ACTO TERCERO

(El mismo decorado del segundo. Al alzarse el telón está en escena, paseándose el Capitán de los escopeteros. Se ve venir al Escribano).

 

escribano

—¿Qué tal, Capitán?

 

capitan

Buenas tardes, Don Javier,

 

escribano

—¿Cómo sigue? y ¿qué noticias...?

 

capitan

—Parece que malas, malas...

Su Señoría el Virrey

está adentro...

 

escribano

—¡Ah! ¿Volvió?

 

capitan

—Y hace cerca de una hora

que está al lado del enfermo...

 

escribano

—¿Consiguieron que guardase cama?

 

capitan

—No ha sido posible...

Quiere continuar sentado

en su sillón...

 

escribano

—Hace bien.

No querer la horizontal

es probar que se está fuerte...

Como decirle a la muerte;

llame en el otro portal...

(Salen de la izquierda el Virrey, acompañado por Etelvina, Isabel y Elena, que se detienen bajo el alero).

 

virrey

(A ellas).

—Hasta aquí no más... Volved.

 

todas

(Saludando).

—Señoría...

 

virrey

—Buenas tardes.

 

(Entran las tres. El Virrey se dirige al Capitán, El Escribano hace una reverencia).

 

Quédate. De aquí a dos horas,

ve al Fuerte a darme noticias...

Temo que mi pobre amigo...

Hasta luego.

 

capitan

(Inclinándose).

—Señoría...

 

(En momentos en que el Virrey va a salir aparece Carlos. Viene del bosque caminando lentamente con las manos atrás y la cabeza baja, el Virrey se ha detenido al verlo avanzar).

 

carlos

(Apercibiendo al Virrey e inclinándose).

—Señoría... Buenas tardes.

 

virrey

(Después de contestar al saludo con una inclinación de cabeza).

—¿Tu hermano Manuel...?

 

carlos

—Descansa,

Señoría, en este instante...

(Pausa).

 

virrey

—¿Tú conoces al brillante,

al noble, intrépido y fiel

Capitán Lucas de Almanza?

 

carlos

—¿El que lucha en el Perú,

según las gentes, con gloria?

 

virrey

—Ese mismo. Es una historia

curiosa, como verás...

Era, cinco años atrás,

un perdulario el de Almanza...

Disoluto, pendenciero,

trapisondista, fullero,

mal español y mal hombre.

Iba arrastrando su nombre

ilustre por las tabernas,

y era en vano que le urgiesen

la madre con voces tiernas

y el padre en tono severo...

Este último, — el austero

Conde de Cazelanado —

juzgó el momento llegado

de castigar al mal hijo;

y desoyendo de fijo

las voces del corazón,

lo expulsó de su mansión

de la Coronada villa

que era como hogar, orgullo

de León y de Castilla...

La conciencia del de Almanza

se iluminó en un repente;

ciñóse un casco en la frente,

buscó espada, pidió lanza

y dijo al Conde al partir:

Padre mío: o a morir

o a ennoblecerme en tal modo

que borrado quede todo

lo que mi vida manchó!»

...Y al Perú se dirigió,

y de tal modo cumplió

el de Almanza su promesa

que hoy nadie recuerda el caso:

es el Héroe, en cuya mesa

merienda el propio Virrey

y a quien su Alteza, mi Rey,

va a consagrar caballero...

 

carlos

—Es, toda una historia llena de enseñanza,

la de ese glorioso Capitán Almanza,

noble y redimido;

y es realmente triste que no la haya oído

mi hermano Manuel...

¡Con razón Su Señoría

me preguntaba por él!

 

virrey

—La guerra y la bizarría

no sirve tan solamente

para limpiar una frente,

que también la guerra sirve,

y en todo tiempo ha servido,

— lo mismo ogaño que ayer —

para dar un apellido

a quien lo haya menester...

Buenas tardes...

 

carlos

(Inclinándose).

—Señoría...

 

(Mutis el Virrey por el fondo. El Capitán y el Escribano, que no han oído el diálogo anterior se inclinan a su vez. Carlos queda un instante inmóvil y entra por la izquierda).

 

escribano

(Al Capitán, como prosiguiendo una conversación).

—Pues sí, me aburro, me aburro...

¡He viajado tanto allá

con motivo del empleo

que tenía...!

 

capitan

—¿ Muchas villas

has conocido, Javier?

