TENÍA UN maravilloso vestido de chifón en color jade con un corpiño ceñido y falda de corte sesgado que resaltaba sus curvas finas, que había llevado a Milán y que aún no se había puesto. Era de un afamado modisto australiano.
Un chal a juego como toque final, con el cabello recogido en alto, un mínimo de joyas y tacones vertiginosos... la decisión estuvo tomada.
Mientras se aplicaba un poco de maquillaje, se dijo que no se trataba de una cita, sólo del primer compromiso social sin la presencia de Sophia.
Recogió el bolso y fue al salón a tiempo de oír el telefonillo de abajo.
Alessandro. Pero la cautela la llevó a comprobarlo en el monitor antes de comunicarle que bajaba.
Mientras el ascensor descendía, sintió un nudo de nervios en el estómago y respiró hondo varias veces para calmarse antes de que las puertas se abrieran en el vestíbulo.
Se repitió que únicamente era una cena, y para cuatro, no para dos.
«Así que serénate, sonríe y pásalo bien».
Pero le bastó mirarlo para saber que se hallaba fuera de su elemento.
Las facciones marcadas, los ojos casi negros que veían mucho más de lo que a ella le gustaba, la boca... el recuerdo de lo que sintió cuando le poseyó la suya fue tan intenso que apenas logró contener un escalofrío.
«Enfréntate a ello».
Y lo hizo, ofreciéndole una sonrisa generosa al ir a su lado.
–Hola.
–Buona sera, Liliana.
Otra vez... Liliana. ¿Sabía lo que le hacía a sus entrañas que pronunciara su nombre completo?
–¿Nos vamos?
¿Cómo iba a ser posible compartir la cena con un hombre que le sacudía las emociones de esa manera?
No tenía sentido.
–Te interesa rehabilitar edificios antiguos –comentó Lily mientras avanzaban entre el tráfico–. ¿Trabajas en algún proyecto ahora?
–Sí. Pero primero hay que cumplir ciertos requisitos. Conseguir los permisos, la presentación y aprobación de los planos. Las legalidades necesarias a estos proyectos... todo lo cual puede hacer que se convierta en un proceso largo.
–La burocracia en marcha.
–A veces durante varios meses.
–Supongo que la paciencia es la clave.
–¿No me consideras un hombre paciente? –le dedicó una mirada.
Lily reflexionó en ello.
–Quizá –concedió–. Si quisieras algo con suficiente deseo.
El hombre sentado a su lado era capaz de lograr lo que quisiera, sin importar los medios que hicieran falta para alcanzar el objetivo. Ya que debajo de ese exterior sofisticado había una naturaleza despiadada nacida de la necesidad de sobrevivir a cualquier costa.
Percibía que era un amigo leal, pero un adversario peligroso.
Tenía el aspecto de un hombre que sabía todo lo que había que saber sobre las mujeres, lo que querían, lo que necesitaban, y la destreza para proporcionarlo... en la cama y fuera de ella.
¿De dónde había salido eso?
Como si necesitara el contacto de otro hombre.
¿Acaso había olvidado que había descartado a todos los hombres? Y más a los del calibre de Alessandro, con quienes todo parecía como atravesar un campo de minas emocional.
El ligero contacto de la mano de él en su cintura fue cálido, casi protector, al guiarla hacia la barra donde Giarda y Massimo estaban sentados.
Giarda se puso de pie y besó a Lily en la mejilla.
–Es muy agradable veros a los dos –saludó antes de repetir el acto con Alessandro.
De inmediato Massimo la imitó.
–Tomaremos una copa juntos antes de ir a nuestra mesa –indicó ella.
Los ojos de Massimo brillaron con un humor latente.
–A mi mujer le gusta estar al mando.
–Porque a ti te divierte dejarme –repuso Giarda con dulzura.
La química entre ambos era casi palpable y Lily sintió un momentáneo aguijonazo de envidia. Se los veía tan bien juntos, tan el uno para el otro. Le causó añoranza que semejante pasión se hallara ausente de su vida.
El restaurante parecía ser uno de los favoritos entre la elite social, en cuyo seno los tres debían ocupar un rango elevado, a juzgar por la atención obsequiosa que les dispensaron el maître y los camareros.
La comida fue perfecta y la presentación magnífica. En una escala de uno a diez, Lily le dio la máxima.
Acababan de terminar el plato principal cuando Giarda alzó su copa de vino, bebió un sorbo y luego volvió a dejarla sobre la mesa.
–En un par de semanas, Massimo y yo celebraremos nuestro quinto aniversario –comenzó y le sonrió a su marido–. El sábado vamos a ofrecer una fiesta en la villa que tenemos en el Lago Maggiore y queremos invitaros a ambos a pasar el fin de semana allí para compartir nuestra celebración. El domingo daremos un brunch mientras recorremos los lagos en el barco. Será maravilloso que vengáis –concluyó con auténtica calidez.
–Grazie, Giarda –Alessandro le sonrió con afecto–. Aceptamos con placer.
