“Lo nuestro es ese indefinido vínculo que ahora nos une.”
MARIO BENEDETTI
El trayecto se le hizo largo a Libertad. Iban conversando y admirando el paisaje campestre. Los padres de Wen habían alquilado un auto pese a lo costoso que resultaba pero estaban tan felices de estar con su hijo que no les importó.
Se hospedarían en Dijon, no querían molestar a ese pariente lejano de Gustave, de modo que se registraron en un hotel que parecía digno de un cuento de hadas y siguieron viaje.
Wenceslao iba feliz de tener a su familia cerca y no pensaba en la despedida. Extrañaba a sus hermanos que le habían enviado fotos y cartas pero de momento no podía volver. En la Argentina era un muerto aun cuando su cuerpo no se había hallado; tal vez algún día podría regularizar su situación.
Arribaron a la finca de Mathieu alrededor de las tres de la tarde sabiendo que tenían poco tiempo antes del anochecer, pero Libertad necesitaba ese reencuentro.
La entrada era bella, con un largo camino bordeado de árboles y un curso de agua cerca. A lo lejos divisaron la casona alargada y varios animales en los alrededores. A medida que se acercaban vieron algunos autos estacionados a un costado.
—Será la gente que acude al tratamiento —dedujo Libertad.
Estacionaron y descendieron subiéndose los cuellos de los abrigos. Marzo todavía estaba fresco, el sol no calentaba lo suficiente.
Una mujer delgada y bella se aproximó a recibirlos.
—¿Tenían turno? —Lucien no le había avisado de ningún paciente nuevo ni entrevista alguna, y Janelle deseó que nadie fuera a entorpecer su tarde de trabajo. Con la ausencia de Mathieu y el resfrío de uno de los ayudantes no daba abasto para atender a los niños.
—No —respondió Wen en un francés fluido—, buscamos a Naiquen.
Al advertir que eran argentinos Janelle les respondió en español.
—Está adentro, mandaré por ella. Mientras pueden tomar asiento —señaló unos bancos cerca de la rampa.
—Gracias.
Los recién llegados caminaron por los alrededores y vieron a unos cuantos niños con dificultades. A Libertad se le encogió el corazón y rezó para que Dios no le enviara una criatura defectuosa cuando decidiera ser madre. Rezó también por Milagros que llevaba una vida en su vientre.
Un grupito de niños atrajo se atención, había algo familiar en ellos, y descubrió que eran los hijos de Naiquen.
—¡Pablo, Mauro! —llamó mientras corría en su dirección.
Wen la siguió y la vio abrazar a dos niños mientras uno se mantenía al margen, expectante.
—¡Pero qué grandes que están! —dijo Libertad sin dejar de mirarlos—. ¿Y vos cómo te llamás? —Le habló en español y fue Pablo quien tradujo.
—Alain.
—Yo soy Libertad, soy algo así como una tía de estos niños… —sin dejar de reír—. ¿Dónde está tu mamá?
Una figura se acercaba y sus ojos negros se abrían con desmesura: no podía creer, allí estaba Libertad. Emprendió carrera y se abrazó a ella. Ambas lloraban de alegría a la vez que se estudiaban.
—¡Libertad, querida! ¡Qué gusto verte! —Naiquen no cabía en sí de la emoción—. ¡Qué grata sorpresa! —Miró a su alrededor y descubrió a las demás personas que la acompañaban.
Libertad siguió la línea de su mirada.
—Es Wenceslao. —La sonrisa le ocupaba toda la cara. Él se acercó y saludó—. Ellos son sus padres —no se animaba a llamarlos suegros aún.
Luego de las presentaciones Naiquen los invitó a pasar.
—Vamos adentro, está refrescando.
Naiquen se movía como si fuera la señora de la casa y Libertad echó una mirada de intriga a Wen quien se alzó de hombros sin comprender.
Sentados alrededor de la mesa del comedor aguardando los tés y cafés que Lulú preparaba en la cocina se pusieron al día con las novedades.
Naiquen festejó el embarazo de Milagros y se entristeció con la noticia de la muerte de Vicente.
—Pobre mi tía… sola otra vez —reflexionó.
—Sí, Milagros habló con ella, no pudimos evitar que llamase —la mirada de Libertad se ensombreció un instante—. Dios quiera que no pase nada.
—Nada ocurrirá —terció Honorio Quesada—, estén tranquilos. Ya no creo que nos tengan en la mira después de todo lo ocurrido.
—Ojalá que así sea, nuestra familia ya ha sufrido muchas desgracias.