 

escribano

—En seis ciudades de España

pernoctó más de una vez

mi persona:

Málaga, Chinchón, Jerez,

Valdepeñas y Chipiona,

(sin hablarte del buen rato

de juergas y de jaleos

que me esperaba en Priorato)

...Tengo ido a Francia también

por razón de mis empleos...

 

capitan

—¿Dónde paraste?

 

escribano

—En Burdeos

...Y junto con una Doña

que no te puedo nombrar,

estuve luego en Borgoña...

¡Qué ciudad! ¡Me dejó absorto!

...¡Después viví en Portugal!...

 

capitan

—¿En Lisboa?

 

escribano

—¡Quiá! ¡En Oporto!

...Tengo muy bien estudiadas

a la viña y la mujer...

Cuando tú quieras saber

(es una receta nueva...)

cómo son las hijas de Eva

de una ciudad que visites,

no hables ni te precipites,

bebe su vino no más,

bebe el vino y lo sabrás...

¿Qué es «champán» lo que bebiste?

Pues la Eva correspondiente

no es ni pesada ni triste:

es alegre, refulgente,

suave, ondulosa, ligera;

...pero poco duradera...

No te dura más que un rato...

¡Pura espuma, Capitán!

...¿Qué has bebido del Priorato?

¡Rataplán, plan, plan!

Pues la mujer es ardiente

firme, recia, capitosa,

y más sabrosa que el pan

cuando aún está caliente.

¿Has escanciado otra cosa,

verbigracia del Jerez?

Mujer capaz esta vez

— haciéndose la inocente —

de marear a un sacristán.

Y así, si bebes Carlón,

mi querido Capitán,

o si has bebido Chinchón,

...acomódate el jubón

aunque lleves balandrán,

y piensa en el mosquetón

para lidiar sin ton ni son

en una de San Quintín

con cien libras de pasión

y tres arrobas de afán...

 

capitan

—¿Y tú eres capaz, Javier,

de lidiar de esa manera?

 

escribano

—Yo soy muy capaz de hacer

una mezcla retozona

de Chinchón y de Chipiona,

Valdepeñas y Jerez,

regar todo con Burdeos,

Con Carlón y con Oporto,

y ni remiso ni corto

mandármelo de una vez

hasta las gotas postreras.

(Mirando a la calle).

¿Dónde irán las plañideras?

 

(Se ve avanzar por la calle, de izquierda a derecha, un grupo de seis viejas encorvadas y vestidas de negro, una de ellas con bastón. Lloran).

 

las plañideras

(En tono de oración).

—¡Dios en su seno infinito

lo recoja al pobrecito!

¡Ay, Ay, Ay!

 

escribano

—¿Quién habrá muerto?

(Se asombra al ver que las «lloronas» entran, plañendo).

 

las plañideras

(Entrando, en pleno lloro).

—¡Pobrecito, pobrecito!

Requiescat in pace. Amén!

 

escribano

(Interceptándoles el paso, ya en el centro del escenario).

—¿Pero qué quieren aquí?

(Las plañideras contestan con un sollozo, en coro).

¿Quién hace de capitana

de esta bandada...?

 

la vieja del baston

(Adelantándose).

—¿Señor...?

 

escribano

—¿Qué se les ofrece acá?

 

la vieja del baston

—Nos han dicho hace un momento

que el Señor Corregidor

ha entregado su alma a Dios.

 

escribano

—¡Aquí no se ha muerto nadie!

 

las otras

(En coro llorando. Sin haber oído lo anterior).

—¡Pobrecito, pobrecito,

¡Requiescat in pace. Amén!

 

escribano

—¡Ah! ¿Latincitos a mí?

(Echándolas).

¡Fugit, fugit, avechuchos!

¡Lechuzas de mal aguero!

Pajarracos, fugit, fugit.

(Las empuja y cierra la verja. Las lloronas se van, plañendo. Al Capitán).

¿Habráse visto insolencia?

(Aparecen Isabel, Etelvina Elena y Carlos).

 

isabel

—¿Qué es lo que ocurre, por Dios?

 

escribano

(Después de vacilar).

—Unas cuantas limosneras

del barrio de la Merced

que venían a pedir...

 

elena

—¿Pues no han hecho poco ruído?

 

isabel

—Me han dado un susto... Javier.

 

escribano

—Señora...

 

isabel

—Y usted también, Capitán...

