“Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo, sacar las cosas del arco.”
ROBERTO FONTANARROSA,“La barrera”
La tarde del 2 de junio de 1978 todos los argentinos estaban en su casa. A las 19.15 se jugaba el primer partido de Argentina en el Mundial de Fútbol. El contrincante: Hungría.
El campeonato había sido ampliamente cuestionado desde el exterior por impulso del Comité de Boicot del Mundial de Fútbol (COBA), en la Argentina porque se oponían a que el Mundial se llevara a cabo en un país donde se violaban sistemáticamente los derechos humanos y que era utilizado como una operación política de propaganda.
El comité había exigido el cambio de sede o que el equipo francés no participara, a menos que la Junta liberara a los prisioneros políticos y desaparecidos y restableciera las libertades suprimidas.
Pese a la gran campaña de prensa desarrollada por el COBA, que consistió en publicaciones, reuniones barriales, folletería, películas y discos que denunciaban la situación argentina, el Mundial se llevó a cabo, y Francia participó.
Más de una vez Santiago se había angustiado ante la situación de tensión generada por las leves oleadas de noticias que llegaban del viejo continente y que seguían dividiendo a los argentinos.
El lugar elegido por la familia para ver el encuentro había sido la casa de Aime y Vicente, porque era la más grande. Se habían acomodado todos frente al televisor, los hombres en el sofá porque era sabido que no se moverían de allí en los noventa minutos que durara el partido, y las mujeres en sillas que habían traído de la cocina, junto a una mesita donde apoyar la pava, el mate y el budín de manzanas y zanahorias, receta de Aime.
Los chicos se habían sentado en almohadones debajo de los pies de los mayores y daba gusto verlos concentrados mientras se cantaba el himno.
Si bien a las mujeres no les interesaba mucho el fútbol, el Mundial era otra cosa. Y más ese Mundial que había sido estratégicamente planificado para distraer a los argentinos de lo que realmente pasaba.
Lihuén inauguró el mate, que extendió a su madre en primer término dado que era a quien tenía a su derecha.
—Me parece que vamos a tener que hacer dos —dijo Naiquen al ver que los chicos también se sumaron a la ronda.
Su propuesta fue aceptada y se alejó hacia la cocina para traer otro equipo mientras la pelota empezaba a rodar en la cancha. El silencio en la sala y en la calle era total. Parecía que el mundo se había detenido en esa tarde de invierno y lo único que importaba era ese partido de fútbol que llevaría a la Argentina a la gloria y a los argentinos a la fantasía de la felicidad.
A los diez minutos esa ansiada dicha fue quebrada por el gol de Hungría: Károly Csapó sumía a los fanáticos en una momentánea desazón. Nehuén, uno de los más temperamentales, dejó escapar un insulto. De inmediato se dio cuenta de su grosería y pidió disculpas.
El mate seguía de mano en mano y un manto de malestar se había instalado en los rostros masculinos mientras que algunas miradas pícaras se entrecruzaban entre las mujeres, que no entendían cómo se podían afectar tanto por un simple partido, y más por el primero.
Pero el fastidio duró poco porque en el minuto quince Leopoldo Luque convirtió el primer gol argentino que estalló en millones de gargantas generando abrazos y palmadas como si el planeta girara alrededor del fútbol.
Había sido grande la manipulación mediática por parte de los militares para ocultar lo que ocurría a los ojos del mundo. Aprovechándose de la pasión argentina se había invertido mucho dinero en Argentina Televisora a Color (ATC), en las transmisiones y en las estructuras de los estadios. Pero los argentinos vieron el Mundial en blanco y negro, solo las transmisiones emitidas al exterior eran a color y en vivo.
Recién el último partido entre Argentina y Holanda pudo ser visto a color por los pocos argentinos que tenían la dicha de contar con el aparato respectivo. Solo la clase media pudiente pudo comprarlos, muchos viajaron en avión a Paraguay para adquirirlo, con la dificultad del sistema PAL N que era el que se usaba en nuestro país y que no se conseguía.
