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VIOLADORES DE
CUELLO BLANCO

Tradicionalmente los delincuentes de «cuello blanco» son aquellos que tienen estabilidad social y no presentan marcas de haber sido descubiertos. Es decir, que roban sin aparentemente necesitarlo. Los violadores, como especie de «cuello blanco», han surgido en nuestro país hace solo unos años. El más reciente fue capturado en Madrid. La prensa le ha bautizado con el nombre del Búho, porque atacaba a víctimas que se bajaban del transporte público nocturno. En concreto, de los autobuses de madrugada llamados búhos.

Llevaban siete años tras él. Por fin lo han detenido. Y solo ha trascendido que se llama Isaac y dos iniciales, seguramente para preservar sus derechos. Ni siquiera se ha difundido una foto que podría haber facilitado el reconocimiento por parte de nuevas víctimas. Asombra que las organizaciones de defensa de la mujer violada o maltratada no lo exijan. Aun así, se le supone autor de al menos diecinueve violaciones y cinco atracos. Fíjense bien en lo que se cuenta: un peligroso violador que ha asaltado a mujeres en siete distritos durante más de un lustro: Ciudad Lineal, San Blas, Coslada, Moncloa, Moratalaz, Hortaleza y Alcobendas, del que no se ha advertido a la población. Parece probable que si al detectar las primeras agresiones se hubiera cursado una alerta, algunas de las violadas podrían haberse salvado. Pero nos enfrentamos al delito con métodos antiguos, timoratos y regidos por la política del avestruz.

El caso es que el Búho es un tipo de Vallecas, donde vivía plácidamente con su madre. Tiene un trabajo fijo y novia formal. Salía a violar a horas fijas después de la tarea, y cada vez se iba volviendo más agresivo. Humillaba, ofendía, insultaba a sus víctimas. Les tapaba los ojos con su propia ropa interior y ejercía con ellas ese tipo de «secuestro sexual» que no se sabe cómo puede acabar.

La policía ha filtrado que con los datos acumulados, y dado que pese a su estrategia de entrega no acababa de meter al Búho en la gatera, sometió a consulta sus impresiones con agentes especializados del Federal Bureau of Investigation (FBI), quienes coincidieron en la impresión de que este violador en serie, por el tiempo de actuación y el modus operandi, estaba a punto de matar. Esto es, que pronto podría convertirse en un asesino múltiple. La historia criminal está llena de estos especimenes: el Asesino de Ancianas de Santander, que primero fue el Violador de la Vespa, y Joaquín Ferrándiz, el Asesino de Castellón, encarcelado por violador y puesto en libertad tras una intensa campaña de recogida de firmas. A su salida se transformó en el exterminador de cinco mujeres.

El violador recientemente capturado lo ha sido gracias al empecinamiento del padre de su última víctima, una chica de 15 años, quien logró que se le identificara y finalmente que se obtuviera una prueba de ADN. Menos mal que la pesada maquinaria policial y judicial se había puesto recientemente las pilas con la creación de un banco de ADN. La afortunada adquisición hizo que al introducirse la muestra en el sistema CODIS marcara varias coincidencias. Algunas de las violaciones que se le imputan están, pues, muy bien argumentadas con informes científicos. Pese a ello, la sociedad amenazada por este delincuente de cuello blanco, este violador inmaculado, este ogro confundido con el paisaje, no ha podido ver su rostro, algo que no se sabe bien por qué determinados procedimientos favorecen. Se ha dado el caso de permitir al Violador de Pirámides que mantuviera su rostro tapado bajo una capucha durante su juicio, presidido precisamente por una jueza, y ahora se preserva el aspecto del nuevo y presunto criminal, ¿con qué intención?

Uno de los aspectos más vulnerables de los delincuentes sexuales «es el careto», según la jerga policial. Una vez conocido el rostro, las posibilidades de asaltar a sus víctimas con impunidad disminuyen. Sin embargo, el proceso los protege. Estamos en lo de siempre: si fuera un violador de hombres habría una moción en el parlamento para restablecer la pena de muerte.

El caso es que el Búho, como Arlindo Luis Carbalho, el Violador de Pirámides, no ha sido capturado por la investigación, sino por la denuncia de una de las víctimas. En el historial del de Pirámides, que ya está en la cola para salir de permiso penitenciario, lo fue porque una chica de poco más de veinte años tuvo el coraje de denunciarlo, incluso venciendo las presiones que le hacían: «¿pero tú por qué vas a denunciar, si no te ha hecho nada?» La había sorprendido en el interior del ascensor de su casa, ella adivinó sus intenciones, logró escapar y obtuvo las pruebas para desenmascararlo. Dada la eficacia de la colaboración ciudadana, más efectiva que la del FBI, todavía se entiende menos que no se advierta a la población amenazada. Desde luego las víctimas deberían exigir una reparación por tanto secretismo que las hace más vulnerables.

El Violador de Pirámides es un antecedente directo de este nuevo agresor sexual. Estuvo en activo ocho años, con toda impunidad. Estaba casado y en el momento de ser detenido, su esposa esperaba un hijo. Trabajaba como instalador de gas. Nadie habría dicho que aquel vecino tan simpático, amigo de hacer favores a la comunidad en la que vivía, era el abyecto individuo que secuestraba a jóvenes y las sometía a una tortura emocional, más allá del mero abuso de sexo. Ellas nunca sabían si saldrían vivas. El Búho, al igual que el de Pirámides, es un delincuente sin otros delitos que el secuestro, la violación y el robo que perpetra contra las mujeres. De ninguno de los dos se han facilitado fotos, pero del de Pirámides una avezada operación periodística logró distribuir su imagen. No obstante, cuando salga, habrá cambiado de aspecto, fácil de disfrazar. Y habrá aprendido, aún más, a despistar a la policía. Ya sin los años de reclusión, donde la experiencia indica que los delincuentes convierten la cárcel en la Universidad del Delito. Sabía mucho, pero ahora será prácticamente invulnerable si decide volver a las andadas o dar un paso al frente.

Los delincuentes sexuales suelen darse cuenta cuando son capturados de que su proceso sería diferente si no hubiera testigos. Es importante destacar, para no asustar a las víctimas, que no actúan con efectos retroactivos. Sin embargo, muchos se proponen que la próxima vez, no dejarán rastro. El Violador de Pirámides llevaba ocho años sin ser descubierto y se dio perfecta cuenta de que le caería una dura condena —es un decir—, porque había víctimas vivas. El Búho parece incurso en la misma reflexión. El FBI le supone a punto de transformarse.