El chocolate está pronto...

¿Quieren pasar adelante?

 

capitan

—-Con mucho gusto, Isabel...

 

escribano

(Entrando).

¡Chocolate, chocolate!

¡Habiendo cada vinillo!

(Entran por la última puerta. Carlos va a hacer mutis por la de primer término. Elena lo llama).

 

elena

—¡Carlos!

 

carlos

—¿Qué hay?

 

elena

—Un momento.

Yo lo noto más tranquilo...

...la cara más natural

y más serenos los ojos...

Nos preguntó hace un instante

que dónde estaba Manuel...

Como el pobre veló anoche

debe seguir descansando...

 

carlos

(Señalando la puerta del medio).

—Aquí está, mírelo usted.

 

(Aparece Manuel restregándose los ojos, Carlos hace mutis por la puerta de primer término).

 

manuel

—Buenas tardes.

 

elena

—¿ Descansaste?

 

manuel

—No del todo.

 

elena

—¿Está mejor...?

 

manuel

—Si. Me acabo de enterar...

Ven a sentarte a mi lado.

 

elena

(Sonriendo).

—No puede ser, mi señor...

 

manuel

—¿Qué no puede ser? ¿Por qué?

 

elena

—Está cayendo la tarde

y debo cortar jazmines...

 

manuel

—Aunque sean para mí

prefiero tenerte acá...

 

elena

—Es que no son para tí...

 

manuel

—¿Para quién?

 

elena

(Siempre sonriendo).

—Es un arcano...

 

manuel

—Supongo que no serán

cortados para mi hermano...

 

elena

—No seas así, por favor...

He prometido a la Virgen,

pidiendo por la salud

de tu pobre padre enfermo

renovar todas las tardes

un gran ramo de jazmines

en su ermita... ¿Estás ahora?

Es cuestión de unos minutos...

Voy, los corto y soy contigo...

¿ No te enoja?

 

manuel

—Te acompaño

 

elena

—No lo puedo permitir

por ciento y una razón,

a más de que mi promesa

— que cumplo desde anteayer —

es que he de ir sola a buscar

los jazmines de la ofrenda...

 

manuel

—Bien pudiste prometer

ir a buscarlos conmigo...

 

elena

—A la Virgen se la pide

cosas formales, Manuel

 

manuel

—Déjame que te acompañe.

 

elena

—O te quedas o no voy.

Y pues está de por medio

la salud del propio padre...

 

manuel

—Ve entonces... Te esperaré.

 

elena

(Jovialmente, haciéndole una gran reverencia).

—¡Muchas gracias... Señoría!

—(Mutis hacia el bosque. Manuel queda solo. Se dirige a la tinaja, tóma una bota y bebe. Carlos aparece y lo ve).

 

manuel

(A Carlos mientras este último avanza sin rumbo).

—¿Vas al bosque?

 

carlos

—No. ¿Por qué?

 

manuel

—Preguntaba...

(Carlos se sienta. Hay un silencio durante el cual Manuel mira con sorna, desde atrás a su hermano. Inés sale de la última puerta y va a sacar agua de la tinaja).

 

carlos

—Oye, Inés...

 

ines

—¿Señorito?...

 

carlos

—Trae de mi cuarto en seguida

recado para escribir.

 

ines

—Muy bien.

(Saca agua en un botijo y entra, cruzándose con el Escribano y el Capitán que salen).

 

escribano

(Despacio a Inés).

—¡Fámula sin corazón!

 

ines

(Despacio también).

—¡Borrachón!

(Entra. Carlos, lentamente, hace mutis hacia su cuarto, sin dirigir la vista al Capitán ni al Escribano. Estos le miran pasar.

 

escribano

(A Manuel, después que Carlos ha entrado).

—Está el pobre Carlos tan preocupado

que lo noto como nunca desmedrado.

 

manuel

—Los poetas son así: exageran los dolores.

 

capitan

—Ya vendrán tiempos mejores...

El Señor Corregidor

al menos, no está peor...

Me ha dicho Doña Isabel

que el médico volvería.

 

manuel

—Al toque de ánimas, dijo

esta tarde que vendría...

 

capitan

—Parece que la sangría

le ha hecho bien.

 

manuel

—Sin duda alguna.

 

capitan

—Lo que alarma es su mutismo.

No ha pronunciado ni una

palabra desde la diez.

