(El mismo decorado del segundo. Al alzarse el telón está en escena, paseándose el Capitán de los escopeteros. Se ve venir al Escribano).
escribano
—¿Qué tal, Capitán?
capitan
Buenas tardes, Don Javier,
escribano
—¿Cómo sigue? y ¿qué noticias...?
capitan
—Parece que malas, malas...
Su Señoría el Virrey
está adentro...
escribano
—¡Ah! ¿Volvió?
capitan
—Y hace cerca de una hora
que está al lado del enfermo...
escribano
—¿Consiguieron que guardase cama?
capitan
—No ha sido posible...
Quiere continuar sentado
en su sillón...
escribano
—Hace bien.
No querer la horizontal
es probar que se está fuerte...
Como decirle a la muerte;
llame en el otro portal...
(Salen de la izquierda el Virrey, acompañado por Etelvina, Isabel y Elena, que se detienen bajo el alero).
virrey
(A ellas).
—Hasta aquí no más... Volved.
todas
(Saludando).
—Señoría...
virrey
—Buenas tardes.
(Entran las tres. El Virrey se dirige al Capitán, El Escribano hace una reverencia).
Quédate. De aquí a dos horas,
ve al Fuerte a darme noticias...
Temo que mi pobre amigo...
Hasta luego.
capitan
(Inclinándose).
—Señoría...
(En momentos en que el Virrey va a salir aparece Carlos. Viene del bosque caminando lentamente con las manos atrás y la cabeza baja, el Virrey se ha detenido al verlo avanzar).
carlos
(Apercibiendo al Virrey e inclinándose).
—Señoría... Buenas tardes.
virrey
(Después de contestar al saludo con una inclinación de cabeza).
—¿Tu hermano Manuel...?
carlos
—Descansa,
Señoría, en este instante...
(Pausa).
virrey
—¿Tú conoces al brillante,
al noble, intrépido y fiel
Capitán Lucas de Almanza?
carlos
—¿El que lucha en el Perú,
según las gentes, con gloria?
virrey
—Ese mismo. Es una historia
curiosa, como verás...
Era, cinco años atrás,
un perdulario el de Almanza...
Disoluto, pendenciero,
trapisondista, fullero,
mal español y mal hombre.
Iba arrastrando su nombre
ilustre por las tabernas,
y era en vano que le urgiesen
la madre con voces tiernas
y el padre en tono severo...
Este último, — el austero
Conde de Cazelanado —
juzgó el momento llegado
de castigar al mal hijo;
y desoyendo de fijo
las voces del corazón,
lo expulsó de su mansión
de la Coronada villa
que era como hogar, orgullo
de León y de Castilla...
La conciencia del de Almanza
se iluminó en un repente;
ciñóse un casco en la frente,
buscó espada, pidió lanza
y dijo al Conde al partir:
Padre mío: o a morir
o a ennoblecerme en tal modo
que borrado quede todo
lo que mi vida manchó!»
...Y al Perú se dirigió,
y de tal modo cumplió
el de Almanza su promesa
que hoy nadie recuerda el caso:
es el Héroe, en cuya mesa
merienda el propio Virrey
y a quien su Alteza, mi Rey,
va a consagrar caballero...
carlos
—Es, toda una historia llena de enseñanza,
la de ese glorioso Capitán Almanza,
noble y redimido;
y es realmente triste que no la haya oído
mi hermano Manuel...
¡Con razón Su Señoría
me preguntaba por él!
virrey
—La guerra y la bizarría
no sirve tan solamente
para limpiar una frente,
que también la guerra sirve,
y en todo tiempo ha servido,
— lo mismo ogaño que ayer —
para dar un apellido
a quien lo haya menester...
Buenas tardes...
carlos
(Inclinándose).
—Señoría...
(Mutis el Virrey por el fondo. El Capitán y el Escribano, que no han oído el diálogo anterior se inclinan a su vez. Carlos queda un instante inmóvil y entra por la izquierda).
escribano
(Al Capitán, como prosiguiendo una conversación).
—Pues sí, me aburro, me aburro...