—¡Pero contanos de vos! —Libertad cambió abruptamente de tema—. ¿Cómo están los chicos? Me parece que Mauro está mucho mejor…
—Así es, hace muy poco empezó a hablar otra vez. —Los ojos negros brillaron de emoción—. No sé si fue obra de la terapia con los caballos o qué pero está mucho mejor, aunque jamás será un niño normal.
—No diga eso —medió la madre de Wen—, los niños son más fuertes de lo que creemos, su hijo saldrá adelante.
—Gracias, espero que sea así.
—¿Y van al colegio? —quiso saber Libertad.
—No, aún están aprendiendo bien el idioma. Lo hablan a la perfección pero la escritura les es difícil. Para peor yo no puedo ayudarlos mucho, de modo que es Alain quien los ayuda o Janelle cuando tiene tiempo.
—¿Alain y Janelle? Supongo que son el hijo y la mujer del dueño —quiso saber Libertad—. Por cierto… te dan mucha autonomía acá, ¿verdad?
Todos asistieron al cambio de colores de Naiquen que del canela pasó al rojo.
—No… —titubeaba al hablar, no sabía cómo explicar—. Janelle es la fisioterapeuta y Alain es… será su hijo pronto. Lucien viajó para arreglar los papeles de adopción.
—¿Lucien? —sonrió Libertad—. Cuánta familiaridad.
—¿El jovencito es huérfano? —quiso saber la madre de Wen, conmovida por esos niños con problemas, porque a su ojo no se le había escapado la falta de una oreja del mencionado Alain.
—Sí, sus padres acaban de morir —explicó Naiquen más relajada—. Es sobrino del dueño de casa.
—Eso lo explica todo —intervino Honorio poniéndose de pie—. Creo que es hora de irnos, en breve anochecerá y no conocemos estos caminos.
—Pueden quedarse aquí —dijo Naiquen—, hay espacio de sobra, solo queda acomodar los cuartos… de haber sabido que vendrían estaría todo listo.
—No es necesario, ya tenemos un hotel reservado.
—Pero… —Sus ojos se posaron sobre su sobrina segunda—. Quisiera que pudiéramos charlar, hay tantas cosas que pasaron… —había tanta súplica en su mirada que Libertad dijo:
—Podría quedarme, ¿verdad, mi amor?
—Claro que sí —Wen la tomó de los hombros—, les hará bien conversar a solas, aunque yo te voy a extrañar.
—Y yo a vos —Libertad se colgó de su cuello sin importarle la presencia del resto—, pero mañana mismo podés venir a buscarme.
—Podés quedarte si querés —ofreció Naiquen.
—Vendré mañana, así se ponen al día.
Libertad tomó del auto un pequeño bolso de mano donde estaban las cartas familiares y luego se despidieron con besos y abrazos.
Al quedar solas, ambas ingresaron a la casa y se miraron.
—¡Cuántas cosas pasaron desde que nos separamos! —fue Libertad la primera en hablar, emocionada—. Contame todo, ¿estás bien acá?
—Vení, vamos a la cocina. —Avanzó resuelta hacia ese sitio donde se sentía cómoda—. Lamento no tener un mate… ¡no sabés cómo lo extraño!
—¡Pero si yo traje uno! —Libertad corrió hacia donde habían quedado sus cosas, revolvió y encontró el objeto deseado junto con un recipiente con yerba—. Es para vos —extendió el obsequio feliz—, imaginábamos que no tendrías.
—¡Gracias! —La abrazó de nuevo—. El mate es una droga y ya estaba con síntomas de abstinencia. —Ambas rieron.
Una vez calentada el agua y preparado el tan ansiado mate se sentaron una muy cerca de la otra a conversar.
Libertad le relató su periplo por Francia bailando tango junto a Jean-Louis, así como su corto y trunco romance. Cuando llegó el momento de contarle el reencuentro con Wenceslao la voz se le quebró en varias oportunidades recordando esos días de búsqueda primero y de rechazo después.
—Pero finalmente él te perdonó —acotó Naiquen—, el amor siempre triunfa.
—¿Y vos? No debe haber sido fácil llegar sin conocer el idioma… ¿Y los chicos? A Mauro en especial lo vi mucho mejor, ¿verdad? —Libertad era una máquina de preguntar.
—Ay, sobrina… lo de Mauro fue muy duro, aún hoy lo es. Pero es un niño fuerte, también muy orgulloso. Desde que llegamos se las ingenió para realizar solo casi todas sus tareas, y cuando algo no podía se lo pedía a su hermano. No me dejó siquiera ayudarlo a vestirse… —Sus ojos negros se nublaron apenas antes de proseguir—. Yo siempre le estaba detrás, espiándolo para estar allí si me necesitaba, pero él no me dejaba resquicio. Pero lo peor fue su mudez, ese silencio que por momentos me hizo pensar que mi hijo se estaba volviendo loco.