 

manuel

—En realidad que da pena...

(Al escribano, mirando al bosque y apercibiendo a lo lejos a Elena que vuelve).

Quiero charlar con Elena...

Llévatelo al Capitán...

 

escribano

(Bajo).

—¡En menos que canta un gallo!

(Al Capitán, tomándolo del brazo y señalándole la calle).

Vamos a ver cómo se hunde

el sol en el horizonte.

Caminaremos la calle...

Hasta el mesón y volvemos...

 

capitan

—Bueno, vamos.

(A Manuel).

Con permiso.

 

manuel

—Lo tiene, mi Capitán.

(Salen, se les ve cruzar tras la verja).

 

escribano

(Al Capitán, en la calle, mientras hacen mutis).

—Dicen que es sangre de Irala,

del propio Irala, ¿creerás...?

Un buen producto de india y andaluz...

(Desaparecen. Elena sale del bosque. Trae en la mano un gran ramo de jazmines. Viste de blanco).

 

elena

(Sonriendo).

—Yo soy la ninfa del bosque

que requiriendo jazmines

llegó volando a encontrarlos...

 

manuel

—¡Esos son versos de Carlos!

 

elena

—...llegó volando a encontrarlos

en unos dulces confines

donde no alcanza la luna,

(Manuel da muestras de impaciencia).

y traigo en estos mis brazos

llamarada de pureza...

 

manuel

—Bueno. Ven. Habla conmigo...

 

elena

—Soy el único testigo

del noviazgo de las flores;

y en ese mismo confín,

cuando se abre la mañana

me conversan como a hermana

porque yo he sido jazmín...

Hay dolores

en las flores...

Hay carmines,

hay rubores,

hay princesas, hay delfines,

hay romances, hay amores...

Los jazmines son señores;

y a la luz de las estrellas

que suelen llegar hasta ellas

como camaradas fieles

las gardenias son doncellas

y los geraneos, donceles...

De todos es el clavel

el más airoso doncel;

y la mujer más hermosa,

¿sabes cuál es? Es la rosa,

a quien toma por esposa

cuando es núbil, el jazmín...

Escúchame éste percance

que tiene, por ser de flores,

el aroma del romance

del amor de los amores...

Dijo a un lirio una violeta:

«¿En qué quedamos, Poeta?

¿También cantas a la rosa?

¡Señor, o la rosa o yo!»

Y el lirio le contestó

ante sus pies inclinado;

«a todas canta el poeta

porque en todas ha encontrado

un poco de tí, violeta...»

Y ella, en un dulce mohín

replicó con picardía:

«Hace un rato me decía

la misma cosa un jazmín...»

(Ríe).

 

manuel

—¡Vaya! ¡Concluiste por fin!

Ven... Ven a la realidad,

En ella es que te prefiero...

 

elena

—Lo primero es lo primero...

Voy a llevar a la Virgen

mis flores y soy contigo...

 

manuel

—Para conversar conmigo

siempre hallas inconvenientes

y sobran cosas urgentes

cuando puedes encontrarte

a solas con mi querer...

 

elena

—Voy y vuelvo.

 

manuel

(Interceptándose resueltamente).

—¡No ha de ser!

Te quiero tan locamente

que se me abrasa la frente

cuando te llego a tener

al alcance de mi amor.

 

elena

—¡Manuel, Manuel, por favor!

 

manuel

—Y te he de besar.

(Un poco brutalmente, la quiere besar. Carlos acaba de aparecer. Ha oído la última frase de Manuel).

 

carlos

(Enérgicamente).

—¿Qué es esto?

 

manuel

(En una súbita explosión de rabia).

—Así te quiero, rival,

pero rival francamente

cara a cara y frente a frente.

(Manuel levanta el brazo. Carlos le detiene. Elena, horrorizada, se cubre la cara con las manos).

 

carlos

(A Elena con una profunda serenidad).

—Entre usted. Ahí la llaman...

 

elena

—Pero ¿qué va a suceder...?

 

carlos

—Entre usted y nada tema.

 

(Elena entra; pero un instante después durante el diálogo que sigue, se verá que ha quedado en la puerta y lo ha oído).

 

manuel

—No creas que me sorprende

lo que acaba de ocurrir...

tu afán de robarme a Elena

tiene ya data muy vieja...