¡He viajado tanto allá
con motivo del empleo
que tenía...!
capitan
—¿ Muchas villas
has conocido, Javier?
escribano
—En seis ciudades de España
pernoctó más de una vez
mi persona:
Málaga, Chinchón, Jerez,
Valdepeñas y Chipiona,
(sin hablarte del buen rato
de juergas y de jaleos
que me esperaba en Priorato)
...Tengo ido a Francia también
por razón de mis empleos...
capitan
—¿Dónde paraste?
escribano
—En Burdeos
...Y junto con una Doña
que no te puedo nombrar,
estuve luego en Borgoña...
¡Qué ciudad! ¡Me dejó absorto!
...¡Después viví en Portugal!...
capitan
—¿En Lisboa?
escribano
—¡Quiá! ¡En Oporto!
...Tengo muy bien estudiadas
a la viña y la mujer...
Cuando tú quieras saber
(es una receta nueva...)
cómo son las hijas de Eva
de una ciudad que visites,
no hables ni te precipites,
bebe su vino no más,
bebe el vino y lo sabrás...
¿Qué es «champán» lo que bebiste?
Pues la Eva correspondiente
no es ni pesada ni triste:
es alegre, refulgente,
suave, ondulosa, ligera;
...pero poco duradera...
No te dura más que un rato...
¡Pura espuma, Capitán!
...¿Qué has bebido del Priorato?
¡Rataplán, plan, plan!
Pues la mujer es ardiente
firme, recia, capitosa,
y más sabrosa que el pan
cuando aún está caliente.
¿Has escanciado otra cosa,
verbigracia del Jerez?
Mujer capaz esta vez
— haciéndose la inocente —
de marear a un sacristán.
Y así, si bebes Carlón,
mi querido Capitán,
o si has bebido Chinchón,
...acomódate el jubón
aunque lleves balandrán,
y piensa en el mosquetón
para lidiar sin ton ni son
en una de San Quintín
con cien libras de pasión
y tres arrobas de afán...
capitan
—¿Y tú eres capaz, Javier,
de lidiar de esa manera?
escribano
—Yo soy muy capaz de hacer
una mezcla retozona
de Chinchón y de Chipiona,
Valdepeñas y Jerez,
regar todo con Burdeos,
Con Carlón y con Oporto,
y ni remiso ni corto
mandármelo de una vez
hasta las gotas postreras.
(Mirando a la calle).
¿Dónde irán las plañideras?
(Se ve avanzar por la calle, de izquierda a derecha, un grupo de seis viejas encorvadas y vestidas de negro, una de ellas con bastón. Lloran).
las plañideras
(En tono de oración).
—¡Dios en su seno infinito
lo recoja al pobrecito!
¡Ay, Ay, Ay!
escribano
—¿Quién habrá muerto?
(Se asombra al ver que las «lloronas» entran, plañendo).
las plañideras
(Entrando, en pleno lloro).
—¡Pobrecito, pobrecito!
Requiescat in pace. Amén!
escribano
(Interceptándoles el paso, ya en el centro del escenario).
—¿Pero qué quieren aquí?
(Las plañideras contestan con un sollozo, en coro).
¿Quién hace de capitana
de esta bandada...?
la vieja del baston
(Adelantándose).
—¿Señor...?
escribano
—¿Qué se les ofrece acá?
la vieja del baston
—Nos han dicho hace un momento
que el Señor Corregidor
ha entregado su alma a Dios.
escribano
—¡Aquí no se ha muerto nadie!
las otras
(En coro llorando. Sin haber oído lo anterior).
—¡Pobrecito, pobrecito,
¡Requiescat in pace. Amén!
escribano
—¡Ah! ¿Latincitos a mí?
(Echándolas).
¡Fugit, fugit, avechuchos!
¡Lechuzas de mal aguero!
Pajarracos, fugit, fugit.
(Las empuja y cierra la verja. Las lloronas se van, plañendo. Al Capitán).
¿Habráse visto insolencia?
(Aparecen Isabel, Etelvina Elena y Carlos).
isabel
—¿Qué es lo que ocurre, por Dios?
escribano
(Después de vacilar).
—Unas cuantas limosneras
del barrio de la Merced
que venían a pedir...
elena
—¿Pues no han hecho poco ruído?
isabel
—Me han dado un susto... Javier.
escribano
—Señora...
isabel
—Y usted también, Capitán...