Libertad la miraba con los ojos gatunos cada vez más brillantes, imaginando el calvario que habría vivido su tía segunda.
—¿Y cómo fue que volvió a hablar? Algo lo debe haber movilizado.
—En verdad no lo sé con certeza, mi muchacho es una caja de sorpresas… Yo le hablaba mucho, demasiado tal vez —sonrió con pesar—, temiendo que olvidara el lenguaje o se volviera mudo para siempre. Mauro no expresaba sus sentimientos de ninguna manera, no lloraba, no se enojaba, no se quejaba. Solo demostraba una voluntad férrea para valerse por sí mismo.
—¡Qué chico tan valiente! —Libertad le acarició la mano mientras le devolvía el mate.
—Sí, muy valiente, pero muy terco también —ambas rieron—. Imagino que el ver a tantas personitas discapacitadas y deformes en este sitio lo debe haber animado un poco. Conocés el dicho, en el reino de los ciegos el tuerto es rey.
—¡No digas eso!
—Es la realidad. —Naiquen se levantó para cambiar la yerba—. Aquí viene de todo, Libertad, ni te imaginás lo que es ver a todos esos angelitos con problemas, algunos no pueden ni sostenerse erguidos, no hablan, nada… A veces creo que Dios, si es que existe, es muy injusto. Esos niños no tienen una vida normal, es demasiado triste.
—¿Cómo lo soportás? Es decir, ¿cómo haces para no llorar al verlos?
—No ha sido nada fácil, te juro, Libertad, que más de una vez tuve que apretar los dientes y los ojos para no desarmarme allí mismo, delante de sus madres. Con el tiempo te vas acostumbrando. Supongo que Mauro habrá hecho el mismo análisis. —Se puso de pie para encender las luces, la oscuridad del atardecer se iba apoderando de la cocina—. Después llegó Alain…
—El sobrino del dueño de casa.
—Sí, otro chico bastante difícil.
—Contame —pidió.
Naiquen le resumió la historia de Alain, omitiendo contar los detalles sobre la posibilidad de que fuera hijo biológico de Lucien. No deseaba ventilar su intimidad, exponerlo de esa manera sería una falta de consideración.
—De modo que Alain fue bastante combativo durante los primeros tiempos. Ahora puedo decir que son amigos, más que amigos, se llevan como hermanos —dijo al recordar las peleas que más de una vez los distanciaba durante unas horas.
—No la pasaste fácil, Naiquen… Y yo que creí que vos estarías mejor.
—Ahora estoy mejor. —Había un brillo especial en su mirada que Libertad captó al vuelo.
—Mmm… ¿hay algo que todavía no me contaste? No me dijiste ni media palabra de tu patrón, el tal Lucien. —Libertad sonreía con los ojos que le lanzaban chispitas de preguntas.
—Sos fatal, mi querida sobrina. —Al decir esto se puso de pie para limpiar el mate que se había lavado—. Esa parte la dejaré para después de la cena, ahora tengo que cocinar.
—¡No podés hacerme eso! —Se quejó la más joven.
En ese momento Lulú ingresó a la cocina.
—Deja ya todo eso, Naiquen —interrumpió—, yo me ocuparé de la comida. —Y sonrió con sorna, como si entendiera a la pariente recién llagada.
—¡Pero vaya que eres chismosa! —Naiquen pasó por su lado y le palmeó con suavidad la espalda—. Está bien, pero esta noche los platos los lavaré yo.
—Vamos, vayan a ponerse al día.
Naiquen instaló a Libertad en el cuarto de invitados que acababa de preparar Lulú y luego se encerraron allí para seguir hablando.
—Si seguimos así, se nos va a calentar la lengua —bromeó Libertad.
—Eso lo decía tu abuela Aime cuando se quedaban horas conversando con mi madre. —La tristeza inundó la habitación y el recuerdo de Fresia se interpuso entre ambas.
—No nos pongamos tristes y contame eso que escondés con tanto celo. ¿Hay algo entre vos y el famoso Lucien Mathieu?
—Vamos a casarnos.
—¡Y así me lo decís! —Libertad se puso de pie y la abrazó.
—Bueno, en realidad no sé si podremos hacerlo. Yo sigo casada en la Argentina.
—Lo importante es que están enamorados. ¡Ay, Naiquen, podrías escribir una novela! —La joven se recostó contra la pared—. Quiero todos los detalles de esta historia.
Y Naiquen se los dio.