“Total parcial: te quiero. Total general: te amo.”
JULIO CORTÁZAR
Finalmente la adopción de Alain había concluido. Luego de varios trámites y viajes a la ciudad, Alain Mathieu había sido declarado hijo adoptivo de Lucien.
Pese a la frialdad burocrática decidieron festejar el nuevo estado familiar con la realización de una reunión íntima a la cual asistieron algunos niños que concurrían a la terapia por quien Alain sentía afecto, además de los terapistas.
Gynette, la nueva empleada, una mujer de mediana edad que acababa de enviudar, era una experta en la cocina, siendo su especialidad la repostería, por lo cual malcriaba a los chicos con tortas y masas, tanto así que el agasajado había engordado unos kilos y lucía mucho mejor.
Lulú había anunciado su retiro, ya estaba demasiado grande y cansada para seguir trabajando en la casa, de modo que el almuerzo también era en parte su despedida.
Naiquen ya había entrevistado a algunas personas para que ayudaran a Gynette pero aún no se decidía. O eran muy jóvenes e inexpertas o tenían inconvenientes para vivir cama adentro.
—Nunca encontrarás a la adecuada —Lucien se burlaba de su indecisión.
—No hay como Lulú… —era la reiterada respuesta.
—Eso ya lo sabemos, pero no quiero que vuelvas a la cocina ni a ocuparte de las cosas de la casa. Te necesitamos en otras áreas.
—Lo sé.
Con el paso del tiempo Naiquen se había convertido en su mano derecha en la equinoterapia, tenía un don especial para alegrar a los niños por quienes sentía tanta empatía. Disfrutaba junto a ellos aun cuando terminaba el día con dolor de cintura y espalda por el peso que implicaba soportar un cuerpo sin músculos ni tonicidad. La mayoría de los pequeños no podían sostenerse erguidos, pero ella ponía todo su esfuerzo para enderezarlos aunque más no fuera durante la cabalgata gemela a paso de hombre.
Lucien la admiraba cada día más, eran parecidos, de pocas palabras y actos contundentes.
Los chicos eran felices, habían comenzado la escuela y tenían nuevos amigos. No por ello había menguado su amistad, por el contrario, eran un trío inseparable. Mauro poco a poco había vuelto a sonreír, aunque su mirada jamás sería la de un jovencito de su edad, parecía esconder en ella todos los años del mundo. Era un joven viejo. Demasiado pensante y reflexivo, tanto que la maestra a veces se sentía incómoda con él, porque Mauro siempre estaba un paso más adelante.
Alain y Pablo eran compinches de travesuras, Mauro no se sumaba a sus travesuras más que para controlarlos. Existían las peleas entre ellos como en cualquier familia y a veces Naiquen debía intervenir para poner un poco de orden.
Todo parecía circular por los carriles correctos.
Libertad había vuelto a París luego de unos días en el campo junto a Wenceslao. La parejita estaba felizmente instalada pese a que anidaran deseos de regresar a la Argentina. La despedida del matrimonio Quesada había estado cargada de llantos y emociones, pero sabían que de momento no era posible volver y disfrutaban de la pequeña familia que conformaban con Milagros y Gustave.
La muchacha seguía trabajando en el puesto de flores, de momento no tenía intención de conseguir algo más acorde a sus estudios, y Wen respetaba su decisión aunque no estuviera de acuerdo.
Por su parte él se había esmerado para revalidar su título, cada vez estaba más cerca de lograrlo para ingresar a trabajar en un bufete. Su buen desempeño en la empresa le había abierto otras puertas, y si bien en un principio había renegado de su profesión, veía que en Francia el derecho funcionaba de otra manera, por lo cual ser abogado allí era mucho más tentador que en la Argentina.
Antes de que se marcharan, Naiquen había respondido todas las cartas, los Quesada se las habían llevado para entregar a la familia en la Argentina.
Le había costado escribirle a Nehuén, pero se lo debía. Él se había portado bien tanto con ella como con sus hijos, hasta se había tomado el trabajo de rastrear los pasos de Napolitano. ¿Cómo no dedicarle unas líneas?
Le contó todo su periplo hasta llegar al campo e hizo hincapié en la equinoterapia y en los chicos. Le relató pormenorizadamente los avances de Mauro y también lo tranquilizó en cuanto al militar que la perseguía al contarle que él estaba muerto. A medida que escribía la historia se dijo que era digna de una novela. La imagen de la pequeña Felicia se cruzó en su mente y deseó que estuviera bien.
Omitió decirle que Lito Napolitano la había sorprendido en la cama con el dueño de casa, no era necesario, pero sí le dijo que estaba en lo cierto, que había alguien en su vida, alguien que estaba dispuesto a cuidar de ella y de sus hijos. No le contó que lo amaba como nunca había amado a hombre alguno, no le confesó que deseaba fervientemente pasar el resto de su vida con él. No le reveló que su primer pensamiento cuando se levantaba era Lucien y también el último rostro que veía y acariciaba antes de dormir. No podía decirle que estaba enamorada y que era feliz. Sería ahondar su desazón innecesariamente.
Se despidió como lo hubiera hecho con una amiga entrañable, de esas que nunca había tenido.
De eso ya habían pasado dos meses, y como su situación seguía siendo incierta, esa tarde con Lucien reunieron a los chicos y les explicaron que querían casarse pero que hasta tanto no estuvieran los papeles listos, no podrían hacerlo.
—Pero como nos amamos —acotó Lucien— con su madre hemos decidido compartir el dormitorio.
Naiquen permanecía expectante, conteniendo el aire al punto de sentir que estallaba por dentro. Sabía que habría preguntas.