El chocolate está pronto...
¿Quieren pasar adelante?
capitan
—-Con mucho gusto, Isabel...
escribano
(Entrando).
¡Chocolate, chocolate!
¡Habiendo cada vinillo!
(Entran por la última puerta. Carlos va a hacer mutis por la de primer término. Elena lo llama).
elena
—¡Carlos!
carlos
—¿Qué hay?
elena
—Un momento.
Yo lo noto más tranquilo...
...la cara más natural
y más serenos los ojos...
Nos preguntó hace un instante
que dónde estaba Manuel...
Como el pobre veló anoche
debe seguir descansando...
carlos
(Señalando la puerta del medio).
—Aquí está, mírelo usted.
(Aparece Manuel restregándose los ojos, Carlos hace mutis por la puerta de primer término).
manuel
—Buenas tardes.
elena
—¿ Descansaste?
manuel
—No del todo.
elena
—¿Está mejor...?
manuel
—Si. Me acabo de enterar...
Ven a sentarte a mi lado.
elena
(Sonriendo).
—No puede ser, mi señor...
manuel
—¿Qué no puede ser? ¿Por qué?
elena
—Está cayendo la tarde
y debo cortar jazmines...
manuel
—Aunque sean para mí
prefiero tenerte acá...
elena
—Es que no son para tí...
manuel
—¿Para quién?
elena
(Siempre sonriendo).
—Es un arcano...
manuel
—Supongo que no serán
cortados para mi hermano...
elena
—No seas así, por favor...
He prometido a la Virgen,
pidiendo por la salud
de tu pobre padre enfermo
renovar todas las tardes
un gran ramo de jazmines
en su ermita... ¿Estás ahora?
Es cuestión de unos minutos...
Voy, los corto y soy contigo...
¿ No te enoja?
manuel
—Te acompaño
elena
—No lo puedo permitir
por ciento y una razón,
a más de que mi promesa
— que cumplo desde anteayer —
es que he de ir sola a buscar
los jazmines de la ofrenda...
manuel
—Bien pudiste prometer
ir a buscarlos conmigo...
elena
—A la Virgen se la pide
cosas formales, Manuel
manuel
—Déjame que te acompañe.
elena
—O te quedas o no voy.
Y pues está de por medio
la salud del propio padre...
manuel
—Ve entonces... Te esperaré.
elena
(Jovialmente, haciéndole una gran reverencia).
—¡Muchas gracias... Señoría!
—(Mutis hacia el bosque. Manuel queda solo. Se dirige a la tinaja, tóma una bota y bebe. Carlos aparece y lo ve).
manuel
(A Carlos mientras este último avanza sin rumbo).
—¿Vas al bosque?
carlos
—No. ¿Por qué?
manuel
—Preguntaba...
(Carlos se sienta. Hay un silencio durante el cual Manuel mira con sorna, desde atrás a su hermano. Inés sale de la última puerta y va a sacar agua de la tinaja).
carlos
—Oye, Inés...
ines
—¿Señorito?...
carlos
—Trae de mi cuarto en seguida
recado para escribir.
ines
—Muy bien.
(Saca agua en un botijo y entra, cruzándose con el Escribano y el Capitán que salen).
escribano
(Despacio a Inés).
—¡Fámula sin corazón!
ines
(Despacio también).
—¡Borrachón!
(Entra. Carlos, lentamente, hace mutis hacia su cuarto, sin dirigir la vista al Capitán ni al Escribano. Estos le miran pasar.
escribano
(A Manuel, después que Carlos ha entrado).
—Está el pobre Carlos tan preocupado
que lo noto como nunca desmedrado.
manuel
—Los poetas son así: exageran los dolores.
capitan
—Ya vendrán tiempos mejores...
El Señor Corregidor
al menos, no está peor...
Me ha dicho Doña Isabel
que el médico volvería.
manuel
—Al toque de ánimas, dijo
esta tarde que vendría...
capitan
—Parece que la sangría
le ha hecho bien.
manuel
—Sin duda alguna.
capitan
—Lo que alarma es su mutismo.
No ha pronunciado ni una
palabra desde la diez.
manuel
—En realidad que da pena...