Mientras en la cancha de River Plate se festejaba el comienzo del Mundial con una apertura ideada por alumnos de distintas escuelas del país, y Videla hablaba de paz y libertad, dos valores sepultados durante la dictadura, en el centro de detención de la ESMA, a mil metros, se torturaba a cientos de personas antes de ser asesinadas.
De nada servía el spot publicitario creado por el gobierno para desmentir la campaña y que ostentaba la frase: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Los túneles seguían sangrando vida.
El gol de Luque cambió la densidad del aire y el ambiente se relajó apenas. Los chicos empezaron a pedir más budín y Aime fue hacia la cocina a hornear la última mezcla.
El mate se había enfriado y las primas siguieron a Aime para ocuparse. Los hombres conversaban sobre el desarrollo del partido y los chicos absorbían la información para intercambiarla en la escuela al día siguiente.
El partido seguía uno a uno y la tensión era constante. En el entretiempo todos querían ir al baño y Vicente acompañó a su mujer en la cocina, que ya había comenzado a preparar la cena.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó mientras la observaba desde el marco de la puerta. Seguía adorándola aunque ya no luciera como aquella joven que había conocido hacía tantos años atrás.
—Pollo al horno con papas y zanahorias —respondió con una sonrisa—, pero no digas nada porque Naiquen no va a querer quedarse, ya sabés cómo es.
—Sí, no quiere molestar.
—Así que los sorprenderé con todo listo y no tendrá excusas.
—¿Sabés algo de Libertad? —quiso saber el abuelo.
—No, va y viene sin dar explicaciones —meneó la cabeza en gesto de pesar—. Lihuén anda desesperada por esa hija díscola que tiene y Santiago no sabe ya qué más decirle para tranquilizarla.
Nehuén se asomó a la cocina.
—Abuelo, ya empieza. —Al sentir el aroma que rodeaba a su abuela se acercó—. Mmm, qué bien huele.
—Te quedás, ¿cierto? —invitó Aime.
—No podría rechazar tu invitación. —La besó en la mejilla y salió rumbo al comedor.
El segundo tiempo fue de mucho nerviosismo, pocas llegadas al arco y ninguna concreción. Pablo ya se había aburrido de estar sentado y comenzó a jugar con las bolitas.
—¿Quieren algún aperitivo? —ofreció Naiquen.
—Pedile a la abuela un Gancia —sugirió Vicente.
Aime había pasado a ser “la abuela” de todos, dado que los parentescos estaban cruzados y por una cuestión de edad era lo que correspondía.
Cerca del final y cuando todo parecía indicar que el partido terminaría en empate sobrevino el gol. En el minuto ochenta y tres, Daniel Bertoni llevó al equipo argentino al triunfo.
Gritos, abrazos, bocinazos y algunas explosiones invadieron la noche. Aime se asomó al comedor y no pudo evitar la risa al ver a esos hombres grandes festejando como niños. Hasta Lihuén parecía entusiasmada y se abrazaba a su marido. Nehuén entrechocaba palmas con los chicos y vitoreaba con ellos. Solo Naiquen parecía ajena a la alegría general y no tenía a quien sujetarse. Le dio pena esa sobrina suya, podía percibir su tristeza detrás de su fachada. Ya tendría una charla a solas con ella.
—Enseguida está la comida —dijo por encima de las voces.
—Nosotros nos vamos, tía —se apresuró a decir Naiquen mientras miraba a sus hijos indicándoles que tenían que despedirse.
—De ninguna manera —intervino Nehuén—, vamos a festejar que ganamos el primer partido.
—Pero…
—No acepto un no —dijo el hombre clavando en ella sus ojos turquesas—. Además, no querrás quitarles a los chicos esta alegría.
Ambos miraron a los pequeños que se habían adornado con vinchas blancas y celestes hechas en papel crepe que Lihuén había llevado para ellos.
—Vamos, hija —intervino Aime—, ya tengo todo listo.