Tu mutismo enfrente de ella,

tu cabeza siempre gacha,

tus versos con su estribillo

de «la pasión escondida

adentro del corazón»,

tu actitud meditabunda,

tus censuras paternales,

a mis cosas y mis gustos,

y tu hipocresía, en fin,

bien claro me demostraron

hace mucho tiempo ya

la taimada pretensión

de robarme a esa mujer...

pero no roba el que quiere...

 

carlos

—¡Con qué impudicia infinita

usas el verbo «robar!»

 

manuel

—¿Qué quieres decir con eso?

 

carlos

—Que tal verbo es un exceso

de impudor en boca tuya

y debieras de pensar

echando un poco la cuenta

y la farsa haciendo a un lado,

que la soga no se menta

en la casa del ahorcado.

 

manuel

—No comprendo la alusión,

a menos que tu plan sea

cambiar de conversación...

 

carlos

—De «robos» vamos a hablar...

El caso vale la pena...

 

manuel

Yo prefiero hablar de Elena

que es lo que estaba en cuestión...

 

carlos

—Bueno... ya basta... ¡ladrón!

 

manuel

—¿Qué...?

 

carlos

—¡Ladrón!

 

manuel

—Carlos... ¿ qué dices?

 

carlos

—¡Ladrón, sí que te has valido

de las sombras de la noche

lo mismo que un foragido

para robar a tu padre.

Ladrón, mil veces ladrón

que hasta a un cuádruple tesoro

llevaste tu avilantez,

pues has robado a ese padre

de sus arcas onzas de oro;

de sus blasones la prez,

de su frente la razón,

y la vida de su pecho.

¡Ladrón, mil veces ladrón!

 

(Serenándose, mientras Manuel está fulminado por el apóstrofe).

 

No me cuadra ser tu juez

ni a tal tendría derecho

porque yo no soy tu hermano...

 

manuel

—¿Qué dices...?

 

carlos

—Lo que has oído.

¡Yo soy aquí un recogido!

¡Era un intruso en la raza!

¡Soy un hijo de la plaza!

que un poco tarde ha sabido

su verdad... ¡un mantenido!

Eso y nada más he sido.

(Pausa en medio del asombro de Manuel).

Escúchame bien. Me voy.

¡Me voy para no volver!

Pero tengo yo un deber

soberano que cumplir:

salvar la vida de ese hombre...

¿A costa de qué? De un nombre

¡de mi nombre, que no existe!

¡A la postre no es tan triste

echar lodo sobre lodo!

(Entregándole una carta).

—Tú mismo se la darás:

contiene mi confesión...

 

manuel

—¿ Y te declaras...?

 

carlos

—¡Ladrón!

Ve y entrégala ahora mismo.

 

manuel

—Aquí viene...

 

carlos

—Si preguntara por mí

le dirás que ya he partido...

 

(Carlos entra. Aparece el Corregidor con Etelvina e Isabel).

 

manuel

—¡Padre...!

 

corregidor

—¿Qué hay?

 

manuel

—Una carta.

 

corregidor

(A Isabel).

—Léela tú...

 

manuel

—Es de Carlos...

 

corregidor

(Volviendo a tomar la carta nerviosamente).

—¡Dámela!

(Abre y lee. Mutis Etelvina).

¡Señor Misericordioso!

¿Qué leen mis ojos aquí?

¡Isabel, Isabel mía!

(Isabel toma la carta y lee fuerte).

 

isabel

(Leyendo).

—...y me castigo a mí mismo

alejándome de aquí

para siempre, padre mío...

 

corregidor

—¡El era, pues, el autor del delito,

del delito infamante de robar!

¡Hijo de mi sangre sé bendito,

sé bendito, hijo mío... mi Manuel!

¿Cómo pude, menguado, sospechar

del hijo de mi sangre y de mi amor?

¡Ahí la prueba está! Vuelve a leer.

 

isabel

(Leyendo).

«Robé en tu cofre, señor,

y me castigo a mí mismo...»

 

corregidor

—Dios de infinita bondad

que has arrancado la venda

de mis pupilas caducas

para que torne a la vida

tu siervo que deliraba.

 

isabel

(Llorando).

—¿Pudiste creer...?

 

corregidor

(A Manuel que ha quedado de rodillas).

—¡Perdóname, mi Manuel!

Perdona a un padre cegado

que sospechó, delirando,

de tí...

(Llorando).

¿Ya ha partido...?