(Al escribano, mirando al bosque y apercibiendo a lo lejos a Elena que vuelve).
Quiero charlar con Elena...
Llévatelo al Capitán...
escribano
(Bajo).
—¡En menos que canta un gallo!
(Al Capitán, tomándolo del brazo y señalándole la calle).
Vamos a ver cómo se hunde
el sol en el horizonte.
Caminaremos la calle...
Hasta el mesón y volvemos...
capitan
—Bueno, vamos.
(A Manuel).
Con permiso.
manuel
—Lo tiene, mi Capitán.
(Salen, se les ve cruzar tras la verja).
escribano
(Al Capitán, en la calle, mientras hacen mutis).
—Dicen que es sangre de Irala,
del propio Irala, ¿creerás...?
Un buen producto de india y andaluz...
(Desaparecen. Elena sale del bosque. Trae en la mano un gran ramo de jazmines. Viste de blanco).
elena
(Sonriendo).
—Yo soy la ninfa del bosque
que requiriendo jazmines
llegó volando a encontrarlos...
manuel
—¡Esos son versos de Carlos!
elena
—...llegó volando a encontrarlos
en unos dulces confines
donde no alcanza la luna,
(Manuel da muestras de impaciencia).
y traigo en estos mis brazos
llamarada de pureza...
manuel
—Bueno. Ven. Habla conmigo...
elena
—Soy el único testigo
del noviazgo de las flores;
y en ese mismo confín,
cuando se abre la mañana
me conversan como a hermana
porque yo he sido jazmín...
Hay dolores
en las flores...
Hay carmines,
hay rubores,
hay princesas, hay delfines,
hay romances, hay amores...
Los jazmines son señores;
y a la luz de las estrellas
que suelen llegar hasta ellas
como camaradas fieles
las gardenias son doncellas
y los geraneos, donceles...
De todos es el clavel
el más airoso doncel;
y la mujer más hermosa,
¿sabes cuál es? Es la rosa,
a quien toma por esposa
cuando es núbil, el jazmín...
Escúchame éste percance
que tiene, por ser de flores,
el aroma del romance
del amor de los amores...
Dijo a un lirio una violeta:
«¿En qué quedamos, Poeta?
¿También cantas a la rosa?
¡Señor, o la rosa o yo!»
Y el lirio le contestó
ante sus pies inclinado;
«a todas canta el poeta
porque en todas ha encontrado
un poco de tí, violeta...»
Y ella, en un dulce mohín
replicó con picardía:
«Hace un rato me decía
la misma cosa un jazmín...»
(Ríe).
manuel
—¡Vaya! ¡Concluiste por fin!
Ven... Ven a la realidad,
En ella es que te prefiero...
elena
—Lo primero es lo primero...
Voy a llevar a la Virgen
mis flores y soy contigo...
manuel
—Para conversar conmigo
siempre hallas inconvenientes
y sobran cosas urgentes
cuando puedes encontrarte
a solas con mi querer...
elena
—Voy y vuelvo.
manuel
(Interceptándose resueltamente).
—¡No ha de ser!
Te quiero tan locamente
que se me abrasa la frente
cuando te llego a tener
al alcance de mi amor.
elena
—¡Manuel, Manuel, por favor!
manuel
—Y te he de besar.
(Un poco brutalmente, la quiere besar. Carlos acaba de aparecer. Ha oído la última frase de Manuel).
carlos
(Enérgicamente).
—¿Qué es esto?
manuel
(En una súbita explosión de rabia).
—Así te quiero, rival,
pero rival francamente
cara a cara y frente a frente.
(Manuel levanta el brazo. Carlos le detiene. Elena, horrorizada, se cubre la cara con las manos).
carlos
(A Elena con una profunda serenidad).
—Entre usted. Ahí la llaman...
elena
—Pero ¿qué va a suceder...?
carlos
—Entre usted y nada tema.
(Elena entra; pero un instante después durante el diálogo que sigue, se verá que ha quedado en la puerta y lo ha oído).
manuel
—No creas que me sorprende
lo que acaba de ocurrir...
tu afán de robarme a Elena
tiene ya data muy vieja...