Ante tanta presión Naiquen no pudo seguir negándose.
Durante la cena solo se habló del partido, los chicos hicieron algunas preguntas dado que no entendían cómo seguía el Mundial y los hombres se enredaron en explicaciones sobre rondas y grupos que solo aumentaron la incertidumbre de los menores.
Por un momento la alegría se enturbió cuando alguien preguntó por Libertad. Era la única de la familia que estaba ausente y nadie supo dar respuesta de su paradero.
—Mi hija hace honor a su nombre —dijo Lihuén con desazón—, nunca se sabe si va a venir.
—Tranquila —Santiago le acarició la mano—. Estará bien.
Naiquen, que comenzaba a entrever lo que ocurría en el país, se conmovió por su prima y agradeció que sus hijos todavía fueran pequeños y permanecieran bajo su ala. No soportaría no saber dónde y con quién estaban, y más en esos tiempos turbulentos.
Después de comer las mujeres ordenaron y lavaron los platos, sirvieron el postre consistente en queso y dulce y la visita se preparó para irse.
—Como cábala, el próximo partido, todos acá —dijo Nehuén.
—Por supuesto —Vicente era feliz de recibir a la familia en su casa.
—¿Cómo estás? ¿Estás tomando las pastillas que te di? —preguntó el joven médico alejándose un poco del resto.
—Sí, las tomo cuando me acuerdo —sonrió ante su declaración.
—Ya te dije que tenés que tomarlas todos los días —reprendió como hacía con sus pacientes.
—No te preocupes, hijo, soy un hombre viejo. —Lo palmeó en el hombro mientras se dirigían hacia el comedor—. Algún día tengo que morir.
—No me vengas con ese discurso que tienen todos los de tu edad. —Nehuén siempre lograba sacarles sonrisas a todos—. No me hagas quedar mal como médico al menos.
Ya en la puerta, Santiago ofreció alcanzar a Naiquen pero su hijo le salió al cruce:
—Yo los llevo.
Naiquen abrigó a los chicos y luego de las despedidas subieron a los autos. Con el andar los menores se durmieron enseguida mientras los mayores conversaban sobre el partido y el fanatismo por el fútbol.
—A mí no me entusiasma demasiado —declaró Naiquen— pero voy a mirar los partidos de Argentina.
—Yo quisiera verlos todos, como hombre, no escapo a las reglas generales —admitió con una sonrisa a flor de labios.
Al arribar a la casa, Nehuén ordenó:
—Abrí la puerta y las camas, así los voy entrando.
Ella obedeció y aguardó que el hombre llegara con Pablo en sus brazos. Su niño parecía un angelito, dormía plácidamente sin siquiera darse cuenta del traslado. Mientras Nehuén iba en busca de Mauro la madre le quitó los zapatos y el pantalón, intentando ponerle el pijama.
Enseguida sintió la puerta al cerrarse y vio que Mauro, entre dormido y despierto, se dirigía al baño. Al instante ambos estaban durmiendo.
Encontró a Nehuén en la cocina, poniendo la pava al fuego. Ese sobrino segundo suyo era demasiado atrevido, pensó, pero no podía rechazarlo pese a que estaba cansada. Nehuén siempre era servicial y atento, estaba pendiente de los problemas de todos y ella sentía que podía contar con él si era necesario. De modo que se recostó sobre el marco de la puerta y dijo:
—¿Café?
—Pensaba en unos mates en verdad —él giró y le dedicó una sonrisa.
—Preparalo, voy a ponerme las pantuflas, si no te molesta.
—Como si estuvieras en tu casa… —agregó Nehuén sin dejar de sonreír.
La noche se pasó en un suspiro y el amanecer los encontró verdes de mate, con los rostros demacrados y las mandíbulas doloridas de tanto reír. Nehuén era un gran conversador y tenía un especial talento para lograr la risa. El hombre notaba que la mujer sufría por dentro un gran dolor y se había propuesto rescatarla de la melancolía.