Le molestó que empleara el plural para aceptar, aparte de que para las próximas semanas tenía turno de trabajo tanto el sábado como el domingo.
Por lo general, las noches de los sábados eran las más ajetreadas.
–No creo que me sea posible.
–Lily, prométeme que lo preguntarás –suplicó Giarda de forma persuasiva.
–Mañana hablaré con el chef.
–Podrías ir directamente a lo más alto y hablar con tu jefe ahora.
Realizar una llamada con el móvil mientras cenaban le pareció muy descortés, y estaba a punto de manifestarlo cuando Giarda intervino con suavidad:
–Se encuentra sentado a esta mesa.
Sorprendida, Lily abrió mucho los ojos mientras miraba aturdida a Massimo, quien en silencio indicó a Alessandro.
¿Alessandro era el dueño del restaurante en el que trabajaba?
Sólo hicieron falta unos segundos para que todo encajara en su sitio. La elección de Sophia del restaurante donde almorzar, la oportunidad de trabajar allí. Las casualidades eran estupendas, pero en ese caso parecía demasiada coincidencia como para no haber estado planificada.
Le dedicó una sonrisa antes de volver a mirar a Giarda.
–En ese caso, reorganizar mis turnos no representará ningún problema.
–Bien. Todo arreglado. Os esperaremos ansiosos a media tarde.
–Gracias –añadió Lily con educación.
De algún modo logró continuar el resto de la velada, aunque le costó, ya que por dentro la sangre le hervía.
La despedida requirió varios minutos mientras intercambiaban comentarios corteses antes de ir en busca de sus respectivos coches.
Lily esperó hasta que Alessandro arrancó y se metió entre el tráfico.
–¿Cómo ocurrió? Sophia podría haber elegido cualquier restaurante para almorzar aquel día.
–¿Y te preocupa que eligiera el mío?
Lo miró con ojos centelleantes.
–Sólo por el hecho de que huele a encerrona.
–¿Y eso te enfada?
–Me desagrada que me engañen. O que se me ofrezca una ventaja injusta.
–Te ganaste tu contratación –le recordó con suavidad–. Eres una chef profesional, eres propietaria de un buen restaurante y da la casualidad de que hablas italiano y francés con fluidez.
–Dime... si hubiera entrado siendo una desconocida que solicitaba un trabajo, ¿lo habría conseguido?
–Probablemente no.
Su mirada era lóbrega cuando él detuvo el coche ante su apartamento.
La irritaba sobremanera que hubiera sido amable debido a la relación que la unía a Sophia. Sin duda lo consideraba un deber y encontraba su compañía aburrida.
–No.
–¿Disculpa? –inquirió ella.
–No –repitió mientras se soltaba el cinturón de seguridad.
–No tienes ni idea de lo que...
–¿Eso piensas? Inténtalo.
Le enmarcó la cara con las manos y bajó la boca hasta dejarla a milímetros de la de ella. Luego se la cubrió con los labios, persuasivos y hábiles, mientras probaba esa dulzura interior, insistiendo hasta que Lily emitió un gemido renuente y deleitado.
Era mucho más que lo que había imaginado a medida que se perdía... tan entregada que volvió a gemir cuando él comenzó a retirarse.
Durante lo que pareció una eternidad, Alessandro sólo la miró y Lily contuvo el aliento mientras le acariciaba el labio inferior con el dedo pulgar.
–Ahora lo entiendes.
¿Lo entendía?
Santo cielo...
–No puedo. Tú... –sus ojos reflejaban incredulidad y aturdimiento por la pasión que acababan de compartir–. Tengo que... –se apartó, apenas consciente de que la había dejado ir mientras se afanaba con el cinturón de seguridad antes de abrir la puerta y bajar del coche.
La llave... ¿dónde diablos estaba la llave?
–Tu bolso.
Se preguntó en qué momento Alessandro había bajado para ir a situarse a su lado.
De algún modo, pudo sacar las llaves y él la siguió al interior, apretó el botón adecuado y la observó pensativo mientras el ascensor los llevaba a la planta de Lily.
–Por favor... vete.
–Cuando haya comprobado que te encuentras a salvo en tu apartamento.
–No –protestó ella–. Estoy bien.
Sin decir palabra, le quitó las llaves de la mano e introdujo la correcta en la cerradura y abrió la puerta antes de devolverle el llavero.
–Buona notte, cara. Te llamaré mañana. Echa el cerrojo.
Después de hacerlo, cruzó el salón como un autómata y se quedó de pie en el dormitorio sin ver nada hasta que la realidad intervino.
De forma mecánica, se quitó los zapatos y la ropa antes de entrar en el cuarto de baño.
Las manos le temblaron al soltarse los broches que le sujetaban el pelo. Fue entonces cuando vio su reflejo y cerró los ojos para bloquear temporalmente esa imagen... el rostro pálido, los ojos enormes, una boca inflamada por el apasionado beso.
Se preguntó adónde iría a partir de ahora.