Tu mutismo enfrente de ella,
tu cabeza siempre gacha,
tus versos con su estribillo
de «la pasión escondida
adentro del corazón»,
tu actitud meditabunda,
tus censuras paternales,
a mis cosas y mis gustos,
y tu hipocresía, en fin,
bien claro me demostraron
hace mucho tiempo ya
la taimada pretensión
de robarme a esa mujer...
pero no roba el que quiere...
carlos
—¡Con qué impudicia infinita
usas el verbo «robar!»
manuel
—¿Qué quieres decir con eso?
carlos
—Que tal verbo es un exceso
de impudor en boca tuya
y debieras de pensar
echando un poco la cuenta
y la farsa haciendo a un lado,
que la soga no se menta
en la casa del ahorcado.
manuel
—No comprendo la alusión,
a menos que tu plan sea
cambiar de conversación...
carlos
—De «robos» vamos a hablar...
El caso vale la pena...
manuel
—Yo prefiero hablar de Elena
que es lo que estaba en cuestión...
carlos
—Bueno... ya basta... ¡ladrón!
manuel
—¿Qué...?
carlos
—¡Ladrón!
manuel
—Carlos... ¿ qué dices?
carlos
—¡Ladrón, sí que te has valido
de las sombras de la noche
lo mismo que un foragido
para robar a tu padre.
Ladrón, mil veces ladrón
que hasta a un cuádruple tesoro
llevaste tu avilantez,
pues has robado a ese padre
de sus arcas onzas de oro;
de sus blasones la prez,
de su frente la razón,
y la vida de su pecho.
¡Ladrón, mil veces ladrón!
(Serenándose, mientras Manuel está fulminado por el apóstrofe).
No me cuadra ser tu juez
ni a tal tendría derecho
porque yo no soy tu hermano...
manuel
—¿Qué dices...?
carlos
—Lo que has oído.
¡Yo soy aquí un recogido!
¡Era un intruso en la raza!
¡Soy un hijo de la plaza!
que un poco tarde ha sabido
su verdad... ¡un mantenido!
Eso y nada más he sido.
(Pausa en medio del asombro de Manuel).
Escúchame bien. Me voy.
¡Me voy para no volver!
Pero tengo yo un deber
soberano que cumplir:
salvar la vida de ese hombre...
¿A costa de qué? De un nombre
¡de mi nombre, que no existe!
¡A la postre no es tan triste
echar lodo sobre lodo!
(Entregándole una carta).
—Tú mismo se la darás:
contiene mi confesión...
manuel
—¿ Y te declaras...?
carlos
—¡Ladrón!
Ve y entrégala ahora mismo.
manuel
—Aquí viene...
carlos
—Si preguntara por mí
le dirás que ya he partido...
(Carlos entra. Aparece el Corregidor con Etelvina e Isabel).
manuel
—¡Padre...!
corregidor
—¿Qué hay?
manuel
—Una carta.
corregidor
(A Isabel).
—Léela tú...
manuel
—Es de Carlos...
corregidor
(Volviendo a tomar la carta nerviosamente).
—¡Dámela!
(Abre y lee. Mutis Etelvina).
¡Señor Misericordioso!
¿Qué leen mis ojos aquí?
¡Isabel, Isabel mía!
(Isabel toma la carta y lee fuerte).
isabel
(Leyendo).
—...y me castigo a mí mismo
alejándome de aquí
para siempre, padre mío...
corregidor
—¡El era, pues, el autor del delito,
del delito infamante de robar!
¡Hijo de mi sangre sé bendito,
sé bendito, hijo mío... mi Manuel!
¿Cómo pude, menguado, sospechar
del hijo de mi sangre y de mi amor?
¡Ahí la prueba está! Vuelve a leer.
isabel
(Leyendo).
«Robé en tu cofre, señor,
y me castigo a mí mismo...»
corregidor
—Dios de infinita bondad
que has arrancado la venda
de mis pupilas caducas
para que torne a la vida
tu siervo que deliraba.
isabel
(Llorando).
—¿Pudiste creer...?
corregidor
(A Manuel que ha quedado de rodillas).
—¡Perdóname, mi Manuel!
Perdona a un padre cegado
que sospechó, delirando,
de tí...
(Llorando).
¿Ya ha partido...?
manuel
—Ha partido hace ya un rato.
