierro rojo y candente...
¿Es culpable el pecho mío,
es culpable o inocente
porque el río no ha podido
contra el hierro enrojecido?
la superiora
—Es inocente, novicia,
mas de serlo dejaría
si por error o impericia
no fiara siempre en la pía
bondad de nuestro Señor...
mariluisa
—¡Perdón, perdón, Superiora!
¡Más si Dios oye a esta sierva
desgraciada que conserva
lo que de amor El le diera,
que su bondad justiciera
apague tanta pasión
o me arranque el corazón
a pedazos!
la superiora
(Severa).
—¡Mariluisa!
Hace vuestra exaltación
que mezcléis a la plegaria
acentos de rebelión
y alcéis la voz ofrendaria
sin aquella humilde unción
con que debe hablarse al Padre...
la hermana tornera
(Apareciendo despavorida por la puerta de entrada).
—¡Santo cielo! ¡Madre, Madre!
¡Sor Dalmira! ¡Sor María!
la superiora
(Mientras aparece Sor Dalmira, Sor María y algunas monjas y novicias).
—¡Qué pasa, Hermana, por Dios!
la hermana tornera
(Muy apurada).
—¡Una mujer moribunda
en el umbral de la puerta!
«!Para bien morir — me dijo
«pido asilo en esta casa!»
(Corren hacia afuera la Superiora, Sor Dalmira, Sor María y la Tornera. Al cabo de unos segundos reaparecen. La Superiora y Sor Dalmira conducen, cada una de un brazo, a Leonor que llega moribunda. Algunas monjas se precipitan a preparar el sillón donde la sientan. A un gesto de la Superiora, una monja vieja se aproxima y le ausculta el corazón. Luego, al levantarse, hace un gesto, como indicando que se muere. Otra monja entrega a la Superiora un vaso con agua que ésta ofrece a Leonor. Mariluisa deja ver su honda emoción y se refugia en la imagen de Cristo).
leonor
(Rechazando el vaso).
—No. Es inútil... Muero ya...
Soy Leonor Mansilla de Alvarez.
la superiora
(Aparte).
—¡La esposa del Capitán!
(Monjas y novicias se alejan unos pasos y se arrodillan).
leonor
—Tres días hace que vago
sin rumbo por estos campos...
Mis carnes destilan sangre,
punzadas por las espinas
del sendero de expiación...
¡Qué larga, Señor, ha sido
mi calle en la Amargura!
(Pausa).
Fuí culpable, muy culpable...
Llorando un año viví
arrepentida y contrita;
v la plegaria profunda
durante un año exhalé
mojada en el propio llanto...
Yperegriné hasta acá
para implorar el perdón
del hombre a quien ofendí,
...y el perdón me fué negado...
¡Estoy maldita de Dios,
de mi Dios y de los hombres!
la superiora
—No diga usted esas cosas...
Dios no maldice: perdona
a los que han expiado así
sus culpas sobre la tierra...
Van a borrarse esas sombras
que su espíritu ennegrecen...
(Abre de par en par la ventana que da sobre el campo y junto a la cual se encuentran).
Este cuadro de la noche
es el símbolo supremo
del fondo de su conciencia...
Anochece lentamente...
El crepúsculo desciende
y todo se borra: flores,
plantas, arboleda...
se borra todo y no queda
sino el cielo allá en la altura
y aquí la solemne y pura
severidad vesperal...
Lo pasado
se ha esfumado
dulcemente
y lo que fué
no se ve
ni se siente...
Y bien, Leonor; así llega
el perdón hasta las almas...
Es un manto que despliega
el Hacedor apiadado
sobre todo lo pasado...
Y sobre su alma, señora,
está cayendo ese manto...
¿No lo siente usted ahora?
leonor
—¡Qué bálsamo redentor
vierten en mí sus palabras!
¡Qué dulce y consolador
es oir hablar así!
… … … … … … … … … … … … … … …
Quiero pedirle un favor...
la superiora
—Pídame usted lo que quiera...
leonor
—Una niña que vivía
en estos alrededores...
...Mariluisa... ¿se halla aquí?
la superiora
—Aquí se halla.
leonor
—¿ Profesó?
la superiora
—No todavía, señora...
leonor
—¿Podría hablarla?
la superiora
—Al momento.
(A la novicia sin alzar la voz).
Mariluisa...
(Señalando a la moribunda).
Quiere hablarla...
(Mariluisa se aproxima al sillón y se arrodilla. La Superiora se aleja algunos pasos y permanace de pie).
leonor
(Acariciando los cabellos de Mariluisa; penosamente).
—Perdóname, pobre niña...
Hazlo... feliz... te suplico...
por cuanto lo hice... sufrir...
Pidamos... juntas... a Dios
que de estas... ruinas... que caen...
puedan... brotar... todavía
los rosales... del amor...
TELON