 

manuel

—Ha partido hace ya un rato.

(Isabel llora bajo).

 

corregidor

—¿ Qué infernales sugestiones

que acamparon en mi frente

nublar pudieron mi mente

y oscurecer mis razones

hasta dar a mis visiones

la visión de un inocente

marcado por el delito

y aquella de un delincuente

sospechado injustamente?

(Poniéndose de pie).

¡Hijo mío, sé bendito

en la virtud y en el bien!

 

isabel

—¡Cómo te yergues ahora!

¡Cómo tornas a la vida!

¡Cuál renaces compañero!

 

corregidor

(Apoyándose en Manuel).

—Porque el honor me apuntala,

por que de nuevo rebrilla

en el mármol de mi frente

la arrogancia de Castilla.

Pronto, pronto... ¡Mi golilla!

(Isabel entra y sale con la golilla).

¡Manuel, Manuel, sangre limpia!

Sea, pues, la mano tuya

la mano que restituya

(Dándole la golilla que Manuel le prende).

a mi testa encanecida

el emblema de una vida

que renace a la ternura,

y a la gloria, y al honor...

Y aquí puede esta blancura

immaculada y pristina

como la enseña divina

del símbolo que atesora.

Isabel... renazco agora...

Venir... A plenos pulmones

quiero el aire respirar...

Dejadme, logro marchar...

¡La altivez cuando está herida,

se encorva bajo el pesar...!

No hay torre, por más erguida,

que esté inmune a se doblar...

¡Hasta la mar, con ser mar,

parece a ratos hundida

y su cresta sumergida

debajo del batallar;

mas la ola está escondida

esperando retumbar,

y al volverse a levantar...

¡qué hermosa, Señor, la vida,

cuando se puede avanzar

con la golilla prendida!

(Salen por la derecha al bosque).

 

carlos

(Aparece).

—Rincón de mi niñéz... Vieja fontana

que arrulló mis primeras emociones...

Arbol que sombreó mi luz temprana,

sitios de mi niñez, viejo rincón,

adiós.

Adiós tú, noble viejo delirante,

a quien quise como a un padre

y a quien salvo en este instante

pagando con leal moneda

su larga hospitalidad...

Y tú, la sagrada madre...

la buena madre que queda

a un lado de mi camino...

Y tú, mi Elena, divino

sueño de amor que oculté

adentro del corazón,

adiós...

(Va a partir. Elena apareciendo por la izquierda).

 

elena

—Pero no solo: ¡conmigo!

 

carlos

—¡Elena! ¡Por Dios!

 

elena

—¡Mi Carlos!

Cielo y yo somos testigo

de un sacrificio tan grande,

que mi alma vibra y se expande

y sangra mi corazón.

¡El es de usted! lo he sentido

llenarse de usted entero...

 

carlos

—Elena, Elena, te quiero

desde hace años en silencio

todos mis ensueños de hombre

guardé en el fondo del sér.

Pero yo no tengo un nombre

para poderte ofrecer...

¡Soy un intruso en la raza!

¡Soy un hijo de la plaza...!

 

elena

—Bendita plaza que engendra

varones de tal valer

capaces de hacer cambiar

en un minuto tan sólo

el alma de una mujer.

Bendita plaza que tiene

para timbrar, tal poder,

que tu blasón, Carlos mío,

viene timbrado por Dios.

 

carlos

—¡Elena, Elena mía!

 

elena

—Bendita plaza capaz

de dar al mundo un varón

que lleva en su corazón

irradiaciones de sol

y cuya nobleza prueba

a nuestros ojos perplejos

que el cielo no está tan lejos

ni hay tanta sombra en la tierra.

 

carlos

—Ahora sí que juzgo fuerte

mi sacrificio... No verte...

 

elena

—¿Insistes...?

 

carlos

—Debo partir...

Fuera mengua del honor

de quien lo tiene manchado

olvidar, ébrio de amor,

que el Perú espera al menguado

para darle un apellido...

 

elena

—No, no, que mi corazón...

 

carlos

—¡Será leal porque ha sentido

la suprema vibración!

Espérame, Elena mía,

Adiós. El cielo me guía:

¡Voy a abrillantar mi acero!

 

elena

(Cayendo de rodillas mientras él se aleja).

—¡Bendito seas Carlos!

¡Aquí te espero!

(Cae de rodillas y llora).

 

TELON