—¿Y mi padre? —preguntó Mauro con claros signos de malestar.
Mathieu se sintió incapaz de responder. Se puso de pie y se situó detrás de Naiquen posando sus grandes manos sobre los hombros femeninos que parecían hundirse ante la pregunta. Ambos habían anticipado ese momento.
La madre tomó aire y fijó sus ojos en sus hijos alternativamente. Alain, quien presentía la gravedad de la situación, se había situado entre ambos como si con su esmirriada presencia pudiera abrigarlos.
—Hijos míos, ustedes conocen la violencia de lo que ocurre en nuestro país —hizo una pausa, no sabía cómo darles la fatal noticia—, su padre…
—Está muerto, ¿verdad? —dijo Mauro con furia contenida en sus ojos ancianos.
—Así es —Naiquen bajó la mirada, incapaz de verlo así, tan indefenso y a la vez tan enojado.
No sabía qué hacer ni qué decir. La muerte de su esposo le había generado sentimientos contradictorios. Pena porque era el padre de sus niños, alegría porque era la llave que abría la puerta a su bienestar y seguridad.
—No te enojes con mamá —intervino Pablo—, ella no tiene la culpa.
—¿Estás contenta ahora? —De repente Mauro parecía una fiera, desconocía a ese jovencito que la apuntaba con el dedo y le gritaba perdiendo su respeto y compostura.
Lucien quería detener la batalla que se avecinaba pero sabía que no debía, que eso tenía que pasar, que no era normal que Mauro, después de todo lo que había sufrido, no hubiera expresado sus sentimientos que ahora salían cual volcán encendido vomitando todas sus frustraciones, temores y rabias. Lo había hablado con el psicólogo, eso tenía que ocurrir.
—¡Callate! —la defendió Pablo—. Y si estuviera contenta, lo entendería. ¡Papá le pegaba a ella!
—¡Basta! ¡Por favor! —rogó Naiquen perdiendo la serenidad y liberando su llanto.
Mathieu abrió los ojos, incrédulo ante lo que acababa de escuchar. ¿Que su marido le pegaba? Eso sí que era una novedad. Sintió que la sangre le bullía en las venas y tuvo que apretar los puños y las mandíbulas para mantener la boca cerrada.
La miró, interrogante, pero ella estaba concentrada en sus hijos, ni siquiera lo veía. Hizo una señal a Alain para que lo siguiera, era mejor dejarlos solos y que entre ellos arreglaran sus dolores.
Cerró la puerta con sigilo y ambos avanzaron por el pasillo.
—¿Crees que se amigarán?
—Claro que sí —pasó el brazo por encima de sus hombros—, conoces a Naiquen —refutó, orgulloso.
Dentro del despacho los ánimos estaban tensos, pero después de los reproches y los enojos el amor se volvió protagonista.
Finalizado su estallido Mauro encontró la paz de la mano del llanto. Pablo, que aún conservaba el enfado con su padre por haber golpeado a su mamá, se le sumó incluso sin saber por qué lloraba. Tal vez lo hacía por todo el pasado que cargaban sobre sus jóvenes espaldas.
Naiquen los abrazó y los tranquilizó con palabras que solo las madres tienen guardadas en el centro del corazón, prometiéndoles que todo estaría bien.
Esperó un buen rato antes de contarles que entre los trámites que debían realizar para poder casarse había uno que implicaba la búsqueda de su padre en la Argentina. Y en esa pesquisa había llegado una comunicación a la Embajada por la cual se informaba que había fallecido el año anterior. Su cuerpo no había sido hallado pero sí había un acta de defunción que por desconocidos motivos alguien había firmado.
Cuando salieron minutos después se reunieron con Alain y Lucien que jugaban al ajedrez en el salón de recibo.
Esa noche antes de dormir Lucien le hizo el amor con una ternura inusitada, depositando besos sobre toda la extensión de su piel; ella agradeció el gesto y el hecho de que no hiciera preguntas. El pasado estaba muerto y enterrado, y él estaba dispuesto a borrar sus cicatrices.
A la semana siguiente arribó un mensajero que traía una comunicación oficial: al fin podrían contraer matrimonio.
Del diario de Naiquen.
Septiembre de 1979. Hoy es un día feliz, soy la flamante esposa de Lucien Mathieu. Ayer contrajimos matrimonio aquí en la estancia. Fue una verdadera fiesta a la que concurrieron todos los chicos de la terapia. Una carreta adornada con flores multicolores conducida por mis hijos incluido Alain, me llevó hasta el altar improvisado al costado de la casa bajo una pérgola engalanada de jazmines y tulipanes que Libertad trajo desde su puesto de París. Allí me aguardaba Lucien, más apuesto que nunca.
Doy gracias a Dios, que ahora sé que existe, de todo lo ocurrido, aun de las desgracias. Si hay algo que pudiera cambiar, sería mi brazo por el de mi hijo, pero tuvo que ser él quien lo perdiera, vaya a saber por qué. Algún día quizás encontremos la respuesta. Hoy somos felices. Lo que nos pasó nos hizo más fuertes y más unidos. Somos una familia de cinco y nos amamos como si nuestros vínculos fueran de toda la vida.
Como regalo de bodas Lucien me sorprendió con unos pasajes para viajar por el sur de Italia, él sabe de mis ganas de indagar sobre mis antepasados. Hablamos de ir a Argentina, mi hogar, pero las cosas todavía están difíciles allá y preferimos postergar el viaje. Sé que algún día volveré, visitaré la tumba de mi madre y abrazaré a los míos. Pero también sé que estoy echando raíces en este suelo francés donde encontré el amor que tanto anhelaba.