(Isabel llora bajo).
corregidor
—¿ Qué infernales sugestiones
que acamparon en mi frente
nublar pudieron mi mente
y oscurecer mis razones
hasta dar a mis visiones
la visión de un inocente
marcado por el delito
y aquella de un delincuente
sospechado injustamente?
(Poniéndose de pie).
¡Hijo mío, sé bendito
en la virtud y en el bien!
isabel
—¡Cómo te yergues ahora!
¡Cómo tornas a la vida!
¡Cuál renaces compañero!
corregidor
(Apoyándose en Manuel).
—Porque el honor me apuntala,
por que de nuevo rebrilla
en el mármol de mi frente
la arrogancia de Castilla.
Pronto, pronto... ¡Mi golilla!
(Isabel entra y sale con la golilla).
¡Manuel, Manuel, sangre limpia!
Sea, pues, la mano tuya
la mano que restituya
(Dándole la golilla que Manuel le prende).
a mi testa encanecida
el emblema de una vida
que renace a la ternura,
y a la gloria, y al honor...
Y aquí puede esta blancura
immaculada y pristina
como la enseña divina
del símbolo que atesora.
Isabel... renazco agora...
Venir... A plenos pulmones
quiero el aire respirar...
Dejadme, logro marchar...
¡La altivez cuando está herida,
se encorva bajo el pesar...!
No hay torre, por más erguida,
que esté inmune a se doblar...
¡Hasta la mar, con ser mar,
parece a ratos hundida
y su cresta sumergida
debajo del batallar;
mas la ola está escondida
esperando retumbar,
y al volverse a levantar...
¡qué hermosa, Señor, la vida,
cuando se puede avanzar
con la golilla prendida!
(Salen por la derecha al bosque).
carlos
(Aparece).
—Rincón de mi niñéz... Vieja fontana
que arrulló mis primeras emociones...
Arbol que sombreó mi luz temprana,
sitios de mi niñez, viejo rincón,
adiós.
Adiós tú, noble viejo delirante,
a quien quise como a un padre
y a quien salvo en este instante
pagando con leal moneda
su larga hospitalidad...
Y tú, la sagrada madre...
la buena madre que queda
a un lado de mi camino...
Y tú, mi Elena, divino
sueño de amor que oculté
adentro del corazón,
adiós...
(Va a partir. Elena apareciendo por la izquierda).
elena
—Pero no solo: ¡conmigo!
carlos
—¡Elena! ¡Por Dios!
elena
—¡Mi Carlos!
Cielo y yo somos testigo
de un sacrificio tan grande,
que mi alma vibra y se expande
y sangra mi corazón.
¡El es de usted! lo he sentido
llenarse de usted entero...
carlos
—Elena, Elena, te quiero
desde hace años en silencio
todos mis ensueños de hombre
guardé en el fondo del sér.
Pero yo no tengo un nombre
para poderte ofrecer...
¡Soy un intruso en la raza!
¡Soy un hijo de la plaza...!
elena
—Bendita plaza que engendra
varones de tal valer
capaces de hacer cambiar
en un minuto tan sólo
el alma de una mujer.
Bendita plaza que tiene
para timbrar, tal poder,
que tu blasón, Carlos mío,
viene timbrado por Dios.
carlos
—¡Elena, Elena mía!
elena
—Bendita plaza capaz
de dar al mundo un varón
que lleva en su corazón
irradiaciones de sol
y cuya nobleza prueba
a nuestros ojos perplejos
que el cielo no está tan lejos
ni hay tanta sombra en la tierra.
carlos
—Ahora sí que juzgo fuerte
mi sacrificio... No verte...
elena
—¿Insistes...?
carlos
—Debo partir...
Fuera mengua del honor
de quien lo tiene manchado
olvidar, ébrio de amor,
que el Perú espera al menguado
para darle un apellido...
elena
—No, no, que mi corazón...
carlos
—¡Será leal porque ha sentido
la suprema vibración!
Espérame, Elena mía,
Adiós. El cielo me guía:
¡Voy a abrillantar mi acero!
elena
(Cayendo de rodillas mientras él se aleja).
—¡Bendito seas Carlos!
¡Aquí te espero!
(Cae de rodillas y llora).
TELON